Agradecimientos

Después de seis libros de investigación, escribir mi primera novela de espías ha sido un placer en el que me han acompañado algunas personas especiales. Alicia Gil, mi mujer, lo leyó con su habitual sentido crítico y me obligó a reflexionar sobre detalles significativos de las relaciones humanas y los sentimientos femeninos. Sergio de Otto, amigo incondicional y colega desde el primer día que me inicié en el periodismo, gran conocedor del mundo de los libros, me impartió sus sabios consejos en la estructura narrativa y me condujo por los vericuetos editoriales. Otro antiguo y leal compañero —«escribe que soy tu amigo el espía»— corrigió los errores que había cometido en algunas descripciones y me animó sobremanera al considerar que había reflejado con bastante exactitud el ambiente del espionaje en el que tantos años se movió. Richard Bradley me guio con toda su paciencia por las calles de Londres. Julia Navarro, sensible y cariñosa, me insufló tanto optimismo con su parecer sobre la novela que nunca podré agradecer a una de las mejores escritoras de este país que aceptara colocar su opinión en la cubierta del libro.

Con Carmen Fernández de Blas, directora de Ediciones Martínez Roca, ya había trabajado y conocía sus dotes magistrales para sacar el máximo petróleo de cualquier terreno y encender los ánimos en cada batalla. Colaborar con ella y con su entusiasta equipo ha sido un auténtico placer.

Durante la escritura de este libro, el noveno de los que he escrito, me he dado cuenta de que los hijos crecen y poco a poco se van independizando. Mi primera obra, La Casa, la comencé a redactar a altas horas de la madrugada con mi hija mayor en brazos mientras lloraba desconsoladamente cuando apenas había cumplido un mes de vida. Ahora, con Elena, Sandra y Jaime mayores, cuando ya te necesitan de otra forma, solo espero que nunca dejen de ser la inspiración que guía mis pasos.