El siguiente miércoles, Ela recuperó la tradición de que su padre fuera a cenar a su casa un día a la semana. Había conversado con él varias veces por teléfono desde su tensa charla en la sede de la Red Durmiente, pero siempre brevemente y de una manera distante. Sentía que todo había pasado y no estaba dispuesta a renunciar a esa relación. Le pidió que fuera un rato antes, pues aunque Daniel no hubiera llegado del trabajo, su nieto estaba ansioso por verle. Les dejó charlar un rato en su cuarto y luego le pidió a su padre que la acompañara a la cocina, mientras Manolo terminaba los deberes.
—Todo ha concluido ya —le dijo en cuanto se quedaron a solas.
—¿Qué ha pasado?
—Ya no importa, pertenece a la historia del espionaje. Lo importante es que tú y Roberto sepáis que nadie volverá a molestaros.
—¿Has hablado con el KGB? —preguntó sorprendido.
—Con su amable jefe de operaciones en el extranjero, que por cierto está empeñado en invitarme a su dacha. Ellos no fueron los que os chantajearon. Hubo un exagente que estuvo en el KGB en los últimos años de Philby, que utilizó la información a la que había tenido acceso para manipularos. Ya no volverá a hacerlo.
Sonaron dos pitidos, procedentes del teléfono móvil de Ela, que anunciaban la llegada de un mensaje de texto. Era de Pablo Vargas. Lo leyó: «Espero que algún día me expliques eso de dar tu nombre, el de tu padre y el de tu abuelo antes de disparar. Si no te lo pregunto me muero».
—¿Algo importante? —inquirió su padre.
—Nada, una no puede hacer ninguna cosa en un mundo de espías sin que alguien se mosquee. Volvamos a lo que estábamos hablando. La historia ha acabado y siento haberte hablado tan mal como lo hice. Os equivocasteis, pero yo también lo he hecho. No me gustó vuestro comportamiento, pero tampoco estoy muy satisfecha del mío.
—Entendimos tus nervios. Es muy duro perder a un amante, aunque confío en que no vayas a romper con Daniel.
—Mientras siga tan obsesionada con el espionaje, me temo que careceré de tiempo para darle vueltas a mi propia vida. Ahora vamos con Manuel, que tiene que tomarse unas alitas de pollo con mucho kétchup.
Los dos acompañaron al niño mientras hacía una de sus interminables cenas, interrumpida por la continua conversación que mantenía con su abuelo. Concluida, se fue a la cama, no sin antes exigir su cuento de espías.
Los dos Manueles se fueron al dormitorio, mientras Ela se acercaba a la puerta, como siempre intentando no ser descubierta.
—Esta noche te voy a contar la historia de un niño que estuvo en nuestra Guerra Civil. Los malos consiguieron engañarle para que les ayudara en sus sucias misiones y él estuvo durante muchos años haciéndoles creer que les hacía caso, pero a escondidas hacía que sus planes salieran mal. Venga, dame un beso, arrópate, ponte de lado mirándome y empiezo. ¿Estás listo?
—Sí, abuelo.
—Érase una vez un teniente del Ejército…