Dos días después Ela estaba a punto de salir de su despacho para asistir a una reunión del comité de dirección del CNI cuando sonó su teléfono. Era Nigel Brown.
—¿Cómo te ha ido todo?
—Con mucho trabajo, pero bien. ¿Qué tal por Thames House?
—Te llamaba para darte las gracias por la información que me enviaste.
—Por lo que cuentan los periódicos he deducido que la operación salió bien.
—Es complicado actuar en Israel habiendo tantas agencias de espionaje. Pero los del MI6 en esta ocasión han cumplido a la perfección con su trabajo.
—He leído que una potente bomba destruyó la sede en Tel Aviv de la empresa United Security, que los servicios de seguridad en un primer momento pensaron que había sido Hamás, pero que finalmente hay dudas.
—Ya sabes cómo son los judíos. Si tienen la certeza de que un atentado lo han cometido los palestinos, inmediatamente sacan sus aviones a pasear, pero en esta ocasión deben de tener dudas. Esperemos que no miren para Inglaterra. Sobre todo porque cuando la bomba estalló mató a doce empleados que trabajaban en la sección de operaciones.
—¿Del jefe, el tal Kozlov, sabéis algo?
—He dado orden de dejar de buscarle: apareció muerto en Praga, en el mismo puente de Carlos en que murió el killer ese al que llamabais Kafka.
—No me digas —dijo simulando sorpresa.
—Ha aparecido con un tiro en la cara y la lengua atada al cuello. Dicen que es un ajuste de cuentas de la mafia.
—Trabajo que os habéis ahorrado.
—Tú no sabías nada, claro.
—Ni idea, como te imaginarás. Para nosotros es desde hace tiempo, según instrucciones de mi jefe, un tema archivado.
—¿De lo de Mijaíl Bogdanov te habrás enterado?
—Ha aparecido muerto en Moscú. El muy cabrón se había escondido en Rusia. La verdad, no puedo decirte que lo sienta.
—Claro —dijo Nigel sarcástico—. ¿Badía no volvió a llamar?
—Desapareció por arte de magia igual que había aparecido. Creo que se ha jubilado definitivamente.
—Dile a tu padre, a quien le gustan los libros de historia del espionaje, que te busque alguno del gran espía que fue el catalán Badía. Por si vuelve a aparecer.
—Seguro que no.
Ela colgó el teléfono y se fue a la reunión con Cámara, Romero y Santana. Estaba más relajada de lo que lo había estado en los últimos meses. El director entró en la sala igual de ceremonioso que siempre, pero mirándola con el gesto torcido.
—Necesito que me expliques inmediatamente el motivo por el que has viajado a Praga, acompañada del subdirector Vargas y de ocho agentes de KA, sin mi autorización.
Eso sí que fue una sorpresa.
—Creía que estaba suficientemente claro que todas las operaciones exigen una autorización previa mía y especialmente aquellas que tengan lugar en el extranjero. Esto es gravísimo, Langares.
No se le ocurrió una respuesta adecuada.
—¿Cómo se ha enterado?
Eso tampoco se lo esperaba el director Cámara.
—¿Que cómo me he enterado? Me lo ha tenido que comunicar Santana. Si no es por él ni me entero. Explícate y que la justificación sea convincente.
Ela sabía que no podía explicarle que había ido a obtener información de Kozlov y ante su resistencia se había visto obligada a matarle. No porque fuera mentira, ya que desde el primer momento deseaba acabar con su vida, sino porque cualquier detalle que diera supondría su fin en el CNI y quizá la cárcel. Subió la mirada, que inconscientemente había dirigido al portapapeles que tenía sobre la mesa, pero no encontró palabras. Romero, que no sabía nada de lo que había tejido a sus espaldas, habló por ella.
—Tiene una explicación, director.
Santana no le dejó seguir.
—Creo, Borja, que es Langares la que debe explicar lo sucedido.
—Lo siento, pero no —siguió hablando el secretario general sin hacerle caso—. Soy el máximo responsable. El viaje que han hecho los diez lo autoricé yo y esperaba que nadie se enterara.
Ela puso la misma cara de sorpresa que Cámara y Santana.
—Ela me pidió permiso para que una representación de la unidad fuera a Praga, por supuesto pagando los gastos de su bolsillo, para tirar las cenizas de Carballo al río Moldava, una última voluntad un poco extravagante, pero al fin y al cabo la última voluntad de nuestro agente. El viaje lo iba a hacer su padre en solitario y quisieron acompañarle. Yo les dije que por qué no iban en fin de semana, pero me dijo que su padre ya tenía el billete del vuelo sacado. Lo siento, Ricardo, debí comentártelo, pero no me pareció importante.
La directora de Operaciones no salía de su asombro. Era genial, increíble, pero genial. Hasta había improvisado el ridículo detalle de los billetes, que daba credibilidad a la historia. Borja era un amigo.
—Langares —dijo el director—, debiste habérmelo comentado. Hubiéramos pagado nosotros los billetes. De hecho quiero que pasen la factura y que los pague la Casa. Santana —siguió, dirigiéndose al director de Inteligencia—, no hay que ser mal pensado. Ya sabía yo que Langares me tiene perfectamente informado de todo. Bueno, aclarado el tema, vamos a otros asuntos importantes.