Capítulo 16

Cristóbal Cabanas abandonó la sede de los grupos operativos sin despedirse de sus compañeros: iba a intentar infiltrarse en la red mafiosa de Smirnov. Le hubiera encantado estrechar manos amigas y recibir calurosos abrazos de buena suerte, pero la algarabía y la publicidad eran costumbres vetadas en la unidad. Si los agentes fuera de servicio no debían saludarse cuando se cruzaban por la calle, ahora la situación era aún peor: los compañeros de un operativo en misión especial ni siquiera le debían dedicar una mirada furtiva que pudiera delatarle y costarle la vida.

Las medidas de seguridad extremas eran connaturales al trabajo y comenzaban en el momento de su ingreso en la unidad: tenían prohibido desvelar sus propios apellidos y conocer datos sobre la verdadera identidad de sus compañeros. Aunque todos se llamaban disciplinadamente por el nombre real o el alias operativo, con el paso de los años terminaban sabiendo los unos de los otros más de lo que oficialmente reconocían.

Cabanas solo había tenido dos días para preparar su tapadera de escolta del mafioso ruso, algo inusual y peligroso, pero era consciente de que sus compañeros le monitorizarían sin descanso las veinticuatro horas del día, aplicando el lema de la unidad: «Lo difícil está hecho, lo imposible se hará».

Para infiltrar a un agente en una red mafiosa o terrorista se montaba una Operación Lázaro. Comenzaba con la notificación a la sección de Documentación de la División de Acción Operativa para que buscaran un recambio, una nueva identidad, que diera garantías al agente para desarrollar su trabajo sin levantar sospechas. Esa tarea requería un trabajo largo y concienzudo, que comenzaba con la búsqueda de una personalidad que se amoldara al papel que debía desarrollar el agente. Con ese fin, los técnicos de Documentación tenían archivadas una serie de identidades «dormidas», inexpugnables ante cualquier investigación. Diariamente estaban atentos a los fallecimientos, buscando determinados perfiles: jóvenes anónimos, sin transcendencia social, con una biografía vulgar y limpia, sin familiares cercanos que pudieran recordarles. Después se dedicaban a diseccionar todos los detalles públicos de su vida: antecedentes penales —cualquier delito suponía un impedimento—, relaciones con la Seguridad Social —con frecuencia a los muertos no se les daba de baja, lo que resultaba muy útil— y pagos o deudas con Hacienda —si el muerto era joven, probablemente nunca estuvo dado de alta.

Después entraba en acción el Gabinete de Reproducción y Censura, que confeccionaba carnés de identidad, pasaportes, títulos universitarios y cualquier documento imprescindible o accesorio. El recambio siempre utilizaba un DNI de los que llamaban «pata negra», con las mismas cartulinas que se empleaban en las delegaciones oficiales para expedir los de cualquier ciudadano español.

Con la nueva identidad seleccionada, la Operación Lázaro exigía posteriormente un proceso de reencarnación. Había que dotar al agente de una vivienda operativa —cuyo barrio debía conocer como la palma de su mano—, un trabajo en alguna de las empresas pantalla que tenía el servicio o en alguna otra dirigida por un colaborador, y activarles una cuenta bancaria, tarjetas de crédito y cualquier otra de clubes deportivos o sociales que diera consistencia al recambio.

En el caso de Cristóbal Cabanas no había habido tiempo para preparar una cobertura en condiciones y así se lo dijo el subdirector de KA, Pablo Vargas, cuando el día anterior le ofreció los detalles de la infiltración.

—Usted se ha presentado voluntario para una operación en la que yo ya había decidido enviarle —dijo marcando distancias. Cuando estaban en misiones en la calle, jefes y agentes se tuteaban, pero en las oficinas de la unidad el usted era lo habitual. En ese momento, Vargas quería crear una cierta distancia que le permitiera en el futuro adoptar cualquier decisión en bien de la operación sin estar mediatizado por una relación personal.

—Espero no decepcionarle, señor —contestó brevemente, ansiando que de una vez por todas le contara en qué iba a consistir el trabajo.

—Es importante que sepa que es el hombre idóneo, porque es una misión arriesgada en la que para que todo salga bien tendrán que aparecer las cualidades que hemos apreciado en usted. —Vargas quería dejarle clara la valoración que tenía de él para reforzarle la seguridad en sí mismo—. Lo que queremos es que se infiltre en una organización que está preparando el asesinato de un miembro de la familia real inglesa. Hasta ahora sabemos que lo está montando un empresario de origen ruso llamado Semyon Smirnov, que cuenta como brazo operativo con Mijaíl Bogdanov, un matón también ruso, y que han contratado como asesino a sueldo a un ciudadano holandés, Pieter Gomarus, más conocido como Van Gogh.

Tras mencionar cada nombre, le enseñaba varias fotos operativas del sujeto de cara y cuerpo entero. Carballo reconoció al killer al que había estado vigilando junto con su equipo. Vargas siguió explicándole.

—Hace unas semanas, Smirnov despidió a la mujer que le daba escolta y ahora necesita un sustituto. Un directivo de la Casa se ha puesto en contacto con el director de la agencia de seguridad que les está buscando candidatos para conocer el perfil que precisan y garantizar que usted sea el elegido. Como no tenemos tiempo suficiente para montarle un recambio en toda regla, vamos a tener que improvisar, aunque siempre con las máximas garantías para usted. Tendrá una nueva identidad que le permitirá mantener su personalidad y toda su carrera, excepto sus últimos años en el CNI. Su historia será lo más simple posible: estuvo en el cuartel de Intxaurrondo, en San Sebastián, y nunca salió del mismo, excepto para una misión de seis meses en el extranjero. Hace un mes pidió la baja en la Guardia Civil y está buscando un trabajo en el que ganar el dinero que cree merecerse. Este mes lo ha pasado sin trabajar, viviendo en una pensión que pertenece a un antiguo agente en la calle Arenal y a la que se trasladará inmediatamente. Los detalles concretos, como las operaciones en que ha participado estos últimos años en el País Vasco y cosas así, se los darán después en Documentación. Memorícelos perfectamente. Su misión consiste en no separarse de Smirnov y obtener todos los datos posibles de la preparación del asesinato. Los implicados están sometidos a vigilancia, como ya sabrá porque ha participado en alguna de ellas, y siempre tendrá a algún compañero todo lo cerca que podamos. ¿Quiere hacerme alguna pregunta?

—Está claro que me han elegido porque vivo solo y mi familia está lejos —recapituló, olvidándose de mencionar su apasionada relación con Ela—. Pero si me piden nombres de amigos o alguien que pueda dar referencias, ¿qué respondo?

—La agencia de seguridad le avalará y la contestación a todas esas preguntas se las darán los de Documentación en un rato. Usted sea competente y duro, pero dispuesto y trabajador. Es lo que quieren y para ganárselos tiene suficiente capacidad.

—¿Investigarán mis cuentas bancarias o mi residencia en el País Vasco?

—No se preocupe de nada. Todos los departamentos de la unidad están dedicados prioritariamente a esta operación. Por ejemplo, la tarjeta Visa de su nueva identidad está activada desde hace años y refleja ingresos y gastos. A partir de ahora se llamará Ramón Díaz ¿Alguna pregunta más?

A Carballo se le agolpaban las dudas, pero prefirió no hacer patente su nerviosismo. Era la conversación más importante que había tenido nunca con el subdirector de la División y prefería no desbarrar en ningún tema.

—Estoy dispuesto. ¿Cuándo deberé dejar el servicio?

—Tiene la cita con el empresario mañana. El jefe de Documentación le explicará todo lo necesario y tiene ese tiempo para prepararse su papel. Como ya sabe, no debe decir nada ni despedirse de nadie.

Así lo hizo. Sin remordimientos y sin pararse a pensar lo que pensarían sus compañeros cuando vieran que no aparecía. Todos convivían con el secreto. A veces se les pegaba a la piel un sudor frío molesto, que no intentaban arrancarse porque era su fiel compañero de viaje.

El despacho de Bogdanov, al que todos llamaban Misha, era tan impersonal y destartalado como él. Tenía un recibidor en el que apenas cabía un paragüero y una habitación de quince metros cuadrados, con una mesa de despacho, un par de sillas, un armario enorme hasta el techo y un mapa de Madrid colgado en la pared, en el que había marcado con rotulador rojo diversos puntos de la ciudad. Eso sí, tecnológicamente estaba a la última: dos ordenadores portátiles, un fax, un teléfono fijo y uno móvil.

Cabanas esperaba más del lugar de trabajo del hombre de máxima confianza de un empresario como Smirnov, pero se ajustaba a lo lógico de un matón que se movía en los bajos fondos y no apreciaba la comodidad y suntuosidad habituales en otros trabajos. Acostumbrado a fotografiar mentalmente todos los detalles de los lugares en los que entraba, en cuanto Misha le abrió la puerta se fijó en su maletín, el que había abierto hacía unos días, y en cuyo interior había escondido un dispositivo para ubicarle en todo momento.

Misha le saludó con un escueto «llegas cinco minutos tarde» y le señaló una de las dos sillas. Inmediatamente abrió una carpeta que guardaba el currículum del guardia civil.

—Roberto Santos, el jefe de la agencia de seguridad encargado de buscar a los candidatos, me comenta que le pareces el más idóneo de todos los que tiene para ocupar el puesto de escolta del presidente. —Paró para mirar a Cabanas, ahora Ramón Díaz, pero el hombre guardó silencio—. Aquí dice que hace un mes abandonaste la Guardia Civil, pero no especifica la razón.

—Estaba cansado de trabajar en el País Vasco.

—¿Por qué no pediste otro destino?

—Me cansé de perseguir terroristas, que era lo único que me gustaba, que me obligaba a trabajar veinticuatro horas al día, y todo por una mierda de sueldo. Si no hubiera dejado el cuerpo me habrían mandado a dirigir el tráfico, lo que no me apetecía en absoluto.

Cabanas sabía que cuanto más cortas fueran sus respuestas a preguntas comprometidas, menos posibilidades tendría de meter la pata. No sentía nervios, pues ya había pasado por situaciones mucho más comprometidas, pero prefería cumplir las reglas.

—¿Con quién trabajaste que yo pueda conocer?

—No sé a quién puede usted conocer, pero no diré nombres de agentes que se juegan la vida en la lucha contra ETA.

—Esto es la vida civil, Ramón, y necesito saber cosas de tu vida pasada antes de contratarte.

—Puede investigar todo lo que quiera —respondió manteniendo el usted— y yo le contaré todo lo relacionado con mi vida, pero sobre los temas operativos no diré nada. Nunca cuento a nadie los detalles de los asuntos en los que trabajo.

—Espero que mantengas esa discreción en el futuro.

—Por supuesto que lo haré.

—Aquí pone que estuviste una temporada destinado en una unidad de la Guardia Civil en Kosovo.

—Participé en el entrenamiento de las fuerzas locales de segundad.

—¿Solo fuiste seis meses?

—El tiempo que duró la misión. Estaba en el País Vasco y consideraron mis jefes que era bueno descansar un poco de terroristas.

«Sobre el tema de Kosovo que hemos decidido meter en el último momento —le había dicho el jefe de Documentación que le preparó la tapadera— habla lo menos posible, pero no te preocupes, porque si tuvieran acceso a la lista de agentes enviados a la zona tu nombre aparecería, porque le hemos pedido a la Guardia Civil que te incluyan».

—Veo que no tienes padres, pero no pone nada de mujer o novia.

—No estoy casado y tampoco tengo novia, aunque no sé qué importancia puede tener eso.

—Aquí lo importante lo decido yo. ¿Eres gay?

—No, no lo soy.

—Pero no tienes novia.

—Que no tenga pareja no quiere decir que no me gusten las mujeres —respondió, consciente de que Misha estaba intentando incomodarle.

—¿Cómo te gustan las mujeres? —preguntó echándose para adelante, apoyando los brazos en la mesa y mirándole desafiante.

Cabanas dudó un momento. Se había imaginado decenas de preguntas extrañas, pero esa no aparecía en la lista. Pensó en describir una relación sin compromiso similar a la que mantenía con Ela, una chica casada, con una atractiva melena, que en el trabajo iba exageradamente formal, aunque elegante, y en sus ratos libres gustaba de la ropa provocativa, pero era un extraño modelo de mujer que no sabría explicar. Después miró a aquel hombre vestido completamente de negro, con una cara dura y un gesto chulesco, y se dio cuenta de que no debía mencionarle nada personal.

—He tenido varias novias, pero mi trabajo ha sido lo suficientemente complicado para que no haya mantenido una relación estable.

—Tienes un currículum muy apropiado para el puesto, pero tu vida es tan oculta que me hace sospechar. Necesito confiar en mis empleados y me cuesta hacerlo en ti.

—Soy lo que tiene escrito en esos papeles y lo que puede ver. Soy bueno, muy bueno, tengo experiencia más que de sobra para el puesto y si me contrata no se arrepentirá.

—Eso espero. Pero te aviso: si me traicionas o haces algo que no me guste, no dudaré en matarte. Piénsatelo, porque exijo la máxima lealtad.

—Necesito el trabajo y por eso estoy aquí. Me he criado en la Guardia Civil en valores que me impiden traicionar a la gente con la que trabajo.

—Eso ya lo veremos.

—Me han dicho que el trabajo consiste en dar seguridad a un empresario.

—El señor Smirnov necesita protección tanto en España como en sus viajes al extranjero. Te convertirás en su sombra y solo descansarás cuando él lo haga.

—¿Cuánto cobraré?

—Te pagaremos seis mil euros al mes, aunque hasta dentro de unos meses cobrarás en negro. Es mucho dinero, pero a cambio deseo que vivas únicamente para tu trabajo. No quiero despistes.

—No los habrá, se lo aseguro.

—Deberás comprarte ropa acorde con el trabajo que vas a realizar. El jefe siempre viaja en primera, se hospeda en hoteles de lujo y trata con gente de alto nivel. Así que nada de vaqueros.

Cabanas había ido a la entrevista con unos Levi’s que se había comprado hacía un par de semanas, porque en la Casa le habían aconsejado que fuera informal a la entrevista. En eso, al menos, se habían equivocado.

—¿Imagino que mantienes tu licencia de armas?

—Por supuesto.

—Y que no tendrás problemas en disparar la pistola si hace falta.

—Ningún problema —respondió con su máximo gesto de dureza.

—¿Has matado alguna vez? —preguntó Misha, intentando nuevamente intimidarle.

—He tenido que disparar, pero no he matado a nadie —respondió diciendo la verdad, para evitar meterse en terrenos pantanosos.

—¿Matarías si hiciera falta?

—Si hiciera falta, claro que sí. No lo dude.

—Espero que no me engañes.

El lugarteniente de Smirnov sacó del bolsillo interior de su chaqueta un sobre abultado.

—Aquí van los primeros seis mil euros. Cómprate algo de ropa y no te lo gastes todo esta tarde. Mañana preséntate en la oficina del jefe y empezarás a trabajar. Te aviso de que tiene un viaje a Bali y deberás acompañarle.

—Estaré dispuesto. ¿Quiere que le firme algún papel por el dinero?

—No hace falta. Si desaparecieras con la pasta te encontraría y no te gustaría descubrir lo que soy capaz de hacer.

Esa noche, después de la cena, con el niño acostado, Ela y Daniel estaban sentados en los sofás rojos del salón, uno enfrente del otro, cerca de la televisión, que como siempre en los últimos meses estaba encendida. De tanto compartir entretenimientos con su hijo, el hombre de la casa se había aficionado a los juegos de ordenador y estaba enganchado al de los Sims, cuyo objetivo era crear y desarrollar una familia. Antes nunca lo habría hecho, pero ahora seguía las series americanas o españolas y al mismo tiempo prestaba atención a su familia virtual. Así se le hacían más llevaderos los silencios que compartía con su mujer.

Ela había dejado de seguir las series de forenses, asesinos sin sentimientos o mujeres locas por conseguir la fama. Se sentaba cerca de la televisión, incluso la miraba, pero no la veía. Prefería aprovechar el momento de tranquilidad para pensar en sus problemas laborales o personales. Solo habían pasado unos días desde la tensa discusión con su marido en presencia de su padre, pero le parecía una eternidad.

—¿Vas a seguir sin hablarme muchos días? —preguntó con delicadeza a su marido, que parecía un niño embobado delante de la pantalla del ordenador.

—¿Y tú vas a seguir pasando de mí muchos días? —preguntó a su vez Daniel sin apartar la vista de su familia virtual.

—¿Puedes prestarme atención un momento? —le pidió al mismo tiempo que cambiaba bruscamente de postura para mirarle directamente, se le subía la falda y dejaba una parte de sus muslos al aire.

—¿Qué quieres? —respondió colocando el ordenador sin apagar a su lado sobre el sofá y mirándola, sin poder evitar fijarse en sus bonitas piernas.

—Antes eras más comprensivo cuando pasaba una mala racha. Siempre estabas dispuesto a ayudarme.

—Sabía lo que te ocurría, lo que se te pasaba por la cabeza, pero ahora cuando te miro es como si fueras invisible —afirmó mientras con el mando a distancia apagaba la televisión.

—Siento estar tan rara, pero no sabes lo que se me está complicando el trabajo.

—Antes de que te ascendieran ya estabas torcida —matizó Daniel con disgusto.

—¿Es que acaso crees que los puestos los regalan? Nada es gratis y menos en la Casa. Allí si quieres algo tienes que pelear a muerte por ello. Primero hay que enterarse de quién va a ser el nuevo jefe, después hay que buscar amigos o relaciones comunes…

—Eso de conspirar siempre se te ha dado muy bien —dijo, restando importancia a sus preocupaciones.

—Daniel, yo te quiero, pero tienes una retranca que es para hacértela mirar por un psiquiatra.

—Deberías acompañarme y explicarle por qué estoy tan hasta las narices de que mi mujer pase de mí. Quizá él te cuente que a veces para sobrevivir hay que distanciarse de la realidad que te atormenta.

—¿Yo te atormento? —preguntó Ela endureciendo el tono de sus palabras.

—Mira, amor, porque todavía eres mi amor, aunque si esto sigue así no te puedo asegurar por cuánto tiempo. Tu vida ya no está en esta casa. A tu hijo Manolo apenas le ves. Conmigo casi no coincides. Ya casi no recuerdo cuándo fue la última vez que hicimos el amor…

—Esas tenemos —Ela le interrumpió enfadada—, ahora resulta que el problema es que no hacemos el amor. Todos los hombres sois iguales: medís la calidad de vuestras relaciones por el número de polvos que echáis.

—Te estás alejando del asunto —afirmó Daniel inusualmente tranquilo—. Podría comprender que con tantas preocupaciones lo hiciéramos menos, pero cualquiera reconocería como un síntoma que lleves tantas semanas sin tocarme. Espera —la frenó cuando le iba a contestar—. No solo me preocupa que pases de tu hijo y de mí, es que hasta lo haces de tu padre.

La directora de Operaciones iba a saltar, pero se frenó. En el fondo sabía que llevaba unos meses sin tiempo para su familia, pero no entendía que su marido se hubiera convertido en un peso muerto, que antes la ayudaba a contemplar los problemas con una perspectiva diferente, pero que ya no servía ni para eso. Por no hablar de esa barriguita cervecera y futbolera que le estaba creciendo. Quizá por eso había caído en la tentación de Cristóbal, un hombre con el que podía hablar, que le daba marcha y ganas de vivir, todo lo que ahora necesitaba.

—Mi padre es una de mis preocupaciones y prefiero no hablar de él.

—¿Lo ves? Antes lo compartíamos todo. Ahora ni te dignas hablar conmigo. —Y se inclinó para coger el ordenador.

—¡Déjalo donde está, hombre! —gritó malhumorada, consiguiendo paralizar la acción de su marido—. ¿Quieres que te cuente lo que me pasa con mi padre? —sin esperar respuesta continuó—: Creo que puede estar involucrado de alguna manera en un intento de magnicidio.

Daniel se quedó paralizado y fijó su atención en ella. A Ela le pareció que le miraba las piernas y se bajó instintivamente la falda: «Pase lo que pase —pensó—, a este tío solo le importa el sexo».

—Hace unos días —continuó hablando— descubrí que Roberto, ya le conoces, el amigo de toda la vida de mi padre, que si pudieran se irían a vivir juntos… Pues ese está metido en una operación internacional para asesinar a un personaje inglés.

—Ela, no seas paranoica: ¿cómo va Roberto a sus sesenta y muchos años a intentar matar a nadie?

—Un testigo hizo el retrato robot de la persona que encargaba el asesinato. Era tan idéntico a Roberto, que en cuanto lo vi tuve que destruirlo inmediatamente para que nadie lo descubriera. Esto sí es un drama: la directora de Operaciones cargándose una prueba para proteger al mejor amigo de su padre.

—Me cuesta pensar en Roberto como un asesino, la verdad —dijo Daniel todavía alucinado.

—Lo peor no es eso —siguió Ela, y se paró.

—Lo peor es —retomó el hilo su marido, leyendo sus pensamientos— que si Roberto está metido en un lío, crees que tu padre también.

—Bien, creí que de tanto jugar al ordenador se te había helado la mente.

—¿Qué más sabes? —preguntó analizando la conspiración, sin prestar atención a la puya.

—El asesino profesional que intentó contratar Roberto no aceptó el trabajo y unos días después apareció muerto, con la lengua atada al cuello. Acto salvaje que puede tener que ver con el hecho de que en uno de esos viajes que hago sin contarte y que tan mal te sientan —paró para comprobar su reacción y siguió— estuve en Praga interrogando al asesinado.

—¡Dios santo, qué lío! —exclamó Daniel, que se había olvidado momentáneamente de sus problemas conyugales—. ¿Crees que Roberto pudo matarle y cortarle la lengua?

—Le considero incapaz. Pero tampoco le creía capaz de organizar un asesinato y de eso no tengo dudas.

—Espera. Has dicho que Roberto encargó el asesinato, pero lo lógico es que alguien a su vez se lo encargara a él, porque seguro que no tiene motivos personales para matar a un inglés.

—Quizá necesite dinero o tenga que devolver un favor.

—El dinero me parece un buen motivo. Eso lo podéis averiguar vosotros.

—Te he dicho que nadie más que yo en el servicio conoce su participación. —Se levantó, retiró el ordenador del sillón y se sentó junto a su marido, más cerca de lo que habían estado en las últimas semanas—. No puedo encargárselo a nadie.

—Pero sí puedes contratar a alguien que esté fuera de la Casa y sea bueno. Alguien de tu confianza. Dile que el amigo de tu padre está raro, que no sabes si se está arruinando con el juego o con alguna secta y que quieres ayudarle a solucionar sus problemas.

—Claro —respondió pensativa Ela, al mismo tiempo que cogía las manos de su marido entre las suyas—, y puedo decirle que investigue también a mi padre. Los dos están juntos y lo que pueda pasarle a uno, seguro que le pasa al otro.

—Debes tener mucho cuidado —siguió Daniel, mientras acariciaba suavemente las manos de su mujer—, porque si no controlas la situación no solo te echarán del CNI, sino que puedes acabar en la cárcel.

—No puedo imaginar a mi padre participando en un crimen. Mañana tendré más datos. He quedado con Juan Maldonado, el que fue su jefe durante muchos años.

Daniel la abrazó muy fuerte para que se sintiera acompañada y comenzó a besarla en el pelo.

—Ya verás, cariño, como todo sale bien —le susurró.

—Lo que no te he contado es lo de mi abuelo, que por esas coincidencias del destino también ha aparecido en la operación.

Ela se separó de Daniel y le besó levemente en los labios.

—Ya solo nos faltaba —dijo su marido— que el abuelo fuera el cerebro de la operación.

Ela se levantó y animó a su marido a que la imitara. Después le agarró por la cintura y se lo llevó a la habitación.