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Jon Corso

Verano de 1967

La relación con Destiny duró tres semanas y media y acabó de forma abrupta cuando Jon menos se lo esperaba. Destiny era un regalo que no estaba seguro de merecer. La atracción que sentía por ella era tan fuerte y tan imperiosa que dio por sentado que lo acompañaría durante el resto de su vida. Destiny era voluptuosa, procaz y desinhibida. Los dos embarazos le habían dejado huella, pero no se avergonzaba en absoluto de su cuerpo. Pecas, lunares y cicatrices, los pechos pequeños y caídos, el abdomen un poco abultado o las cartucheras: nada parecía importarle. A lo largo de los años Jon dormiría con un sinfín de mujeres cuyos cuerpos rozaban la perfección, pero casi todas se avergonzaban de su físico. Se mostraban descontentas con el tamaño de sus pechos o con la forma de sus culos, y le señalaban defectos que Jon era incapaz de ver. A él le parecían hermosas, pero requerían continuos halagos que les permitieran olvidar todas esas imperfecciones imaginarias.

Jon estaba encandilado con Destiny. Era un principiante en cuestiones sexuales, pero se mostraba tan entusiasta como ella. Pese a que Destiny afirmaba tener una relación abierta con Creed, ni se les ocurrió encontrarse en casa de los Unruh, donde Creed y Shawn salían y entraban del autobús escolar continuamente. En la casa, Deborah era una presencia constante. Rain jugaba con otras niñas e iba a clases de natación y de gimnasia. Siempre había coches yendo y viniendo; niños a los que venían a recoger o a los que dejaban en la casa. Sólo les quedaba una opción: encontrarse en el estudio de Jon en cuanto ella pudiera escabullirse. Como medio de transporte, Destiny tomaba prestado el Buick de los Unruh.

Mientras Walker estaba de vacaciones en Hawai, Jon mantuvo una neutralidad estricta cada vez que se reunía con Creed y Destiny, asegurándose de que el cambio en su relación con ella no resultara evidente. Por naturaleza, Destiny habría preferido convertir la situación en un melodrama. Disfrutaba provocando enfrentamientos, y qué mejor ejemplo que dos hombres compitiendo por la misma mujer, especialmente si se trataba de ella. Era un tema recurrente en la literatura clásica. La competición entre Jon y Creed la volvería más deseable. Destiny era el premio por el que batallarían hasta que uno de los dos fuera derrotado. Jon no pensaba caer en la trampa. No le tenía ningún respeto a Creed, pero no veía por qué debía humillarlo para satisfacer el afán histriónico de Destiny.

Mientras la esperaba en su estudio, a Jon le daba la impresión de que el tiempo se había detenido. Se despertaba temprano y se quedaba en la cama recordando lo que habían hecho, y luego fantaseaba sobre lo que harían en su siguiente encuentro. Nunca sabía cuándo llegaría Destiny, ni si conseguiría escabullirse. No tenía ni idea de cómo excusaba sus ausencias, y tampoco le importaba. La muchacha solía llamar sin previo aviso a la puerta que estaba al pie de la escalera. En la primera planta había una segunda puerta, y cuando Jon acudía a abrirla, Destiny ya subía los escalones de dos en dos. Nada más verlo se echaba en sus brazos, riendo y jadeando por el esfuerzo. Se encerraban en su habitación y hacían el amor con frenesí, empapados en sudor. Destiny le enseñó los misterios del placer y del exceso, y satisfizo todos sus apetitos carnales. Entre sesiones de sexo fumaban porros de marihuana, hasta que el humo volvía irrespirable el estudio de Jon. De vez en cuando bajaban trabajosamente las escaleras, casi siempre desnudos, y entraban en la casa principal para arramblar con las mejores botellas de Chardonnay de la bodega de Lionel. La hierba les abría el apetito, por lo que devoraban todo cuanto caía en sus manos. Solían comer porquerías, porque Jon no tenía dinero para comprar nada más. Donuts, patatas fritas, chocolatinas, galletas, mantequilla de cacahuete con crackers…, sus festines improvisados eran tan intensos como sus coitos.

A fin de tener tiempo para correr, una de sus actividades favoritas, Jon se esforzaba por salir de la cama a las ocho de la mañana. Levantaba pesas sin demasiado convencimiento, y muchos días se lo saltaba. Veía a Destiny algunas tardes al azar, y después de que ella se hubiera ido, Jon dormía la siesta, buscaba cualquier cosa en la casa para comer y luego se sentaba a su escritorio, normalmente hacia las nueve. Trabajaba hasta altas horas de la madrugada y apenas dormía: no había otra forma de cumplir con su cometido. La hierba, la fatiga y el alcohol estaban empezando a pasarle factura: no podía pensar con claridad y perdía constantemente la concentración, lo cual suponía un problema cuando llegaba el viernes y tenía que entregarle los deberes al señor Snow. A finales de la segunda semana, cuando quiso darse cuenta, se le había echado encima el día de entrega y se vio obligado a permanecer despierto durante toda la noche, escribiendo de forma febril hasta el amanecer.

Se le ocurrió una idea interesante acerca de un chico que vivía con una manada de perros salvajes; el relato se desarrollaba en el Sur profundo: Georgia, Alabama, o en algún lugar semejante. Se imaginó que el chico vivía bajo el porche de una casa de madera destartalada y se alimentaba de sobras. Casi podía oler la mugre y el hedor animal del muchacho. Jon escribió acerca de las calurosas noches veraniegas en las que el viento estaba en calma y los perros aullaban a lo lejos, llamando al chico. No tenía ni idea de cómo acabar el relato, pero el comienzo fue prometedor: quince páginas a doble espacio.

Entregó lo que había escrito y se sentó como hacía siempre, fingiendo indiferencia mientras esperaba la respuesta del señor Snow. Esta vez su profesor releyó varias páginas y después las hojeó todas frunciendo el ceño.

—No le gusta —dijo Jon.

—No es eso. No sé qué decir. No es que esté mal, la prosa me parece pasable. Tiendes a emplear un estilo melodramático, pero no funciona porque la historia no resulta creíble. Puede que pretendas describir un ambiente inhóspito, pero en realidad resulta almibarado. ¿Sabes algo acerca del Sur? ¿Has estado allí alguna vez?

—Me lo he imaginado todo. ¿No se trataba de eso?

—¿Pero por qué has elegido este argumento? Mencionas a cinco o seis perros, y no veo que haya ninguna diferencia entre ellos. Vale, uno tiene los ojos amarillos y otro un pelo muy áspero. Me estás dando características físicas, pero no rasgos de personalidad. Aunque estés describiendo a unos perros, tienes que diferenciarlos. De ahí surge el conflicto. Además, escribes sobre un chico que no tiene personalidad alguna, y eso es difícil de entender dada la situación en que lo has metido. ¿Dónde se halla Jon Corso en todo esto? Por lo que sé, lo que describes aquí no tiene ninguna relación con tu vida, tus problemas, tus esperanzas o tus sueños. Espera, hay algo que quizá debiera preguntarte primero. ¿Has vivido alguna vez con una manada de perros?

—Últimamente no —respondió Jon, intentando sonar sarcástico. La crítica le había dolido. El señor Snow era franco y no tenía pelos en la lengua. Jon quería desaparecer, pero el señor Snow aún no había terminado.

—Escribes lo primero que se te ocurre, por eso te falta convicción. ¿Entiendes a lo que me refiero? Es pura verborrea, un montón de frases huecas. Bla, bla, bla. El relato no significa nada para ti, y te aseguro que a mí también me importa un carajo.

—¿Hay alguna manera de arreglarlo?

—Claro. La solución más rápida consiste en tirarlo a la papelera y empezar de nuevo con otro tema. Te distancias demasiado del texto, cuando deberías escribir con el corazón. De eso va la literatura, de la conexión entre lector y escritor. Esto es una mierda. Consigues que parezca un relato, pero escribes por pura inercia. Quiero ver el mundo desde tu perspectiva. Si no me la ofreces, hasta un mono podría sentarse y escribir algo así.

—¡Y una mierda! Me dijo que podía escribir lo que quisiera, y ahora se carga todo lo que he hecho.

El señor Snow ladeó la cabeza.

—De acuerdo, tienes razón. Culpa mía. Saltémonos el asunto del contenido y hablemos del proceso. Te estás escondiendo. No me dices nada acerca de ti. Agitas las manos esperando distraer al lector para que no se dé cuenta de todo lo que ocultas. Tienes que hacerte visible. Tienes que abrirte y dejarte llevar por los sentimientos. Enfadado, triste, contento. Tú eliges. No digo que tengas que escribir tu autobiografía, pero tu vida y tus experiencias deberían ser tu fuente de inspiración. Si quieres escribir, tienes que decirme cómo se ve el mundo desde tu perspectiva. Debes absorber la realidad para luego deconstruirla y volver a ensamblarla desde el interior.

—No tengo ni idea de lo que me está hablando.

—¿No has odiado nunca a nadie? ¿No te has vuelto loco de celos, o de miedo? ¿Tu perrito se muere y tienes que irte corriendo a tu habitación para que no te vean llorar?

Jon consideró lo que le decía su profesor y luego se encogió de hombros.

—No hay nada que me afecte de esa manera.

—Seguro que lo hay. Tienes dieciocho años: eres una mezcla de hormonas, emociones, testosterona y angustia vital. ¿Sabes qué es lo único peor que un chico adolescente? Una chica adolescente. No quiero que escribas desde aquí —dijo el señor Snow dándose golpecitos en la cabeza, para luego llevarse la mano al pecho—. Quiero que escribas desde aquí. El oficio de escritor es duro, y sólo se aprende a base de práctica. No es posible redactar algo deprisa y corriendo y esperar que sea bueno. No puedes hacer las cosas a medias: escribir lleva su tiempo. Si quieres ser concertista de piano, no puedes tocar cualquier cancioncilla y esperar que te contraten en el Carnegie Hall. Debes sentarte y ponerte a escribir. Todo lo que puedas, cada día de tu vida. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

Jon esbozó una sonrisa.

—No del todo.

—Bueno, ya lo entenderás. —El señor Snow agitó las páginas frente al rostro de Jon—. Hay algo que tengo que reconocer. Por flojo que sea lo que has escrito, detecto una minúscula chispa de talento entre tanta palabrería. Eres capaz de conseguirlo. Posees un don. El truco consiste en dejar que brille tu luz interior. Ahora sal de aquí. Te veré la semana que viene, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Debes escribir cada día, Jon. Te lo digo muy en serio. No finjas, no pierdas el tiempo a lo tonto y no te escaquees.

Cuando Walker volvió de Hawai, la primera vez que los cuatro se reunieron en el autobús le bastó con mirar a Jon para percatarse de lo que sucedía. Por una vez, Destiny se controló. Guardó en todo momento las distancias y se mantuvo impasible. Jon, Creed y Walker fumaron algo de hierba y le dieron a la lengua mientras ella permanecía sentada con las piernas cruzadas sobre el césped, leyendo cartas de Tarot. Jon creía que habían conseguido disimular, pero cuando Walker y él se hubieron alejado lo suficiente como para que Creed y Destiny no pudieran oírlos, Walker se volvió hacia Jon, consternado.

—¿Qué coño estás haciendo, tío? ¿Te has vuelto loco?

—No recuerdo haberte pedido tu opinión.

—Pues te la pienso dar de todos modos. Destiny es una puta y además es imbécil.

—No pareces tan quisquilloso cuando se trata de las chicas que te follas tú.

—Porque son simpáticas y, sobre todo, limpias. Destiny es una guarra.

—No quiero seguir hablando de esto, ¿vale?

—¿Y qué pasará si Greg os pilla? ¿Cómo puedes hacer algo así en sus narices?

—Tienen una relación abierta.

—Sí, seguro. Si te tragas eso, es que eres idiota. —Walker hizo un gesto de exasperación con la cabeza—. Vas a lamentarlo, colega. Te lo advierto, esto no acabará bien.

—Gracias. Me llega al alma que te preocupes tanto por mí.

Los sábados le pertenecían, y la libertad constituía un alivio. Destiny, Creed y Sky Dancer se iban temprano al mercado del centro y pasaban el resto del día haciendo recados. Destiny quería aprender a teñir ropa anudada, por lo que fue a los almacenes Sears y robó media docena de paquetes de tres camisetas blancas cada uno, que pensaba teñir por lotes y vender después en la playa. Jon agradecía disponer de tantas horas libres. La noche del viernes durmió de un tirón, y al levantarse se puso una camiseta y unos vaqueros recortados, preparó una cafetera y se llevó una taza a su escritorio. Volvió a leer el relato sobre el chico que vivía con perros salvajes y esta vez se estremeció de vergüenza al leer ciertas frases que antes le habían parecido líricas. Mientras redactaba el relato creyó emplear un lenguaje «exuberante». Repasó el texto línea por línea, tachando cualquier frase que le sonara trillada o pretenciosa. Al final salvó como mucho medio párrafo. Siguió el consejo del señor Snow y echó el resto a la papelera.

Durante un rato bebió café a sorbos, miró por la ventana y pensó en el sermón del señor Snow. Al hablarle de celos y de rabia, al preguntarle si había alguien a quien odiara, Jon se quedó en blanco. Tampoco supo responder a la pregunta de si alguna vez se había sentido apesadumbrado. ¿Qué coño sabía él sobre gilipolleces de ese tipo? Se imaginaba que la pérdida de un animal muy querido podría provocar desazón, pero nunca había tenido una mascota. De niño, el asma de su madre le impidió tener animales en casa. Lo único bueno acerca de la irrupción de Mona en su vida, pensó entonces Jon, fue la posibilidad de pedir una mascota. Pero dicha posibilidad se desvaneció enseguida, junto a cualquier esperanza que Jon pudiera albergar. Mona era alérgica a los gatos y pensaba que los perros daban demasiado trabajo. Mona mandaba. A los demás no les quedaba más remedio que obedecer.

Mona la Increíble. Tenía muchas cosas que decir sobre ella y ninguna agradable.

Abandonó la máquina de escribir, se hizo con un bloc de papel amarillo y se acomodó en la cama deshecha, con la cabeza apoyada en varias almohadas. Las sábanas aún olían a sexo, un olor menos evocador de lo que le había parecido en ocasiones anteriores. Pensó en Mona mientras mordisqueaba el lápiz. No se le ocurría por dónde empezar. Por mucho que la odiara, sabía que no podía hablar de ella sin poner en peligro la relación que tenía con su padre y, lo que era más importante, sin que lo echaran de casa de una patada en el culo. No pensaba enseñarle a nadie sus textos, pero sería muy típico de Mona esperar a que saliera de su estudio para ponerse a hurgar entre sus cosas.

Oyó que alguien golpeaba la puerta de la planta baja y dejó a un lado lápiz y papel, enfadado por la interrupción. Si era Walker, le diría que se volviera a su casa. Abrió la puerta justo cuando Destiny llegaba a la parte superior de las escaleras. Parecía eufórica y era todo sonrisas. Después de abrazarlo, le explicó entre carcajadas que había dejado a Creed y a Sky vigilando los recipientes llenos de tinte en el jardín. Les había dicho que iba a agenciarse más camisetas, por lo que sólo disponían de una hora. Cuando ya empezaba a desnudarse se percató del humor de Jon.

—¿Pasa algo?

—El sábado es el día que escribo. Llevo un rato dándole vueltas a un par de ideas y necesito estar solo.

—No me voy a quedar mucho tiempo. Puedes escribir cuando me haya ido. Creía que estarías muy contento de verme.

—Y lo estoy. Pero tenía la cabeza en otra parte.

Después de desnudarse, Destiny se apretó contra él y le palpó la entrepierna. Ya tenía una erección: probablemente sería un reflejo condicionado. Destiny le bajó los pantalones y lo besó con suavidad abriendo los labios. Luego se arrodilló y tomó su miembro en la boca. Jon la agarró por los brazos y la levantó, besándola con la misma intensidad de siempre. Sonriendo, la chica puso sus pies descalzos sobre los de él y Jon la llevó hasta la cama.

Disfrutó con el sexo. Siempre disfrutaba, pero esa vez ansió deshacerse de ella nada más acabar. Destiny lo distraía, y su intensidad lo agobiaba. Era como si intentaran asfixiarlo con un trapo mojado y caliente. Apenas podía respirar. Destiny debió de notar su distanciamiento, porque se aferró a él como un pulpo que no dejaba de chupar y toquetear. Quería toda su atención y trataba de excitarlo por todos los medios a fin de empezar de nuevo.

Jon le apartó la mano.

—Ya basta. Estoy molido.

—No seas tan cabrón. Nunca me habías rechazado.

—No te he rechazado. ¿Qué más quieres de mí? Acabamos de hacer el amor.

Destiny se tumbó sobre su lado de la cama, con la cabeza apoyada en una mano.

—¿Sabes qué? Estamos hechos el uno para el otro. Encajamos.

—¿Por qué lo dices?

—Es lo que sentí cuando nos conocimos. Como si hubiéramos estado juntos en una vida anterior.

—Sí, claro…

—No, lo digo en serio. Es como si te recordara de algo.

—¿Y qué hay de Creed? ¿Cuántas reencarnaciones has compartido con él?

—No te burles. Creed es un muermo. Se pasa el día deprimido y apagado. Estoy hasta las narices de él, de sus padres y de esta ciudad de mierda. Tengo ganas de largarme de una puta vez.

—Creía que el autobús era de Creed.

—¿Y quién habla del autobús? ¿Para qué están los dedos? Ya viajé a dedo por todo el país antes de liarme con él. Embarazada, con un bebé en brazos. Siempre hay algún tipo que se para y se ofrece a llevarme. Así puedes ir a donde te lleve el viento.

—Pues vete y que tengas buena suerte, pero a mí no me metas en esto.

—¿Dónde está tu espíritu de aventura? ¿No quieres ser libre?

—La verdad es que no. ¿Y qué hay de tu hijo? Puede que no le guste mucho que lo arrastres de un lado a otro para satisfacer tus caprichos.

—Lo dejaré con Creed. Sky adora a Deborah, seguro que estará feliz de la vida.

—No puedes hacer eso. Me dijiste que ni siquiera es hijo de Greg.

—¿Acaso crees que los niños nos pertenecen? ¿Míos, tuyos y suyos? Sky es hijo del universo. Encontrará su propio camino en la vida, no necesita que se lo señale yo.

—Tiene once años. No puedes quitártelo de encima y luego salir corriendo.

—No me lo estoy quitando de encima. Quiero lo mejor para él. De todos modos, Deborah cree que soy una madre terrible y puede que tenga razón. Al menos con ella llevaría una vida normal, si es que eso sirve de algo. Tú y yo nos lo pasaríamos de puta madre. Podríamos ir a cualquier parte. A Nueva Escocia. ¿Has estado alguna vez en Nueva Escocia? Me encanta el nombre. «Nova» quiere decir «nueva». —Apoyó la cabeza contra el pecho de Jon y entrelazó su pierna con la de él.

Destiny tenía la piel caliente y el peso de su pierna lo puso tenso. Sintió que el vello púbico de la chica le raspaba el muslo, como un estropajo metálico.

—Buena idea, pero no saldrá bien.

—¿Por qué no?

—Por si no te habías enterado, tengo dieciocho años y aún vivo con mi familia. Dentro de dos meses iré a la universidad y ni siquiera tengo trabajo.

—Yo tampoco. ¿Quién quiere trabajar cuando es posible mendigar? Deberías verlos en el Haight. Los turistas se paran y contemplan a todos los hippies con la boca abierta. Para ellos es como estar en el zoo. Si pones la mano, te dan dinero. Nos tienen un miedo espantoso.

—No quiero mendigar cuando sea mayor.

Destiny le pasó el brazo por el hombro y lo sacudió con actitud juguetona.

—Venga, cascarrabias. Este es el Verano del Amor. Nos estamos perdiendo toda la diversión.

Jon miró al techo preguntándose cuánto tiempo más tendría que aguantarla antes de poder volver a sus asuntos.

Destiny lo besó en el cuello mientras emitía un sonido gutural como si estuviera excitada.

—Te quiero.

—No sigas.

—Lo digo en serio.

Le chupó el cuello y le mordisqueó el hombro mientras se restregaba contra él, cariñosa pese a la falta de respuesta de Jon.

—Corta el rollo.

—¡Mira que eres gruñón! Además de puritano. ¿No me quieres ni siquiera un poquito? —Le rozó la oreja con los labios y luego se la lamió.

—¡Déjalo ya, joder!

Jon se zafó del abrazo de Destiny, encontró los pantalones y se los puso. Después se alisó el pelo con la mano.

Destiny se incorporó en la cama, nerviosa.

—¿Qué coño te pasa? Me has tratado de puta pena desde que he llegado.

—Ya te lo he dicho, tengo trabajo.

—Menuda trola. No tienes trabajo, eso es ridículo. Escribir no es trabajar.

—¿Y tú qué sabes si ni siquiera acabaste la secundaria?

—Eres un cabrón, ¿lo sabías?

—Muy bien. Soy un cabrón. ¿Y qué?

Destiny se arrodilló y luego se puso a gatear por la cama.

—¿Y qué pasará si Creed se entera de lo nuestro? ¿Crees que no va a ir a por ti?

—Dijiste que teníais una relación abierta.

Destiny alargó la mano y lo tocó, hablándole en tono burlón.

—Pero no sabes si eso es verdad o no. Podría habérmelo inventado.

Jon se incorporó de repente.

—Joder, no digas eso.

Destiny sonrió.

—¿Por qué? ¿Te preocupa lo que pueda hacerte si se lo digo?

Destiny lo sujetó por detrás, rodeándole el cuello con los brazos. Cuando Jon intentaba quitársela de encima, ella se echó a reír y se le subió a la espalda, como si quisiera que la llevara a cuestas. El muchacho se levantó apoyándose en la cama, pero Destiny lo atenazó entre las piernas y le hizo perder el equilibrio. Jon se tambaleó y ambos cayeron al suelo. La caída encendió en él una 11amarada de ira. Destiny se aferró a él como un demonio y le clavó las uñas en el pecho, pero Jon le dio un fuerte codazo para obligarla a soltarlo. Como represalia, la chica lo agarró del pelo y tiró tan fuerte que le dobló el cuello hacia atrás. Jon se dio la vuelta y empujó hacia arriba, arrastrándola consigo. Consiguió levantarse, pero ella lo tenía agarrado del cuello y comenzaba a asfixiarlo. Jon se inclinó hacia delante e intentó derribarla. Destiny gimió y le hizo la zancadilla. Se le dobló la rodilla y volvió a caerse. Era mucho más fuerte que ella, pero Destiny contaba con la ventaja de la tenacidad y no cejaba en su empeño. Jon no pudo agarrarse a ninguna parte, y, aprovechando que perdía el equilibrio, ella volvió a asirlo. Él se echó a un lado para sacudírsela de encima y los dos acabaron en el suelo. Tras caer sobre Destiny, Jon le puso las manos alrededor del cuello y comenzó a asfixiarla, sin percatarse siquiera de lo que hacía hasta que vio la expresión de la muchacha: había triunfo en su mirada. Era una adicta a la adrenalina y había provocado en él un arrebato de ira tan incendiario como el deseo. La sintió estremecerse y la soltó. Destiny se dio media vuelta y lo miró, llevándose las manos al cuello. Ambos respiraban con dificultad. Ella gimió una vez, y Jon cayó en la cuenta de que había alcanzado el orgasmo.

Se la quedó mirando un momento, fascinado. ¿Qué clase de criatura era Destiny, que encontraba la violencia afrodisíaca? La posibilidad de morir en sus manos la excitaría más que nada en este mundo, pero ¿en qué lo convertía eso a él? Ninguno de los dos dijo nada. Destiny se vistió deprisa, sin dejar de llorar. Las manos le temblaban mientras intentaba subirse la cremallera de la falda. Jon permaneció sentado en la cama con expresión aturdida y la cabeza apoyada en las manos.

Cuando Destiny se marchó, Jon se sentó frente a su escritorio e introdujo un folio en el rodillo de la máquina de escribir. Escribió durante cuatro horas, hizo una pausa y continuó escribiendo durante dos horas más. Las palabras fluían sin cesar. Se dio cuenta de que las frases se le ocurrían casi más deprisa de lo que podía escribirlas. Era como escribir al dictado: los párrafos se sucedían, pasando de su cerebro al papel ante sus ojos. Sin pensar. Sin analizar. Sin vacilar. Escribió sobre Mona y sobre la muerte de su madre. Escribió sobre la debilidad de su padre y sobre su soledad. Escribió acerca de lo que sentía al vivir encerrado en su estudio mientras el resto de la familia disfrutaba de las comodidades de un hogar. Escribió sobre su gordura infantil y sobre cómo se sentía al correr diez kilómetros bajo la lluvia. Y, mientras escribía, no pensó ni una sola vez en el señor Snow.

A las diez hizo una pausa. Fue hasta la planta baja y salió al exterior, donde el aire era frío. La casa tenía vistas al océano y pudo divisar el brillo de la luz de la luna sobre el agua, extendiéndose hasta las islas. Se sentía exhausto y lleno de energía a un tiempo. Creyó que nunca volvería a dormir, pero lo hizo. A la mañana siguiente leyó lo que había escrito. Algunos párrafos le parecieron torpes e inadvertidamente cómicos, otros empalagosos y sensibleros. No le importó. Había descubierto lo que se sentía al escribir con el corazón y la sensación lo atrapó. Puede que tardara muchos años en volver a escribir con igual fluidez, pero sabía que merecería la pena intentarlo de nuevo aunque fracasara una y mil veces.

A las ocho se lavó los dientes, se duchó, se vistió y fue en su escúter hasta la casa de Walker por los caminos de herradura que serpenteaban colina arriba. Sólo una vez cruzó una calle pública, e incluso allí no había tráfico. Walker acababa de levantarse y estaba sentado en la cocina en calzoncillos, con el pelo alborotado y la cara marcada por los repliegues de las sábanas.

Jon entró sin llamar, como solía hacer siempre. Se sirvió una taza de café y se sentó.

—Tengo que salir de esa casa antes de que Mona la Increíble vuelva acompañada de toda su prole. Succiona todo el oxígeno que hay en el aire y ya no lo soporto. He pensado que podríamos alquilar un piso juntos cerca de la universidad de Santa Teresa o junto al City College, lo que prefieras.

—Buena idea —dijo Walker—. ¿Y cómo pagaremos el alquiler? ¿Robamos un banco?

—He pensado que podríamos coger prestada a Rain. La entretenemos un día o dos y luego la intercambiamos por una bolsa de dinero. Buen rollo ante todo: la trataremos muy bien y no la asustaremos. Tenemos que conseguir un gatito para que pueda jugar con él. Y le daremos limonada rosa con una buena dosis de tranquilizantes. Mona tiene un montón, he contado cincuenta y dos pastillas. No echará en falta unas cuantas. Tú vives con tus padres, así que será mejor que la llevemos a mi estudio ahora que no hay nadie en la casa. Me han instalado un calentador nuevo para la ducha, y podríamos usar la caja para hacerle una casita. Mientras esté dormida no armará jaleo, y eso nos dará tiempo para negociar.

Walker lo escuchaba con atención.

—De momento, me parece bien.

—La única pega es el trío del autobús escolar amarillo. Tenemos que encontrar la manera de sacarlos de allí.

Walker esbozó una sonrisa.

—Es curioso que lo menciones. Le he estado dando vueltas al mismo asunto…, para ayudarte a ti, desde luego. Puede que estés prendado de esa tía, pero es un mal bicho. Considérate afortunado si no te ha pasado ladillas o gonorrea. No la juzgo, Jon. Me limito a constatar los hechos. Si quieres que se vayan, tanto ella como los otros dos, yo sé cómo conseguirlo a menos que reaccionen de forma muy distinta a la prevista. Si me lo pides, lo haré hoy antes del mediodía.

—¿Cómo?

—Primero llamaré a la oficina de reclutamiento y les diré dónde encontrar a nuestro amigo Greg. Después me pasaré por el autobús y le echaré una indirecta. Supongo que, en quince minutos como máximo, saldrán echando leches de allí. Y tu plan sobre Rain lo podemos poner en práctica cuando hayamos pensado bien todos los detalles. ¿Qué te parece?

—Cojonudo. Eres un genio. Retiro todo lo malo que pueda haber dicho de ti. No pretendía ofenderte.

—No me has ofendido.