27
Jon Corso
Junio de 1967
Una semana después de que su familia se fuera a Europa, Jon llegó a la casa de Walker en su escúter justo cuando este salía del camino de entrada en el Buick Skylark de 1963 que su padre le había regalado el día en que lo aceptaron en la Universidad de Santa Teresa. Era un coche de segunda mano, pero mucho mejor que el horrible Chevrolet que Lionel le había comprado a Jon. Walker se inclinó sobre el asiento del copiloto y bajó la ventanilla.
—Llevo prisa. Deja el escúter en el aparcamiento y métete en el coche.
Jon empujó el escúter por la pendiente, lo aparcó y bajó corriendo por el camino de entrada hasta donde lo esperaba Walker. Se sentó en el asiento del copiloto y cerró la puerta de golpe.
—¿Adónde vamos?
—A Alita Lane. Alucinarás con una pareja que he conocido. Viven en un autobús escolar. Creed y Destiny. Él es un gilipollas, pero con ella flipas. Fueron al instituto con la esperanza de conseguir algo de maría, y Chapman me los envió a mí.
—Cojonudo.
Cuando llegaron a Alita Lane, Walker aparcó a la vuelta de la esquina y los dos se dirigieron a la casa a pie. Walker siempre procuraba evitar a los padres de sus compradores cuando vendía droga. Mencionó, de pasada, que la casa pertenecía a los padres de Creed, Deborah y Patrick Unruh, a quienes Jon conocía por encima del club de campo. Mona idolatraba a Deborah Unruh y aprovechaba cualquier oportunidad para adularla. Jon disfrutó pensando en la cara de Mona cuando le mencionara, como quien no quiere la cosa, que había estado en casa de Deborah. Instantes después, sin embargo, decidió que sería preferible no decir que la conocía. Había ciertas cosas que se suponía que Mona no debía saber, y casi todas empezaron aquel día.
Jon siguió a Walker por el camino lateral de la casa hasta la caseta que había en la parte de atrás, donde estaba aparcado el autobús escolar. Un niño de unos diez años chapoteaba desnudo en la piscina, probablemente orinando en el agua a placer. El autobús escolar estaba hecho un asco por fuera, pero cuando Jon finalmente vio el interior, le pareció genial: tenían colchones, un hornillo de camping y varias cajas de almacenaje. Una colcha de estampado indio hacía las veces de cortina para preservar la privacidad, y dividía el vehículo en dos partes. La pareja dormía en la parte de atrás, mientras que el niño lo hacía en el futón instalado en la parte delantera.
Las puertas del autobús estaban abiertas. El chico trasteaba en el interior, mientras que la chica se había sentado con las piernas cruzadas sobre el césped, haciendo nudos y medios nudos en un cordón de cáñamo para fabricar un tapiz, o algo igualmente inútil dado que el autobús no tenía paredes. La chica levantó la mirada cuando Walker y Jon llegaron hasta ella.
—¡Eh, Creed, tenemos compañía!
Creed salió del autobús y Walker les presentó a Jon. Nadie se molestó en darse la mano. Incluso muchos años después, le sorprendía recordar tan vívidamente aquel momento. Destiny tendría unos veintipico, seis o siete años más que él. Nunca había conocido a nadie tan despreocupado como ella. Tenía las uñas en carne viva de tanto mordérselas, y su pelo era un amasijo de rizos despeinados. En las orejas llevaba grandes aros de plata. Vestía una blusa campesina con escote redondo, una falda larga y sandalias Birkenstock. Estaba algo rolliza y olía a hollín a causa de toda la maría y los cigarrillos que fumaba, pero el olor le recordó a Jon su madre. Destiny era una advertencia ambulante de los peligros para la salud ocasionados por la mala alimentación y la drogadicción. Nada más conocer a Jon mencionó que no estaba casada con Creed.
—¿El niño que está en la piscina es hijo vuestro? —preguntó Jon.
Destiny se echó a reír.
—Mío, pero no suyo. El padre de Sky Dancer podría haber sido cualquiera de entre media docena de tíos.
¿Hablaba en serio? Jon no podía creer que hubiera dicho eso.
Después de charlar un rato, Creed le entregó a Walker un fajo de billetes arrugados a cambio de 30 gramos de maría. Destiny dejó a un lado el macramé y los invitó a «compartir», como ella lo llamó, y entonces se puso a liar el porro más compacto que Jon había visto en su vida, del tamaño de una horquilla. Los cuatro se sentaron en el colchón que había al fondo del autobús, fumando y hablando de naderías. Destiny tenía una risa ronca y salpicaba la conversación con la clase de improperios que a él le parecían propios de hombres. Al cabo de un rato, Jon se fijó en que ella lo estaba observando. Pese a ser algo corto, Creed tenía que haberse dado cuenta del comportamiento de Destiny, pero no parecía preocuparle.
Jon se ponía paranoico cuando fumaba maría, y empezó a preocuparse por el niño al que habían dejado solo en la piscina. De vez en cuando encontraba algún pretexto para salir del autobús y se iba a vigilarlo. No era responsabilidad suya, pero la madre del niño no parecía inmutarse. En un momento dado, mientras el niño chapoteaba en la parte menos profunda de la piscina, Destiny apareció a su lado y se le acercó más de la cuenta. Jon enmudeció al notar el calor que emanaba de su piel. Cuando Destiny le habló, inclinando la cara para mirarlo, Jon pensó en esas escenas de las películas en las que los amantes están a punto de besarse. ¿Por qué se le insinuaba de esa forma cuando Creed no se encontraba a más de cinco metros?
Jon centró su atención en el niño, que saltaba una y otra vez desde el borde de la piscina salpicando al caer de pie en el agua.
—¡Eh, Sky Dancer, descerebrado de mierda! —gritó Destiny—. ¿Qué coño te pasa? ¿Quieres darte un golpe en la cabeza y ahogarte? Ven aquí antes de que te partas el cráneo y te mueras.
El niño se aferró al borde de la piscina y se fue acercando hasta ella. Destiny se inclinó y lo sacó cogiéndolo de un brazo. Sky Dancer se sentó hecho un ovillo y se puso a tiritar.
Jon la miró fijamente.
—¿Cómo dices que se llama?
—Sky Dancer. Es su nombre espiritual, igual que Destiny es el mío. ¿Por qué? ¿Te parece raro?
—No es eso. Es que no había entendido bien lo que habías dicho.
Destiny musitó algo y luego se volvió hacia él, esperando una respuesta.
—Lo siento, no te he oído.
—Sí que me has oído —respondió ella, sonriendo lentamente.
Jon se la quedó mirando un momento y luego le dio una excusa y volvió al autobús. ¿A qué estaba jugando?
Desde aquel día, Walker y Jon pasaban casi todas las tardes con Creed y con Destiny. En su compañía, Jon guardaba las distancias y apenas la miraba a los ojos, pero se dedicaba a observarla a escondidas. Se fijaba en todos sus gestos y admiraba su risa escandalosa y su aire de confianza. Destiny no se afeitaba las piernas ni las axilas y exudaba un olor animal que lo excitaba de una forma extraña. Ella solía ignorarlo, pero Jon sabía que estaba tan pendiente de él como él lo estaba de ella. Era la antítesis de las chicas que salían en los pósteres de Playboy, y no tardó en convertirla en el objeto de sus fantasías.
Cuando Walker hacía otras entregas, Jon cogía su escúter para tener transporte propio. Años después no podría recordar qué motivó la conversación sobre el dinero. Aquel día Walker llegó quince o veinte minutos después que él. Los tres —Jon, Creed y Destiny— estaban sentados fumando maría como de costumbre, mientras Creed despotricaba de sus padres. Walker se tumbó en el colchón y le dio una calada al porro cuando se lo pasaron.
Jon dirigió una mirada a Walker y luego se volvió hacia Creed.
—Empieza de nuevo y cuéntaselo a Walker. Es muy bueno para los números.
—Como le estaba diciendo a Jon antes de que llegaras —explicó Creed—, mi abuelo me dejó bastante dinero en su testamento, pero mis padres se niegan a dármelo. Dicen que no puedo cobrarlo hasta que cumpla los treinta. ¿No es una putada?
—Su padre es un cabrón —aseguró Destiny—. Creed tiene derecho a recibir el dinero. ¿A él qué le importa lo que haga o deje de hacer su hijo?
—¿De cuánto dinero estamos hablando? —preguntó Walker.
—De cuarenta de los grandes —respondió Jon.
—Genial —dijo Walker—. ¿Cuál es el trato? ¿Tu abuelo te lo dejó en fideicomiso?
—Estrictamente hablando, sí, pero eso es una gilipollez. Mi padre podría aflojar la mosca si quisiera. Está forrado.
—¿Para qué necesitáis cuarenta mil pavos? ¿Planeáis iros de crucero? —preguntó Jon sin levantar la voz.
Creed y Destiny se miraron, y Creed contestó:
—Vamos a comprar una granja. Hemos dado mil dólares como paga y señal y necesitamos el resto antes de fin de mes.
Jon se echó a reír.
—¿Una granja? ¿Estáis de coña?
Creed frunció el ceño.
—¿Qué tiene de malo? Pensamos cultivar la tierra. Criar pollos, cabras, ovejas y todo eso.
—Yo aprenderé a hacer jabón, y puedo vender todas las cosas que hago de macramé —añadió Destiny—. Seremos completamente autosuficientes. Va a ser una pasada.
—No me digáis que pensáis comprar una granja —interrumpió Jon—. ¿De qué coño habláis? ¿Cómo queréis «cultivar la tierra» cuando no sabéis una mierda del tema?
Jon despreciaba a Creed y le encantaba pincharlo. A veces Destiny se ponía del lado de su novio y en otras ocasiones se enfrentaba a él, burlándose como hacía Jon. Hoy tocaba defender a su hombre.
—Estamos hablando de una comuna, gilipollas —dijo Destiny—. No seas tan capullo. Todo el mundo echará una mano.
Jon apenas pudo reprimir una sonrisa.
—Vaya, discúlpame. Una comuna. Bueno, eso lo explica todo.
Destiny se picó.
—Joder, Jon. ¿Quién te ha preguntado lo que piensas? ¿Por qué intentas chafarnos siempre? Guárdate tus opiniones.
—Eh, venga, Des. ¿Por qué no les decimos la verdad? —preguntó Creed.
—¡Porque no es asunto suyo!
—¿El qué? —preguntó Walker.
—Nada. Déjalo ya —respondió Destiny.
Creed la ignoró.
—Vamos a emigrar.
—Cierra la boca, Creed. Ya has dicho bastante.
—¿Adónde? —preguntó Jon.
—A Canadá.
Destiny empujó a Creed a un lado.
—¿Sabes cuál es tu problema? Eres incapaz de tener cerrada esa bocaza.
—Tranqui, nena. ¿Por qué no te calmas? Son amigos nuestros, ¿vale? —Creed se volvió hacia Jon—. Recibí el aviso de la oficina de reclutamiento hace tres semanas. Nos reenviaban las cartas a un apartado de correos de Oakland, y allí estaba. Sabía que era cuestión de tiempo que dieran conmigo. A menos que me vuele un dedo del pie de un disparo, o que diga que mojo la cama por la noche, estoy bien jodido. Soy carne de cañón.
—¿Así que os largáis a Canadá? —preguntó Walker—. De puta madre.
—Creía que todo el mundo iba a Suecia —comentó Jon.
—Qué va, ir a Canadá es más fácil. Cogeremos el viejo autobús amarillo y nos dirigiremos al norte. Ni siquiera necesitaremos pasaporte.
—Los cuarenta mil son para cubrir gastos mientras esperamos a que nos concedan la nacionalidad —añadió Destiny.
Jon la miró.
—¿Y qué pasará si os pillan?
Destiny lo fulminó con la mirada.
—Tío, me estás cabreando. ¿A qué viene tanta negatividad? Me das malas vibraciones.
—No os intento chafar. Sólo pregunto qué haréis si acaban encontrándoos —aclaró Jon.
—No necesitamos tus consejos, tarado de mierda. Tienes dieciocho años.
—¿Crees que los padres de Creed se van a tragar ese cuento chino de la granja?
—Basta, Jon. Sal de aquí. No tenemos que aguantar tus gilipolleces —le espetó Destiny.
Jon sonrió.
—Está bien, ignórame, pero te estoy diciendo la verdad. Los padres de Creed no son tan idiotas. Si les habláis de fundar una comuna se os van a carcajear en la cara.
—Ya lo hicieron cuando sacamos el tema —apuntó Creed.
—No sacaréis ni un centavo a menos que se os ocurra alguna idea mejor.
—Quizá ya se nos ha ocurrido. Lo hemos estado pensando.
—¡Creed!
—¿Qué hay de malo en contárselo para que nos den su opinión?
—Estupendo. ¿Y dejar que luego se chiven? Menuda ayuda.
—¡Corta el rollo! —interrumpió Walker—. No somos soplones.
—Sí, claro.
Jon la observó con interés.
—Ahora habéis despertado mi curiosidad.
Creed le dio dos caladas rápidas al porro y se lo pasó a Jon.
—Se le ha ocurrido a Destiny. Podríamos fingir que han raptado a Rain y que la van a retener hasta que mis padres paguen el rescate. Papá no tardaría ni un minuto en aflojar la mosca.
—¿Un rescate de cuánto? ¿Cuarenta mil? Seguro que se lo van a tragar —dijo Jon.
—Mierda, Jon. ¿Quieres dejar de ser tan cenizo? —replicó Destiny—. Aún estamos puliendo los detalles, ¿vale? Barajamos varias ideas. Como es hija nuestra, tampoco hacemos nada malo.
Jon aspiró el porro hasta avivar la brasa antes de pasárselo a Destiny.
—Creía que los padres de Creed la habían adoptado.
—Legalmente sí, pero sigue siendo hija nuestra —explicó ella.
—Sí, Jon. No te enteras —añadió Creed—. Hacemos que se caguen de miedo, esperamos un par de días y luego les soltamos que es un ultimátum y que sólo van a tener una oportunidad. Si pagáis, os devolveremos a la niña. Si no pagáis, la matamos. Pagarán en un abrir y cerrar de ojos, sin hacer preguntas.
Destiny se animó y empezó a entusiasmarse hablando del tema.
—Parecerá como si alguien la hubiera raptado, pero Rain no correrá ningún peligro.
—Bueno, ahí la vais a cagar —dijo Jon.
—¡Joder!
—No me miréis así. Hago de abogado del diablo. ¿Qué pasará si llaman a la poli o al FBI? Yo lo haría. Tendréis a toda la pasma encima.
—No si lo organizamos bien.
—¿Y cómo vais a planearlo? —preguntó Jon.
—Le estamos dando vueltas. No digo que ya tengamos todas las respuestas —admitió Destiny.
—No tenéis ninguna respuesta.
—¿Dónde vais a esconderla? —intervino Walker.
Destiny consideró la pregunta y luego se encogió de hombros.
—No lo sé. Quizás en un motel.
—¿Quién va a cuidar a la niña mientras vosotros dos os paseáis por ahí fingiendo ser inocentes?
—Puede que entonces ya nos hayamos ido.
—¿Y entonces cómo vais a ir a buscar la pasta?
—Ya encontraremos la manera —respondió Destiny, irritada ante su persistencia.
—¿Por qué no hacéis lo más obvio? —sugirió Jon—. Decidles que está escondida en alguna parte, y que no la entregaréis a menos que os paguen lo convenido. Si no aflojan la pasta, no volverán a verla.
—No creo que mi padre picara —dijo Creed—. Hasta ahora no ha querido darnos ni un centavo.
—No pidáis cuarenta mil, pedid quince mil. Con eso os bastará para salir del país.
—Sí, pero ¿qué pasará si se echan atrás? —preguntó Destiny—. Me refiero a qué pasará si responden que nos la quedemos y que nos larguemos. ¿Entonces qué?
—Entonces supongo que tendréis que quedaros de nuevo a vuestra hija —respondió Jon.
La relación entre ellos cambió a partir del fin de semana siguiente. Walker se fue a Hawai de vacaciones con sus padres las dos últimas semanas de junio. Ahora que Walker se había ido, Jon no sabía qué hacer. Los dos primeros días se quedó en casa viendo la tele, pero al tercero decidió que ya iba siendo hora de salir y se dirigió hacia la casa de los Unruh en su escúter. Llegó justo a tiempo de ver a la familia salir en el coche: Patrick al volante, Deborah en el asiento del copiloto y Creed, Rain y Sky Dancer detrás. No estaba seguro de si Destiny iba con ellos o no.
Aparcó el escúter y echó un vistazo en el autobús escolar amarillo, que estaba vacío. Vio la labor de macramé de Destiny tirada sobre el césped a medio hacer.
—¡Eh, Destiny! ¿Estás ahí?
Nadie respondió. Jon se encogió de hombros y rodeó la casa para ir hasta la caseta, sorprendido de la sensación de decepción que lo invadía.
—¿Eres tú, Jon? —preguntó Destiny.
Jon siguió el sonido de su voz y la encontró sentada al borde de la piscina, con la falda cíngara arremangada y los pies colgando en el agua. Llevaba una camiseta de tirantes blanca y Jon se fijó en la gran cantidad de pecas que le cubrían los hombros y el pecho. «Daño solar», explicó Destiny al descubrir que Jon la estaba mirando.
—¿Adónde ha ido todo el mundo? He visto a Creed y a sus padres en el coche con los niños.
—Hoy es el cumpleaños de Sky Dancer, y ha preguntado si podía ir a escuchar a la banda que toca en el parquecito de la colina. Deborah ha preparado un picnic. Estarán fuera varias horas.
—¿Por qué no has ido tú también?
—Porque esperaba verte. ¿Querías verme tú a mí? —Destiny se levantó la falda y le mostró que iba desnuda de cintura para abajo. Luego abrió las piernas para exhibir su sexo.
—¿Pero qué haces? —preguntó Jon con tono irritado—. ¡Ya basta!
Destiny se echó a reír.
—No seas tan muermo. Estamos solos.
Jon recorrió con la vista el jardín y pudo comprobar lo muy protegido que estaba de las miradas de los vecinos. En el enrejado que se extendía a ambos lados de la caseta crecían glicinas que impedían ver el jardín trasero de los Unruh.
—Es muy mala idea —dijo Jon.
—Pues yo creo que es una idea muy buena.
Jon se metió las manos en los bolsillos y recorrió el perímetro de la propiedad con mirada nerviosa. El aire era cálido y se oía el piar de los pájaros. Una máquina cortacésped zumbaba dos casas más allá, e incluso a aquella distancia Jon pudo percibir el olor de la hierba cortada.
Destiny se acarició el vientre y luego se metió la mano entre las piernas.
—¿Qué darías por un poco de esto?
—No pienso pagarte.
—No hablo de dinero, capullo. Me refiero a lo que puede valer para ti.
—¿Y qué hay de Creed?
—Tenemos una relación abierta.
—¿Sabe lo que estás haciendo?
—Puede que se lo imagine. Mientras no se lo restreguemos por las narices, por así decirlo, ¿por qué iba a importarle? No le pertenezco, ni él me pertenece a mí.
—Podría entrar cualquiera —dijo Jon—. ¿Y si viene el cartero, o algún repartidor?
—Si tanto te preocupa que te vean, ¿por qué no nos metemos en la caseta? Así podremos hablar y conocernos un poco mejor. Si estás incómodo, sólo tienes que decirlo. No voy a tirarte al suelo para hacérmelo contigo.
Destiny le alargó una mano, esperando que Jon la ayudara a levantarse.
Jon la ignoró.
—¿Preferirías hacerlo aquí?
—No.
—Entonces ayúdame a ponerme de pie.
Jon le agarró la mano y la ayudó a levantarse. Destiny se bajó la falda remilgadamente.
—Ya está. Todo en su sitio —dijo.
La muchacha se dirigió a la caseta, y Jon la siguió con una creciente sensación de incredulidad. Aquello no podía estar pasando. Nada más entrar, Destiny levantó los brazos y se quitó la camiseta por encima de la cabeza.
Había preparado un camastro con mantas en el interior de la caseta y había liado dos canutos. Jon vio también unas pinzas para sujetarlos, una caja de cerillas y un cenicero. La muchacha se desabrochó la falda y se deshizo de ella. Destiny tenía una silueta muy femenina: culo generoso y pechos pequeños con pezones marrones, tan grandes y planos como monedas de cincuenta centavos. La mata de vello que le crecía entre las piernas era oscura y poblada. Se arrodilló sobre la manta, alcanzó un canuto y lo encendió. Luego le dio dos o tres caladas rápidas y retuvo el humo en la boca. Cerró los ojos y aspiró una vez más antes de exhalar una fina columna de humo.
—Estás perdiendo el tiempo, Jon. No te quedes ahí parado con la ropa puesta. Seguro que sabes lo que tienes que hacer.
Jon vaciló, mirándola como si midiera la caída desde un trampolín situado a diez metros de altura. Se quitó la camiseta y después los pantalones. Al quitarse los calzoncillos vio cómo cambiaba la expresión de Destiny.
—¡Dios mío, eres muy guapo! Increíble. Me había olvidado del aspecto que tienen los de dieciocho.
Destiny se arrastró hasta el extremo de la manta, le acarició el torso desnudo y después lo miró. Jon se inclinó y la besó en la boca.