23
Viernes por la tarde, 15 de abril de 1988
La casa de Con Dolan se encontraba en una estrecha bocacalle de la zona este de la ciudad. La verdad es que no se me había ocurrido que Dolan pudiera tener información. Cheney Phillips no lo había mencionado, y dado que Dolan estaba jubilado, yo ignoraba por completo que hubiera estado al frente del caso. Aparqué delante de un gran chalé de madera marrón con largas líneas horizontales, porches abiertos, ventanas de cuarterones y aleros muy sobresalientes. Dolan me abrió con un cigarrillo en la mano. Llevaba zapatillas de andar por casa, pantalones chinos muy anchos y una camiseta bajo una bata de franela atada a la cintura como si fuera un abrigo. Me indicó que entrara y lo seguí. Aún no había tenido ocasión de visitarlo en su casa, y me dediqué a estudiarla en secreto.
—Siento haberte echado la bronca —murmuró.
—No le dé más vueltas. Yo no lo he hecho —respondí, sacándole una sonrisa.
El compañero de casa de Dolan, Stacey Oliphant, estaba sentado en el salón con un pequeño abanico a pilas en la mano, que dirigió hacia el cigarrillo encendido de Dolan. La casa era completamente distinta al apartamento que alquilaba Stacey, y donde estuve cuando lo trataban de un cáncer. Le habían dicho que se moría, y estaba a punto de dejar el apartamento. Cuando lo visité, me lo encontré deshaciéndose del grueso de sus pertenencias y empaquetando el resto para enviarlo al Ejército de Salvación. Lo pillé rompiendo fotografías de su familia, cosa que me hizo soltar un chillido. Me parecía un sacrilegio que destruyese las imágenes de sus familiares y le imploré que me diera las fotos a mí. Ya que yo no conocía a la mayoría de mis parientes, los suyos me servirían. Adopté como propio a aquel grupo variopinto de rostros desconocidos salidos de otras épocas.
Una vez se hubo desprendido de todos sus trastos, Stacey tenía la intención de suicidarse antes de que el cáncer hiciera estragos en él. Con Dolan se oponía vigorosamente a semejante decisión, en parte porque su esposa, Grace, había emprendido un camino similar antes de que la enfermedad se la llevara por delante. Pero Stacey había recibido un indulto temporal y decidió aplazar sus planes por el momento. Entre tanto, Dolan y él acabaron compartiendo casa, lo cual les iba bien a ambos aunque se echaran los platos a la cabeza de vez en cuando.
El año anterior me habían invitado a trabajar con ellos en un caso antiguo, ya que los dos se encontraban limitados por diversos problemas físicos. Fue en esa época cuando aficioné a Stacey a la comida basura, que no había probado en su vida. Desde entonces lo acompañaba a hacer el recorrido completo: de McDonald’s a Wendy’s, y de Arby’s a Jack in the Box. Mi mayor logro consistió en llevarlo al In-N-Out burger. Su apetito aumentó, recuperó parte del peso que había perdido durante el tratamiento contra el cáncer y volvió a enfrentarse a la vida con entusiasmo. Los médicos aún siguen rascándose la cabeza.
Dolan tomó mi chaqueta y la colgó en un perchero del que colgaban varios sombreros Victorianos. Tuvimos que bajar dos escalones para acceder a la sala de estar. Era una planta abierta cuyas estancias quedaban delimitadas por diferencias de elevación. Las escasas puertas tenían dos hojas con paneles de cristal, de forma que cada zona pudiera abrirse a las estancias adyacentes. Todo el interior era de madera oscura teñida, incluyendo las paredes, los apliques, las cornisas, los marcos de las ventanas y el techo bajo. La decoración era extravagante: además de focos móviles, vi lámparas de Tiffany colocadas sobre columnas de mármol. Las sillas eran hallazgos procedentes de tiendas de segunda mano. Los cuadros, que parecían originales, no eran necesariamente obras de arte, pero sí una mezcla interesante de pintura abstracta, paisajes y retratos, en estilos que abarcaban desde el fotorrealismo hasta el impresionismo, pasando por el naif de Grandma Moses.
Al echarle un vistazo rápido a la cocina alcancé a ver un horno de los años veinte y una ventana con piezas de cristal de la época de la Depresión colocadas sobre estanterías de cristal transparente. Los jarrones, portavelas, vasos medidores, jarras y cuencos emitían una suave luz verdosa sobre el suelo de linóleo. Aquí y allá había maniquíes sin cabeza vestidos con ropa antigua, como si fueran invitados que hubieran llegado temprano a una fiesta. El humo de cigarrillo impregnaba toda la casa. Stacey estaba sentado en el salón, en lo que parecía ser una butaca Stickley. Él también iba en bata, y cubría su pelirrojo cabello con una gorra de lana de color verde chillón. Señaló el ventilador.
—Lo uso en defensa propia —explicó—. Siéntate, siéntate. ¿Qué hay de tus modales, Dolan? Tráele una cerveza a la chica. Tenemos que ponernos al día.
Dejé el bolso en el suelo y me senté.
—Prefiero un vaso de agua. Si bebo una cerveza me dormiré.
Dolan fue a la cocina y volvió con una taza de agua del grifo que depositó sobre el brazo de mi sillón, el cual era lo suficientemente ancho como para servir de escritorio.
Miré a Dolan y luego a Stacey.
—¿Ya no se visten nunca?
Stacey sonrió.
—Claro, algunas veces. Si vamos a salir, por ejemplo. Pero no nos acicalamos si vienen visitas, somos demasiado viejos para eso.
—¡Déjese de tonterías! —dije, agitando la mano como para descartar la idea—. Según he entendido, está bastante bien. Tiene buen aspecto.
—Estoy mejor de lo que podía esperar. Supongo que tengo los días contados, pero de momento todo va bien. Hemos hecho muchos viajes. Recorrimos toda la costa en coche y aprovechamos para pescar siempre que se nos presentó la oportunidad.
—También bebimos muchas cervezas y comimos toda la basura que se puso a nuestro alcance —dijo Dolan—. Stacey está cada vez mejor de salud, y yo me encuentro peor. En la última analítica que me hicieron, tenía el colesterol por las nubes. Ahora fumo menos y bebo menos. Ya es bastante esfuerzo.
—Hábleme de su casa. No sé qué me había imaginado, pero esto desde luego que no. Parece un edificio de Frank Lloyd Wright.
—Es lo que todo el mundo piensa, pero en realidad la construyó un arquitecto que se hacía pasar por el hermano de Wright, Fred. Tenían el mismo apellido, pero no eran parientes. La gente le echaba una mirada a su portafolios y llegaba a la conclusión equivocada. Él siempre negaba el parentesco, pero lo hacía guiñando el ojo. Afirmaba que se había peleado con un «colega», y que este le había robado casi todas sus ideas. Después mencionaba el nombre de Frank Lloyd Wright, como dejando caer que estaban en contacto y que era Frank quien le pedía consejo a él, y no a la inversa.
—Muy inteligente por su parte —dije.
—Bueno, supo montárselo muy bien. Su estratagema consistía en pedirles a sus clientes una lista de las casas de Wright que más les gustasen, y entonces diseñaba una serie de planos en los que copiaba los mismos elementos. Como sus honorarios eran bajos, los futuros propietarios de las casas creían obtener un diseño auténtico de Wright a mitad de precio.
—Hablemos del secuestro antes de que me vaya a dormir la siesta —interrumpió Stacey—. Últimamente soy como un niño pequeño. Media hora más de cháchara y me quedaré grogui.
Les expliqué todo lo que había hecho hasta entonces, empezando de nuevo por Michael Sutton e incluyendo al doctor McNally y a todas las personas con las que había hablado.
—Sabes, Deborah y Patrick recibieron muchas críticas por no haber denunciado el rapto de Rain. Cuando nos dieron una descripción de los sospechosos, Greg, Shelly y el autobús escolar habían desaparecido hacía tiempo. La oficina de reclutamiento le seguía los pasos a Greg, así que lo más probable es que intentara salir del país. A Suecia o a Canadá. Probablemente a Canadá, donde había numerosos grupos de apoyo a los prófugos como EUP, Estudiantes Unidos por la Paz. El Departamento de Inmigración permitía la entrada de gente de cualquier sitio.
—¿Sabe Deborah todo eso? Ayer hablé con ella y no dijo ni una palabra sobre este asunto.
—Puede que Patrick y Deborah estuvieran avergonzados. En opinión de la mayoría de los conservadores, los prófugos no eran más que escoria.
—¿Le tomaron declaración a Rain después de que la devolvieran?
—Tres veces. Los Unruh insistieron en estar presentes, y no pusimos ninguna objeción. No queríamos que nadie insinuara que habíamos manipulado las declaraciones de la niña, o que la habíamos intimidado. Después del segundo interrogatorio, no dijo nada que no hubiera dicho antes.
—¿Nada mínimamente útil?
—Nada que supusiera una pista. Nos habló del gatito amarillo, gracias al que consiguieron que cooperara. Dijo que durmió en una gran caja de cartón que habían decorado como si fuera una casita, con ventanas recortadas. Cuando se despertaba, jugaba con el gatito o pintaba con el papel y los lápices de colores que le habían dejado.
—Deborah dice que uno de los raptores iba vestido de Papá Noel.
—Eso mismo nos contó Rain. Dijo que eran dos, y que uno era gordo y llevaba una larga barba blanca. El otro se había puesto unas gafas con ojos de papel y una nariz de plástico.
—Lo cual supongo que sería un artículo nuevo en aquella época.
—Exactamente. Le enseñamos otras gafas de una tienda de disfraces y las reconoció enseguida. La tienda no tenía constancia de ninguna venta reciente, pero podrían haber visto un artículo como aquel anunciado en algún tebeo y haberlo pedido por correo.
—¿Estaba asustada?
Dolan negó con la cabeza.
—Dijo que Papá Noel le gustaba. Ya se había sentado en su regazo otras veces. Cuando Rain le preguntó dónde estaba su mamá, él respondió que tardaría un poco en volver y le hizo beber una limonada. Entonces la niña se volvió a dormir. Dormía a ratos y, por lo que nos contó, jugaba bastante.
—¿En la caja?
—Le habían hecho una camita —asintió Dolan—. Le dijeron que era una casa de juguete para ella sola.
—¿Y qué hay de la manta? Deborah dice que la encontraron en el parque tumbada en una mesa de picnic, tapada con una manta.
—No nos sirvió de nada. Era de esas que van envueltas en plástico en los asientos de los aviones. Las hay a miles. De Pan Am, por si te preguntas de qué compañía aérea era. Eso es todo lo que pudimos averiguar.
—¿Y no encontraron huellas dactilares?
—La única huella que encontramos estaba en el reverso de una nota de rescate después de que raptaran a Mary Claire. La hemos comprobado media docena de veces y nunca hemos hallado nada.
—¿Y sospechosos? Debían de tener a alguien en el punto de mira —dije.
—Pedófilos y otros delincuentes sexuales condenados, vagabundos, personal de servicio doméstico del barrio y cualquier otra persona que pudiera haber visto a alguien yendo o viniendo. Hablamos con los amigos y conocidos de las dos familias. La señora Fitzhugh nos dijo que había un tipo en el jardín de la casa de al lado con un soplador de hojas, trabajando en el camino de entrada. Dio por sentado que lo había enviado una empresa de jardinería, pero los propietarios de la casa estaban en el trabajo y, cuando habló con ellos, le dijeron que no tenían contratado ningún servicio semejante. El marido se ocupaba del jardín.
—¿Encontraron el soplador de hojas?
—Ni rastro de él. Habían sacado del garaje una máquina cortacésped con motor y la habían dejado en mitad del camino de entrada, pero el tipo debía de llevar guantes, porque no dejó ninguna huella.
—¿Cómo pudo entrar en el garaje?
—Las puertas de la casa estaban cerradas con llave, pero las del garaje no. Casi siempre estaban abiertas. Tener que salir del coche para cerrarlas era muy pesado.
—¿No había ningún perro en la casa, de esos que ladran tanto?
—No.
—Es interesante que la señora Fitzhugh pudiera ver a ese tipo.
—Desde lejos. Dijo que llevaba un mono, y como tenía un soplador de hojas, dio por sentado que sería el jardinero.
—¿Cómo pudo llegar el raptor hasta Mary Claire? —pregunté—. Pensaba que el jardín estaba vallado.
—Cortaron la alambrada que había detrás de la casa de juguete. Puede que estuvieran escondidos allí, esperando a que la niña se quedara sola. No estamos seguros de cómo la sacaron del jardín. Nadie vio a ninguna persona acompañada de una niña. Lo más probable es que se fueran por los caminos de herradura. Hay toda una red de senderos que serpentean por Horton Ravine. Si no salían de esos senderos, lo más probable es que nadie los viera. Quizás algún jinete que pasara a caballo, pero no nos ha llegado ningún informe sobre esa posibilidad. Sabemos que Rain no protestó, así que podría ser que Mary Claire tampoco lo hiciera. De todos modos, las niñas pequeñas suelen ser dóciles, y Rain nos dijo que la trataron bien.
—Así que no tuvieron que llevársela gritando y pataleando.
—No fue necesario. Un tipo le ofreció dejarle jugar con su gatito y Rain se marchó con él sin más. Los niños de esa edad son muy confiados. Es probable que emplearan la misma treta con Mary Claire.
—¿Qué le dieron de comer?
—Nada muy elaborado. Sándwiches de mantequilla de cacahuete con mermelada.
—Y por lo que Rain sabía, ¿no había visto antes a ninguno de los dos?
—No. O eran más listos de lo que pensábamos, o los hijos de puta más afortunados del planeta.
—¿Está convencido de que eran sólo dos?
—Dos parecía el número perfecto: uno llamaba por teléfono a la madre mientras el otro se llevaba a la niña. Si hubiera estado metida más gente, podríamos haber tenido más oportunidades de averiguar algo. Con tres o cuatro tipos, alguno habría acabado yéndose de la lengua, o gastando dinero aquí y allá.
Durante los veinte minutos siguientes mantuvimos el tema a flote, como si fuera una pelota de bádminton lanzada de un lado a otro de la red. Con tipos tan listos como Dolan y Stacey lanzar ideas al aire puede resultar productivo, por no mencionar sumamente entretenido.
—Deborah me ha contado que Patrick fotocopió los billetes y los marcó antes de pagar el rescate.
—También nos lo dijo a nosotros. Hicimos fotocopias de sus copias y las enviamos a todos los bancos y cajas de ahorros. También a un montón de empresas, aunque no sirviera de nada.
—Puede que hubieran hecho circular el dinero en otra parte.
—O puede que no se hubieran gastado ni un centavo. De hecho, el dinero del rescate era radiactivo. No en el sentido literal de la palabra, por supuesto.
—Ya lo he captado —dije—. De momento, no he hablado aún con la señora Fitzhugh porque no quería entrometerme. ¿Piensan que debería ponerme en contacto con ella?
—Será ella la que probablemente se ponga en contacto contigo. Así es como empezó todo esto. Me ha estado llamando una o dos veces al año desde hace veintiún años para que la ponga al día. Le dije que, por lo que yo sabía, no había nada nuevo, pero que se lo preguntaría a Cheney Phillips y luego la llamaría. Fue entonces cuando me enteré de que Michael Sutton había ido a la comisaría, y de que Cheney te lo había enviado a ti.
—¿Y qué hay de ese chico, Sutton? —preguntó Stacey—. ¿Crees que sus argumentos son sólidos? Por lo que dices, parece un chiflado.
Me encogí de hombros.
—Bueno, lo que afirma tampoco es tan exagerado. Estaba jugando en la propiedad de una familia llamada Kirkendall, que se encuentra un poco más arriba de la casa de los Unruh, en la misma colina. Como dice Dolan, hay senderos de herradura por toda la zona. El lugar en que Sutton los vio cavar no estaba demasiado lejos del camino de herradura que va a parar a Via Juliana.
—¿Tú le crees?
—Lo que dice tiene sentido. Ve a los dos tipos y ellos lo ven a él, por lo que saben que los han descubierto. No pueden contar con que un niño pequeño tenga la boca cerrada, así que cambian el cuerpo de la niña por el del perro. De ese modo, si el niño consigue identificar el lugar donde cavaban parecerá que ha cometido un error.
—¿Por qué eligieron esa propiedad?
—Yo también me lo pregunto —respondí—. Podría haber sido un intento de acusar a Shelly y a Greg. Los Unruh estaban convencidos de que fue cosa de la pareja, porque la cantidad exigida, sumando el rescate de Rain a lo que les pidieron a los Fitzhugh, era de cuarenta mil dólares, justo lo que el abuelo de Greg le había dejado en fideicomiso.
—Es un detalle que me intriga —dijo Dolan—, y llevo años dándole vueltas: me parece muy raro pedir un rescate de quince mil dólares. Incluso un total de cuarenta mil me parece descabellado. ¿Por qué no cien mil? ¿O, mejor todavía, medio millón? ¿Por qué arriesgarse a ir a la silla eléctrica por cuatro chavos? ¿Quién está dispuesto a raptar a un niño por tan poco dinero?
—Te diré quién —respondió Stacey—. Los que no son profesionales. Y esa es la razón de que no volvieran a intentarlo. El segundo rapto les estalló en la cara, y ahí se acabó su carrera criminal. Bueno, yo me voy a dormir. Si se os ocurre algo que valga la pena, me podéis despertar más tarde.
—Una pregunta antes de que se vaya —dije—. ¿Se han topado alguna vez con un investigador privado de Lompoc llamado Hale Brandenberg?
—Claro, conozco a Hale —respondió Stacey—. Empezó en la misma época que yo, aproximadamente, aunque era bastante más joven.
—¿Cree que sigue en activo?
—Por lo que yo sé, sí. ¿Quieres hablar con él?
—Me encantaría. No en relación con este caso, se trata de otro asunto.
—Déjame hacer algunas llamadas y veré si puedo descubrir dónde está ahora.
—Gracias, se lo agradezco.
El sábado por la mañana dormí hasta las ocho, lo que para mí era todo un lujo. Mi desayuno con Rain estaba programado para las nueve, así que me dio tiempo de leer con calma el periódico mientras tomaba mi primer café. Después de ducharme y de vestirme, caminé dos manzanas hasta Cabana y dos manzanas más hacia abajo. Al llegar a la playa vi las frondas de laminaria que el mar había arrastrado hasta la arena. La marea estaba bajando y las olas irrumpieron hacia delante y luego retrocedieron, arrastrando las frondas de un verde grisáceo de nuevo hasta las profundidades. El viento soplaba con fuerza levantando cabrillas en las agitadas aguas. En el puerto, los mástiles de los veleros se balanceaban adelante y atrás siguiendo su propio ritmo. Un sinfín de gaviotas formaron una gruesa columna gris y descendieron sobre la playa. Dos de ellas se peleaban por una bolsa de celofán abandonada y medio llena de Cheetos. La piscina pública aún estaba cerrada, y la zona de juegos infantiles permanecía desierta.
Al llegar a la entrada de la cafetería me detuve para echar un vistazo. Había una chica sentada sola a una mesa. La chica levantó una mano y me saludó tras identificarme por el mismo proceso de eliminación. Le indiqué a la camarera que iba a encontrarme con una amiga. Me deslicé en el asiento de escay acolchado frente a ella y llamé a otra camarera que pasaba con una jarra de café recién hecho. La camarera le dio la vuelta a mi taza, que estaba boca abajo, y la llenó.
Rain me pasó la jarra de leche de acero inoxidable y le puse la suficiente leche al café como para volverlo beis. Nos presentamos debidamente y nos pusimos a charlar de naderías, lo que nos dio la oportunidad de observarnos la una a la otra. Rain exhibía el aspecto radiante de la juventud. Tenía un buen cutis y rasgos delicados, con labios en forma de corazón parecidos a los de Betty Boop y el pelo como una nube de rizos rubio platino, cortado a la altura de las orejas. Sus discretos pendientes de perlas y diamantes brillaban bajo la luz. Llevaba vaqueros y una blusa blanca de gasa sobre un top de encaje, una combinación que resultaba más elegante de lo que hubiera imaginado. Unas mesas más allá, un ayudante de camarero recogía los vasos sin quitarle ojo, como si fuera alguna celebridad.
—¿Ya has pedido? —le pregunté.
—Te estaba esperando.
La camarera volvió con el cuaderno de tomar nota en la mano. Pedí un zumo de tomate pequeño, tostadas de centeno y un huevo pasado por agua. Rain pidió el desayuno especial. Cuando llegó la comida, observé cómo daba buena cuenta de un zumo de naranja, huevos revueltos, patatas fritas, beicon, salchichas y bollos untados con mantequilla y mermelada de fresa. Aunque comíamos igual de deprisa, aún le quedaban dos bollos por engullir cuando yo ya había acabado.
—¿Qué edad tienes? —pregunté.
—Cumpliré veinticinco en julio. ¿Por qué?
—Por favor, dime que no vas al lavabo a vomitarlo todo después de comer así.
—¿Y echar a perder toda esta comida? Ni se me ocurriría.
—¿Laxantes tampoco? ¿Jarabe de ipecacuana? ¿Te metes el dedo hasta la campanilla?
Rain se echó a reír.
—Tengo el metabolismo de un pájaro.
—Esto es lo que dicen las actrices esqueléticas para ocultar sus trastornos de alimentación.
—Yo no. De adolescente tuve migrañas y bebía como una posesa. Admito que era bastante buena vomitando, pero me gusta demasiado comer.
—¿Puedo preguntarte alguna cosa acerca de la empresa de tu padre? Deborah dice que tú tomaste el relevo después de su muerte.
—Así es. En realidad era mi abuelo, como seguramente sabes, pero yo lo llamaba papá porque fue como un padre para mí. Tenía una fábrica en Los Ángeles, donde manufacturaba uniformes deportivos. Más tarde creó una colección de ropa y complementos para días de lluvia: impermeables, sombreros, anoraks, gabardinas, paraguas…
Me la quedé mirando con asombro.
—¿Te refieres a Rain Checks?
—Exactamente.
—¡No me digas! ¿Eres la «Rain» de Rain Checks?
—Sí.
—¿Cómo se le ocurrió la idea, cuando en California llueve tan poco? ¿Qué son, quince días al año?
—Era muy listo. Al principio de su carrera profesional trabajó para una empresa que fabricaba ropa deportiva. Viajaba mucho, principalmente en el noroeste, por los estados de Oregón y de Washington, y se percató de que había un nicho de mercado. La gente tenía impermeables, paraguas y botas, pero en un batiburrillo de estilos, y el conjunto resultaba muy poco elegante. Decidió apostar por el mercado de artículos de lujo, donde sólo le hacían la competencia Burberry y London Fog. Ahora vendemos en todos los grandes almacenes de categoría, como Neiman Marcus, Bloomingdale’s o Bergdorf Goodman, y distribuimos nuestros productos en todo el mundo: Londres, Roma, Praga, Tokio, Singapur… «Cuando el mal tiempo suponga una amenaza, confíe en Rain Checks».
—Me encantan esos anuncios —dije—. ¿Sabías cómo gestionar un negocio?
—Estoy aprendiendo —respondió Rain. A continuación se metió el último trozo de bollo en la boca y se limpió los dedos con la servilleta—. Después de que papá muriera, cambié de itinerario en la carrera. Dejé Trabajo Social, pasé a Administración de Empresas y me saqué un máster. Tengo un equipo de expertos que me ayudan en todo, y de momento nos ha ido muy bien. Toquemos madera.
—Estoy atónita.
—No eres la única —dijo Rain—. Pero bueno, sé que has venido para hablar del secuestro, o del rapto, lo que sea.
—Tengo curiosidad por saber cómo fue la experiencia.
—No me pasó nada, de verdad. Tenía cuatro años y no sabía qué estaba pasando, así que ¿por qué iba a reaccionar mal?
—¿Ninguna asociación desagradable?
—En absoluto. Aquellos tipos fueron bastante amables, y tuve la oportunidad de jugar con un gatito amarillo adorable. Lo único que me disgustó fue no poder quedármelo cuando se acabó todo.
—¿Eran dos?
—Que yo viera, sólo dos. Uno era Papá Noel, y el otro un memo que llevaba gafas con ojos de cartulina y una gran nariz de plástico. También llevaba una peluca: pelo sintético de color muy rojo, como el muñeco Raggedy Andy. Puede que hubiera alguien más, pero lo dudo.
—Tu madre dice que te hicieron una casita con una caja de cartón.
—Sí, fue estupendo. Pusieron un montón de mantas a modo de cama y recortaron ventanas en uno de los lados para que pudiera ver. Ahí es donde dormía, aunque la verdad es que no dormí mucho. No dejaban de insistir para que bebiera una limonada a la que le habían echado algún narcótico. Me adormilaba un rato, pero al poco tiempo volvía a estar despierta. Fuera lo que fuera lo que me dieron, tuvo el efecto contrario: en vez de atontarme, me excitó. Cuanta más limonada me daban, más hiperactiva me ponía.
—¿Pero no tuvo efectos secundarios?
—Ninguno.
—¿Y qué hay de la caja? ¿Podía ser la caja de un electrodoméstico?
—Supongo que sí. No lo suficientemente grande como para una nevera, o una cocina. Yo era bastante pequeña, pero incluso entonces la caja no me pareció enorme. Diría que era más o menos del tamaño de esta mesa. Más larga, pero igual de ancha.
—¿No echaste de menos a tu madre?
—Un poco, pero me dijeron que mi madre quería que me portara bien, sólo durante un ratito, y que luego me llevarían a casa.
—¿Y se quedaron contigo todo el tiempo?
—Se turnaban. Casi nunca estuvieron los dos juntos. Creo que por eso querían que me durmiera, para facilitarles el trabajo. Uno me vigilaba mientras el otro salió, probablemente para llamar a mis padres.
—¿Tuviste pesadillas después?
—No. La verdad, no fue para nada traumático. Por raro que parezca, me lo pasé muy bien. —Su expresión cambió cuando vio cómo la miraba—. ¿Qué pasa?
—Me cuesta comparar tu experiencia con la desaparición de Mary Claire. Obviamente, esos tipos no eran matones ni delincuentes habituales. No puedo creer que se dedicaran a matar niños, al menos por lo que me has contado. Parece como si sólo quisieran dinero, y por lo visto no demasiado. No sé por qué razón, pero se asustaron lo suficiente como para abandonar los veinticinco mil dólares, que es más de lo que recibieron por ti.
—¿Te parece que algo salió mal?
—No se me ocurre otra forma de explicar que a ti te liberaran y Mary Claire desapareciera para siempre.
—Aún me siento culpable por ello, y llevo sintiéndomelo desde hace años. Si hay algo negativo en lo que pasó después, es saber que yo salvé la vida. Mary Claire no tuvo tanta suerte, fíjate en el precio que tuvo que pagar.