Las primeras comunidades agrícolas del Asia occidental crecieron en regiones en las que las lluvias eran suficientemente abundantes como para permitir el crecimiento de las plantas. En las regiones del Tigris y del Éufrates, y, en especial, en las del Nilo, las poblaciones no podían depender de la lluvia para regar sus cosechas. De ahí que se utilizase el agua de los ríos.
En un primer momento fue suficiente esperar a que la inundación disminuyese, y luego sembrar en el terreno fangoso. Pero a medida que la población fue creciendo, las cosechas obtenidas de esta manera fueron insuficientes. Se hizo imprescindible, en cambio, abrir pasos en la orilla del río con el fin de llevar el agua al lugar o lugares que la necesitaban. Una red de canales (tanto en el Nilo como en el Tigris-Éufrates) permitían irrigar las tierras y conservarlas húmedas en épocas en que, a causa de la falta de inundaciones, se secaban completamente.
Esto dificultó las cosas en un sentido, pues no era fácil excavar canales o mantenerlos en funcionamiento luego. Se trataba, en realidad, de un duro trabajo, mucho más duro que ver caer la lluvia. Y hubo que hacerse de forma colectiva, a través de una cooperación mucho más elaborada que la requerida para los trabajos agrícolas ordinarios.
En realidad, la necesidad de intensificar la cooperación y de desarrollar técnicas de regadío agrícola mucho más avanzadas puede haber sido el acicate que condujo a un desarrollo de la civilización, en esas regiones fluviales, mucho más alto que el alcanzado hasta entonces por las comunidades agrícolas de las regiones montañosas.
Las ciudades a lo largo de los ríos tenían que estar particularmente bien organizadas. Las personas que eran lo suficientemente hábiles y ambiciosas como para hacerse cargo de trabajos tales como la construcción y el mantenimiento de los canales, dominaron, de forma lógica y natural, las ciudades. Por lo general, establecían su prestigio y poder en nombre de algún dios local.
Los hombres primitivos estaban siempre dispuestos a creer que era algún ser sobrenatural quien hacía germinar las semillas y que la tierra diera sus frutos, y el trabajo de los gobernantes de la ciudad consistía en elaborar los ritos mágicos adecuados para convencer a los dioses de que se comportasen bien. Procuraban, además, que tales ritos se realizaran de forma adecuada y exacta. Así, la gente común creería firmemente que la prosperidad de la ciudad y la vida del pueblo dependían de la sabiduría y rectitud de las personas a cuyo cargo estaban los ritos. Así, el valle del Nilo se dotó de una clase sacerdotal que conservaría gran poder durante miles de años.
Las dificultades de la agricultura de regadío carecían de importancia si las comparamos con los beneficios que aportaba. A medida que un mayor número de personas aprendía a colaborar unas con otras, los logros aumentaban. Se hizo necesario, por ejemplo, saber exactamente cuándo se producían las crecidas del Nilo, con el fin de aprovecharlas al máximo. Los sacerdotes encargados del regadío estudiaron cuidadosamente el nivel de las aguas del río, día a día, y llegaron a descubrir que, por término medio, las crecidas se producían cada 365 días.
De ahí que los habitantes del Nilo fueran los primeros en elaborar un calendario basado en el año de 365 días. Cada año estaba formado por doce meses, por ser doce los ciclos completos de cambio en las fases de la luna, que se desarrollaban en algo menos de un año, y porque el pueblo del Nilo (como todos los demás) había usado originariamente un calendario basado en la luna. Se asignó a cada mes una duración de treinta días, y al final de cada año se añadieron cinco días adicionales.
El calendario en cuestión era mucho más simple y manejable que cualquier otro de los inventados hasta entonces. Los historiadores no saben con certeza en qué fecha se adoptó por primera vez, pero podemos suponer razonablemente que fue hacia el 2800 a. C. A lo largo de tres mil años no se inventaría nada mejor, y cuando se dispuso de un calendario más adecuado, éste siguió basándose en el egipcio, con apenas alguna ligera modificación. En realidad, nuestro calendario actual se basa todavía en el egipcio.
Asimismo, las inundaciones anuales del Nilo borraban los límites entre las tierras de propiedad individual. De ahí que fuese necesario buscar alguna fórmula para volver a determinarlos. Sabemos cómo esto dio lugar, lentamente, a métodos de cálculo que conocemos hoy con el nombre de geometría («medición de la tierra»). Del mismo modo se desarrollaron otras ramas de las ciencias matemáticas.
Se hizo necesario incluir en los registros los límites de las tierras y las cantidades cosechadas. Había que crear algún sistema de símbolos para los diferentes números, las diferentes personas, los distintos tipos de cereales y productos, y para los diversos acontecimientos.
Los habitantes de las regiones del Tigris y del Éufrates habían inventado, algo antes del 3000 a. C., un tosco sistema pictográfico («escritura mediante imágenes») que imitaba a los objetos que representaba. Los símbolos deben haber sido muy simples en un primer momento, haciéndose gradualmente más complicados hasta llegar a representar todo aquello que los hombres querían decir.
Es posible que los habitantes del valle del Nilo hicieran suyo el concepto de escritura a través de las noticias que les llegaban por medio de los comerciantes y viajeros provenientes de la región Tigris-Éufrates. Rápidamente, la gente del Nilo adaptó ese concepto a sus propios fines y necesidades. Inventaron símbolos propios, mucho más atractivos que los creados por los habitantes del Tigris y del Éufrates. En la región del Nilo, la escritura se había desarrollado plenamente poco después del 3000 a. C.
Este sistema de escritura se hallaba en manos de los sacerdotes. La gente común no era capaz de leer o de escribir el complicado conjunto de símbolos, lo mismo que hoy el hombre de la calle no puede hacer uso de la alta matemática. Los griegos, que algunos siglos más tarde inundaron el país como turistas y soldados, eran incapaces de leer esta antigua escritura, lo que es natural, pero como solían verla representada en los templos, pensaron que tenía un significado religioso, por lo que la llamaron jeroglífica («signos grabados sagrados»).
Las necesidades del regadío posibilitaron el desarrollo de grandes civilizaciones en el valle del Nilo y en el del Tigris-Éufrates, aunque con notables diferencias en cada caso. La cuenca del Tigris-Éufrates estaba expuesta por el este, oeste y norte a la actividad de las poblaciones menos desarrolladas de las montañas. Sometidas al terror constante de incursiones y saqueos, las aldeas de esta región fluvial construyeron murallas defensivas. Las aldeas crecieron, fabricaron armas y formaron ejércitos, instruyéndose en técnicas y disciplinas militares.
De este modo las ciudades de la región del Tigris-Éufrates se las arreglaron para mantener alejados a los bárbaros en la mayoría de las ocasiones. Pero en los períodos de paz, ¿qué podían hacer estas ciudades armadas con sus soldados y armamento? Si se los tenía sin hacer nada, podían causar problemas a las ciudades que los empleaban. Como era natural, pues, las ciudades comenzaron a combatirse unas a otras.
Las luchas permitían, a veces, colocar a amplios territorios bajo una única soberanía, con lo que se formaban «imperios». Por otro lado, estas mismas luchas solían llevar a la destrucción de la cooperación y de los medios sobre los que se basaba la prosperidad agrícola, lo que daba paso a una «edad tenebrosa» en la que la civilización declinaba y la prosperidad decrecía, de tal modo que los bárbaros vecinos podían llegar a ser dominadores durante un tiempo.
El pueblo del Nilo se vio libre de todo esto durante siglos. Hacia el este y hacia el oeste de su pacífico valle sólo había desierto, que los ejércitos extranjeros difícilmente podían cruzar. Al norte estaba el Mediterráneo, y en las primeras épocas no había barcos adecuados para el transporte de ejércitos a través de ese mar. En el sur se hallaba la Primera Catarata, que impedía a eventuales enemigos llevar a cabo incursiones por el Nilo.
Durante largo tiempo el pueblo del Nilo vivió casi del todo seguro y aislado. Las aldeas no necesitaron armarse ni mostrarse agresivas. Muy pocas crecieron, y ciertos autores han descrito al valle del Nilo como una larga sucesión de asentamientos humanos.
Todo esto significaba bienestar, pero también falta de intercambios. En otros lugares y en otros ríos, las poblaciones se hallaban enfrentadas siempre a nuevas situaciones, los invasores aportaban novedades, o ellas mismas se veían forzadas a aprenderlas para defenderse; por el contrario, las poblaciones del Nilo se vieron libres de ello. Los métodos antiguos continuaron siendo útiles generación tras generación.
Así, cuando invasores extranjeros penetraron en el valle del Nilo e instauraron su dominación sobre la población nativa, ya era demasiado tarde. Los nativos habían sido permeados tan profundamente por las antiguas costumbres que se habían convertido en el pueblo más conservador de la Historia (con la excepción, quizá, de los chinos).
Su sistema de escritura, por ejemplo, continuó siendo muy complicado, con gran número de símbolos, algunos de los cuales representaban palabras aisladas, y otros, partes de palabras. Hacia el 1500 a. C., en algún lugar del Mediterráneo oriental había surgido la idea de limitar el número de los símbolos gráficos a unos veinticinco, representando cada uno de ellos una sola consonante. Con «alfabeto» semejante podían escribirse miles y miles de palabras diferentes, y en conjunto, el proceso de la escritura se hizo mucho menos complicado y de más fácil utilización.
Sin embargo, los habitantes del valle del Nilo, orgullosos de su antigua civilización y muy apegados a su viejo modo de vida, se negaron a aceptar el mencionado alfabeto durante casi dos mil años. Siguieron aferrados testarudamente a su engorroso sistema de escritura, en su día tan novedoso y útil, pero ahora convertido en una verdadera traba. Este conservadurismo sólo sirvió para favorecer a otros pueblos más dinámicos, que se colocaron por delante del pueblo del Nilo. (En la actualidad, los chinos se resisten a abandonar sus propios símbolos, tan complicados como los de los egipcios. Pero no creamos que somos superiores: Estados Unidos no abandona su demencial sistema de unidades de medición para adoptar el sistema métrico, mucho más sencillo y lógico, utilizado además por casi todo el mundo).
Como otro ejemplo de conservadurismo, consideremos el calendario. Los sacerdotes del Nilo habían descubierto que el año tenía 365 días y un cuarto. Cada cuatro años tenía, pues, un día más, 366, siempre que el desbordamiento del Nilo sobreviniese en el mismo período del calendario. Pero todos los esfuerzos realizados para que el pueblo aceptase la modificación del calendario fueron siempre vanos. El pueblo seguía aferrado al pasado y a las viejas costumbres aun cuando esto significaba que el cálculo de la fecha de la inundación se hacía innecesariamente complicado.
Los habitantes del valle del Nilo llamaban a su tierra «Jem». Esto quiere decir, según parece, «negro» en la lengua del país. Cabe pensar que el término se refería a la rica tierra negra que las crecidas dejaban tras de sí, una tierra que presentaba un fuerte contraste con la tostada tierra de desierto a ambos lados del río.
Más tarde los griegos llamaron a esa tierra Aigyptos, que derivaba quizá del nombre, distorsionado, de una gran ciudad egipcia de épocas posteriores, que les era familiar. Nosotros hemos heredado el nombre y llamamos a ese país Egipto.
En los primeros tiempos de la civilización egipcia el país se componía de una serie de pequeñas ciudades o «nomoi», cada una de las cuales poseía su propio dios, y sus propios templos y sacerdotes. Tenían también su propio gobernante, que controlaba la región agrícola vecina, a orillas del río. La comunicación entre las ciudades se llevaba a cabo por el río y era fácil, pues la corriente fluía en una dirección y los vientos solían hacerlo en la contraria. Sin velas se podía ir hacia el norte; con velas, hacia el sur. Naturalmente, los habitantes de una ciudad solían cooperar entre sí, pero las cosas resultaban mucho más fáciles si las distintas ciudades cooperaban unas con otras. Se formaban ligas en el seno de las cuales las ciudades vecinas podían llegar a acuerdos para resolver en común los problemas generales. De vez en cuando, un gobernante podía ejercer un difuso dominio sobre amplios sectores del río.
En término generales, el valle acabó por considerarse dividido en dos regiones principales. De una parte, estaba el estrecho valle del propio río, que se extendía de la Primera Catarata hasta la región del lago Moeris, a algo más de mil millas del mar. Se trataba de una larga y estrecha lengua de tierra generalmente denominada Alto Egipto.
Al norte del Alto Egipto, el Nilo se ramifica en numerosas corrientes que se despliegan en abanico formando un gran triángulo cuyos lados miden unas 125 millas. El Nilo penetra en el mar a través de una serie de desembocaduras, y la tierra comprendida entre las corrientes es sumamente fértil. Esta región triangular, el «Bajo Egipto», fue creada por el Nilo con el fango de aluvión transportado desde los tiempos más remotos de las lejanas montañas del sur.
En los mapas de Egipto, que hoy dibujamos con el norte en la parte superior, el Bajo Egipto queda encima del Alto Egipto, lo que puede parecer raro. Sin embargo, la denominación toma como punto de referencia al río. Si avanzamos siguiendo la corriente de un río en dirección a su desembocadura, decimos que marchamos «río abajo». La dirección contraria es «río arriba». Si consideramos que el Alto Egipto se encuentra corriente arriba respecto del Bajo Egipto, la expresión cobra sentido.
En el alfabeto griego la letra «delta» se representa por un triángulo equilátero, al menos la mayúscula. Por eso los griegos llamaron delta del Nilo a la región del Bajo Egipto, debido a su forma triangular. (Hoy en día toda desembocadura de río y su zona colindante formada por tierra de aluvión arrastrada por la corriente, se denomina delta, cualquiera que sea su forma. Así hablamos, por ejemplo, del delta del Mississippi, que presenta una forma muy irregular).