Si Steve pensó que había llegado un salvador, su decepción fue inmediata y total. Dick Graves entró con una sonrisa que irradiaba placer y su actitud hacia el sheriff era francamente admirativa.
—Buen trabajo, sheriff —le dijo—. Los ha pescado sin ayuda, ¿eh?
—Bueno, sí. Así es.
Dick dirigió una sonrisa de superioridad a Steve.
—¿Qué pasa, Stevikins? Pareces sorprendido. ¿Me dejaste por muerto en las calles de Jacksonville?
—¡Cristo santo! —fue el único comentario de Steve.
—No fue manera de tratar a un compañero, Steve. ¡Mira que golpearme cuando estaba tratando de ayudarte!
—¡Ayudarnos! ¡Lo que querías era encerrarnos a los dos!
—¡Está bien, Steve! Ahora que veo a la damita por la que tiraste todo por la borda, no te culpo demasiado. Si ella me mirara a mí como te está mirando a ti en este momento, yo también te golpearía.
—Una pareja de pequeños enamorados —gruñó el sheriff.
—Tienen un aspecto magnífico ¿no es cierto? El delito es un mal negocio, yo siempre lo digo.
—Éste es el amigo del que te hablé —dijo Steve a Cathy—; el que encontré en el banco; el que según tu opinión yo debería haber dejado que nos ayudara; al que te pareció tan mal que yo golpeara. Al que debí haber golpeado un poco más fuerte.
—Cómo está, señora —saludó Dick, ceremoniosamente—. Encantado de conocerla, aunque sea por muy poco tiempo.
Luego se volvió a Steve y le dijo:
—Está bien, viejo. No te guardo rencor. Te aseguro que estaba perfectamente bien cinco minutos después de tu ataque. Por desgracia, esos cinco minutos eran todo lo que precisabais para hacer el viaje hasta el norte.
—Pero al final les hemos cogido —comentó Shapely con una sonrisa de satisfacción—. ¿Cómo ha llegado usted aquí? —preguntó luego dirigiéndose a Dick.
Dick se apoyó contra el marco de la puerta. Tenía las manos hundidas en los bolsillos del impermeable y las gotas de lluvia brillaban aún sobre su rostro.
—Le explicaré, sheriff: oí hablar de una carta que Stevikins le escribió a Howard y pensé lo mismo que usted. Se me ocurrió que nuestro común amigo estaba preparando una trampa. En un caso normal habría pensado que usted podía arreglárselas solo, pero —se llevó la mano a la nuca—, tengo un recuerdo muy fresco de nuestro amigo. Es un maestro en el arte del ataque por sorpresa. Por eso pensé en la posibilidad (una mera posibilidad, por supuesto), de que él complicara un poco las cosas. Y así me decidí a hacer el viaje. Como no tenía auto, como usted sheriff, he venido a pie. Por lo visto ha sido un viaje en vano. Usted lo pescó solo.
Se interrumpió y su rostro se iluminó con una sonrisa.
—Esto va a ser noticia, sheriff. Debería aparecer en grandes titulares en todo el país. Un sheriff a quien se le arrebató su prisionera siguió la pista de su hombre y apresó a los dos fugitivos. Todos esos periódicos que tanto le criticaron por dejarlos escapar se tendrán que tragar sus palabras.
Shapely parecía un tanto soñador y nada disgustado, por cierto.
—Ya nos encargaremos de eso, Graves. Me parece que ha quedado demostrado que nosotros, los sheriffs de provincia, podemos medirnos con los tipos de renombre de la gran ciudad.
—Así es.
—Brandt estará encantado también —intervino Steve—. Le ha costado bastante tiempo seguir mis huellas desde Jax, Mr. Graves.
—Me parece que no estás tomando esto con buen espíritu —dijo Dick—. Cuando perpetraste tu pequeño asalto a la luz del día allí yo di la voz de alarma. Cerramos las carreteras, pero llegamos con medio minuto de retraso. Atravesaste las barreras, pero dimos con el taxista que te había llevado y te seguimos todo el tiempo. Por momentos os adelantamos. Sin embargo no contemos eso, porque ninguno de nuestros agentes esperaba verte llegar en el mismo tren o avión con que salías. Mr. Brandt no se mostró precisamente complacido ante mi vulnerabilidad, pero tampoco se sorprendió demasiado, y basándose en los informes dedujo que tratarías de regresar a White River. Por eso me envió. Ya llevo como una semana aquí, ¿no es así, sheriff?
—Más o menos.
—Y si el sheriff no hubiera sido tan rápido yo mismo te habría pescado. De modo que, como verás, Brandt no se ha portado tan mal. Nosotros siempre llegamos en el instante indicado y siempre antes que nadie, salvo Mr. Shapely, aquí presente. ¿No es así, sheriff?
—Así es, Graves.
Shapely y el detective se dirigían mutuas sonrisas. La caza estaba en el zurrón y ellos eran felices.
—Le diré lo que haremos, sheriff: ahora usted y yo los llevaremos de vuelta a la ciudad y los meteremos entre rejas. Luego notificaremos a los servicios informativos sobre su pequeña hazaña. Tenemos tiempo de alcanzar las ediciones de la mañana. Necesitará un precioso álbum de recortes para reunir todos los comentarios que se publicarán. White River será la pequeña ciudad más grande del mapa.
—Buena idea, Graves —aprobó Shapely—. Los encerraremos inmediatamente.
—Espléndido. Pero será mejor que les pongamos otro par de esposas.
Sacó otro juego del bolsillo de su impermeable.
—Sólo para asegurarnos de que no nos van a acarrear problemas. A ver… —meditó—. ¿Espalda con espalda o frente a frente? Mejor que los sujetemos frente a frente, ya que están tan enamorados. Podrán irse besando en el camino.
—Que lo hagan mientras puedan —gruñó Shapely.
Dick juntó a Steve y a Cathy y les colocó el otro par de esposas.
—No cabe duda de que eres el agente más imbécil que jamás haya estado al servicio de Brandt —dijo Steve.
—Hay alguien más imbécil que yo —replicó Dick retrocediendo un paso y contemplándolos con aire admirativo—. A mí nunca se me ocurrió asaltar a un sheriff. Aquí los tiene, Shapely. Bien empaquetaditos.
Shapely hizo un gesto con su revólver.
—O. K. Afuera y al auto.
Era una postura incómoda y Cathy y Steve tuvieron que moverse como cangrejos mientras Dick sostenía la puerta para que pasaran. Luego los guió, siempre de excelente humor, hasta el auto. Charlaba sobre el tiempo y sobre la cantidad de barro que habían acumulado en los zapatos y sobre la suerte que había tenido al conseguir prestado un impermeable que no le quedara corto de mangas. Abrió la portezuela trasera del auto y ayudó a Cathy a subir, pero molestó bastante a Steve, en cuyo camino parecía insistir en interponerse. Por fin Steve entró, más al piso que al asiento del auto, y Dick cerró la portezuela con un alegre:
—¿Cómodo?
Shapely dio la vuelta hasta el asiento del conductor y entró, desabrochándose la chaqueta para enfundar el revólver. Dick se sentó junto a él.
—¿Usted los vigilará? —preguntó Shapely.
—Seguro, sheriff. Yo también tengo un arma por si se inquietaran.
—Muy bien.
Shapely puso en marcha el motor e hizo que el coche retrocediera por el camino hasta llegar a la ruta. Los limpiaparabrisas barrían con esfuerzo los torrentes de agua que golpeaban contra el vidrio. Tomaron la carretera hacia la ciudad.
Steve se acomodó lo mejor que pudo en el asiento trasero y Cathy apoyó la empapada cabeza sobre su hombro empapado.
—Lo siento, Steve —murmuró—. Todo esto es un enredo tan horrible.
Él restregó la mejilla contra el pelo de la chica.
—No es culpa tuya. Fui yo quien complicó más las cosas.
—Ojalá no me hubiera escapado. Ojalá tú nunca me hubieras hallado. Ojalá hubieran mandado a otro tras de mí.
—Yo me alegro de haberte encontrado —susurró Steve—. He esperado treinta y cuatro años para encontrarte. Nunca te lo he dicho hasta ahora, chiquilla, pero te amo y si te lo digo es porque sé que es para siempre. Para siempre. Ocurra lo que ocurra.
—Steve.
La besó en los labios y sintió que le invadía una tibia sensación que borraba el frío y el hambre. Por un momento muy largo, en el mundo no hubo nada más que la chica sentada junto a él.
—¡Qué enternecedor! —comentó Dick desde el asiento delantero.
Cathy y Steve lo ignoraron y se volvieron a besar. Ella empezó a sollozar quedamente.
Shapely condujo su automóvil a través de un pequeño puente y preguntó:
—¿Qué está ocurriendo ahí atrás?
—Ssh. Están enamorados —dijo Dick.
El sheriff lanzó un gruñido despectivo.
—Hace dos semanas que viven juntos —dijo.
—Es una ocurrencia muy prosaica —opinó Dick—, pero es probable que sea acertada.
Siguieron andando en silencio. Atravesaron White River y siguieron rumbo a Springfield, hacia la cárcel del condado. El tiempo volaba y Steve advirtió con pesar que la edificación era más densa. Habían llegado a las afueras de la ciudad. Les quedaba poco tiempo, muy poco tiempo para todo.
Desde el asiento delantero Dick le llamó.
—¿Steve?
Steve no respondió. Se había inclinado sobre el rostro de Cathy, sobre sus pestañas húmedas, sobre sus labios entreabiertos.
—¡Oye, Steve!
Steve se volvió con irritación.
—¿Qué quieres?
Dick habló en el tono de quien reanuda una charla:
—Sabes una cosa, Steve. Creo que este sheriff es realmente estúpido. Yo no quería creer que le hubieras podido quitar el revólver del bolsillo, pero yo acabo de hacerlo también.
El auto se desvió bruscamente de su curso y Shapely lo enderezó.
—¿Qué? —rugió.
Dick le palmeó un brazo.
—Está bien, sheriff. Siga conduciendo y no pase de los cincuenta, porque este objeto puede dispararse.
Steve se había erguido ahora.
—¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó.
Dick siguió hablando en su tono de charla fácil, pero ya no miraba hacia el asiento trasero. Se había vuelto y enfrentaba al sheriff.
—Las dos manitas sobre el volante, James. Y no se preocupe más por la cárcel del condado. Nos llevará a la central de policía del Estado. Las celdas son mejores allí. ¿Sabes, Steve? Es realmente estúpido. Si no lo es, se ha comportado en forma ofensiva. No tiene el menor respeto por la Agencia de Detectives Brandt. Mata a una mujer y tiene la osadía de contratarnos para que sigamos a alguien inocente. Cree que no tenemos un dedo de frente. Y no cree que nosotros llegamos siempre a tiempo. Está convencido de que la gente de Brandt llega arrastrando los pies al último acto de la obra. Me creyó cuando le dije que había llegado en el momento en que intervine. ¡Qué vergüenza que un hombre pueda ser tan idiota!
Steve tenía los ojos muy abiertos y Cathy no podía cerrar la boca. Le era imposible creer lo que oía. Shapely, por su parte, parecía ahogado.
—¿A qué viene este cambio de actitud? —preguntó Steve.
—¡Pero Stevikins! ¿Estás tan abrumado por tu descubrimiento del amor que también te estás poniendo pesado? Yo anduve dando vueltas en torno a tu chocita desde antes del crepúsculo. Con gran placer presencié, primero tu llegada, luego la de Mr. Shapely y, finalmente, la de Howard, el medio hermano de Mr. Shapely. No supondrás que me iba a enterar de tu carta a eso de las cuatro e iba a esperar hasta que oscureciera para echar a andar ¿no? Estuve por allí todo el tiempo y, como diríamos en nuestra lengua vernácula, he oído un kilo.
—¡Santo Dios! —exclamó Steve—. ¿No me dirás que has oído la confesión de Shapely?
—Por supuesto que la oí. Fue una bonita confesión, Shapely. Breve, pero concreta.
Steve abrazó a Cathy.
—¡Qué me dices! ¡Lo hemos logrado!
—Lo siento, viejo. No quisiera robarte la gloria —replicó Dick, pero tú no has logrado nada. Yo ya había adobado a Shapely antes de que tú empezaras a escribir tus billet doux. Cuando hablé con Brandt, después del fiasco de Jacksonville, él me envió a White River a echar una ojeada. Tú no le reconoces el mérito, Steve. No es tan estúpido como para creer que tú harías lo que hiciste sólo porque la chica te guiñó el ojo. Al principio se puso furioso, pero cuando se calmó decidió que todo este asunto necesitaba una investigación a fondo. Eso es lo que yo he estado haciendo: investigar. He descubierto montones de cosas. Pelo que parece de Shapely con rastros de sangre. Estaba en el dormitorio, y el laboratorio lo confrontará cuando le demos un poco de pelo de este viejo Jim. Sangre en el cuchillo. Gracias por prestarme su cuchillo de caza, sheriff. En realidad no lo he perdido, simplemente lo llevé al laboratorio de la policía. Hay unas cuantas cositas que todavía no han sido controladas, como algunas pequeñas manchas en el tapizado de este auto que pueden ser de sangre que traía en la ropa…
Dick se detuvo para pinchar al sheriff con el revólver.
—Tranquilo, muchacho —le aconsejó—. Le he dicho que no pasara de cincuenta y que se dirigiera a la central de policía del Estado. Nos están esperando.
El sheriff no podía articular palabra. Su rostro estaba pálido de terror y sus movimientos eran de autómata que obedece órdenes pero es incapaz de actuar por su cuenta.
—Eso es todo lo que hemos conseguido hasta ahora; pero espero poder dar con la ropa que llevaba ese día o con lo que queda de ella. De modo, Steve, que tu novia no va a sufrir un juicio por homicidio y tú no irás a parar a la cárcel por ayudarla a escapar. No me sorprendería, tampoco, que el viejo te vuelva a contratar. Con todo, en tu lugar yo no esperaría que me pagara una bonificación. Es más fácil que te hagan algún descuento.
—Gracias —dijo Steve con sequedad—. ¿De modo que cuando entraste a la casa esta noche ya sabías que Shapely era el hombre?
—¡Pero, por supuesto, Steve!
—¿Y nos esposaste y nos dejaste sufrir media hora más?
—Bueno, bueno. Lo que me hiciste allá en Jax fue una faena bastante sucia, Steve. Se me ocurrió que no te vendría mal hacer un ratito de penitencia.
—Si no estuviera esposado te lo haría de nuevo.
Cathy lo chistó suavemente y luego habló:
—Mr. Graves, pienso que usted es el hombre más maravilloso del mundo… después de Steve. Me gustaría darle un beso.
—Gracias, madame. Veo que hay quien sabe comprender que me he deslomado trabajando. Parece que hemos llegado, sheriff. Aparque con cuidado y pare el motor. Luego entraremos. ¿De acuerdo?
Cuando el automóvil se detuvo y el sheriff se quedó inmóvil, aferrado al volante, Dick volvió a hablar.
—Muy amable de su parte, señorita, como iba diciendo. Pero quizá Stevikins se oponga a lo del beso. Creo que ya no me quiere.
—Quizá olvide mi disgusto si nos llevas a comer ahora mismo —propuso Steve—. Hace dos días que no probamos bocado.
Dick asintió con la cabeza.
—Francamente no sé quién puede querer servir a sujetos tan miserablemente andrajosos como vosotros dos. Pero creo que podré solucionar el problema en cuanto termine con un asunto que tengo aquí. Puede soltar el volante, sheriff. Estamos sanos y salvos. Vamos, Jimmy. Recoja su sombrero y camine.
— FIN —