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A LAS PUERTAS DE ALEJANDRÍA

La cualidad más extraordinaria de Rommel era indudablemente su capacidad de reacción. Apenas derribado estaba ya levantándose con la misma rapidez con que se levanta ese juego infantil llamado culbuto. El 11 de enero de 1941 estaba vendando sus heridas detrás de El Agheila. A más de 500 kilómetros al este, los sudafricanos se apoderaron aquel mismo día de Sollum. Bardia había caído a principios del mismo mes. El 17 de enero, la guarnición de Halfaya se rendía, por fin, al serle cortado su abastecimiento de agua y hallarse ya agotada por el hambre. Los puntos de apoyo de la frontera iban siendo ocupados uno tras otro, sin demasiado trabajo. Su suerte había quedado decidida en el mismo momento en que Rommel había comenzado su retirada.

Las dos terceras partes de las fuerzas del Eje estaban destruidas. Apenas la mitad de los efectivos del Afrika Korps había escapado a la muerte, al cautiverio, a la desmembración. Difícilmente podía ser buena la moral de los supervivientes. Durante la larga retirada de Tobruk, el espíritu combativo de las tropas italianas de infantería había quedado reducido prácticamente a cero (las divisiones italianas se quejaban de que los alemanes acaparasen todos los medios de transporte). Las dos divisiones alemanas de panzers —o, mejor dicho, lo que de ellas quedaba— habían sido retiradas del combate a fin de reequiparlas. De los 412 tanques de Rommel, 382 yacían incendiados, transformados en chatarra ennegrecida, sobre los campos de batalla. De los 1.000 aviones que tenía, 800 habían sido derribados o destruidos en el suelo. No podía esperar ningún nuevo refuerzo alemán hasta que pasara algún tiempo. Como máximo, Rommel sólo podía aspirar a mantenerse en El Agheila hasta el momento en que el VIII ejército lo desalojara de allí, y eso si las dificultades de abastecimiento no le obligaban a retirarse antes por propia decisión. Claro está que, por su parte, el general Auchinleck estimaba que hasta mediados de febrero no habría logrado superar sus propias dificultades administrativas y concentrar las tropas que necesitaba para reemprender la ofensiva.

No obstante, Rommel atacaba ya a partir del 21 de enero. «Se producía lo improbable; sin ninguna previa advertencia, las fuerzas del Eje comenzaron a avanzar».

Como sucedió el 31 de marzo de 1941, quizá también en esta ocasión el propósito de Rommel fuera, en principio, realizar una operación de reconocimiento de gran envergadura, y nada más. Únicamente un hombre de la tenacidad moral y física que le caracterizaba a él, podía pensar en una operación por aquella época, ya que Rommel, al igual que nuestros propios jefes, acababa de vivir dos meses de incesantes combates, durmiendo habitualmente en su automóvil o muy cerca de él, sin conocer jamás más de una o dos horas de tranquilidad seguidas, comiendo lo que podía y cuando podía, afrontando el frío, la lluvia y las cegadoras tempestades de arena. Más aún que nuestros propios jefes, Rommel había pasado sus días y sus noches corriendo a toda velocidad de un lugar a otro del campo de batalla. Durante su larga retirada, no pudo disfrutar —como nuestros jefes— de la excitación de la persecución ni de la perspectiva de la victoria como antídotos para hacerle olvidar la fatiga. De hecho, se hallaba al límite de sus fuerzas cuando alcanzó El Agheila.

Sin embargo, no por eso asignó ningún objetivo limitado a sus hombres del Afrika Korps, sino que les ordenó abastecerse de víveres para tres días y seguirle a él tan lejos y tan rápidamente como pudieran. Reforzado, pero sin disponer más que de un centenar escaso de tanques, privado virtualmente de fuerzas de cobertura, se lanzó hacia adelante con tres columnas. Nuestras fuerzas de cobertura, que también eran débiles y estaban muy dispersas, fueron barridas rápidamente. «Como de costumbre —dijo el general Auchinleck—, Rommel debió la mayor parte de sus éxitos iniciales a la velocidad y a la maña». La operación de reconocimiento o exploración se transformó inmediatamente en ofensiva. Nuestra 1.a división blindada, novata en el desierto y que acababa de reemplazar a los veteranos «Ratas del desierto» de la 7.a división, perdió 100 de sus 150 tanques y gran número de los cañones de que disponía. El 7 de febrero, acusando la pérdida de sólo treinta tanques propios, Rommel había hecho retroceder a dicha división hasta la línea Gazala-Bir Hakeim. Era, de todos modos, un triunfo militar audaz y brillante.

No sólo en Cirenaica descendía el barómetro de la guerra para los ingleses. También en Extremo Oriente comenzaba a soplar un viento gélido; se respiraba en el aire el temor de una inminente catástrofe. Los japoneses se extendían a toda marcha por las «impenetrables junglas» de Malaya. La «fortaleza inexpugnable» de Singapur no tardaría en ser atacada precisamente por el lado de donde ningún ataque se esperaba. En Burma, las dos débiles divisiones que teníamos no podían ver más perspectiva que la de retirarse a través de la selva, si es que podían conseguirlo. El Alto Mando del Eje se había dado finalmente cuenta de la importancia estratégica, tan cerca de sus propios territorios, de la isla de Malta y del Mediterráneo, y lanzó una serie de incesantes ataques aéreos contra la isla. El resultado inmediato y significativo fue que Rommel no perdió en todo el mes de enero ni una sola tonelada de suministros. Los aviones y submarinos del enemigo cerraron el Mediterráneo central a los convoyes aliados. Nuestras fuerzas navales sufrieron duras pérdidas, y muy pronto se encontró el almirante Cunningham con que no le quedaban más que tres cruceros y unos cuantos torpederos; su propio buque-insignia yacía hundido en las profundidades del puerto de Alejandría.

Todos estos acontecimientos determinaron una serie de reacciones en cadena. El general Wavell había tenido que desguarnecerse hasta límites de verdadera debilidad, para ayudar a las fuerzas comprometidas en la campaña de Grecia; y de igual manera, las incesantes peticiones de refuerzos con destino a Extremo Oriente habían impedido que el general Auchinleck pudiera reconstruir sus propias fuerzas. Ya en el mes de diciembre, incluso antes de que Rommel hubiera sido desalojado de sus posiciones de Gazala, la 18.a división había sido retirada del Oriente Medio para ser enviada a Malaya. (Desembarcó en Singapur poco antes de la capitulación y dos de sus brigadas fueron internadas en los campos japoneses de prisioneros tras oponer al enemigo una lucha tan terca como desesperada y sin perspectivas de éxito). Al mismo tiempo, se puso un freno al envío de la 17.a división hindú a África del Norte. Y fueron sacrificados igualmente los tanques, los aviones de caza, los cañones…

Era evidente que Malta caería en poder del Eje si no conseguíamos hacernos con algunos campos de aviación en la Cirenaica occidental, gracias a los cuales pudiéramos proteger por aire la isla y los convoyes de socorro que se enviaban a ella. De ahí que el Gabinete inglés insistiera pidiendo que se pusiera en marcha una ofensiva en el más breve plazo de tiempo posible. ¿Qué había que entender por aquel «más breve plazo»? ¡En seguida, ni un momento más tarde de ahora! Tal era el punto de vista del Primer Ministro británico. A lo que respondía el general Auchinleck: «En cuanto veamos una posibilidad de éxito». En efecto, una ofensiva precipitada y prematura podía provocar la destrucción de las nuevas unidades blindadas que con tanto afán procuraba Auchinleck crear. Intentando salvar Malta podía muy bien perderse Egipto y todo el Oriente Medio. Así se había cerrado el círculo vicioso: cada día que pasaba sin que pudiéramos evitar que Rommel recibiera nuevos refuerzos, reducía un poco más nuestras posibilidades de atacarle con un mínimo de posibilidades de éxito. En febrero, uno de los convoyes de tanques había logrado ya alcanzar Trípoli.

Los argumentos esgrimidos a larga distancia, como las llamadas telefónicas desde la India lejana, dejan a los corresponsales exasperados bajo la impresión de que al otro lado del hilo está un ser que no goza del pleno uso de sus facultades mentales. Esto es particularmente exacto cuando todos y cada uno tienen razón, desde sus respectivos puntos de vista. Afortunadamente, en vista de que nadie lograba convencer al general Auchinleck de que abandonara el Oriente Medio para desplazarse a Londres, sir Stafford Cripps y el general Nye, jefe adjunto del Estado Mayor imperial, se dejaron persuadir y fueron ellos los que acudieron a El Cairo. Allí el comandante en jefe les convenció de que las fuerzas de que disponía en tanques y en aviación eran demasiado débiles para pensar razonablemente en una ofensiva inmediata con alguna posibilidad de éxito.

De común acuerdo, acordaron entonces fijar la ofensiva para mediados de mayo. Mientras ocurría todo esto, Rommel recibía la cantidad de tanques que hacía muy dudoso el que pudiéramos conseguir aún durante mucho tiempo nuestra superioridad numérica. Sin embargo, el Gabinete de guerra estaba dispuesto a correr el riesgo de perder Egipto con tal de salvar Malta. Consiguientemente, se le dio orden al general Auchinleck de que lanzara su ofensiva a mediados de junio, lo más tarde. Llegado el momento, fue Rommel el primero en atacar, el día 27 de mayo, utilizando un número de tanques muy parecido al nuestro, pero de superior calidad, mejores, incluso, que los nuevos tanques norteamericanos «General Grant». Por nuestra parte, no llegamos a apoderarnos de los campos de aviación de Cirenaica, como deseábamos, pero pese a ello y gracias a la locura cometida por Hitler al aplazar el asalto de la isla por sus fuerzas aerotransportadas, no perdimos Malta. Pero eso no impidió que estuviéramos muy a punto de perder Egipto.

Los desastres de junio de 1942 representaron un golpe brutal para la opinión pública inglesa. Nada la impresionó tanto como la caída de Tobruk, cuando en verdad jamás habíamos tenido la intención de aferramos al dominio de esta ciudad si las cosas tomaban mal cariz. (El temor a la opinión pública inglesa hizo que el mando cambiara de decisión en la hora undécima. Pero cuando eso ocurrió habían sido ya limpiados de sus mortíferos ingenios muchos campos de minas, y Tobruk se parecía más a un campo de paso para tropas en retirada que a una fortaleza bien definida). Lo mismo en África del Sur (a causa de la rendición de sus compatriotas) que en Australia (a causa de viejas asociaciones de ideas), la gente quedó con el corazón oprimido. El propio VIII ejército, que había aspirado el aroma de la victoria en los primeros días de la lucha, no conseguía explicarse por qué aquella victoria se le escapaba de las manos. A causa de todo ello, no llegamos jamás a pensar en lo cerca que estuvo Rommel, no ya sólo de la derrota, sino incluso de la capitulación.

«Todo se decidió en torno al punto de apoyo de la 150.a brigada en Got de Ualeb», ha narrado el general Bayerlein, que añade: «Ni siquiera sabíamos que estuviese instalado allí. Nuestros primeros ataques contra ese punto fracasaron. Si no hubiésemos logrado apoderarnos de él el 1 de junio, hubiera podido usted capturar a todo el Afrika Korps en peso. Al anochecer del tercer día nos hallábamos cercados y casi privados de gasolina. Fue un milagro que nuestros aprovisionamientos pudieran llegarnos a través de los campos de minas».

La posición de Gazala consistía esencialmente en unos campos de minas que se extendían desde la costa a Bir Hakeim, situado a cuarenta millas más al sur, en pleno desierto. Por sí solos, los campos de minas no bastan para frenar a los tanques, ya que es posible trazar rápidamente para éstos algunos pasadizos entre las minas. Hacía falta que tras los campos hubiera alguna otra cosa. En tal sentido, resultaba imposible a todas luces excavar y mantener en uso un sistema continuo de trincheras, como en la guerra del 1914-18. Por lo demás, un sistema así hubiera sido inútil: por lejos que se le hubiera extendido, su flanco izquierdo hubiese quedado siempre al descubierto. Los generales Auchinleck y Ritchie dividieron, pues, el frente en una serie de puntos de apoyo, el primero de los cuales estaba en Gazala y el último en Bir Hakeim. Rodeados de alambradas y de minas, preparados para sostener una lucha defensiva circular, estos puntos de apoyo eran de hecho una especie de castillos. Debidamente abastecida con vista a un posible asedio, cada una de las guarniciones de esos puestos fortificados poseían en su recinto interior su propia artillería de complemento.

Estos puntos de apoyo tenían una doble función. En primer lugar, debían vigilar los campos de minas para impedir que el enemigo pudiera abrir caminos fáciles a través de ellos. En segundo lugar, y un poco como los castillos de la Edad Media, constituían centros de resistencia que cualquier enemigo prudente procuraría reducir en cuanto pudiera; ya que de no lograrlo, lo defensores, con sus salidas al exterior, podrían cogerlo en falso y cortarle sus comunicaciones con la retaguardia. Una vez estuviese el enemigo absorbido por el combate, nuestros tanques, cuidadosamente mantenidos en reserva, caerían de pronto sobre él. Y al conseguir así plantear la lucha en el terreno que más nos convenía, podríamos ser nosotros los que tomáramos la ofensiva en el momento propicio. De ese modo, la posición de Gazala sería para el VIII ejército una especie de Scapa Flow, un sólido bastión defensivo, punto de partida para un ataque pero al mismo tiempo, también, lugar de retirada si el caso lo exigía.

Como muy bien lo había adivinado el general Auchinleck, el primer objetivo de Rommel iba a ser nuevamente Tobruk. Jamás se atrevería a penetrar en Egipto sin haber ocupado antes dicha ciudad, y para atacar Tobruk se le ofrecían dos posibilidades distintas: o bien abrirse camino a través de los campos de minas y de los puntos de apoyo para lanzarse en seguida sobre Tobruk, o bien rodear toda la posición de Gazala y dar la vuelta hacia Bir Hakeim, para avanzar en este caso hacia el norte. Rommel escogió la segunda solución. La división italiana Ariete se apoderaría de Bir Hakeim, a ser posible en la primera noche de lucha. En todo caso, el Afrika Korps se dirigía en línea recta hacia el mar. ¡Con ello sería posible tomar Tobruk al tercer día de combates tras derrotar a los blindados ingleses! Las divisiones italianas deberían mantenerse firmes y aguantar la línea del frente, e impedirnos todo intento de ruptura en el oeste en dirección a Gazala. Una de dichas divisiones, la Trieste, tenía que arreglárselas para hacer una abertura a través del campo de minas, en el lugar preciso en que éste era cortado por la pista de Trig el Abd. Se trataba de una medida de precaución que acortaría la ruta alemana de aprovisionamiento en el caso de que Bir Hakeim no cayese en seguida. El punto de apoyo de nuestra 150.a brigada se encontraba precisamente detrás del mencionado campo de minas.

El general Bayerlein continuó diciéndome:

Nunca llegó a gustarme aquel plan, y así se lo dije una y otra vez a Rommel, en mi condición de jefe de Estado Mayor del Afrika Korps. En cualquier caso, me parecía correr un riesgo excesivo el continuar nuestro camino sin haber ocupado antes Bir Hakeim. Seis semanas antes, Rommel me había preguntado: «Si fuera usted el general Ritchie, ¿qué haría con sus blindados?». «Me mantendría muy apartado, hacia el este —le dije—, en cualquier lugar de los alrededores de El Adem, rechazaría en primer lugar el combate y luego me lanzaría sobre el flanco del enemigo en cuanto éste se hallara en Gazala». «¡Está usted loco —me respondió Rommel—, no harán eso nunca!». ¡Y eso aunque él mismo hiciera algo parecido! Yo creo que las disposiciones del general Ritchie eran excelentes. Los tanques norteamericanos «General Grant», con su cañón de 75 milímetros, fueron para nosotros una gran y desagradable sorpresa, y la 15.a división de panzers perdió sólo el primer día 100 tanques.

El general Cruwell, jefe del Afrika Korps, fue derribado durante un vuelo y tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en el punto de apoyo de la 150.a brigada, donde fue hecho prisionero. El general Gausi, jefe del Estado Mayor de Rommel, cayó herido. El general Nehring tomó el mando del Afrika Korps y yo sustituí a Gausi. Después de nuestro fracaso ante Bir Hakeim, que no logramos ocupar, luego de nuestro otro fracaso frente al campo de minas que no habíamos logrado atravesar, Nehring y yo suplicamos a Rommel que detuviera el combate; pero no quiso saber nada sobre el particular. Si mal no recuerdo, esto fue el 31 de mayo, por la tarde. Nos hallábamos en una situación francamente desesperada, de espaldas al campo de minas, sin víveres, sin agua, sin gasolina, con muy escasas municiones, sin disponer de un pasadizo a través de las minas para nuestros convoyes y con Bir Hakeim, que seguía resistiendo, impidiendo que pudieran llegarnos por el sur los aprovisionamientos que tanto necesitábamos. Para colmo de males, la aviación enemiga nos atacaba sin cesar. ¡Otras veinticuatro horas en aquellas condiciones y nos veríamos obligados a rendirnos!

De ese modo halla exacta confirmación una historia que oí por primera vez en el campo de prisioneros de Barce, tan sólo unos días después de estos acontecimientos. Durante las primeras horas del ataque, nuestra 3.a brigada motorizada hindú se vio atropellada y puesta en desorden. Poco después, un viejo amigo mío, oficial del 10.o de húsares, tuvo que ver cómo su tanque se incendiaba, y no tardó en hallarse entre los prisioneros hindúes, cerca del Cuartel General de Rommel, al este de los campos de minas. Rodeado de cañones de 88 milímetros para mantener a raya a nuestros blindados, Rommel hacía esfuerzos desesperados para apoderarse del punto de apoyo de la 150.a brigada, con lo cual hubiera logrado asegurar su abastecimiento. Los prisioneros hindúes morían de sed y se peleaban por las escasas gotas de agua que se servía a los heridos. El mayor Archer Shee, oficial de gran prestancia, solicitó ver a Rommel y con gran sorpresa suya fue conducido en seguida a su presencia. Archer Shee hablaba el alemán lo necesario para hacer comprender su protesta: si los prisioneros no recibían ni alimento, ni agua, los alemanes no tenían derecho a mantenerlos con ellos, debían devolverlos a las líneas inglesas. Rommel le escuchó y luego se mostró razonable y hasta simpático:

Reciben ustedes la misma ración de agua que el Afrika Korps y que yo mismo: media taza por día. Pero de todos modos estoy de acuerdo con usted, las cosas no pueden continuar así. Si esta noche no recibimos un convoy, me veré obligado a pedir al general Ritchie las condiciones de mi rendición. Usted mismo podrá llevarle una carta de mi parte…

A este extremo habían llegado las cosas, al parecer, aunque a uno le cueste mucho trabajo imaginar a Rommel rindiéndose voluntariamente. Pero ya el general Auchinleck, a su regreso de El Cairo, se había dado cuenta, antes que el general Ritchie, de que la caída en manos del enemigo del punto de apoyo de la 150.a brigada modificaba completamente la faz de las cosas. El 3 de junio escribía:

Estoy muy contento de verle convencido de que la situación sigue siéndonos favorable y que incluso va cada vez mejor para nosotros. No obstante, yo no dejo de mirar con desconfianza la destrucción de la 150.a brigada y la consolidación por parte del enemigo de una amplia y profunda cuña que penetra en nuestra posición. Si se le deja el tiempo suficiente para consolidarse en esa cuña, me parece que… nuestra posición de Gazala, incluyendo Bir Hakeim, se hará muy pronto insostenible, aun en el caso de que el enemigo no renueve su ofensiva… En la situación en que se hallará, podrá rápidamente recobrar la iniciativa que tan bien ha sabido usted arrebatarle durante la última semana de combates.

¿Dónde estuvo el error? Mostrarse bien orientado cuando los acontecimientos son ya pasado, no es muy difícil. Pero en el caso que comentamos, puedo declarar que vi las cosas con exactitud inmediatamente. En A Year of Battle, Alan Moorehead evoca lo que le había dicho yo los días 2 y 3 de junio: que habíamos perdido el tren al no lanzarnos al ataque con la 5.a división hindú, a las órdenes del general Briggs, en los momentos en que Rommel se encontraba clavado en el campo de minas. Verdad es que la eventualidad de ese ataque había sido ya discutida. El 2 de junio ya había podido ver en varias ocasiones al general Briggs, oficial condecorado con la D. S. O. con dos barras, hombre que siendo realmente un «duro» daba la impresión de que era un «blando». Juntos deploramos los dos nuestra indecisión: llegado un cierto momento, debíamos atacar, e inmediatamente después, toda la división al completo debía maniobrar hacia el sur en torno a Bir Hakeim y rodar sin cesar hasta llegar a Derna. Y en definitiva, nos hallábamos pasando el rato sin hacer nada. Cuando el ataque fue lanzado, por fin, el 5 de junio, llegaba con tres días de retraso. El punto de apoyo de la 150.a brigada había caído ya en poder del adversario, que había logrado abrirse un camino a través del campo de minas. El Afrika Korps, recobrándose, volvía a sentirse seguro: de nuevo disponía de agua, de gasolina, de víveres, de municiones, junto con una buena cantidad de tanques, en el saliente, tras un telón de cañones también en gran número.

Durante este tardío ataque, la 10.a brigada de la 5.a división consiguió al principio algunos éxitos, pero nuestros tanques no sacaron de ellos todo el beneficio que cabía esperar. Cuando se hizo de noche, tanques alemanes y fuerzas de infantería transportadas en camiones se deslizaron alrededor de la brigada. Antes de que tuviéramos tiempo de reconocerlos, algunos alemanes, montados en vehículos ingleses, aplastaron al único batallón que protegía nuestro flanco.

A esto siguió la presencia de los tanques y la infantería transportada. El Cuartel General de la brigada y el Cuartel General táctico de la división se desvanecieron ante el humo de los camiones y las tiendas de campaña incendiados. El general Briggs y el general Messervy, de la 7.a división blindada, que volvían de un reconocimiento, se las arreglaron como mejor pudieron para desaparecer; pero el brigadier Bauche, el comandante jefe de la brigada, que regresaba a su Cuartel General, y yo, que allí le esperaba, fuimos menos afortunados.

Aquella noche, metido entre los tanques alemanes, en campo raso, costaba poco ver que Rommel se había puesto nuevamente en movimiento. En verdad, había recobrado la iniciativa que le arrebatara el general Ritchie, y no tenía intenciones de perderla otra vez. Fue el 5 de junio cuando se trocaron los papeles en la batalla, aunque la oportunidad de haberla ganado estuvo en nuestras manos tres días antes de esa fecha.

Rommel hizo entonces lo que desde el principio debía haber hecho. Envió al general Bayerlein a liquidar Bir Hakeim. Esto le exigió toda una semana de incesantes bombardeos artilleros combinado con ataques de los Stukas. Aún sometidos a esas condiciones, las valerosas tropas de la Francia libre se mantenían firmes, pero finalmente no pudieron resistir por mucho tiempo y así fue como el general Ritchie le dijo al general Koenig que abandonara Bir Hakeim la noche del 10 de junio, procurando abrirse paso a toda costa. Lo logró, saliendo con buena parte de sus fuerzas, en un automóvil que manejaba una muchacha inglesa como chófer.

Ya libre de la preocupación de Bir Hakeim, Rommel volvió inmediatamente a su plan original de capturar Tobruk. A medianoche del 11 de junio, la 90.a división ligera estaba a escasas millas al sur de El Adem. A su izquierda estaban escalonadas las divisiones blindadas. Siguieron dos días de grandes y decisivas batallas de tanques. Rommel lanzó al combate todo su material blindado. Pero lo hizo poniéndolo tras una cortina de cañones antitanques, que ahora sacaba en mayor número de los que creíamos tenía. Las brigadas blindadas inglesas, debilitadas ya por la pérdida de casi todos los Grant, tuvieron que tratar de abrirse paso entre aquella cortina hasta llegar a los tanques alemanes, sufriendo gran número de bajas a causa de los disparos de los cañones. Y los tanques de Rommel cayeron sobre los restos del blindaje inglés, que estaba casi destruido cuando caía la noche del 13. Más aún: el enemigo se había adueñado prácticamente del campo de batalla y podía recuperar sus tanques averiados; los nuestros, en cambio, estaban perdidos.

Después de todo esto, se hizo evidente que la posición de Gazala tendría que ser abandonada. Pero lo mismo el general Auchinleck que el general Ritchie se resistían a admitir la derrota del VIII ejército. Pensaban que si bien había perdido su blindaje, mantenía intacta su infantería. Había sido traída de Siria la división neozelandesa y una nueva división blindada venía de camino para el frente. Por otra parte, alrededor de 150 tanques estaban siendo reparados en los talleres. Pronto contaría con más tanques que Rommel, y aún seguíamos siendo, como durante toda la batalla, superiores en el aire. Se dio orden de abandonar Gazala, pero manteniendo en pie una línea, a partir del perímetro oeste de Tobruk, hasta El Adem y Belhamed.

Al mismo tiempo, se conservaría en dirección este una fuerza móvil y se organizaba una nueva fuerza de choque cerca de la frontera. Esto significaba que Tobruk, o por lo menos parte de él, sería arriesgado nuevamente, lo cual era contrario a los planes trazados, ya que la Marina había comunicado que ya no podía abastecer a la ciudad. De todos modos, una invasión temporal y parcial era algo muy diferente de un sitio constante.

En opinión del general Bayerlein, esta decisión fue fatal para nosotros. «A mi modo de ver —dijo—, el general Ritchie debería haberse ido directamente a la frontera tras la ocupación de Bir Hakeim, cuando nos hallábamos a caballo sobre la posición de Gazala. En todo caso, nunca debió de haberse empeñado en mantener Tobruk, considerando el estado deficiente de sus defensas y la improvisada guarnición con que contaba. Si estaba decidido a conservarla, como supusimos que iba a hacer, debió haberse preparado desde el principio sembrando nuevos campos de minas, poniendo sus cañones en posición, etc. Y sobre todo, hubiera debido poner al frente de la posición a un general experimentado y ducho. Porque creo que si alguien como el general Moorehead, el general Gott o el general Freyberg hubiera estado allí, las cosas se hubieran desarrollado de modo muy diferente. Verdad es que algunas unidades pelearon bien. Recuerdo que un batallón escocés (el Cameron Highlanders) siguió combatiendo aún después de que el general Klopper se rindiera. Pero no es menos cierto que no parecía existir ningún plan de defensa propiamente dicho».

Realmente, la decisión resultó fatal. Luego de ocupar Sidi Rezegh el 17 de junio y derrotar de modo aplastante a nuestras fuerzas blindadas ese mismo día, Rommel lanzó su ataque contra Tobruk el 20 de junio, exactamente como se había propuesto hacer el 23 de noviembre del año anterior. Empleando sus Stukas para bombardeo en picado de los campos de minas y abrirse así un corredor, se abrió paso rápidamente hasta interior de la fortaleza por el sudeste, en la cual no tardó en producirse la mayor confusión. El general Klopper, arrojado a bombazos de su Cuartel General, con sus elementos de señalización y comunicación destruidos, perdió por completo contacto y el control de sus fuerzas. Mientras sucedía esto, los tanques alemanes se abrían en abanico al salir del corredor practicado en perímetro. Algunas tropas seguían combatiendo. Otras se abrieron paso hacia el este, en particular un batallón de las Guardias de Coldstream, que lo hizo, naturalmente, con todo orden. Los sudafricanos que defendían el lado occidental y sudoccidental del perímetro, apenas se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que la 90.a división ligera no los atacó por su retaguardia. Obedecieron de muy mala gana, al otro día, la orden del general Klopper de que se rindieran. Meses más tarde, cuando estaban en un campo de prisioneros, seguía aún asombrados de lo ocurrido y llenos de amargo rencor. ¡No podían comprender que la misma fortaleza que en 1941 había resistido durante nueve meses, cayera luego en un solo día de asedio! E inevitablemente, culpaban de todo al general Klopper.

Durante las últimas horas, y también mucho tiempo después, Tobruk estuvo cubierto con un manto fúnebre de humo negro, procedente de los depósitos incendiados poco antes de la capitulación. Millones de litros de gasolina y algunos almacenes fueron presa del fuego. Pero, a pesar de todo, aún le quedaba a Rommel gasolina suficiente para proseguir su incursión hacia Egipto.

Ahora era ya demasiado tarde para mantenerse en la frontera. El general Ritchie pidió autorización para retirarse hasta Marsa Matruk. Aunque con vacilaciones y de mala gana, se la concedió el general Auchinleck. Privada de defensas blindadas, Marsa Matruk no resultaba más apta para resistir que la frontera. Al atardecer del 23 de junio, Rommel alcanzaba de nuevo las alambradas de la frontera.

¿Proseguiría su avance? El general von Thoma asegura que Rommel desobedeció una orden expresa de Mussolini, recibida vía Badoglio, para que se detuviera en la frontera tras la caída de Tobruk. Pero el general Bayerlein niega el hecho. Según él, el 22 de junio tuvo lugar una conferencia al oeste de Bardia. El propio Bayerlein dice que llegó a la misma, cuando llegaba a su fin, pero que Rommel le dijo luego que, según el general Bastico, su inmediato superior, no debía intentarse un avance sobre Egipto. No había, sin embargo, ninguna orden sobre el particular, ni de parte del Alto Mando alemán ni de la de los italianos. De ahí que el general Bastico cediera cuando Rommel le aseguró que el mariscal Kesselring le había prometido que obtendría todos los abastecimientos que deseaba le fueran enviados. Este punto queda aclarado, si así puede decirse, con dos extractos del Diario de Ciano. El 22 de junio Ciano escribe:

Un telegrama restrictivo ha sido ya enviado desde Roma, aconsejando al general Rommel que no debe aventurarse más allá de la línea Fuerte Capuzzo-Sollum.

Al día siguiente, escribe:

Por algunos telegramas interceptados y enviados por un observador norteamericano en El Cairo, sabemos que los ingleses han sido derrotados y que si Rommel prosigue su acción, tiene muchas posibilidades de alcanzar la zona del Canal. Naturalmente, Mussolini presiona para que la ofensiva continúe.

La decisión fue, pues, de Rommel; la indecisión, no. Para un hombre de su temperamento, no podía ser de otro modo. Tenía en fuga al VIII ejército. ¿Se iba a detener, dejando que se reorganizara ese enemigo, para tener que volver a comenzar el asunto desde la línea donde se había detenido hacía 14 meses? Con el brillante premio de Egipto y el canal de Suez casi al alcance de la mano, lo mismo el Alto Mando alemán que el italiano tenían que darse cuenta de todo lo que estaba en juego, dándole el apoyo adicional y los aprovisionamientos que necesitaba. «Nadie se hubiera podido imaginar entonces —dice el general Bayerlein— que los ingleses volverían tan rápidamente a hacerse con el control del Mediterráneo y a lograr frenar a nuestros barcos». Aún menos podía nadie imaginarse que Hitler, con sus famosas intuiciones, y Keitel, Jodl y Halder con sus expertas mentes de Estado Mayor, no llegarían a darse cuenta de la oportunidad que se les presentaba. Naturalmente, Rommel pensaba que debía continuar su avance. Verdad era que el Afrika Korps se encontraba en las últimas; pero para Rommel un soldado jamás estaba agotado cuando se trataba de disputar el último asalto de una batalla victoriosa… o, si preciso era, de una batalla perdida.

Sus tropas siguieron, pues, adelante, y a gran velocidad. Al atardecer del 24 de junio, es decir, cuatro días después de la caída de Tobruk, Rommel llegó a Sidi-Barrani. Veinticuatro horas más tarde sus columnas estaban ya a cuarenta millas de Marsa Matruk. Aquella tarde, el general Auchinleck tomó el mando directo del VIII ejército. Inmediatamente decidió que ninguna fracción del mismo habría de quedar encerrada en las defensas de la mencionada posición. No debía repetirse el error de Tobruk. Había que detener a Rommel, de ser posible en la zona comprendida entre Matruk y El Alamein. Pero, como medida de precaución, el 30.o cuerpo de ejército debía ocupar El Alamein. El 26 de junio por la tarde, los tanques alemanes se abrieron paso a través del campo de minas de Charing Cross, sector sur. Al día siguiente chocaron contra la división neozelandesa, fresca y, como siempre, con elevado espíritu combativo. Los alemanes sufrieron duras pérdidas, pero continuaron adelante a lo largo de la costa, logrando cortar el camino a veinte millas al este de Matruk. La 50.a división y la recién incorporada división hindú tuvieron que pelear mucho para abrirse paso, dejando abandonada gran parte de sus municiones y equipos. Ya no se podía hacer otra cosa que retirarse a las posiciones que el general Auchinleck tenía preparadas desde hacía ya mucho tiempo. El 30 de junio, Rommel llegaba a la línea de El Alamein, a 125 kilómetros de Alejandría. Si hemos de dar crédito al general Bayerlein, que lo afirma formalmente, ¡a Rommel sólo le quedaban en aquel momento doce tanques!