REGRESO A TÚNEZ

(Durante su retirada a partir de El Alamein, en noviembre de 1942, Rommel había preparado un plan para futuras operaciones en África del Norte; fue ese plan el que sirvió de base a una serie de discusiones de Rommel con Bastico, Cavallero, Kesselring, Goering y Hitler. El texto que sigue es el esquema del referido plan, que redactó más tarde Rommel).

a) En las condiciones en que se hallaba entonces el abastecimiento —nos impedían reemplazar nuestros tanques, que hacía meses debían haber sido cambiados, y nos impedían también constituir el stock de carburante indispensable para una batalla de movimiento—, era claro que no podíamos tener demasiadas esperanzas de poder conservar Tripolitania contra un potente ataque de los ingleses. Porque todas las posiciones en rigor «aguantables», podían, no obstante, ser desbordadas por el Sur; en este caso, la carga más pesada de la defensa recaería sobre las fuerzas motorizadas. Era necesario, pues, prepararse a evacuar Tripolitania con objeto de ocupar la posición de Gabes, que se apoya por el sudoeste en el Schott Dscherid, y detenernos allí. Al llevar a cabo esa retirada de Mersa el Brega, en Túnez, no había que perder de vista dos importantes consideraciones: en primer lugar, ganar el máximo de tiempo posible; luego, realizar la operación con el mínimo de pérdidas en hombres y material.

El principal problema de esta retirada fue el que nos planteaban las tropas italianas no motorizadas. Cuando no quiere uno abandonarla a su propia suerte, siempre es la formación más lenta la que determina la velocidad de retirada de todo un ejército. Eso representa una desastrosa ventaja cuando tiene uno que vérselas con un atacante totalmente motorizado y superior en número. Por todas esas razones se hacía imprescindible, antes de que los ingleses atacaran, trasladar las divisiones italianas a nuevas posiciones en el Oeste, mantener nuestras fuerzas motorizadas en Mersa el Brega a fin de frenar allí a los ingleses; minar las carreteras y aprovechar todas las ocasiones favorables para infligir pérdidas a las vanguardias enemigas.

El mando inglés se había mostrado extremadamente prudente. No se arriesgaba en ninguna operación cuyo desenlace ofreciera la menor duda para su causa; sentía repugnancia hacia toda acción atrevida. En esas condiciones, nuestras tropas motorizadas debían moverse mucho para dar la sensación de una incesante movilidad y actividad, de modo que los ingleses reforzaran aún más su prudencia y que su avance fuera más lento. En mí no cabía la menor duda de que Montgomery no correría jamás el riesgo de atacarnos osadamente y desbordarnos. Y hubiera podido hacerlo: en efecto, si considera uno el conjunto de las operaciones, un tal método le hubiera costado muchas menos pérdidas que su metódica insistencia, que sacrificaba la velocidad en beneficio de una superioridad por lo demás aplastante.

De cualquier modo, había que conducir la retirada hacia Túnez en varías etapas y obligando a los ingleses a desplegarse tan frecuentemente como pudiéramos. Se trataba de un juego que hacíamos, basándonos en la prudencia del mando inglés; y el juego se reveló bien fundamentado. Nos instalamos en la línea Buerat, con primeras posiciones; la línea Tarhuna-Homs constituía el conjunto de las segundas posiciones. Ni siquiera teníamos la intención de aceptar el combate en aquellos lugares; por el contrario, la infantería debería ser retirada antes de todo enfrentamiento, mientras nuestras fuerzas motorizadas tomarían contacto con el adversario y retardarían su avance. Finalmente, nos detendríamos en las posiciones de Gabes, que, como las de El Alamein, no podían ser desbordadas por el sur.

b) En las posiciones de Gabes, la infantería podría soportar todo el peso del combate. Eran posiciones que no se prestaban al ataque de fuerzas motorizadas; únicamente una gran acumulación de material concentrado allí podría abrir una brecha. Montgomery de seguro que no querría asumir ningún riesgo, y antes de poder atacar el Wadi Akarit con alguna posibilidad de éxito tendría que esperar varios meses, para traer a Libia el material suficiente. Durante este período nuestras fuerzas motorizadas habrían sido reforzadas y renovadas con material traído de Túnez, mientras la retirada proseguía. Para entonces se habría producido el desembarco de nuestro V ejército, y así teníamos la oportunidad de reconstituir otra nueva fuerza combatiente.

Significaba un gran peligro para nosotros el vasto frente abierto al oeste de Túnez, que ofrecía a los anglonorteamericanos buenas posibilidades para una ofensiva. Teníamos, pues, que asestar allí el primer golpe, atacar por sorpresa empleando el grueso de nuestras fuerzas motorizadas, destruir la mayor parte de las formaciones enemigas y hacer que las otras retrocedieran hacia Argelia. Mientras tanto, Montgomery no podía atacar las posiciones de Gabes antes de haber constituido grandes reservas de municiones para su artillería.

Después de que los anglonorteamericanos fueran derrotados al oeste de Túnez y les priváramos de toda posibilidad de montar una ofensiva, hacía falta reorganizar nuestras fuerzas con la máxima rapidez a fin de poder atacar a Montgomery, echándole hacia el este procurando al mismo tiempo que no se desplegara. Semejante operación hubiera presentado dificultades considerables, debidas principalmente a la desfavorable naturaleza del terreno.

c) A la larga no lograríamos conservar ni Libia ni Túnez, ya que la guerra de África acabaría decidiéndose en la batalla del Atlántico. Después de que la abrumadora superioridad industrial de los Estados Unidos podía hacerse sentir en cualquiera de los teatros de operaciones, habían desaparecido todas nuestras posibilidades de obtener una victoria final. Aunque hubiéramos ocupado nosotros toda África, hubiera bastado que los Estados Unidos conservaran una cabeza de puente por donde entrara su material, para que un día u otro acabáramos perdiendo el continente.

Llegados a este nivel, la habilidad táctica podía tal vez retardar el colapso, pero no podía evitarlo a largo plazo. En Túnez sólo podíamos tender a ganar tiempo, con el fin de enviar a Europa el máximo posible de soldados experimentados. Puesto que la experiencia nos había enseñado que no teníamos ninguna posibilidad de mantener en Túnez un gran ejército, parecía acertado esforzarnos por reducir la importancia numérica de nuestras tropas combatientes, procurando que estuvieran compuestas de unidades mejor equipadas. En el momento mismo en que los Aliados se esforzaran en decidir la contienda a su favor, nosotros debíamos ir reduciendo gradual y constantemente nuestro frente, evacuando cada vez más hombres por medio de aviones, barcos mercantes o naves de guerra. Nuestra primera parada había de tener lugar en las colinas que unen Túnez a Enfidaville; la segunda, en la península del Cabo Bon. Cuando los Aliados tomaran Túnez, no encontrarían allí nada, a excepción de algunos prisioneros; así se hubieran visto frustrados de los frutos de su victoria, como a nosotros nos pasó en Dunkerque.

d) Entre las tropas que se había previsto serían evacuadas a Italia había que seleccionar aquellas que podían formar una nueva unidad de combate. Aquellas tropas habrían sido las mejores a la vez en el terreno del entrenamiento técnico y en el de la experiencia de combate que podíamos oponer a los anglonorteamericanos. Además, yo me hallaba en tan buenos términos con ellas que el valor de esas tropas bajo mi mando no puede reducirse a su importancia numérica actual.