Un ataque nocturno contra el 10.o cuerpo italiano costó a los ingleses severas pérdidas: gran número de muertos y doscientos prisioneros. Entre estos últimos se encontraba el general de brigada Clifton, jefe de la 6.a brigada de Nueva Zelanda. Sostuve una conversación con él en la mañana del día siguiente al que fue hecho prisionero. Arguyendo que había importantes fuerzas blindadas británicas frente a su posición, había intentado convencer a los italianos de que debían rendirse; éstos se disponían ya a seguir su consejo cuando surgió, con gran disgusto del general de brigada Clifton, un oficial alemán, cuya intervención hizo añicos su plan.
Aquello hizo que el general Clifton quedara muy deprimido. Cuando me acerqué a él, comencé reprochándole varios actos contrarios a la ley internacional, que habían cometido sus tropas neozelandesas. Se le veía poseído de una confianza absoluta en la victoria; cosa comprensible sobre todo ahora, cuando nuestro ataque había sido rechazado. Era un veterano de la guerra de África: había mandado tropas inglesas contra nosotros desde 1940 y en 1941 y 1942 había luchado en Grecia, en los combates del invierno.
Nos dio la impresión de un hombre muy agradable y valiente. Insistía en permanecer como prisionero de los alemanes y en que no lo entregaran a los italianos. Traté de satisfacer sus deseos, y prescindiendo un poco de las instrucciones generales, lo envié a un depósito alemán de Marsa Matruk. Pero el Alto Mando ordenó ulteriormente que el general de brigada fuera entregado a los italianos.
Sin embargo, la víspera del día en que la mencionada entrega debía ser realizada, Clifton pidió permiso para ir a los lavabos; lo que hizo fue saltar por la ventana y huir, sin dejar huellas. Todas las tropas fueron avisadas por radio de su fuga. Al cabo de unos días, mientras algunos de mis oficiales cazaban gacelas, vieron de pronto que un cansado viajero cruzaba el desierto, llevando en la mano algo que parecía ser una botella de agua. Acercándose un poco más al solitario viajero, nuestros oficiales pudieron comprobar que se trataba del tan buscado Clifton. Fue detenido inmediatamente y otra vez lo trajeron ante mí. Le dije que admiraba mucho su valor, ya que pocos hombres se atreverían a hacer una travesía así por el desierto. Parecía estar terriblemente fatigado, lo que nada tenía de extraño dado el esfuerzo que había hecho. Para impedir que sucumbiera de nuevo a la tentación de fugarse, lo mandé inmediatamente a Italia. Más tarde supe que se había fugado del campo italiano de prisioneros disfrazado con la ropa de un jefe de Juventudes Hitlerianas, con pantalón corto, pero ostentando también las insignias de su graduación; y con este uniforme cruzó la frontera hacia Suiza.
(Estas últimas informaciones que da Rommel acerca de Clifton, no son exactas, como el lector habrá podido comprobar en otro capítulo de este libro).