Los augurios de Fabio
Puerto de Ostia, 210 a. C.
Fabio observaba la partida de la flota desde el puerto de Ostia. A su lado, el joven Catón oteaba el horizonte marino protegiéndose los ojos con la palma de su mano apoyada sobre la frente.
—Bien, volvamos a Roma —dijo Fabio Máximo—, nos hemos deshecho ya de ese impetuoso joven que navega rumbo a su fin pero tenemos muchas cosas de las que ocuparnos aún.
—¿No volverá, entonces? —preguntó Catón. Quería saber más de los planes de su mentor.
Fabio le miró como sorprendido.
—Marcha con apenas dos legiones, más otros diez mil hombres que, como mucho, pueda reunir allí, no alcanza los veinte mil. Los informes son que en Hispania hay tres ejércitos púnicos de entre veinticinco mil y treinta mil hombres cada uno, con mercenarios iberos que conocen bien el territorio y todos veteranos de una larga guerra. ¿Tú qué crees?
Catón asintió sin añadir más. Estaba claro que Fabio Máximo daba por zanjado aquel asunto.
—Ahora, lo que me preocupa es mantener las arcas del Estado con suficientes recursos. Hemos tenido que reducir de veintitrés a veintiuna legiones las fuerzas en activo. Y no tenemos dinero para remeros. Tendremos que persuadir a las familias importantes de Roma para que aporten fondos extraordinarios, empezando por los cónsules.
—¿Y Marcelo y Levino aceptarán? —preguntó Catón.
Fabio no dudó en su respuesta.
—Por supuesto: son hombres nobles. Eso me obligará a poner también algo de mi parte, pero todo tiene un precio en esta vida. Esta tarde veré a los cónsules. Tengo un plan.
Marco Porcio Catón le miró atento. Caminaban por los muelles, escoltados por una decena de fornidos esclavos al servicio de Fabio. El viejo senador, adulado por la aguda atención de su interlocutor, cedió a la vanidad y desveló parte de su estrategia.
—Alejado el Escipión, que pronto será aniquilado en Hispania, el resto de la estrategia consiste en enviar a Claudio Marcelo contra Aníbal. Claudio es un hombre de acción y, ostentando la magistratura, no dudará en aceptar la sugerencia de lanzarse contra el mismísimo Aníbal. El Senado lo ratificará. Luego ya veremos lo que ocurre. Quizá Aníbal acabe con Marcelo de una vez.
—¿Y si vence Marcelo?
—Me veré obligado a reconocer su valía, pero lo dudo, lo dudo mucho. Todavía considero que el cartaginés tiene las de ganar en campo abierto, que es la estrategia que Marcelo gusta utilizar. Ése será su error, más tarde o más temprano.
—¿Y Levino, el otro cónsul de este año?
—¿Levino? Sí. Levino irá a negociar con los etolios en Grecia un levantamiento contra Filipo. Ésa será la forma de neutralizar al macedonio.
Catón esperó un rato antes de plantear la pregunta que más le interesaba. Al fin, se decidió.
—¿Y qué vamos a hacer nosotros?
—¿Nosotros? —Fabio Máximo siguió paseando con la mansedumbre de un anciano, pero sus ojos revelaban un extraño fulgor de fuerza y poder—. Nosotros, mi querido amigo, este año observaremos desde la distancia. Este año serán los demás los que jueguen la partida. Al año siguiente, después de que todos se desgasten, será cuando entremos en acción. El año siguiente. Ya lo verás. En el sur. Ya pronto. En el sur.