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Querida Emilia

Roma, casa de Emilio Paulo, mayo de 217 a. C.

Su padre estaba fuera, en el foro, intentando conseguir noticias sobre todo lo ocurrido en el norte. Se hablaba de una gran derrota, pero todas las noticias eran confusas. Emilia cogió el rollo con el papiro que le tendía un legionario al que había salido a recibir que contenía la carta de su amado Publio. La joven iba acompañada de dos fuertes esclavos de confianza de su padre. Emilia ordenó que se dejase entrar a aquel legionario y que se le sirviera comida y agua o vino si lo deseaba y que esperase a la llegada de su padre. Una vez atendidas las necesidades de aquel hombre pidió que la dejasen sola y se dirigió al jardín, bajo el gran pino en el que Publio y ella solían terminar sentándose para hablar y compartir preciosos atardeceres y sentimientos. Abrió el rollo despacio y comenzó a leer.

Querida Emilia:

Trasimeno ha sido un absoluto desastre. Más de quince mil hombres han caído muertos, entre ellos el propio cónsul, Cayo Flaminio; cuatro mil están presos por los cartagineses y centenares de hombres han quedado desperdigados por Etruria, heridos y confundidos, vagando por los caminos. Supongo que muchos llegarán a Roma en los próximos días o semanas. Dudo que se dirijan al norte porque lo cierto es que esos caminos parecen ya más dominados por los cartagineses que por nosotros. Te escribo desde el campamento que Cneo Servilio, bajo cuyo mando me encuentro ahora, ha establecido cerca de Rimini. Desde aquí partieron cuatro mil jinetes de nuestra caballería para enfrentarse a Aníbal pero han sido derrotados. Nuevamente los cartagineses han hecho numerosos presos. De momento parece que el cónsul Servilio no piensa en más enfrentamientos directos hasta recibir instrucciones del Senado. Por favor, comparte toda esta información con tu padre para que haga uso de la misma según estime conveniente. En mi opinión el Senado debería ser informado con rapidez de todo esto, pero lo dejo al criterio de tu padre, que sabe más que tú y yo juntos sobre la política que pueda ser mejor seguir a partir de ahora.

Te echo de menos, amor mío. Echo de menos nuestros paseos por el jardín en casa de tu padre y esos ojos oscuros y dulces con los que me mirabas cuando nos sentábamos bajo el gran árbol. Echo de menos tu larga serie de preguntas siempre sorprendentes para mí y, por encima de todo, tu sonrisa. Echo de menos el sonido de tu voz, tus manos y tus labios. Todo esto, mejor, no hace falta que se lo comentes a tu padre.

Cuídate mucho y que los dioses te protejan.

Publio.

Emilia enrolló con cuidado el papiro e inspiró el aire fresco del jardín. Cerró los ojos unos segundos intentando recordar el sonido de la voz de Publio y recuperar a la vez la sensación del tacto de sus manos sobre sus mejillas justo un instante antes de que posara sus labios sobre los suyos. Se escucharon voces, los esclavos salían rápidos a atender a su amo. Su padre había vuelto del foro. Emilia se levantó rápida y se dirigió a recibir a su padre y comentarle aquella parte de la carta que Publio le había instado a que compartiese con su padre. El resto del contenido procuraría que quedara en su intimidad.