La torre móvil
Sagunto, 219 a. C.
El asedio de Sagunto pareció estar detenido unas horas. Aníbal yacía inconsciente en su tienda. Los médicos aplicaban cataplasmas con manzanilla y arcilla en las heridas. Habían conseguido detener la hemorragia y le habían cosido la herida que la jabalina había abierto en la piel de su general. Las fiebres, sin embargo, atenazaban al cartaginés.
Maharbal esperaba a su lado. No había respuesta de su líder, pero no lo dudó. Salió de la tienda y ordenó proseguir con el ataque: las catapultas y los escorpiones volvieron a arrojar enormes proyectiles sobre la ciudad y se lanzaron varios ataques de soldados con picas para volver, aunque infructuosamente, a acceder a los muros. Maharbal sabía que no se iba a conseguir mucho en esos ataques, pero su objetivo era mantener a los defensores de la ciudad ocupados e ir mermando sus fuerzas y su voluntad. Quería que comprendieran que ni siquiera las heridas de su general iban a hacer desistir a los cartagineses en su voluntad de rendir aquella fortaleza.
Pasaron semanas de ataques y bombardeo sin descanso. Una mañana Aníbal salió por su propio pie de la tienda y habló con Maharbal. Éste escuchó atento las instrucciones de su general. Aníbal regresó a su tienda y siguió recuperándose. Mientras, en el exterior, siguiendo las órdenes de Maharbal, centenares de cartagineses se afanaron en cortar árboles y empezar a construir un gran andamio de madera de varios pisos, pero con una peculiaridad: en la base habían incorporado una serie de gigantescas ruedas de madera reforzadas con hierro en sus bordes y en el centro.
Cuando Aníbal salió por fin restablecido de su herida, Maharbal le recibió con la más alta torre de asedio que los púnicos habían construido jamás: alcanzaba los treinta metros de altura y disponía de tres pisos con catapultas en cada uno. Desde las torres de la ciudad los saguntinos habían asistido impotentes a la construcción de aquel gigante de asedio. Temerosos ante lo que se les venía encima habían redoblado sus esfuerzos de reconstrucción de todas las partes dañadas de la muralla.
Una fría mañana de otoño, tras varios meses de asedio, Aníbal dio la orden final. La enorme y pesada torre, arrastrada por elefantes, empezó su tedioso y lento ascenso por la pendiente que daba acceso al sector occidental de la muralla.