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Adelante —gritó Blay, al tiempo que levantaba los ojos por encima de La conjura de los necios… y se sorprendía de ver a Beth entrando a su habitación.

Un solo vistazo a la cara de la reina y Blay se enderezó en el sillón y bajó el libro.

—Hola, ¿qué sucede?

—¿Has visto a Layla?

—No, pero he estado aquí desde que llegué de casa de mis padres. —Blay miró el reloj. Un poco después de la medianoche—. ¿No está en su habitación?

Beth negó con la cabeza y su pelo negro brilló con la luz cuando lo sacudió sobre los hombros.

—Íbamos a pasar un rato juntas, pero no puedo encontrarla. No está en la clínica ni en la cocina… He buscado a Qhuinn en el centro de entrenamiento y aquí arriba, pero él tampoco está.

Quizás estaban juntos en un restaurante, compartiendo una romántica cena, con un plato de pasta en el centro de la mesa y tirando los dos del mismo espagueti como en La dama y el vagabundo.

—¿Los has llamado a sus respectivos móviles? —preguntó, apartando esa absurda imagen de su mente.

—El de Qhuinn está en su habitación. Y Layla no contesta, si es que lleva el móvil.

Se puso de pie; empezaba a ponerse nervioso y tuvo que respirar varias veces para tranquilizarse. Un momento, calma, se dijo. Que esos dos hubieran salido no era una emergencia nacional. De hecho, vivían en una casa muy grande, con muchas habitaciones y, más aún, estaban hablando de dos adultos. Dos personas que tenían derecho a salir juntas sin que estallara una crisis.

En especial considerando que estaban esperando un hijo…

El sonido lejano de una aspiradora llamó la atención de Blay.

—Ven conmigo —le dijo a la reina—. Si hay alguien en esta casa que puede saber algo sobre Layla es la persona que está en el corredor con esa Dyson.

Ciertamente, Fritz estaba trabajando en la salita de estar del segundo piso; en cuanto entró, Blay se sintió atacado por los recuerdos de Qhuinn y él follando en la alfombra junto al sofá.

Genial. Fabuloso.

—¿Fritz? —llamó la reina.

El doggen dejó de aspirar y apagó el motor.

—Buenas noches, Su Majestad. Excelencia —dijo el criado y luego hizo muchas venias.

—Escucha, Fritz —dijo Blay—. ¿Has visto a Layla?

Al instante, la cara del mayordomo se ensombreció.

—Ah. Sí. Así es.

Al ver que no decía nada más, Blay insistió.

—¿Yyyyy?

—Se llevó el coche. El Mercedes. Hace unas dos horas.

Qué demonios, pensó Blay. A menos que…

—Entonces Qhuinn estaba con ella.

—No, estaba sola. —Blay experimentó una súbita sensación de pánico en el estómago—. Le dije que yo la llevaría, pero no quiso. —El mayordomo sacudió la cabeza.

—¿Adónde iba? —preguntó Beth.

—Dijo que no tenía un destino fijo. Yo sabía que el amo Qhuinn le había enseñado a conducir, así que cuando ella me ordenó que le entregara las llaves, no me quedó más remedio que hacerlo.

—No es culpa tuya, Fritz —dijo la reina—. Solo estamos preocupados por ella.

Blay sacó su móvil.

—El coche tiene un GPS, así que todo va a salir bien. Llamaré a V y él podrá decirnos dónde está.

Blay le envió a V un mensaje de texto. La reina siguió tranquilizando al mayordomo mientras Blay esperaba una respuesta.

¿Diez minutos después? Nada. Lo que significaba que el hermano experto en informática probablemente estaba ocupado en el centro de la ciudad.

Quince minutos.

Veinte.

Blay incluso lo llamó, pero V no le contestó. Así que solo podía suponer que alguien estaba sangrando… o que el móvil de V había salido volando durante una pelea.

—¿Qhuinn no está en el gimnasio? —preguntó Blay, aunque ya sabía la respuesta a esa pregunta.

Beth se encogió de hombros.

—No estaba allí cuando lo busqué.

Blay hizo una llamada rápida, habló con Ehlena y un momento después fue informado de que el gimnasio estaba vacío, Luchas estaba dormido y no había nadie en la piscina ni en la cancha de baloncesto.

Qhuinn no estaba en la casa. Y tampoco estaba en el campo de batalla porque tenía la noche libre. Eso solo dejaba un lugar donde podía estar.

—Ya sé dónde está —dijo Blay de repente—. Iré a buscarlo mientras esperamos la respuesta de V.

Después de todo, Layla llevaba al hijo de Qhuinn en su vientre, así que si ella desaparecía de pronto él tenía derecho a participar en su búsqueda. Y claro, siempre cabía la posibilidad de que Qhuinn supiera dónde estaba Layla. Pero Blay tenía el presentimiento de que no era así: era difícil creer que hubiese dejado su móvil en la habitación si sabía que ella había salido en el coche. Seguramente querría que pudiera comunicarse con él si le sucedía algo.

A propósito de eso, ¿por qué se habría dejado Qhuinn el teléfono? No parecía un gesto muy suyo.

A menos que no quisiera que lo interrumpieran.

Genial.

Blay regresó rápidamente a su habitación y cogió un arma, porque nunca se sabía cuándo podrías necesitar una, y una chaqueta para ocultarla. Luego bajó las escaleras corriendo, atravesó el vestíbulo… y se desmaterializó hacia la noche.

Volvió a tomar forma en el estacionamiento trasero del Iron Mask. Cuando llegó a la puerta posterior del club, tocó el timbre y puso su cara frente a la cámara de seguridad. Xhex le abrió la puerta.

—Hola —dijo ella, mientras le daba un abrazo rápido—. ¿Cómo estás? Cuánto tiempo sin verte por aquí…

—Estoy buscando a…

—Sí, está en el bar.

Por supuesto que sí.

—Gracias.

Blay saludó con un gesto de la cabeza a los dos gorilas de seguridad, el Gran Rob y Tom el Silencioso, y salió del área privada del personal hacia la zona pública del club. Antes de entrar en el bar sintió el retumbar de la música justo contra su esternón… o tal vez solo eran los latidos de su corazón.

Yyyyy ahí estaba Qhuinn: aunque había cientos de personas alrededor del bar, Qhuinn era para él como un letrero de neón que sobresalía del resto. El guerrero estaba sentado al fondo, dándole la espalda a Blay, con los codos sobre la pulida superficie de madera de la barra y la cabeza gacha.

Blay maldijo entre dientes mientras pensaba: aquí estamos otra vez, de vuelta al comienzo. Y sip, antes de que pudiera acercarse, una mujer se aproximó a Qhuinn, acechándolo con movimientos sinuosos, acariciándole el brazo, mientras él levantaba la cabeza para mirarla.

Blay sabía bien lo que seguiría. Una mirada rápida de arriba abajo con esos ojos disparejos, una sonrisa lenta, un par de palabras ininteligibles… y luego los dos se dirigirían hacia los baños…

Pero Qhuinn negó con la cabeza y levantó una mano para detener el ataque. Y aunque la mujer parecía tentada a hacer un segundo intento, fue recibida nuevamente por aquella mano.

Antes de que Blay pudiera moverse de nuevo, un tío de pelo largo hasta el trasero y un par de pantalones de terciopelo hizo un nuevo lance. Tenía una sonrisa blanca y brillante y su cuerpo delgado parecía el de un acróbata.

Blay se sintió súbitamente asqueado, aunque se recordó que, después de su último encuentro, Qhuinn nunca más volvería a buscarlo para follar, y por eso no debería importarle con quién se acostara ahora el guerrero. Y Dios sabía que ese macho realmente tenía un gran impulso sexual…

Pero el tío de las extensiones también recibió una negativa rotunda.

Después de lo cual, Qhuinn volvió a clavar la mirada al frente.

En ese momento, Blay sintió que algo vibraba en su bolsillo: era su móvil informándole de que acababa de recibir un mensaje. Era de Beth: Todo bien. Layla está en casa y a salvo. Solo fue a dar un paseo y ahora vamos a ver un poco de tele juntas.

Blay escribió un mensaje dándole las gracias a la reina por su información y volvió a guardarse el móvil en el bolsillo. Ya no había razón para quedarse y molestar al guerrero con lo que resultó no ser nada… Aunque esa podía ser la oportunidad de evaluar cómo iban las cosas, después de la bomba que él le había arrojado a Qhuinn hacía una semana.

Blay se dirigió a donde estaba Qhuinn, abriéndose paso entre la gente. Cuando estuvo relativamente cerca, carraspeó y dijo en voz alta:

—Hola…

Aquella mano volvió a elevarse por encima del hombro de Qhuinn.

—Por amor de Dios, no estoy interesado, ¿vale?

En ese momento el humano que estaba a la izquierda de Qhuinn decidió marcharse con su bebida.

Así que Blay se sentó en el lugar que el otro había dejado vacío.

—Te dije que te larga… —Qhuinn se quedó a mitad de la frase—. ¿Qué… estás haciendo aquí?

Bueno, ¿por dónde empezar?

—¿Pasa algo malo? —preguntó.

—No, no. No pasa nada… malo. —Blay frunció el ceño al darse cuenta de que no había ningún vaso frente a su amigo—. ¿Acabas de llegar?

—No, llevo aquí… un par de horas, supongo.

—¿Y no estás bebiendo?

—Bebí un poco cuando llegué. Pero luego… no.

Blay estudió ese rostro que conocía tan bien. Se le veía cansado, con las mejillas hundidas y el ceño fruncido. Y tenía una expresión lúgubre, triste. Como él, Qhuinn tampoco debía de haber dormido mucho en los últimos siete días.

—Escucha…

—¿Has venido a disculparte?

Blay carraspeó de nuevo.

—Sí. Así es. Yo estaba…

—En lo cierto.

—¿Qué?

Qhuinn levantó las manos y se restregó los ojos… y luego dejó las manos sobre su cara, tapándose desde la frente hasta la barbilla. Enseguida dijo algo que Blay no alcanzó a oír y ahí fue cuando se dio cuenta de que había pasado algo trascendental.

Pero, claro, probablemente el pobre desgraciado por fin se había dado cuenta de que Blay no era ningún santo.

Blay se acercó un poco más.

—Háblame. Lo que sea, puedes decirme lo que sea.

Después de todo, eso sería lo justo. Porque, sin duda, Blay había dicho todo lo que se le había ocurrido durante su último encuentro.

—Tú tenías razón. Yo no sabía… que yo era…

Al ver que Qhuinn no decía nada más, Blay sintió cómo se comprimían sus costillas y luego levantó mucho las cejas al entender el meollo del asunto. Ay… por Dios.

Entonces Blay se dio cuenta de que nunca había pensado que Qhuinn fuera capaz de llegar a aceptar algún día su condición. Aunque le había gritado esas palabras tan duras durante aquella discusión, lo había hecho más para desahogarse que animado por la esperanza de que sus palabras tuvieran un efecto real.

El otro sacudió la cabeza, mientras seguía tapándose la cara con las manos.

—Yo solo… todos esos años, toda esa mierda con ellos… sencillamente no podía enfrentarme a la idea de que iba a darles un motivo más para odiarme.

Blay estaba más que seguro de saber de quién estaba hablando Qhuinn.

—Hice muchas cosas para que desapareciera, para esconderlo… porque aun después de que me echaron de la casa, ellos seguían estando en mi cabeza. Incluso después de muertos… ellos seguían ahí. Siempre ahí dentro, con… —Cerró un puño y empezó a golpearse la cabeza—. Siempre ahí…

Blay agarró ese puño y lo bajó.

—Está bien.

Pero Qhuinn no lo miró.

—Ni siquiera me daba cuenta de lo que me pasaba. Yo no era… consciente de la mierda que pasaba por mi cabeza… —dijo, y la voz se le quebró—. Simplemente no quería darles otra razón para odiarme, aunque a ellos les importara un pito. ¿Qué coño es eso? ¿En qué coño estaba pensando?

El dolor que emanaba del cuerpo de Qhuinn era tan grande que modificaba la temperatura del aire, bajándola tanto que Blay sintió que se le erizaban los vellos de los brazos.

Y en ese momento, mientras veía cómo su amigo se revolcaba en su miseria, Blay deseó poder retirar lo que había dicho. Pero no porque no fuera cierto, sino porque él no era el indicado para arrancar la tirita con la que Qhuinn había cubierto su herida. Mary, la shellan de Rhage, habría podido hacerlo como parte de una terapia o algo así. O tal vez el mismo Qhuinn habría ido dándose cuenta por sí mismo.

Pero no de esa manera…

La devastación que se reflejaba en cada rasgo del cuerpo de Qhuinn, en la aspereza de su voz, en el grito apenas contenido que amenazaba con salir a la superficie, era aterradora.

—Yo no era consciente de la gran influencia que ellos tenían sobre mí, en especial mi padre. Ese macho… él contaminó toda mi vida y yo ni siquiera sabía lo que estaba pasando. Y eso arruinó… todo.

Blay frunció el ceño, pues no entendió esa última parte. Lo que sí tenía muy claro era la enorme diferencia que existía entre sus padres y los de Qhuinn. Aunque no necesitaba más recordatorios, no podía quitarse de la cabeza la imagen de aquel abrazo en la cocina, su madre y su padre envolviéndolo entre sus brazos, ofreciéndole todo su apoyo de manera abierta, sincera y sin reservas.

Y en cambio Qhuinn estaba aquí, pasando por todo aquello solo, en un bar. Sin nadie que lo apoyara mientras luchaba contra la herencia de discriminación a la que había sido condenado… y esa identidad que no podía cambiar y que, al parecer, tampoco podía seguir pasando por alto.

—Eso lo destruyó todo.

Blay puso su mano sobre aquellos abultados bíceps.

—No, nada está destruido. No digas eso. Tú estás donde estás y todo te va bien…

Qhuinn volvió la cabeza bruscamente; puso una mano sobre su cara y lo miró con aquellos ojos azul y verde que ahora estaban enrojecidos y llenos de lágrimas.

—Te he amado durante años. He estado enamorado de ti durante años y años y años… A lo largo de toda la escuela y el entrenamiento… Antes de la transición y después… Cuando tú me abordaste y sí, incluso ahora que estás con Saxton y me odias. Y esa… mierda… en mi maldita cabeza me mantuvo encerrado, me aisló de todo… y eso hizo que te perdiera.

Blay oyó dentro de su cabeza el chirrido de unas llantas que frenaban en seco. El mundo comenzó a girar a su alrededor, pero Qhuinn seguía hablando:

—Así que me vas a perdonar que no esté de acuerdo contigo. Pero esto no está bien, nunca estará bien… Y aunque estoy más que dispuesto a aceptar que durante años no fui nada más que una mentira ambulante, la idea de que eso haya aniquilado lo que podría haber existido entre nosotros… es absoluta y positivamente repulsiva para mí.

Blay tragó saliva, mientras Qhuinn volvía a clavar la mirada en la pared de botellas que había detrás del bar.

Entonces abrió la boca con la intención de decir algo, pero en lugar de eso volvió a repasar mentalmente cada palabra de aquel monólogo. Por Dios santo…

Y de repente recordó.

«Si soy gay, ¿por qué diablos tú eres el único macho con el que he estado en la vida?».

Blay sintió que la sangre abandonaba súbitamente su cabeza, mientras descubría la verdad en aquellas palabras que él había tergiversado de manera tan grosera. Eso significaba que… que aquella noche cuando él…

—Ay, Dios —dijo en voz baja.

—Así que esa es mi posición —dijo bruscamente Qhuinn—. ¿Quieres una copa?

Las palabras salieron espontáneamente de la boca de Blay:

—He roto con Saxton.