8

—¿Y entonces dónde habéis arrojado los cadáveres? —preguntó V al salir por la puerta trasera del centro de entrenamiento.

Qhuinn esperó a que John y Blay se bajaran de la grúa para que alguno de ellos respondiera la pregunta de V. Estaba demasiado agotado para contestar; de hecho, al mirar a través del parabrisas hacia el estacionamiento subterráneo del centro, consideró la posibilidad de tumbarse sobre el asiento delantero del camión y quedarse dormido.

Estaba demasiado cansado para preocuparse por cualquier cosa.

Al final, sin embargo, siguió el ejemplo de John y se bajó por la puerta del conductor. Tenía que ir a ver cómo estaba Layla, y eso no iba a poder hacerlo desde ahí.

A pesar de la confrontación que había tenido con Blay en el camino hasta la mansión, al menos él, John y Blay habían podido trabajar bien juntos el resto del tiempo. Cerca de quince kilómetros antes de llegar al desvío hacia el complejo de la Hermandad, habían tomado una carretera secundaria, habían desnudado a los dos muertos y los habían arrojado a un agujero natural que parecía no tener fondo, o al menos cuyo fondo no se veía. Luego volvieron a salir a la vía principal y desaparecieron, dejando que la nieve, que había vuelto a caer con intensidad, cubriera sus huellas, así como las múltiples gotas de sangre que habían dejado un rastro rojo sobre la nieve. Suponiendo que las predicciones del tiempo fueran acertadas, a medio día no habría ni una sola huella de su paso por allí.

Un trabajo perfecto, gracias a la nieve.

Qhuinn intentó sentir pena por las familias de los pobres muertos, pues nadie encontraría nunca sus restos. Pero la evidencia circunstancial sugería que los dos tíos eran unos marginales, y no precisamente porque fueran un par de hippies: en sus bolsillos habían encontrado armas, cuchillos, una navaja, hierba y un poco de éxtasis. Y solo Dios sabía qué llevarían en esas mochilas.

Quienes viven de manera violenta suelen tener muertes violentas.

—… hijo de puta —estaba diciendo V mientras caminaba alrededor de la Hummer, que reposaba en la grúa como en un pedestal—. ¿Contra qué demonios os habéis estrellado? ¿Contra una barricada de cemento?

John dijo algo por señas y V miró entonces a Qhuinn.

—¿En qué carajo estabas pensando? Podrías haberte matado.

Qhuinn se dio un golpe en el pecho.

—Pero todavía estoy vivo.

—Imbécil. —El hermano sonrió y enseñó sus afilados colmillos—. Bueno, yo habría hecho lo mismo.

Qhuinn miró de reojo a Blay, que caminaba discretamente hacia la puerta que llevaba al centro de entrenamiento. En un segundo habría desaparecido.

Qhuinn sintió la súbita urgencia de seguir al guerrero hasta el pasillo, lejos de los ojos curiosos, pero luego pensó que en realidad no necesitaba oír otra vez aquello de…

«Tu primo me da todo lo que necesito. Noche y día. Todos los días».

Ay, Dios, tenía náuseas.

—Entonces ¿más efectos personales?

Qhuinn salió de su ensoñación y se concentró en lo que estaba pasando ahí y ahora.

—Ya los traigo.

Entonces saltó a la grúa, abrió con esfuerzo la puerta trasera de la Hummer y se deslizó a través de un espacio de no más de treinta centímetros hasta el asiento trasero. Se sentía bien metiéndose en lugares en los que su cuerpo estaba incómodo, eso le daba algo en lo que pensar, así como las pequeñas lesiones que tenía, las cuales eran otra fantástica diversión.

Las dos mochilas se habían sacudido bastante, al parecer. Encontró la primera tras el volante, detrás del asiento del conductor, y la otra en la parte delantera, encima del freno y el acelerador. Se trataba de un curioso equipaje para ese par de tíos, pensó Qhuinn, pues esas mochilas tan corrientes y deportivas no parecían cuadrar con la pinta de mafiositos de poca monta que tenían los fallecidos.

Parecían más un par de estudiantes de clase media que un par de camellos cualquiera.

A menos que necesitaran un lugar donde guardar las medallas que habían obtenido por su trabajo en un laboratorio o algo así.

Qhuinn se arrastró hasta el asiento trasero. Por nada del mundo pensaba salir por el lugar por donde había entrado, así que se giró para tumbarse sobre el ahora asqueroso tapizado de cuero de la Hummer y flexionó las rodillas sobre el pecho. Luego tomó aire y estrelló sus botas contra la otra puerta para abrirla. Las bisagras metálicas se desprendieron con un estruendo y la puerta salió volando hasta estrellarse contra el asfalto. El estruendo hizo temblar el aparcamiento.

Todo muy satisfactorio.

V encendió uno de sus cigarrillos y luego se inclinó sobre el hueco que Qhuinn acababa de hacer.

—Sabías que las puertas tienen manijas para abrirlas, ¿verdad?

Qhuinn se enderezó y se dio cuenta de que acababa de cargarse la única puerta que no se había roto.

Bueno, esa no era una metáfora de toda su maldita vida.

Después de tirar las dos mochilas por el hueco, Qhuinn se bajó de un salto y aterrizó pesadamente, mientras John agarraba las mochilas y empezaba a abrirlas.

Mierda. Blay ya se había ido. La puerta del centro de entrenamiento estaba cerrándose.

—Si tenían móviles todavía deben de estar ahí dentro, porque aunque las ventanillas están hechas polvo el cristal aún está intacto, así que no pudieron salir volando —murmuró Qhuinn.

—Vaya, vaya, vaya… —dijo V y dio una calada a su cigarrillo.

Qhuinn frunció el ceño y se fijó en lo que John había encontrado. Qué… demonios…

—¿Acaso es una broma?

Su mejor amigo acababa de sacar un jarrón de cerámica de una de las mochilas, un jarrón barato, de esos que se pueden comprar en cualquier supermercado. Y, qué casualidad, en la otra mochila había uno igual.

¿Qué probabilidades había de que…?

—Necesitamos encontrar esos móviles —murmuró Qhuinn, al tiempo que se subía de nuevo a la grúa—. ¿Alguien tiene una linterna?

Vishous se quitó el guante de cuero con recubrimiento de plomo y levantó su mano resplandeciente.

—Toma.

Mientras el hermano se subía al borde de la plataforma de la grúa, Qhuinn se agachó y volvió a meterse por el compartimento trasero de la Hummer.

—No se te ocurra tocarme con eso, V.

—Sería una caricia que nunca podrías olvidar, te lo prometo.

Joder, esa mano era útil. Cuando V la introdujo dentro del vehículo, todo el interior quedó iluminado como si fuera de día y los restos de sangre brillaron con intensidad. Arrastrándose sobre el vientre, Qhuinn buscó bajo los asientos, palpando con las manos en todos los rincones. El olor era asqueroso, una horrenda combinación de gasolina, plástico chamuscado y sangre fresca, y cada vez que metía la mano en un rincón se levantaban los restos del polvo de los airbags.

Pero valió la pena hacer todos esos estiramientos.

Pues al final salió con un par de iPhones.

—Odio estos chismes —murmuró V mientras se ponía el guante de nuevo y agarraba los móviles.

Qhuinn contuvo la respiración al sentir el aire fresco y volvió a saltar al suelo. En ese momento se estaba desarrollando algún tipo de conversación y Qhuinn asintió un par de veces como si supiera de qué estaban hablando los otros.

—Hey, ¿os importa si me tomo un minuto para hacer una llamada? —dijo Qhuinn de repente.

V entrecerró sus ojos de diamante.

—¿A quién?

En ese preciso instante, John intervino para preguntar sobre la Hummer y su plan de reparación, como alguien que agita una linterna en frente de un Tyrannosaurus rex para llamar su atención. Cuando V empezó a hablar acerca del futuro de la camioneta como escultura de jardín, Qhuinn casi le lanza un beso a su amigo. La intervención de John había evitado que tuviera que responder a V, lo cual habría sido algo embarazoso.

Nadie sabía nada sobre Layla, a excepción de John y Blay, y las cosas debían permanecer así de momento.

Como Qhuinn era el ahstrux nohtrum de John no podía ir lejos, y no lo hizo. Se recostó contra la puerta por la que había escapado Blay, sacó su móvil y marcó una de las extensiones de la casa. Luego esperó, contemplando con tristeza su estropeada camioneta.

Todavía recordaba la noche que la había recibido. Aunque sus padres tenían dinero, nunca habían sentido la necesidad de suministrarle a Qhuinn todo lo que le habían dado a su hermano y a su hermana. Antes de su transición, se había apañado vendiendo clandestinamente humo rojo, pero no había hecho mucho dinero como camello, solo lo suficiente para completar su discreta asignación y no tener que gorronearle a Blay todo el tiempo.

Pero la falta de dinero se acabó cuando fue ascendido a guardia personal de John. Su nuevo trabajo llegó con un salario de verdad: setenta y cinco mil al año. Y considerando que no pagaba impuestos al maldito gobierno humano, y tampoco tenía que pagar vivienda ni comida, tenía muchos billetes para gastar.

La Hummer fue su primera compra grande. Había hecho la búsqueda en Internet, pero la verdad era que desde antes de eso ya sabía qué quería. Fritz había hecho la negociación y la compra formal… y el primer día que Qhuinn se sentó tras el volante, le dio vuelta a la llave y sintió el rugido del motor bajo el capó, casi se puso a llorar como un marica.

Pero ahora estaba acabada: él no era ningún mecánico ni nada parecido. Y aunque lo fuera, los daños eran tan severos que sencillamente no tenía sentido tratar de arreglarla…

—¿Sí?

El sonido de la voz de Layla lo hizo salir de sus pensamientos.

—Hola. Ya estoy de vuelta. ¿Cómo estás?

La declaración precisa y formal que recibió como respuesta hizo que se acordara de sus padres, cada palabra perfectamente pronunciada y elegida con cuidado.

—Estoy bien, muchas gracias. He estado descansando y he visto un rato la tele, tal como sugeriste. Estaban pasando una maratón de Million Dollar Listing.

—¿Qué diablos es eso?

—Una serie en la que venden casas en Los Ángeles. Durante un rato pensé que era ficción, pero resulta que es un reality. Y yo que pensé que todo era un invento. Madison tiene un pelo precioso y me gustó Josh Flagg. Es bastante astuto y muy amable con su abuela.

Qhuinn le hizo un par de preguntas más, cosas como qué había comido y si había dormido una siesta, solo para mantenerla hablando, porque estaba buscando entre líneas alguna pista de incomodidad o preocupación.

—Entonces estás bien —dijo.

—Sí, y antes de que preguntes te diré que ya le he pedido a Fritz que me suba la Última Comida. Y sí, me comeré todo el roast beef.

Qhuinn frunció el ceño. No quería que se sintiera encerrada.

—Escucha, no es solo por el bien del bebé. También por el tuyo. Quiero que estés bien, ¿vale?

Layla bajó un poco la voz.

—Tú siempre has sido así. Incluso antes de que… sí, tú siempre has querido solo lo mejor para mí.

—Bueno, mi plan es ir al gimnasio durante un rato. Pero te llamaré de nuevo antes de dormirme, ¿está bien?

—Muy bien. Que descanses.

—Tú también.

Y colgó. Entonces se dio cuenta de que V había dejado de hablar y lo estaba mirando como si tuviese algo raro: el pelo en llamas, lo pantalones recogidos a la altura de los tobillos, las cejas afeitadas.

—¿Acaso tienes a una hembra, Qhuinn? —preguntó el hermano arrastrando las palabras.

Qhuinn miró a su alrededor en busca de un salvavidas, pero no encontró nada.

—Ah…

V exhaló por encima del hombro y se acercó.

—Como sea. Voy a trabajar en estos móviles. Y tú vas a tener que comprarte otro vehículo, cualquier cosa que no sea un Prius. Nos vemos.

Cuando se quedó a solas con John, Qhuinn se dio cuenta de que su amigo estaba reuniendo fuerzas para decir algo acerca del espectáculo que había dado en la carretera.

—No quiero oír nada ahora, John. Sencillamente no tengo fuerzas.

—Mierda —dijo John con señas.

—Sí, eso lo dice todo, hermano. ¿Vas para la casa?

Según una interpretación estricta del trabajo de ahstrux nohtrum, Qhuinn tenía que estar con John veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Pero el rey les había dado una dispensa si estaban dentro de los confines del complejo. De otra manera, Qhuinn tendría que oír demasiadas cosas de lo que pasaba entre su amigo y Xhex.

Y John tendría que presenciar sus escenas con Layla… sí, bueno.

Cuando vio que John asentía, Qhuinn abrió la puerta y la mantuvo abierta.

—Después de ti.

Qhuinn se negó a mirar a su amigo a la cara mientras pasaba, sencillamente no era capaz de hacerlo. Porque sabía justo lo que estaba pensando John y no tenía ningún interés en hablar sobre lo que había ocurrido en la carretera hacía un rato. Ni sobre lo que había ocurrido ese nefasto día. Ni sobre… lo que había ocurrido hacía tantas noches gracias a la Guardia de Honor.

Ya estaba harto de hablar.

Esa mierda nunca servía para nada.

‡ ‡ ‡

Al cerrar el último Libro de Historia Oral, Saxton, hijo de Tyhm, no pudo evitar quedarse mirando la fina encuadernación de cuero con sus grabados en dorado.

Ese era el último.

No podía creerlo. ¿Cuánto tiempo llevaba haciendo esa investigación? ¿Tres meses? ¿Cuatro? ¿Cómo era posible que pudiera estar acabando?

Entonces echó una rápida mirada a la biblioteca de la Hermandad, con sus cientos y cientos de volúmenes sobre leyes, discursos y decretos reales… y pensó que sí, en efecto, le había llevado varios meses revisar todo eso. Y ahora, con la investigación completa, las notas a punto y el camino legal para lo que el rey quería lograr totalmente diseñado, debería experimentar una sensación de logro.

Sin embargo, sentía pánico.

Llevaba muchos años dedicado a la abogacía y se había enfrentado en muchas ocasiones a problemas difíciles, en especial después de llegar a esa inmensa casa y comenzar a trabajar como abogado personal del Rey Ciego: las Leyes Antiguas eran muy complicadas, arcaicas no solo en lo que tenía que ver con la escritura y la redacción, también por su contenido; el líder de la raza vampira ya no era como sus antepasados, el pensamiento de Wrath era al mismo tiempo directo y revolucionario y por lo que se refería a su forma de gobernar difería en muchas cosas con la manera en que lo hacían los antiguos reyes. Saxton pensó que el pasado y el futuro casi nunca pueden coexistir sin fricciones y que siempre es necesaria una buena restructuración… de las Leyes Antiguas, desde luego.

Pero el problema con el que se había encontrado, aunque tenía sus raíces en ese conflicto entre lo antiguo y lo nuevo, estaba a un nivel diferente. Era aún más grave.

Como soberano Wrath podía hacer casi todo lo que deseaba, siempre y cuando existiesen antecedentes adecuados y debidamente identificados y registrados. Después de todo, el rey era la ley viva de su raza, una manifestación física del orden necesario para una sociedad civilizada. El problema estribaba en que la tradición no era producto de accidentes; era el resultado del quehacer de generaciones de individuos que vivían y tomaban decisiones con base en un cierto cuerpo de reglas que eran aceptadas por el público. Y los pensadores progresistas que trataban de conducir a las sociedades conservadoras hacia nuevas direcciones solían encontrarse con problemas.

¿Qué pasaría si el rey se empeñaba en romper con la tradición? Dado el ambiente político actual, cuando el liderazgo de Wrath ya estaba en entredicho…

—Estás sumido en tus pensamientos.

Al oír la voz de Blay, Saxton dio un salto y a punto estuvo de lanzar su Montblanc por encima del hombro.

De inmediato, Blay estiró los brazos como si quisiera calmar las aguas que había agitado.

—Ay, lo siento…

—No, está bien, yo… —Saxton frunció el ceño al ver la ropa toda mojada y ensangrentada de su amigo—. Querida Virgen Escribana… ¿qué te ha sucedido?

Evidentemente, en lugar de contestar Blay se dirigió al mueble bar, una antigua cómoda bombé que había en un rincón, y se dedicó a contemplar las botellas de vino, dudando entre elegir un jerez o un Dubonnet. Saxton se dijo que no era la elección del vino lo que lo mantenía tan concentrado, no. Estaba eligiendo las palabras con las que responder a su pregunta.

Lo que significaba que el asunto tenía que ver con Qhuinn.

De hecho, Blay no tenía ganas de jerez ni de Dubonnet. Y, desde luego, se sirvió un oporto.

Saxton se recostó en la silla y levantó la vista hacia la lámpara que colgaba de lo alto del techo. Se trataba de una asombrosa lámpara de araña de baccarat, fabricada a mediados del siglo XIX, con todas las lágrimas de cristal y finos detalles artesanales que uno esperaría.

Entonces recordó haberla visto meciéndose suavemente de un lado a otro, mientras la luz proyectaba por la habitación toda clase de destellos.

¿Cuántas noches hacía de eso? ¿Cuánto tiempo hacía que Qhuinn había estado con aquella Elegida directamente encima de esa habitación?

Desde entonces, nada había sido igual.

—Un accidente automovilístico. —Blay le dio un largo sorbo a su oporto—. Aunque solo fue un problema mecánico.

«¿Esa es la razón de que tus pantalones estén mojados y tengas sangre en la camisa?», se preguntó Saxton mentalmente.

Pero no dijo nada en voz alta.

Se había acostumbrado a guardarse las cosas para sí mismo.

Silencio.

Blay terminó su oporto y se sirvió otro con la diligencia que solía caracterizar a los borrachos. Que no era su caso, por cierto.

—Y… ¿tú? —preguntó entonces—. ¿Cómo va tu trabajo?

—Ya he terminado. Bueno, casi.

Blay lo miró con sus ojos azules.

—¿De veras? Pensé que te ibas a pasar toda la vida en esto.

Saxton recorrió con la mirada los rasgos de ese rostro que conocía tan bien. Esa mirada que parecía contemplar desde hacía toda una vida. Esos labios que había pasado horas enteras besando.

La aplastante sensación de tristeza que sentía era tan innegable como la atracción que lo había llevado a esa casa, a ese trabajo, a su nueva vida.

—Yo pensé lo mismo —dijo después de un momento—. Yo… también pensé que iba a durar más de lo que ha durado.

Con la mirada fija en su vaso, Blay preguntó:

—¿Cuánto hace que empezaste?

—No… no lo recuerdo. —Saxton levantó una mano y se frotó el puente de la nariz—. Pero no importa.

Más silencio. Durante el cual Saxton podría haber apostado su vida a que Blaylock estaba pensando en el otro macho, aquel al que amaba como a nadie más, su otra mitad.

—¿Y de qué iba todo? —preguntó Blay.

—¿Perdón?

—Tu proyecto. Todo este trabajo. —Blay hizo un elegante gesto con la mano en la que tenía el vaso—. Esos libros que has estado devorando. Si ya has terminado, seguramente ahora sí podrás contarme de qué se trataba, ¿no?

Saxton consideró por un instante la posibilidad de contarle la verdad… que había otras cosas igualmente urgentes e importantes sobre las que había guardado silencio. Cosas con las que había pensado que podría vivir, pero que, con el tiempo, habían demostrado ser un peso muy grande.

—Pronto lo averiguarás.

Blay asintió, pero con esa misma desidia que había mostrado desde el comienzo mismo de su relación. Solo que después dijo:

—Me alegra que estés aquí.

Saxton levantó las cejas.

—¿De veras?

—Wrath necesita el mejor abogado a su lado.

Ah.

Saxton empujó su asiento hacia atrás y se puso de pie.

—Sí. Eso es muy cierto.

Entonces recogió sus papeles con una extraña sensación de debilidad. En ese momento tan tenso y triste ciertamente parecía como si esos papeles fueran lo único que lo sostenía en pie, esas frágiles pero poderosas hojas, con incontables palabras, cada una de su puño y letra, escritas con cuidado dentro de líneas de texto perfectamente ordenadas.

No sabía qué haría sin ellas en una noche como esa.

Saxton carraspeó.

—¿Y qué planes tienes para el resto de la noche?

Blay empezó a decir algo, pero Saxton no lo oía. No entendía que su amante no se diera cuenta de que la tarea que le había asignado el rey no era lo único que estaba terminando esa noche. De hecho, el optimismo gratuito que lo había sostenido a lo largo de las primeras etapas de su romance había decaído hasta convertirse en una especie de desesperación que lo había impulsado a aferrarse a cualquier cosa que le diera esperanzas… Pero ahora incluso eso se había desvanecido.

En realidad era muy irónico. El sexo no era más que una conexión física provisional y había habido épocas en su vida en que eso era lo único que buscaba. Incluso con Blaylock al principio. Sin embargo, con el tiempo el corazón se involucró y eso lo llevó hasta donde estaba hoy.

Al final del camino.

—… hacer ejercicio.

Saxton se sacudió para salir de sus pensamientos.

—¿Perdón?

—Voy a hacer ejercicio durante un rato.

«¿Después de tomarte una botella entera de oporto?», pensó Saxton.

Por un momento se sintió tentado a presionar un poco para obtener detalles más precisos acerca de lo ocurrido durante la noche, los quiénes, qué y dónde exactos, como si las respuestas pudieran brindarle algún tipo de alivio. Pero Saxton sabía que eso no era posible. Blay era un alma compasiva y gentil y la tortura solo era algo que practicaba en su trabajo cuando era necesario.

Ninguna combinación de sexo, conversación o silencio le brindaría alivio alguno.

Sintiéndose como si se estuviera preparando para algo, Saxton se abrochó su blazer de doble abotonadura y revisó que su corbata estuviera en orden. Al pasar la mano por el pecho comprobó que el pañuelo que llevaba en el bolsillo también estaba en su sitio; los puños franceses de la camisa sí necesitaban un buen tirón, cosa de la cual se ocupó al instante.

—Voy a descansar un poco antes de prepararme para hablar con el rey. Tengo los hombros muy tensos después de pasar en ese escritorio toda la noche.

—Toma un baño. Tal vez eso te ayude a relajarte.

—Sí. Un baño.

—Te veo más tarde, entonces —dijo Blay, al tiempo que se servía otro trago y se acercaba.

Sus bocas se encontraron en un fugaz beso, después de lo cual Blay dio media vuelta y salió al vestíbulo antes de desaparecer por las escaleras, pues se dirigía a su cuarto para cambiarse.

Saxton lo vio irse. Incluso dio dos pasos hacia delante para poder ver esas botas subiendo por la escalera lentamente.

Una parte de él se moría por seguir al guerrero hasta su habitación y ayudarlo a deshacerse de esa ropa. Con independencia de las emociones, la energía física que circulaba entre ellos siempre había sido fuerte y Saxton sintió deseos de aprovecharse de esa ventaja.

Pero hasta ese recurso le pareció inútil a esas alturas.

Se sirvió un jerez y fue a sentarse frente a la chimenea mientras lo tomaba a sorbos cortos. Fritz había atizado el fuego hacía un rato y las llamas se erguían brillantes y activas sobre la pila de leños.

Esto iba a doler, pensó Saxton. Pero no iba a acabar con él.

Después de un tiempo se recuperaría. Y sanaría. Y seguiría adelante con su vida.

A la gente se le rompía el corazón todo el tiempo…

¿No había una canción sobre eso?

El asunto era, claro, cuándo hablaría con Blaylock…