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Xcor entrelazó las manos y las puso sobre la brillante superficie de la mesa. A su lado, Throe hablaba en voz baja, mientras él permanecía en silencio.
—Esto tiene muy buena pinta —decía Throe mientras examinaba los documentos que les habían entregado—. Muy persuasivo en verdad.
Xcor miró a su anfitrión. El abogado de la glymera tenía la constitución de un panfleto, era tan delgado que Xcor se preguntó si sería posible ver alguna elevación en su cuerpo cuando estaba acostado. También hablaba con una fatigante minuciosidad, soltando unos párrafos muy largos y llenos de palabras complicadas.
—Y dime, ¿es un informe completo? —preguntó Throe.
Xcor contempló las estanterías de la biblioteca. Estaban atestadas de volúmenes con encuadernación de cuero y él estaba convencido de que ese caballero debía de haberlos leído todos y cada uno. Quizás dos veces.
El abogado inició otra concienzuda exploración de la lengua inglesa.
—No os lo habría entregado a vosotros dos si no estuviera seguro de que se hicieron todos los esfuerzos para…
En otras palabras, sí, se dijo Xcor para sus adentros.
—Lo que no veo aquí —dijo Throe al tiempo que pasaba más páginas— es ninguna referencia a una opinión contraria.
—Eso se debe a que no he podido encontrar ninguna. El término «sangre pura» ha sido usado en solo dos contextos: el de las estirpes, como cuando se habla de un vástago de sangre pura, es decir nacido de un padre y una madre puros, y el de la identidad racial. Debido a la mezcla de algunos vampiros con humanos, puede decirse que un pequeñísimo porcentaje de nosotros tiene algún componente genético humano; estos individuos son considerados por la ley como vampiros de sangre pura siempre y cuando pasen por la transición. Ahora bien, desde luego, ese no es el caso de los hijos directos de un humano y un vampiro. Eso es lo que se llama un mestizo. Y esos individuos, en el caso de que sobrevivan al cambio, han sido considerados históricamente por la ley como pertenecientes a una clase diferente, con menos derechos y privilegios que los otros civiles. La cuestión es: como la shellan del rey es una mestiza, lo más probable es que cualquier hijo varón que nazca de esa unión no pase por la transición.
Throe frunció el ceño, como si estuviera considerando las implicaciones.
—Pero dentro de veinticinco años se habrá aclarado ese misterio. ¿Y si tienen un hijo que pasa la transición?
Xcor lo interrumpió con tono sarcástico:
—¿Estás suponiendo que todavía estaremos en el planeta dentro de dos décadas y media? A este paso no lo creo, estamos a punto de extinguirnos.
—Precisamente. —El abogado inclinó la cabeza en dirección de Xcor—. Desde un punto de vista práctico, es muy improbable que un individuo con una cuarta parte de sangre humana pase la transición; se han documentado muchos casos y estoy seguro de que Havers podría citar incluso más ejemplos. Además, entre mucha gente de mi generación existe el temor de que un vástago que tenga un nexo tan íntimo con la raza humana pueda, de hecho, preferir tener una compañera humana, es decir, salir a buscar una compañera que no tenga relación con nuestra raza. En cuyo caso, podríamos llegar a tener una reina humana y eso es —concluyó el macho sacudiendo la cabeza con disgusto— totalmente inaceptable.
—Así que aquí hay dos temas —dijo Xcor, al tiempo que se recostaba y la silla crujía bajo su peso—. Los antecedentes legales y las implicaciones sociales.
—En efecto —dijo el abogado y volvió a asentir con la cabeza—. Y creo que no sería difícil manipular el temor de la sociedad a que se produzca un vacío de poder. Si piensan que el rey no podrá tener descendencia, querrá cubrir ese vacío cuanto antes…
—Yo creo lo mismo —murmuró Throe, al tiempo que cerraba los documentos—. La pregunta es cómo proceder.
Xcor abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla. Una extraña sensación lo invadió y tuvo que controlarse para no ponerse a temblar.
—¿Te gustaría revisar la documentación? —le preguntó el abogado.
Como si pudiera, pensó Xcor con amargura. En efecto, no dejaba de preguntarse qué pensaría ese macho tan erudito si supiera que quien tomaba las decisiones en todo ese proceso era analfabeto.
—Estoy convencido de que todo es correcto. —Xcor se levantó, pensando que tal vez si estiraba los músculos desaparecería esa extraña sensación—. Y creo que esta información debe llegar a los miembros del Consejo.
—Tengo suficientes contactos para convocar al princeps.
Xcor se acercó a la ventana y miró hacia fuera; su instinto lo avisaba de una presencia. ¿Sería la Hermandad?
—Hazlo —dijo sin prestar atención, mientras experimentaba una extraña sensación de urgencia que le resultó imposible pasar por alto…
Su Elegida.
Su Elegida había salido de los límites del complejo y estaba cerca…
—Pero ahora debo excusarme —añadió Xcor de pronto y se dirigió a la puerta—. Throe, tú termina aquí.
Xcor oyó que detrás de él se formaba una cierta conmoción y la conversación de los dos machos subía de tono tras su súbita partida, pero no le importó. Al llegar a la entrada principal, observó la campiña que lo rodeaba…
Y localizó la señal de su Elegida.
En un abrir y cerrar de ojos desapareció, su cuerpo y su voluntad volaron hacia su hembra como si fuera un ladrón moribundo hacia su redención.
‡ ‡ ‡
En el centro de la ciudad, en el Iron Mask, Qhuinn se dirigió al bar y se sentó en uno de los taburetes forrados de cuero. A su alrededor retumbaba la música y el olor a sudor y sexo ya invadía el aire caliente, haciendo que la atmósfera fuera irrespirable.
O quizás era solo su cabeza.
—Hacía tiempo que no te veía —dijo la camarera, una hembra atractiva de senos prominentes, al tiempo que deslizaba una servilleta frente a él—. ¿Lo mismo de siempre?
—Pero doble.
—Entendido.
Mientras esperaba su Herradura Selección Suprema, Qhuinn podía sentir los ojos de los humanos sobre él.
¿Salir del armario? ¿Como si fuera gay?
«¡Te acuestas con machos! ¿Qué diablos crees que significa eso?».
Qhuinn sacudió la cabeza y pensó que necesitaba descansar. Desde aquella discusión con Blay de la semana pasada, ese maldito intercambio de palabras no dejaba de dar vueltas en su cabeza. En general había hecho un excelente trabajo de sublimación y hasta el momento había podido ganar a esa vocecita chillona que lo machacaba; pero, por desgracia, se le estaba acabando la buena racha. Cuando llegó su tequila y se tomó el primer vaso, y luego otro, se dio cuenta de que ya no le quedaban más distracciones para seguir posponiendo el momento de introspección.
Curiosamente, o quizás no tanto, pensó en su hermano. Todavía no le había contado nada sobre el embarazo de Layla. Todo parecía demasiado poco convincente: aunque el embarazo seguía adelante y parecía ir por buen camino, toda esa historia era un culebrón, y su hermano aún no estaba preparado para soportar otro drama.
Por supuesto, tampoco le había mencionado nada sobre su vida sexual ni sobre Blay. Para empezar, imaginaba que su hermano aún sería virgen. La glymera era muy estricta con el comportamiento de las hembras, y no creía que Luchas hubiera tenido ocasión de follar con ninguna. Y después de la transición, cuando se alimentaba de la vena siempre lo acompañaba alguien. Así que no había tenido muchas oportunidades. Por eso no le parecía apropiado contarle cómo era su vida sexual que, además, según palabras de Blay, tampoco era tan interesante.
Qhuinn se restregó la cara.
—Dos más —gritó.
La camarera se apresuró a servirle otra copa. Mientras bebía pensaba que, por el contrario, a él el sexo con Blay sí le había resultado interesante. Y, por mucho que dijera, su amigo tampoco parecía aburrido mientras follaban…
En todo caso, volviendo a Luchas, habían mantenido varias conversaciones, aunque cortas, pues él se cansaba, y nunca había salido el tema de las hembras. Él suponía que su hermano era heterosexual, como su padre, es decir de los que solo follan con la hembra con la que están apareados, en la posición del misionero y solo el día del cumpleaños y, quizás, una vez más al año después de una fiesta.
Follar con machos, hembras, hombres o mujeres, o todos juntos o en distintas combinaciones, a veces en público y rara vez en una cama en casa, no era algo que Luchas pudiera entender realmente.
Cuando la tercera y cuarta copa hicieron su aparición delante de él, Qhuinn dio las gracias a la camarera con un gesto de la cabeza.
Buscando en lo más profundo de su ser, a pesar de que odiaba esa expresión y lo que significaba, Qhuinn trató de ver si había algo más en su reticencia a hablar de su vida con el único miembro de su familia que sobrevivía. Quizás un poco de vergüenza. O incomodidad. O quizás, por qué no, el legítimo deseo de no andar preocupando a su hermano lisiado…
Qhuinn rebuscó dentro de su propia piel.
Si era honesto tenía que admitir que sí, que estaba un poco nervioso. Pero era porque no quería dar a la gente otro motivo para mirarlo como a un bicho raro… cosa que haría su conservador, y probablemente virgen, hermano si él le hablaba de sus inclinaciones sexuales.
Eso era.
Sí. Eso era todo.
«No sé cómo explicarlo, pero en el futuro me veo con una hembra para el resto de la vida».
Hacía ya tiempo que le había dicho esas palabras a Blay y lo había dicho muy en serio…
Sin embargo, al pensar en ello, Qhuinn sintió una extraña emoción, una congoja que hizo que se le saltaran las lágrimas.
Se dijo que debía ser el alcohol, que ponía sentimental a la gente.
Pero el súbito miedo que sintió sugería otra cosa.
Se tomó su tercer tequila con la esperanza de deshacerse de aquella sensación. Y el cuarto. Entretanto, las caras, los senos y los sexos de las múltiples hembras y mujeres que habían follado con él fueron pasando por su mente…
—No —dijo en voz alta—. No. No.
Ay, Dios…
—No.
Al ver que el tío que estaba junto a él lo miraba como si fuera un bicho raro, Qhuinn se calló.
Después de limpiarse el sudor de la cara, se sintió tentado de pedir más tequila, pero se contuvo. Una especie de terremoto estaba teniendo lugar en su interior, Qhuinn podía sentir sus sacudidas por todo el cuerpo.
«Tú no sabes quién eres y ese siempre ha sido tu problema».
Mierda. Si pedía más tequila, si seguía bebiendo, si continuaba empeñándose en evitar la verdad, lo que Blay había dicho acerca de él siempre sería cierto. El problema era que no quería admitirlo. Sencillamente no… quería… admitirlo…
Por Dios, aquí no. Ahora no. Nunca…
Qhuinn maldijo entre dientes cuando se dio cuenta de que estaba llegando al fondo de la cuestión y que el germen de la verdad empezaba a burbujear. Una verdad clara y diáfana amenazaba con salir desde el centro de su pecho y él sabía que, una vez que fuera libre, nunca podría volver a encerrarla.
Maldición. La única persona con la que quería hablar sobre eso ya no quería hablar más con él.
Supuso que tendría que hacer un esfuerzo supremo y enfrentarse a todo aquello él solo.
En cierto sentido, la idea de ser… bueno, ya sabes, como habría dicho su madre… no debería haberlo afectado. Él era más fuerte que el desprecio de la glymera y, mierda, además vivía en un entorno donde no importaba si eras homo o hetero: siempre y cuando fueras capaz de aguantar en el campo de batalla y no fueras un completo idiota, la Hermandad estaba contigo. Mira si no la historia sexual de V, por Dios santo. ¿Usar velas negras para una cosa muy distinta que iluminar la oscuridad? Demonios, el hecho de que te gustaran los machos era una tontería comparado con eso.
Además, él ya no vivía en casa de sus padres. Esa no era su vida.
Esa no era su vida.
Esa no era su vida.
Y sin embargo, a pesar de que se repetía eso una y otra vez, el pasado que ya no existía seguía acosándolo, mirándolo por encima del hombro… juzgándolo y encontrándolo no solo culpable, no solo inferior, sino total y completamente indigno.
Era como el síndrome de los miembros fantasma: después de que la gangrena había desaparecido, después de que la infección se había detenido, después de que la amputación se había completado… el dolor persistía. Todavía dolía como un demonio.
Todas esas mujeres… todas esas hembras… ¿Cuál era la verdadera naturaleza de la sexualidad?, se preguntó Qhuinn de repente. ¿Qué era exactamente la atracción? Porque él había querido follar con ellas y así lo había hecho. Las había elegido en clubes y bares, demonios, incluso en aquella tienda, aquella vez que fueron a comprarle ropa decente a John Matthew después de su transición.
Había elegido a esas mujeres, las había seleccionado de entre una multitud, aplicando cierto sistema de clasificación que eliminaba a algunas y resaltaba a otras. Y ellas se la habían mamado. Y él también les había mamado el sexo. Y las había montado por detrás, de lado y de frente. Y les había acariciado los senos.
Y lo había hecho porque quería hacerlo.
¿Acaso había sido distinto con los hombres? Y aunque así hubiese sido, ¿por qué tenía que colgarse una etiqueta?
Y si no se colgaba una definición, ¿quería eso decir que él no era algo que sus padres, que estaban jodidamente muertos y que de todas formas lo odiaban, hubiesen reprobado?
Mientras las preguntas estallaban en su cerebro, bombardeándolo exactamente con la clase de autoanálisis que siempre había expulsado de sus procesos de pensamiento, Qhuinn se dio cuenta de algo todavía más explosivo.
A pesar de lo importante que era toda esa mierda, a pesar de que se estaba convirtiendo en una especie de Cristóbal Colón descubriendo América en su propia cabeza, nada se acercaba al tema más crítico.
En lo más mínimo.
El problema que acababa de descubrir hacía que toda esa mierda pareciera un juego de niños.