75

Una semana después…

La vida retomó su curso normal. Eso era lo que Qhuinn pensaba, mientras se ponía los pantalones, se metía una camiseta por la cabeza y cogía sus armas y su chaqueta de cuero.

Dios, no podía creer que hacía solo siete noches había sido su inducción a la Hermandad.

Parecía una eternidad.

Al salir de su habitación, pasó frente a las esculturas de mármol, luego frente al estudio de Wrath y golpeó en la puerta de Layla.

—Adelante.

—Hola —dijo Qhuinn al entrar—. ¿Cómo vas?

—Estoy muy bien. —Layla se enderezó sobre un montón de almohadas y luego se acarició el vientre—. Quiero decir, estamos muy bien. La doctora Jane acaba de pasar por aquí. Los análisis están perfectos y sigo comiendo galletas de sal y tomando ginger. Así que estoy bien.

—Pero deberías comer algo de proteína, ¿no? —Mierda, no quería que eso sonara como una exigencia—. Aunque no es que pretenda decirte qué debes comer.

—Ah, no, está bien. De hecho, Fritz me cocinó un poco de pechuga de pollo y no la devolví, así que trataré de hacer eso todos los días. Siempre y cuando la comida no tenga mucho sabor, puedo soportarla.

—¿Necesitas algo?

Layla entrecerró los ojos.

—De hecho, sí.

—Dime qué es y considéralo hecho.

—Habla conmigo.

Qhuinn levantó las cejas con sorpresa.

—¿Sobre qué?

—Sobre ti. —Layla dejó escapar una maldición y dejó a un lado la revista que estaba leyendo—. ¿Qué sucede? Andas por ahí como una sombra, no hablas con nadie y todo el mundo está preocupado.

Todo el mundo. Genial. ¿Por qué diablos no vivía solo?

—Estoy bien…

—Estás bien. Sí. Claro.

Qhuinn movió las manos con gesto de resignación.

—Oye, vamos, ¿qué quieres que te diga? Me levanto, voy a trabajar, regreso a casa… El bebé y tú estáis bien… Luchas se está recuperando lentamente… Ahora formo parte de la Hermandad… La vida es fabulosa.

—Entonces ¿por qué andas siempre por ahí como un alma en pena?

Qhuinn tuvo que desviar la mirada.

—No, no es así. Mira, tengo que bajar a comer algo antes de…

—¿Todavía quieres tener un hijo?

Layla habló con tanta rapidez que el cerebro de Qhuinn tuvo que hacer un esfuerzo extra para descifrar lo que había dicho.

—¿Qué?

Al ver que Layla empezaba a retorcerse las manos como lo hacía cada vez que estaba nerviosa, Qhuinn se acercó a la cama y se sentó junto a ella. Dejó la chaqueta y los arneses llenos de armas en el suelo y puso su mano sobre esos dedos que no dejaban de moverse.

—Estoy encantado con nuestro hijo. —De hecho, ese bebé que crecía dentro de ella era lo único que lo mantenía funcionando por el momento—. Y ya lo amo. Aunque aún no lo conozca.

Sí. En lo que se refería a Qhuinn, los hijos eran el único lugar seguro donde podías poner el corazón.

—Tienes que creerme —dijo con voz un poco ansiosa—. De verdad.

—Está bien. Está bien, te creo. —Layla estiró la mano y trató de acariciarle la mejilla, pero él se apartó—. Entonces ¿qué te sucede, querido amigo? ¿Qué te pasa?

—Cosas de la vida —dijo Qhuinn y le sonrió—. Pero no es nada importante. E independientemente de mi estado de ánimo, debes saber que estoy contigo en esto.

Layla cerró los ojos con alivio.

—Y te lo agradezco. También le estoy muy agradecida a Payne por lo que hizo.

—Y a Blaylock —murmuró Qhuinn—. No te olvides de él.

Vaya ironía. Blay le había propinado una puñalada en el pecho, pero también le había dado un nuevo corazón.

—¿Perdón? —dijo Layla.

—Blaylock fue el que habló con Payne. Fue idea suya que ella te ayudara.

—¿En serio? —susurró Layla—. ¿Fue él quien habló con Payne?

—Sí. Es un tío genial. Blaylock es un verdadero caballero.

—¿Por qué lo llamas así?

—Ese es su nombre, ¿no? —Qhuinn le dio unos golpecitos en el brazo, se puso de pie y recogió sus cosas del suelo—. Me voy. Como siempre, tendré el móvil encendido todo el tiempo. Llámame si necesitas algo.

La Elegida frunció el ceño.

—Pero Beth dijo que tú no trabajabas esta noche.

Genial. Así que hablaban sobre él.

—Voy a salir. —Al ver que ella parecía a punto de protestar, Qhuinn se inclinó y le estampó en la frente un casto beso, con la esperanza de tranquilizarla—. No te preocupes por mí, ¿vale?

Qhuinn salió de la habitación antes de que ella pudiera preparar otro ataque contra su independencia. Pero cuando cerró la puerta…

Frenó en seco.

—Tohr. Ah… ¿qué tal?

El hermano estaba recostado contra el marco de la puerta de Wrath, como si estuviera esperando.

—Pensé que tú y yo habíamos hablando sobre el horario de esta noche.

—Lo hicimos.

—Entonces ¿por qué llevas encima todas esas armas?

Qhuinn entornó los ojos.

—Mira, no me voy a quedar en esta casa para que el amanecer me encierre durante veinticuatro horas seguidas. Eso no va a suceder.

—Nadie ha dicho que tengas que quedarte aquí. Lo que te estoy diciendo, de hermano a hermano, es que esta noche tú no vas a salir al campo de batalla con nosotros.

—Ay, vamos…

—Vete a un maldito cine, si quieres. Ve a dar una vuelta con el coche, pero esta vez acuérdate de quitar las llaves cuando aparques. Vete a un centro comercial y entrégale tu carta a Papá Noel, no me importa. Pero tú no saldrás al campo hoy… Y antes de que sigas discutiendo, esta es una regla que todos tenemos que cumplir. Tú no eres un caso especial. No eres el único que no saldrá al campo hoy. ¿Está claro?

Qhuinn maldijo entre dientes, pero cuando el hermano le tendió la mano, se la estrechó y asintió con la cabeza.

Cuando Tohr se marchó, Qhuinn sintió deseos de gritar: toda una velada para él solo. Joder.

Nada como salir con un depresivo.

Demonios, quizás debería ir a la sala de proyecciones, ponerse unos parches de hormonas y subirse la moral viendo La novicia rebelde y pintándose las uñas de los pies.

O tal vez Magnolias de acero… O Como agua para cocos.

O era Chocolate, se preguntó.

Pero, claro, tal vez simplemente podría pegarse un tiro.

Cualquiera de esas opciones funcionaría.

‡ ‡ ‡

La casa de seguridad de la familia de Blay estaba en la campiña, rodeada por campos cubiertos de nieve que ondulaban suavemente hasta llegar al bosque. Construida en piedra blanca de río, no era muy imponente sino más bien un refugio acogedor, de techos bajos con vigas a la vista, varias chimeneas que siempre estaban encendidas en invierno y una cocina ultramoderna que era la única parte de la propiedad que había sido renovada recientemente.

Una cocina en la que su madre preparaba verdaderos manjares.

Cuando Blay y su padre salieron del estudio, su madre levantó la vista desde la cocina de ocho fuegos sin dejar de remover el queso que estaba derritiendo en una cazuela de cobre. Tenía los ojos muy abiertos y se notaba que estaba preocupada.

Blay no quería que diera la impresión de que le había afectado la trascendental conversación que acababa de tener con su padre, así que levantó discretamente los pulgares al salir y fue a sentarse frente a la mesa de la cocina.

Sin dejar de revolver, su madre se tapó la boca con la mano que tenía libre y cerró los ojos, mientras se sentía invadida por un torbellino de emociones.

—Oye, oye —dijo el padre al acercarse a su shellan—. Sshhhhh…

Luego la giró hacia él y la envolvió entre sus brazos.

—Está bien —dijo el padre y la besó en la cabeza—. Oye, todo está bien.

El padre miró entonces a Blay y este tuvo que parpadear varias veces mientras le sostenía la mirada. Luego se tapó los ojos llenos de lágrimas.

—Vamos, familia. ¡Por la Virgen Escribana! —dijo el macho, mientras él mismo contenía un sollozo—. Mi hermoso, saludable, inteligente y valioso hijo es gay. ¡No pasa nada, no hay nada de qué lamentarse!

Alguien empezó a reírse y Blay siguió el ejemplo.

—Aquí no ha pasado nada —dijo su padre y levantó suavemente la cara a su shellan para sonreírle mirándola a los ojos—. ¿Vale?

—Me alegro tanto de que la verdad haya salido a la luz y todos estemos juntos… —dijo la madre.

El macho retrocedió y se quedó mirándola con desconcierto, como si no pudiera concebir un resultado distinto.

—Nuestra familia es muy fuerte, ¿acaso no lo sabes, mi amor? Pero, más aún, esto no representa ningún desafío. No es ninguna tragedia.

Dios, sus padres eran lo mejor.

—Ven aquí —dijo su padre y le hizo señas para que se acercara—: Blay, ven aquí.

Blay se levantó y cuando sus padres lo abrazaron, respiró profundo y volvió a ser el niño que había sido hacía tantos años: la loción de afeitar de su padre olía exactamente igual, el champú de su madre todavía le recordaba el aroma de una noche de verano y el olor de la lasaña cocinándose en el horno despertó el apetito de su estómago.

Como siempre lo había hecho.

El tiempo realmente era un asunto relativo, pensó Blay. Aunque ahora era más alto y más grande, y a pesar de todas las cosas que habían pasado, esa unidad, esas dos personas, eran su fundamento, su ancla, su piedra angular, lo único en el mundo que nunca le fallaba. Y mientras permanecía dentro de aquellos brazos amorosos, Blay pudo liberarse de toda la tensión que había sentido antes de ir a su casa.

Había sido difícil hablar con su padre, encontrar las palabras adecuadas, arriesgarse a descubrir que el macho que lo había educado y lo había amado como nadie más en el mundo no era tan ecuánime como él creía. Si su padre no lo hubiese apoyado, si hubiese elegido los valores de la glymera por encima de la verdad, Blay se habría sentido muy decepcionado.

Pero eso no había ocurrido. ¿Y ahora? Se sentía como si acabara de saltar desde un edificio… y hubiese aterrizado sobre un colchón, sano y salvo: su familia había superado la mayor prueba a la que se había enfrentado en su vida. Y la había superado con honores.

Cuando por fin dejaron de abrazarse, su padre puso la mano sobre la cara de Blay.

—Siempre serás mi hijo. Y yo siempre me sentiré orgulloso de llamarte hijo.

Cuando su padre bajó el brazo, el anillo con el sello familiar brilló en su mano gracias a la luz procedente del techo. El sello que estaba grabado en aquel precioso anillo era exactamente igual al que había en el anillo de Blay… y al contemplar aquel árbol familiar, Blay pensó que la glymera realmente no entendía nada. Se suponía que todos esos escudos familiares eran los símbolos del espacio que ellos compartían en ese momento, el símbolo de los vínculos que fortalecían y mejoraban la vida de la gente, de los compromisos que pasaban de la madre al padre, del padre al hijo y de la madre a sus hijos.

Pero como solía ocurrir con tanta frecuencia en la aristocracia, la glymera ponía el acento en el lugar equivocado y se fijaba más en el oro y los dibujos que en la gente. La glymera se preocupaba por la forma de las cosas y no por lo que las cosas eran en sí mismas: siempre y cuando todo se viera bien desde el exterior, podías vivir clandestinamente de la manera más depravada y ellos seguirían tan contentos.

—Creo que la lasaña está lista —dijo su madre y los besó a los dos—. ¿Por qué no ponéis la mesa?

Todo normal y tranquilo. Felizmente tranquilo.

Mientras Blay y su padre se movían por la cocina sacando cubiertos, platos y servilletas de tela de colores rojo y verde, Blay se sintió un poco raro. De hecho, se sentía totalmente dichoso por haber puesto todas las cartas sobre la mesa y haber confirmado que tenía la familia que tanto deseaba.

Y sin embargo, cuando se sentaron a la mesa un poco después, sintió cómo volvía a invadirlo la misma sensación de vacío que había experimentado en los últimos días. Como si hubiese entrado momentáneamente a una casa tibia, pero hubiese tenido que volver a salir al frío un minuto después.

—¿Blay?

Blay se estremeció y estiró la mano para recibir el plato lleno de amor que su madre le estaba ofreciendo.

—Ah, qué buena pinta tiene esto.

—La mejor lasaña del planeta —dijo su padre, mientras desplegaba la servilleta y se acomodaba las gafas sobre la nariz—. Un trozo de los del borde, por favor.

—¿Acaso crees que no sé lo que te gusta? —Blay les sonrió a sus padres, mientras su madre servía los platos—. ¿Dos?

—Sí, por favor. —Los ojos de su padre brillaron al contemplar esa delicia—. Ah, así está perfecto.

Durante un rato solo se escuchó el ruido de los cubiertos.

—Y cuéntanos, ¿cómo están las cosas en la mansión? —preguntó su madre, después de darle un sorbo a su vaso de agua—. ¿Alguna noticia especial?

Blay respiró profundamente.

—Qhuinn se ha convertido en miembro de la Hermandad.

Todos se quedaron con la boca abierta.

—¡Qué gran honor! —exclamó su padre.

—Muy merecido —dijo la madre de Blay, al tiempo que movía la cabeza y su pelo rojo reflejaba la luz del techo—. Tú siempre has dicho que es un gran guerrero. Y sé que las cosas no han sido fáciles para él… Como te dije la otra noche, ese chaval me rompió el corazón la primera vez que lo vi.

Ya somos dos, pensó Blay.

—También está esperando un hijo.

Bueno, esta vez su padre realmente se atragantó.

Después de que la madre le diera unas palmaditas en la espalda, preguntó:

—¿Con quién?

—Con una Elegida.

Silencio total. Hasta que su madre murmuró:

—Bueno, eso sí que es lo máximo.

Y pensar que Blay se había callado el verdadero drama.

Dios, esa discusión que habían tenido en el centro de entrenamiento… La había recreado en su mente una y otra vez, recordando cada palabra, cada acusación, cada negación. Detestaba algunas de las cosas que había dicho, pero se reafirmaba en la idea principal.

Joder, podría haber tenido más cuidado en la forma de plantear sus quejas, eso sí. Blay realmente se arrepentía de haberse dejado llevar de aquella manera.

Pero ya no había posibilidad de disculparse. Qhuinn había desaparecido por completo del panorama. No había vuelto a bajar al comedor y si estaba haciendo ejercicio ya no lo hacía en el gimnasio del centro de entrenamiento durante el día. Quizás estaba buscando consuelo en la habitación de Layla. Quién podía saberlo.

Blay se sirvió otra porción de lasaña y pensó en lo mucho que significaban para él esas horas que pasaba con su familia y el hecho de que lo aceptaran tal como era…

Y volvió a sentirse como un maldito desgraciado.

Dios, se había dejado llevar completamente por la rabia y, después de años de idas y venidas, por fin se había producido el rompimiento entre ellos.

Y ya no había vuelta atrás, pensó Blay.

Aunque, la verdad, nunca la había habido.