73
Sola se dio un golpe contra la mesa. Y luego, para tratar de enmendar ese error, se estrelló contra la silla en la que se había sentado su abuela; pero al menos pudo ocultar eso último echando la silla hacia atrás y sentándose en ella.
—Tú tampoco me has dicho tu nombre —murmuró, aunque los nombres propios eran lo último en lo que estaba pensando.
El hombre se sentó frente a ella. Su asombroso tamaño hacía que todo pareciera muy pequeño, diminuto, desde la mesa que los separaba, hasta las sillas y toda la cocina.
La casa entera.
El hombre extendió la mano sobre la mesa y, con esa voz profunda y ese maravilloso acento, dijo:
—Me llamo Assail.
—¿Assail? —Sola extendió cautelosamente la mano, lista para encontrarse con la de él en el centro—. Qué nombre tan extraño…
Cuando sus dedos entraron en contacto, sintió que un rayo subía por su mano hasta el corazón, acelerando su ritmo y haciendo que se ruborizara.
—¿No te gusta? —susurró él con tono insinuante, como si fuera plenamente consciente de lo que ella acababa de sentir.
Solo que él estaba hablando de su nombre, ¿no? Sí, eso era.
—Es… original.
—Dime el tuyo —ordenó el hombre sin soltarla—. Por favor.
Los dos permanecieron en silencio durante unos segundos, con las manos entrelazadas y respirando de manera acompasada. Sola se dijo que había cosas incluso más íntimas que el sexo.
—Marisol. Pero la gente me llama Sola —dijo al fin.
El hombre ronroneó. Ronroneó.
—Yo te llamaré Marisol.
Aquello le pareció muy apropiado. Dios, con ese acento… ese hombre había convertido su nombre de toda la vida en un poema.
Sola retiró la mano y la puso en su regazo, pero mantuvo los ojos fijos en los de él: la expresión del hombre era arrogante, pero ella tenía la impresión de que no lo hacía por intimidarla, sino que era un gesto más bien natural e inconsciente. Su pelo parecía increíblemente grueso y sin duda debía tratárselo con muchos productos, porque ningún pelo humano podía formar esa onda tan perfecta sobre la frente. ¿Y la colonia que usaba? Joder. Fuera la que fuera, Sola estaba a punto de volar gracias a ese fabuloso aroma.
Con ese rostro tan apuesto, ese cuerpo y esa inteligencia, Sola estaba segura de que aquel hombre se sentía dueño del mundo.
—Háblame de ese visitante misterioso —dijo él.
Bajó la cabeza y se quedó mirándola a través de las pestañas.
Al verlo así, a Sola no le pareció sorprendente que hubiera matado a alguien.
Pero luego se encogió de hombros y dijo:
—No sé mucho. Mi abuela me acaba de decir que el hombre tenía el pelo negro y los ojos hundidos… —Frunció el ceño, al notar que el color de los ojos de Assail era como el reflejo de la luz de la luna en el mar, algo que sencillamente no parecía posible de manera natural. ¿Usaría lentillas?, se preguntó—. Ella… ah, no me dio ningún nombre, pero por lo que dijo de su comportamiento debía de ser un tipo muy educado. Ah… y le habló en español.
—¿Hay alguien que pueda estar buscándote?
Sola negó con la cabeza.
—Yo nunca hablo de esta casa. Jamás. La mayoría de la gente ni siquiera conoce mi nombre verdadero. Esa es la razón por la cual pensé que eras tú… ¿Quién más…? Me refiero a que nadie más ha venido nunca aquí, solo tú.
—¿No hay nadie en tu pasado?
Sola miró la cocina; luego arregló las servilletas del servilletero.
—No lo sé…
Con la vida que llevaba, podrían ser muchas personas.
—¿Tienes instalada una alarma de seguridad? —preguntó él.
—Sí.
—Debes suponer que se trata de alguien peligroso hasta que demuestre lo contrario.
—De acuerdo. —Cuando el hombre, es decir, Assail, se metió la mano en el bolsillo del abrigo, ella negó con la cabeza—. Nada de cigarros. Ya te dije…
El hombre exageró entonces el gesto de sacar un bolígrafo dorado y lo levantó. Después tomó una de las servilletas con las que ella estaba jugando nerviosamente y escribió un número telefónico de siete cifras.
—Si vuelve a venir, llámame. —Deslizó la servilleta sobre la mesa, pero mantuvo el dedo índice sobre los números—. Y yo me encargaré del asunto.
Sola se levantó demasiado rápido y su silla crujió. Se quedó de pie, quieta, y levantó la vista hacia el techo. Al ver que no se oía nada arriba, se recordó que debía ser discreta.
Caminó hasta el fregadero. Y regresó. Le hizo una visita a la puerta. Y regresó.
—Mira, no necesito tu ayuda. Te lo agradezco, pero…
Al dar media vuelta para volver hacia el fregadero, vio que el hombre estaba justo frente a ella. Entonces contuvo la respiración y dio un salto, ni siquiera lo había oído moverse…
Y la silla en la que estaba sentado permanecía en la misma posición de antes.
No como la de ella, que estaba echada hacia atrás.
—¿Qué…? —Sola guardó silencio, mientras su cabeza daba vueltas. Sin duda no iba a preguntarle qué era…
Cuando él estiró las manos y las puso sobre su cara, Sola supo que tendría dificultades para negarse a cualquier cosa que él le propusiera.
—Me llamarás —ordenó— y yo vendré a ti.
El hombre pronunció las palabras con lentitud. El sonido de su voz profunda fue como una caricia.
Y aunque su orgullo comenzó a protestar, su boca se negó a expresar esa protesta.
—Está bien —respondió.
Ahora él sonrió y sus labios se torcieron hacia arriba. Dios, tenía unos caninos muy afilados y más largos de lo que recordaba.
—Marisol —dijo él como ronroneando—. Un nombre precioso.
Cuando él empezó a inclinarse sobre ella, Sola sintió una ligera presión en la garganta. No, demonios, no debería estar haciendo eso. No en su casa, con su abuela en el piso de arriba, no con un hombre como ese…
A la mierda. Con un suspiro de claudicación, cerró los ojos y levantó la boca para aceptar su…
—¡Sola! ¡Sola! ¿Qué estás haciendo ahí abajo?
Los dos quedaron paralizados y de inmediato Sola volvió a tener trece años.
—¡Nada! —gritó.
—¿Quién está contigo?
—Nadie… Es la televisión.
Tres… dos… uno…
—Eso no parece la tele.
—Vete —susurró ella, empujándolo mientras hablaba—. Tienes que marcharte ahora.
Assail bajó los párpados.
—Creo que quiero conocerla.
—No.
—Sí…
—¡Sola! ¡Voy a bajar!
—Vete —siseó ella—. Por favor.
Assail pasó su pulgar por el labio inferior de ella y se inclinó todavía más, para hablarle directamente al oído.
—Planeo retomar esto en el punto en que nos han interrumpido. Solo para que lo sepas.
Luego dio media vuelta y empezó a avanzar hacia la puerta, pero con desesperante lentitud. Y aunque las pantuflas de la abuela ya se acercaban, el hombre se tomó su tiempo para mirarla una vez más por encima del hombro antes de abrir la puerta.
Y esos ojos resplandecientes recorrieron todo su cuerpo.
—Esto no ha terminado.
Y luego se marchó, gracias a Dios.
Su abuela apareció una fracción de segundo después de que se cerrara la puerta.
—¿Y bien? —dijo.
Sola miró hacia la ventana, para asegurarse de que todo permanecía a oscuras ahí. Sip. Perfecto.
—¿Ves? —dijo Sola e hizo un gesto con los brazos alrededor de la cocina—. Aquí no hay nadie.
—Pero la televisión no está encendida.
¿Por qué su abuela no podía tener la elegancia de dejar de vivir tan alerta, como lo hacían tantos ancianos?
—Acabo de apagarla porque te estaba molestando.
—Ah. —Una mirada de sospecha recorrió el lugar…
Mierda. Había un poco de nieve derretida sobre el suelo de linóleo, justo donde ellos estaban.
—Vamos —dijo Sola, al tiempo que ponía las manos sobre los hombros de su abuela para obligarla a darse la vuelta—. Ya hemos tenido suficiente diversión por hoy. Vamos a acostarnos.
—Te estoy vigilando, Sola.
—Lo sé.
Mientras subían las escaleras, una parte de ella se preguntaba quién diablos habría ido a buscarla y por qué. ¿Y la otra mitad? Bueno, esa parte todavía estaba en la cocina, a punto de besar a ese hombre.
Probablemente lo mejor era que los hubiesen interrumpido.
Porque ella tenía la inconfundible impresión de que su protector… también era un depredador.
‡ ‡ ‡
La llamada que Xcor estaba esperando llegó en un momento muy oportuno. Acababa de perseguir y matar a un asesino solitario bajo los puentes del centro y estaba limpiando a su amada: la sangre negra se desprendía fácilmente de la hoja de la guadaña al pasarle un paño de gamuza.
Primero se guardó a su amada en la espalda y luego sacó el móvil. Al contestar, miró hacia donde sus soldados se habían reunido para conversar sobre los combates de la noche.
—¿Habla Xcor, hijo del Sanguinario?
Xcor apretó los dientes, pero no se molestó en corregir la imprecisión. El nombre del Sanguinario resultaba útil para su reputación.
—Sí. ¿Quién habla?
Hubo una larga pausa.
—No sé si debería estar hablando contigo.
El tono aristocrático de la voz le dio suficientes datos sobre la identidad de su interlocutor.
—Eres el amigo de Elan.
Otra larga pausa… y, joder, eso sí que ponía a prueba su paciencia. Pero eso también fue algo que se guardó para sus adentros.
—Sí. ¿Ya conoces las últimas noticias?
—¿Sobre?
Cuando se produjo una tercera pausa, Xcor se dio cuenta de que la conversación iba a ser larga, así que les silbó a sus soldados y les hizo señas para que todos se desplazaran hasta su rascacielos, que estaba unas cuantas calles hacia el este.
Un momento después ya estaba sobre el techo de su lugar preferido, donde las ráfagas de viento eran mucho más fuertes que a nivel del suelo. Y como eso dificultaba la conversación, Xcor se protegió detrás de un muro que hacía las veces de terraza.
—¿Noticias sobre qué? —insistió Xcor.
—Elan está muerto.
Xcor enseñó los colmillos al sonreír.
—En efecto.
—No pareces sorprendido.
—No lo estoy. —Xcor entornó los ojos—. Aunque, naturalmente, me siento desolado.
Lo cual, en cierto sentido, era cierto: era como perder una buena arma. O, más en concreto, un destornillador. Pero todas esas cosas se podían reemplazar.
—¿Sabes quién lo hizo? —preguntó su interlocutor.
—Bueno, creo que tú lo sabes, ¿no es cierto?
—Fue la Hermandad, claro.
Otra equivocación, pero, de nuevo, Xcor estaba preparado para dejarla pasar.
—Y dime, ¿acaso esperas que yo vengue su muerte?
—Eso no es de mi incumbencia. —El tono afectado de la conversación sugería que el macho estaba ciertamente preocupado por la posibilidad de que le esperara el mismo destino que a Elan—. Su familia quizás pida una reparación.
—Están en su derecho. —Al ver que el macho no hablaba más, Xcor supo con exactitud qué era lo que estaba esperando—. Yo te puedo garantizar dos cosas: mi discreción y mi protección. Supongo que estuviste en aquella velada que organizó Elan en su casa en otoño. Mi opinión es que el rey no ha cambiado y supongo que esta llamada demuestra que tú eres de la misma opinión que yo. ¿Estoy en lo cierto?
—No soy un macho que busque poder social o político.
Pamplinas.
—Por supuesto que no.
—Estoy… preocupado por el futuro de la raza… y en eso Elan y yo estábamos de acuerdo. Sin embargo, no estaba de acuerdo con las tácticas que él proponía. Un asesinato representa demasiados riesgos y, además, no es la forma más eficaz de lograr el fin que nos proponemos.
Au contraire, pensó Xcor. Una bala en la cabeza arreglaba muchas cosas…
—La ley es el camino para derrocar al rey.
Xcor frunció el ceño.
—No te entiendo.
—Con todo respeto, la ley es más poderosa que la espada. Para parafrasear un dicho humano.
—Tus referencias indirectas me resultan irrelevantes. Sé específico, si no te importa.
—Las Leyes Antiguas consagran el poder que Wrath ostenta. Especifican su dominio unilateral sobre todos los aspectos de nuestra vida y nuestra sociedad, dándole plena libertad de actuar como desee, sin ninguna responsabilidad por el resultado de sus actos.
Y esa era la razón por la cual Xcor quería el trabajo, gracias.
—Sigue.
—No hay restricciones para lo que él puede hacer, ni para las decisiones que puede tomar. De hecho, también puede cambiar las Leyes Antiguas si lo desea y alterar la materia misma de nuestras tradiciones y principios fundamentales…
—Soy muy consciente de eso. —Xcor miró su reloj. Suponiendo que no se quedara pegado a ese maldito teléfono durante dos horas más, todavía quedaba bastante tiempo para combatir—. Creo que tú y yo deberíamos reunirnos en persona mañana por la noche…
—Con una condición.
Xcor frunció el ceño. El otro seguía a lo suyo. No había oído nada de lo que él había dicho.
—¿Condición?
—El rey debe ser capaz de producir, y cito las palabras textuales, «un heredero de sangre pura».
—¿Y eso qué relevancia tiene? Wrath ya está apareado y sin duda en el futuro…
—Su shellan es mestiza.
Ahora fue Xcor el que se quedó callado… y el abogado de Elan aprovechó el silencio:
—Hablemos con claridad. Todos sabemos que hay sangre humana en la especie. A lo largo de tantos siglos ha habido apareamientos con especies distintas. En esa medida, uno podría argumentar que no hay nadie que tenga la sangre «totalmente pura». Sin embargo, hay una gran diferencia entre un civil que decide mezclar sus genes con los genes humanos y el hecho de que el rey tenga un hijo cuya madre es una hembra mestiza, teniendo en cuenta que ese hijo heredará el trono a la muerte del rey.
Throe se acercó.
—¿Va todo bien? —preguntó modulando las palabras con los labios.
Xcor se apartó el teléfono de la oreja y lo tapó con la mano.
—Vete a combatir con los demás. Me reuniré con vosotros enseguida.
—Como desees —dijo Throe e hizo una rápida venia.
Cuando su soldado se marchó, Xcor volvió a ponerse el teléfono en la oreja. El aristócrata que estaba al otro lado de la línea seguía hablando:
—Hay inquietud entre muchos miembros de la clase dirigente, como bien sabes. Y creo que tendremos muchas más posibilidades de desplazar a Wrath, hijo de Wrath, si lo hacemos legalmente. Cualquier atentado contra su vida está destinado a fracasar, pero esto… Es la ley. Supongo que te habrás enterado de la demostración de fuerza que hizo ante el Consejo la otra noche. En efecto, muchos se vieron tentados a volver al redil poco después, sometiendo su voluntad a un poder físico bastante feroz, a decir verdad.
La mente de Xcor empezó a estudiar las posibilidades.
—Entonces dime, en tu opinión, ¿quién debería sucederlo? ¿Acaso tú?
—No —respondió el macho de manera estridente—. Soy un abogado y, como tal, valoro la lógica por encima de todo lo demás. En este clima de inquietud y guerra solo un soldado puede liderar a la raza… y solo un soldado debería hacerlo. Elan se engañaba con sus ambiciones y tú te has estado aprovechando de eso. Lo sé porque te vi en su casa aquella noche en otoño. Lo estabas poniendo en la posición que querías tenerlo, aunque él pensaba que era al revés. Quiero un cambio, sí. Y estoy preparado para facilitarlo. Pero no me hago ilusiones acerca de mi utilidad y no tengo ningún interés en seguir el destino de Elan.
—Ningún rey ha sido derrocado de esa manera —dijo Xcor.
—Ningún rey ha sido derrocado nunca.
Bien visto.
Miró hacia el noreste, justo donde había esa extraña distorsión del paisaje, y pensó en el rey con su reina… y en su propia Elegida embarazada.
Hubo una época en que habría preferido el camino más sangriento, aquel marcado por la satisfacción de arrancarle el trono a Wrath mientras agonizaba. Pero esta guerra de documentos era… más segura. Para su hembra.
Lo último que Xcor quería era atacar el lugar donde ella comía y dormía… y donde la cuidaban en su estado.
Xcor cerró los ojos y negó con la cabeza. Ay, cómo habían caído los poderosos… y sin embargo, ellos volverían a levantarse, se prometió.
—¿Cómo crees que deberíamos proceder? —preguntó Xcor con voz ronca.
—Al principio con mucha discreción. Necesito estudiar muchos documentos, buscar todos los precedentes de conflictos en los que se haya planteado algún caso semejante y ver cómo se han resuelto. Estoy seguro de que son muchos y de que en todos prevalece el valor de la pureza de la sangre. La ventaja es que los nuestros siempre han tenido tendencia a discriminar a los humanos, y eso era todavía más pronunciado en el pasado, cuando el padre de Wrath emitía proclamas e interpretaba la ley. Esa será la clave. Cuanta más fuerza tengan los antecedentes, más éxito tendremos.
Qué ironía. Las leyes y proclamas del padre de Wrath serían el instrumento para derrocar a su hijo.
—El problema para nosotros será el rey mismo. Tiene que permanecer vivo, y debemos evitar que se dé cuenta de su debilidad, para que no pueda poner remedio antes de que nosotros estemos listos.
—Le enviarás a mi socio los documentos relevantes y luego nos reuniremos los dos.
—Tardaré unos días.
—Entendido. Pero espero que llames muy pronto.
Después de intercambiar nombres y de que Xcor le diera al macho la dirección de correo electrónico de Throe, Xcor empezó a sentir un cierto optimismo. Si ese macho tenía razón, el reinado de Wrath terminaría sin que se derramara una gota de sangre más. Y luego Xcor quedaría en libertad de determinar el futuro de la raza. Hasta donde sabía, Wrath no tenía familia directa, así que si lo derrocaban nadie podría reclamar el trono. Aunque eso no significara que después no aparecieran parientes hasta debajo de las piedras.
Pero Xcor podría lidiar con los intrusos. Y, con el apoyo del Consejo, estaba seguro de poder convertirse en un líder popular, siempre y cuando todo el mundo estuviera de su lado.
Wrath no era el único que podía cambiar las leyes.
—No pierdas ni un minuto —dijo Xcor—. Tienes una semana. Ni un día más.
La respuesta del macho fue muy satisfactoria:
—Procederé con la mayor diligencia.
Una estupenda manera de terminar una llamada telefónica, se dijo antes de colgar.