71
—Sola, ¿por qué no me dijiste que íbamos a tener visita?
Sola se detuvo y puso su mochila sobre la encimera de la cocina. Aunque su abuela estaba esperando una respuesta, no quería darse la vuelta antes de asegurarse de que su expresión ocultara totalmente la sensación de sorpresa.
Al cabo de unos segundos, ya más controlada, se volvió al fin.
Su abuela estaba sentada a la mesa y su bata de color rosa y azul combinaba con los rulos que llevaba en el pelo y las cortinas de flores que colgaban detrás de ella. A los ochenta años, tenía la cara arrugada de una mujer que había visto pasar trece presidentes y que había vivido una guerra mundial e innumerables batallas personales. Sus ojos, sin embargo, brillaban con la fuerza de un ser inmortal.
—¿Ha venido alguien? —preguntó Sola.
—Sí, un hombre de… —Su abuela levantó una de sus arrugadas manos para señalarse los rulos—. Un hombre con el pelo negro.
Mierda.
—¿Cuándo pasó por aquí?
—Fue muy amable.
—¿Dejó su nombre?
—Entonces no lo esperabas.
Sola respiró hondo y rezó para poder seguir queriendo a su abuela a pesar del intenso interrogatorio. Demonios, después de tantos años viviendo con ella ya tendría que estar acostumbrada a sus interrogatorios. La mujer era implacable a la hora de hacer preguntas.
—No, no estaba esperando a nadie. —Y la idea de que alguien hubiese venido a golpear a su puerta la impulsó a acercar la mano a su bolso. Ahí tenía una calibre nueve, con mira láser y silenciador… lo cual era una suerte—. ¿Y cómo era ese hombre?
—Muy grande. Y de pelo negro, como ya te he dicho. Con ojos hundidos.
—¿De qué color eran los ojos? —Su abuela no veía muy bien, pero seguramente podría recordar eso—. ¿Acaso tenía…?
—Como los nuestros. Habló conmigo en español.
Quizás aquel sensual hombre que ella había estado siguiendo era bilingüe, o trilingüe, teniendo en cuenta que su acento no era español.
—¿Y dejó su nombre? —Aunque eso tampoco ayudaría, pues Sola no sabía cómo se llamaba el hombre que había estado siguiendo.
—Dijo que tú lo conocías y que volvería.
Sola miró el reloj digital del microondas. Iban a ser las diez de la noche.
—¿A qué hora vino?
—No hace mucho. —Su abuela entrecerró los ojos—. ¿Has estado viéndote con él, Marisol? ¿Por qué no me lo habías dicho?
Entonces iniciaron la misma conversación que tantas veces habían tenido, por supuesto en portugués. Ambas recitaban sus papeles con aplicación, repitiendo las mismas frases una y otra vez: No-estoy-saliendo-con-nadie y No-entiendo-por-qué-no-te-casas. Habían tenido la misma discusión tantas veces que básicamente retomaban los mismos parlamentos de una obra muchas veces repetida.
—He de decirte que me ha caído bien —anunció su abuela, al tiempo que se ponía de pie y golpeaba la superficie de la mesa con las palmas de las manos. Cuando vio cómo saltaba el servilletero, Sola sintió deseos de maldecir—. Y creo que deberías traerlo aquí y ofrecerle una cena.
«Lo haría, abuela, pero no lo conozco… ¿Y pensarías lo mismo si supieras que es un criminal? ¿Y un playboy?». No lo dijo en alto, claro. Solo lo pensó.
—¿Es católico? —preguntó la abuela al salir.
«Es un traficante de drogas… así que si es católico se pasará el día confesándose». Tampoco lo dijo en alto.
—Parece un buen chico —dijo su abuela—. Un buen chico católico. —Y eso fue todo.
Al oír cómo esas pantuflas se alejaban hacia las escaleras, Sola se imaginó que su abuela debía ir haciéndose miles de cruces.
Así que soltó una maldición, dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. En cierta forma no se podía imaginar que ese hombre pudiera portarse como un verdadero caballero, afectuoso y complaciente, solo porque le había abierto la puerta una anciana brasileña. ¿Católico? Por favor.
—Maldición.
Pero, claro, ¿quién era ella para adoptar esa actitud tan mojigata? Ella también era una delincuente. Llevaba años siéndolo, y el hecho de que tuviera que mantener a su abuela no justificaba todos esos robos y allanamientos de casas ajenas.
¿A quién mantendría su hombre misterioso?, se preguntó al oír que el perro del vecino de al lado empezaba a ladrar. ¿A esos gemelos? Esos dos parecían bastante autosuficientes. ¿Acaso tendría hijos? ¿Una esposa?
Por alguna razón, esa idea le provocó un estremecimiento.
Sola cruzó los brazos sobre el pecho y clavó la vista en ese suelo tan limpio que se podía comer en él y que su abuela fregaba todos los días.
Él no tenía ningún derecho a ir a su casa, pensó.
Pero, claro, ella se había presentado en la suya sin ser invitada.
Sola frunció el ceño y levantó los ojos. La ventana enmarcada por esas cortinas rosas estaba completamente negra debido a que ella todavía no había encendido las luces exteriores. Pero sabía que había alguien allí.
Y también sabía quién era.
Con la respiración agitada y el corazón palpitando aceleradamente, se llevó una mano a la garganta por alguna razón.
Da media vuelta, se dijo. Huye.
Pero… no lo hizo.
‡ ‡ ‡
Assail no tenía intenciones de ir a la casa de su ladrona. Pero como el rastreador todavía estaba instalado en el Audi, cuando vio que ella había regresado a esa dirección fue incapaz de resistir la tentación de desmaterializarse hasta allí.
Sin embargo, no quería que lo vieran, de manera que decidió tomar forma en el jardín trasero; y qué coincidencia: cuando su ladrona entró a la cocina, Assail pudo verla con claridad, así como a la persona con la que vivía.
La hembra mayor tenía el encanto de la edad madura, con la cabeza llena de rulos, la bata de colores primaverales y la cara aún hermosa a pesar de la edad. Sin embargo, no parecía muy contenta mientras permanecía sentada a la mesa de la cocina y miraba a quien Assail supuso que debía ser su nieta.
Hubo un intercambio de palabras y Assail sonrió un poco en la oscuridad. Percibía mucho amor entre ellas, pero también alguna tensión. Sí, así solían ser las relaciones con los parientes viejos, ya fueras humano o vampiro.
Ay, Assail se sintió aliviado al saber que ella no vivía con un macho.
A menos, claro, que el hombre del restaurante también viviera en la casa.
Cuando dejó escapar un gruñido suave, el perro de la casa vecina empezó a ladrar, alertando a sus amos humanos de aquello que ellos no podían ver.
Un momento después su ladrona se quedó sola en la cocina; su expresión revelaba resignación y frustración al mismo tiempo.
Mientras la contemplaba allí de pie, con los brazos cruzados, sacudiendo la cabeza, Assail se dijo que debía irse. Pero en lugar de eso hizo algo que no tendría que haber hecho nunca: atravesó el cristal con su mente y le dio rienda suelta a su deseo.
Al instante ella reaccionó y su cuerpo esbelto se enderezó, mientras clavaba los ojos en los de él a través de la ventana.
—Ven a mí —dijo Assail en medio del frío.
Y eso fue lo que ella hizo.
La puerta trasera crujió cuando la muchacha la abrió con la cadera. Su olor era ambrosía para él. Y mientras se cerraba la distancia entre ellos, su cuerpo vibró con un deseo depredador.
Assail solo se detuvo cuando llegó a unos centímetros de ella. La mujer era mucho más baja que él, y mucho más débil, pero Assail se sentía completamente dominado por ella. Cerró los puños, apretó las piernas y sintió cómo su corazón latía con ardor.
—Creía que no volveríamos a vernos —susurró ella.
Assail sintió que el pene se le endurecía todavía más con solo escuchar el sonido de su voz.
—Parece que tenemos asuntos sin terminar.
Y eso no implicaba nada que tuviera que ver con dinero, drogas ni información.
—Lo que te dije es verdad. —La mujer se echó el pelo hacia atrás, como si tuviera dificultad para quedarse quieta—. No voy a espiarte más. Lo prometo.
—En efecto, me diste tu palabra. Pero te echo de menos, echo de menos tener tus ojos encima. —El siseo que emitió la mujer llenó el aire que separaba sus bocas—. Además de otras cosas.
La mujer desvió la vista rápidamente. Y luego volvió a mirarlo.
—Esto no es una buena idea.
—¿Por qué? ¿Debido al humano ese con el que estabas cenando anoche?
Su ladrona frunció el ceño, probablemente al notar el uso de la palabra «humano».
—No, no es por él.
—Entonces él no vive aquí.
—No, solo somos mi abuela y yo.
—Eso me gusta.
—¿Y eso a ti qué te importa?
—Eso mismo me pregunto yo todos los días —murmuró Assail—. Pero explícame, si no es por ese hombre, ¿por qué no deberíamos vernos?
Su ladrona se volvió a pasar el pelo hacia atrás por encima del hombro y negó con la cabeza.
—Porque tú eres… muy complicado. No quiero meterme en líos.
—Eso dice la mujer que casi siempre está armada.
Ella levantó la barbilla.
—¿Crees que no vi ese cuchillo ensangrentado en tu casa?
—Ah, eso. —Assail desechó el comentario con un gesto de la mano—. Son gajes del oficio.
—Me pegué un susto de muerte. Pensé que lo habías asesinado.
—¿A quién?
—A Mark, mi amigo.
—Amigo —repitió Assail y se oyó gruñir—. Eso es lo que es.
—Entonces ¿a quién mataste?
Assail sacó un cigarro e iba a encenderlo, pero ella lo detuvo.
—Mi abuela sentirá el olor.
Assail levantó la vista hacia las ventanas cerradas de la segunda planta.
—¿Cómo?
—Por favor no. Aquí no.
Con un gesto de la cabeza, Assail aceptó, aunque no podía recordar haberle hecho esa concesión a nadie más.
—¿A quién mataste?
Era una pregunta objetiva, sin la histeria que se podría esperar de una hembra.
—No es de tu incumbencia.
—Mejor que no lo sepa, ¿verdad?
¿Considerando que él era de una especie distinta a la de ella? Sí, mejor.
—No era nadie que hubieras podido conocer. Sin embargo, te diré que tenía motivos para hacerlo. Él me traicionó.
—Así que se lo merecía. —No era una pregunta, más bien una declaración que expresaba aprobación.
Assail no pudo evitar admirar su forma de tomarse las cosas.
—Sí, así es.
Hubo un momento de silencio y luego él no pudo contenerse:
—¿Cuál es tu nombre?
Ella se rio.
—¿Quieres decir que no lo sabes?
—¿Cómo habría podido averiguarlo?
—Bien… te lo diré si me cuentas qué le dijiste a mi abuela. —La mujer se envolvió entre los brazos, como si tuviera frío—. ¿Sabes? Le has caído bien.
—¿A quién le he caído bien?
—A mi abuela.
—¿Y de qué me conoce ella?
Su ladrona frunció el ceño.
—Te conoció cuando viniste hace un rato. Me ha dicho que le habías parecido un buen hombre y que quería invitarte a cenar. —Aquellos increíbles ojos negros volvieron a clavarse en los de Assail—. No es que yo esté de acuerdo… ¿Qué? Oye, ay.
Assail se obligó a abrir el puño, pues no se había dado cuenta de que la había agarrado del brazo.
—Yo no he venido antes. Y nunca he hablado con tu abuela.
Su ladrona abrió la boca con asombro. Y la cerró. Y la volvió a abrir.
—¿No estuviste aquí hoy?
—No.
—Entonces ¿quién demonios me está buscando?
Un fuerte impulso protector se apoderaba de Assail; sintió que se alargaban sus colmillos y su labio superior empezaba a retraerse, pero logró contenerse antes de hacer una demostración de sus emociones internas.
Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la cocina.
—Entremos. Ya. Y me vas a contar exactamente en qué lío estás metida.
—No necesito tu ayuda.
Assail la miró desde arriba debido a la diferencia de estaturas.
—Pero la tendrás de todas formas.