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Qhuinn no tenía ni idea de dónde estaba.
Antes de salir de su habitación le entregaron un manto negro y le indicaron que debía ponerse la capucha, clavar los ojos en el suelo y mantener las manos en la espalda. No debía hablar a menos que le hablaran y le dejaron muy claro que su forma de comportarse sería fundamental e influiría en la decisión que finalmente tomaran.
No portarse como un imbécil ni como un mariquita.
Qhuinn creía que podía hacerlo.
La siguiente parada después de bajar la gran escalera fue el Escalade de V; Qhuinn lo reconoció por el tufillo a tabaco turco y el sonido del motor. Fue un viaje corto y avanzaron lentamente. De pronto se detuvieron y le dijeron que se bajara. Qhuinn obedeció. El aire frío se colaba por debajo del manto y también de la capucha.
Sus pies descalzos atravesaron un trecho de tierra congelada y luego llegaron a un camino de tierra más suave, que no estaba cubierta de nieve. A juzgar por la acústica, debía estar avanzando por un corredor… ¿o quizás entrando a una cueva? No pasó mucho antes de que lo sujetaran por los hombros para que se detuviera, después oyó cómo abrían una especie de reja y se sorprendió en un camino que descendía. Un poco más tarde le hicieron detenerse por segunda y se oyó otro ruidillo, como si estuvieran abriendo otra barrera de alguna clase.
Ahora sintió bajo sus pies un suave suelo de mármol. Y estaba caliente. También había una fuente de luz tenue, probablemente velas.
Dios, los latidos de su corazón eran tan fuertes que retumbaban en sus oídos.
Después de avanzar unos cuantos metros, volvieron a tirar de él para que se detuviera y oyó un ruido de ropa a su alrededor. Los hermanos quitándose los mantos.
Qhuinn quería levantar la vista y ver dónde se encontraban, descubrir lo que estaba sucediendo, pero no lo hizo. Mantuvo la cabeza gacha y los ojos en el suelo, tal como le habían indicado que hiciera.
Una pesada mano cayó sobre su nuca y la voz de Wrath resonó hablando en Lengua Antigua:
—No eres digno de entrar aquí tal como te hallas ahora. Asiente con la cabeza.
Qhuinn asintió.
—Di que no eres digno.
Qhuinn respondió en Lengua Antigua:
—No soy digno.
A su alrededor, los hermanos gritaron de manera explosiva en Lengua Antigua, una muestra de desacuerdo que hizo que Qhuinn quisiera darles las gracias por el respaldo.
—Aunque no eres digno —siguió diciendo el rey—, esta noche deseas convertirte en un macho digno. Asiente con la cabeza.
Qhuinn asintió.
—Di que quieres convertirte en un macho digno.
—Deseo convertirme en un macho digno.
Esta vez el grito de los hermanos fue de aprobación y apoyo.
Wrath siguió:
—Solo hay una manera de volverse digno y esa es la forma correcta y justa. Sangre de nuestra sangre. Asiente con la cabeza.
Qhuinn asintió.
—Di que deseas convertirte en sangre de nuestra sangre.
—Deseo convertirme en sangre de vuestra sangre.
Tan pronto como se apagó el eco de su voz, empezó un cántico entonado por las voces profundas de la Hermandad, fundiéndose hasta crear un coro perfecto, de cadencia perfecta. Qhuinn no se unió al canto porque no le habían dicho que lo hiciera, pero cuando alguien se paró frente a él, y luego sintió otra presencia detrás y todo el grupo empezó a mecerse de un lado a otro, su cuerpo siguió el movimiento.
Moviéndose todos juntos se convirtieron en una unidad, Sus poderosos hombros se mecían al ritmo del cántico, mientras su peso se balanceaba sobre las caderas y toda la fila empezaba a moverse hacia delante.
Qhuinn empezó a cantar también. No tenía intenciones de hacerlo, solo ocurrió. Sus labios se abrieron, sus pulmones se llenaron de aire y su voz se unió a las otras…
Tan pronto lo hizo, Qhuinn empezó a llorar.
Menos mal que llevaba la capucha.
Toda su vida había deseado pertenecer. Ser aceptado. Encontrarse entre gente que él respetara. Había deseado tanto ser parte de una unidad que cuando se sintió rechazado quiso morir… y solo sobrevivió rebelándose contra la autoridad, las tradiciones, las normas.
Ni siquiera se había dado cuenta de que ya había renunciado a esa comunión.
Sin embargo ahora estaba ahí, en la Tierra, rodeado por machos que lo habían… elegido a él. La Hermandad, los guerreros más respetados de la raza, los soldados más poderosos, la élite de la élite… lo habían elegido a él.
Y no tenía nada que ver con su nacimiento.
Después de haber sido considerado una maldición, el hecho de ser aceptado y acogido aquí y ahora hizo que se sintiera súbitamente completo, algo que nunca había experimentado antes…
De repente la acústica cambió y el canto colectivo empezó a rebotar contra las paredes, como si hubiesen entrado a un espacio inmenso con mucha resonancia.
Una mano sobre el hombro lo hizo detenerse.
Y luego los cánticos y el movimiento cesaron.
Alguien lo agarró del brazo y lo condujo hacia delante.
—Escaleras —dijo la voz de Z.
Qhuinn subió cerca de seis escalones y luego siguió recto. Cuando lo detuvieron, tenía el pecho y los dedos de los pies contra lo que parecía una pared de mármol similar al material del suelo.
Zsadist se alejó y lo dejó donde estaba.
Qhuinn sentía el corazón latiendo contra su esternón.
La voz del rey retumbó como un trueno:
—¿Quién propone a este macho?
—Yo —respondió Z.
—Yo —repitió Tohr.
—Yo.
—Yo.
—Yo.
—Yo.
Qhuinn tuvo que parpadear repetidas veces, mientras cada hermano hablaba. Cada uno de los hermanos fueron proponiéndolo.
Y luego llegó el último.
La voz del rey resonó con nitidez.
—Y yo.
Mierda, necesitaba parpadear un poco más.
Después Wrath continuó, con ese tono aristocrático que tenía en Lengua Antigua, reforzado por la fuerza del guerrero:
—Basándome en el testimonio de los miembros de la Hermandad de la Daga Negra aquí reunidos y siguiendo las propuestas de Zsadist y Phury, hijos del guerrero de la Daga Negra Ahgony; Tohrment, el hijo del guerrero de la Daga Negra Hharm; Butch O’Neal, pariente de sangre de mi propio linaje; Rhage, el hijo del guerrero de la Daga Negra Tohrture; Vishous, hijo del guerrero de la Daga Negra conocido como el Sanguinario; y yo mismo, Wrath, hijo de Wrath, hallamos que este macho que está frente a nosotros, Qhuinn, hijo de nadie, es una nominación apropiada para la Hermandad de la Daga Negra. Y como está en mi poder y discreción hacerlo, y es lo que resulta apropiado para la protección de la raza y, más aún, como las leyes han sido reformuladas para certificar que esto sea legal y apropiado, he desechado todos los requerimientos sobre linaje. Ahora podemos empezar. Dadle la vuelta. Y descubridlo.
Antes de que se le acercaran, Qhuinn se cuadró y logró pasarse rápidamente la mano por debajo de los ojos para volver a ser de nuevo un macho cuando le dieron la vuelta y le quitaron el manto.
Qhuinn contuvo una exclamación. Se encontraba sobre una tarima y la cueva que se extendía ante él estaba iluminada por cientos de velas negras, cuyas llamas creaban una sinfonía de luces suaves y doradas que titilaban sobre las paredes toscas y se reflejaban contra el suelo.
Pero eso no fue lo que llamó realmente su atención: justo frente a él, entre él y aquel espacio enorme e iluminado, había un altar.
Y en el centro del altar había una gran calavera.
Se veía que era antigua, pues no tenía el color blancuzco de los muertos recientes, sino la pátina oscura de lo viejo, lo sagrado, lo reverenciado.
Ese fue el primer hermano. Tenía que ser.
Y cuando sus ojos se desviaron de la calavera, sintió una inmensa emoción al ver abajo, al pie de las escaleras, a todos los portadores actuales de esa gran tradición, que lo observaban fijamente. La Hermandad esperaba hombro con hombro y sus cuerpos desnudos formaban una tremenda muralla de carne y músculos, poder y fuerza, sobre la cual jugueteaba la luz.
Tohr tomó el brazo de Wrath y guio al rey por las escaleras que Qhuinn acababa de subir.
—Retrocede hasta la pared y agarra las clavijas —ordenó Wrath en inglés, mientras era escoltado hasta el altar.
Qhuinn obedeció sin vacilar; sintió cómo sus omóplatos y su trasero se estrellaban contra la piedra mientras sus manos buscaban las clavijas.
Cuando el rey levantó el brazo, Qhuinn supo con exactitud cómo se habían hecho los hermanos esa cicatriz en forma de estrella que todos lucían en el pecho: Wrath llevaba puesto un antiguo guante de plata que tenía púas en los nudillos y apretaba con el puño la empuñadura de una daga negra.
Sin mucha ceremonia, Tohr puso la muñeca de Wrath sobre la calavera.
—Mi lord.
Cuando el rey levantó la hoja de la daga, los tatuajes rituales que identificaban su estirpe captaron el brillo de la luz; luego se vio el resplandor de la hoja afilada al cortar la piel.
Gotas de sangre roja brotaron de la herida y cayeron dentro de una copa de plata que había en el interior de la calavera.
—Mi sangre —proclamó el rey.
Después de un momento Wrath lamió la herida para cerrarla. Y luego aquel macho inmenso, con ese pelo negro que le bajaba hasta la cintura, imponente tras sus gafas negras, fue conducido hasta donde estaba Qhuinn.
Aun sin contar con el beneficio de la vista, Wrath supo exactamente cómo estaban situados los cuerpos, cuál era la estatura de Qhuinn y dónde estaba su cara…
Porque de un zarpazo cogió a Qhuinn por la barbilla y luego, con una fuerza brutal, le echó la cabeza hacia atrás y hacia un lado para dejar expuesta su garganta.
Entonces Qhuinn supo para qué servían exactamente las malditas clavijas.
La sonrisa malévola de Wrath dejó ver unos colmillos tremendos, que no se parecían a ningunos que hubiese visto Qhuinn antes.
—Tu sangre.
Con la rapidez de un rayo, el rey lo mordió sin misericordia, perforando la vena de Qhuinn con brutalidad y bebiendo su sangre con avidez. Cuando por fin retiró aquellos caninos, se pasó la lengua por los labios y sonrió como si fuera el amo de la guerra.
Y luego llegó la hora.
Qhuinn no necesitó que le dijeran que se preparara para lo que venía. Apoyándose en las manos, apretó los hombros y las piernas, listo para recibir.
—Nuestra sangre —gruñó Wrath.
El rey no se refrenó. Con la misma precisión, cerró el puño dentro de aquel antiguo guante y lo estampó sobre el pecho de Qhuinn. El impacto de las púas de los nudillos fue tal que los labios de Qhuinn temblaron gracias al vendaval que salió expulsado de sus pulmones. La visión se le nubló un poco, pero cuando regresó, tuvo una imagen nítida de la cara del rey.
La expresión de Wrath era de respeto… pero no mostraba ningún rastro de sorpresa, como si esperara que Qhuinn se portara como un macho.
Y así siguió. Tohr fue el siguiente en aceptar el guante y la daga, decir las mismas palabras, cortarse el brazo, dejar caer su sangre dentro de la calavera, morder la garganta de Qhuinn y luego golpearlo con el guante con la misma fuerza de un camión. Y después pasó Rhage. Y Vishous. Butch. Phury. Zsadist.
Al final, Qhuinn sangraba a causa de las heridas que tenía en la garganta y en el pecho, tenía el cuerpo cubierto de sudor y la única razón por la que no estaba en el suelo era por la fuerza con que seguía sujeto a aquellas clavijas.
Pero no le importaba el dolor, lo soportaba con gusto; estaba decidido a permanecer de pie, sin importar lo que le hicieran. No sabía nada sobre la historia de la Hermandad, pero estaba seguro de que ninguno de aquellos tíos se había desplomado como un costal de arena durante sus inducciones. Y aunque no le importaba ser el primero en algunos aspectos, la cobardía no era uno de ellos.
Además, hasta ahí todo iba bien. Los otros hermanos permanecían a su alrededor y le sonreían de oreja a oreja, como si estuvieran orgullosos de cómo se estaba comportando… y eso solo reafirmó su determinación.
Con una seña de asentimiento, como si hubiese recibido una orden, Tohr volvió a llevar al rey hasta el altar y le entregó la calavera. Tras levantar la calavera, que contenía la copa con la sangre de los hermanos, Wrath dijo:
—Este es el primero de nosotros. Saludadlo, el guerrero que le dio origen a la Hermandad.
Un grito de guerra estalló entre los hermanos y sus voces combinadas retumbaron en la cueva. Luego Wrath se acercó a Qhuinn.
—Bebe y únete a nosotros.
Entendido.
Con un súbito arrebato de fuerza, Qhuinn agarró la calavera y clavó la mirada en las órbitas vacías de los ojos, mientras se llevaba la copa de plata a la boca. Al abrir el camino hacia sus entrañas, vertió la sangre por la garganta, aceptando a aquellos machos dentro de él, absorbiendo su fuerza… uniéndose a ellos.
A su alrededor los hermanos rugieron para expresar su aprobación.
Cuando terminó, volvió a poner la calavera en las manos de Wrath y se limpió la boca.
El rey soltó una carcajada que brotó directamente de su enorme pecho.
—Creo que vas a querer aferrarte otra vez a esas clavijas, hijo…
Yyyyyyyy eso fue lo último que oyó.
Como un rayo que cayera del cielo y lo golpeara justo en la cabeza, Qhuinn sintió una súbita explosión de energía que se apoderó de todos sus sentidos. Saltó hacia atrás para aferrarse a las clavijas justo al mismo tiempo que su cuerpo empezaba a sacudirse…
Tenía la intención de permanecer consciente.
Pero, lo siento, chaval… La vorágine era demasiado grande.
Se convulsionaba sin control, su corazón latía desbocado, la cabeza le daba vueltas y vueltas, cada vez más deprisa… Entonces sintió como si miles de petardos estallaran en su interior… Y perdió el sentido.