7

Cerca de diez calles más allá de donde la noche de Trez iba de mal en peor, Xcor estaba limpiando la hoja de su guadaña con un trapo de gamuza tan suave como la oreja de un cordero.

Throe hablaba por teléfono en voz baja al fondo del callejón. No había hecho otra cosa desde que el tercero de los tres restrictores que habían encontrado en este cuadrante de la ciudad fuera enviado de vuelta al Omega.

Xcor no quería oír hablar de ningún retraso. El resto de la Pandilla de Bastardos estaba en otro lugar del centro, buscando a cualquiera de sus dos enemigos y él hubiera preferido estar haciendo lo mismo.

Pero a veces las necesidades biológicas se imponían. Maldición.

Throe terminó la llamada y lo miró desde el fondo. Una expresión seria delineaba su atractivo rostro cuando dijo:

—Ella está dispuesta.

—¡Qué amable! —Xcor enfundó la guadaña y guardó el trapo para limpiarla—. Sin embargo, yo estoy menos interesado en su disponibilidad que en el tema de si es adecuada.

—Lo es.

—¿Y cómo lo sabes?

Throe se aclaró la garganta y desvió la mirada.

—Porque yo la acompañé anoche e hice uso de ella.

Xcor sonrió con malicia. Así que eso explicaba la ausencia de su soldado. Se sintió aliviado al saberlo. Xcor había temido que el otro macho hubiese…

—¿Y cómo estuvo ella?

—Normal.

—¿Acaso probaste todos sus encantos?

El antiguo caballero que solía ser un estirado miembro de la glymera, pero que ahora se había vuelto un sujeto útil a la sociedad, se aclaró la garganta de nuevo.

—Ah… sí.

—¿Y qué tal? —Al ver que no obtenía respuesta, Xcor recorrió el trecho de nieve manchada de sangre negra que lo separaba de su segundo al mando e insistió—: ¿Cómo estuvo ella, Throe? ¿Húmeda y complaciente?

El rostro perfecto de Throe se ruborizó un poco más.

—Adecuada.

—¿Cuántas veces la usaste?

—Varias.

—Y supongo que en distintas posiciones. —Al ver que solo obtenía por respuesta un discreto gesto de asentimiento, Xcor dejó de insistir—. Bueno, en ese caso creo que has cumplido a la perfección tu deber con tus compañeros. Estoy bastante seguro de que los demás querrán disfrutar tanto de la vena como del sexo.

En el tenso silencio que siguió, Xcor reconoció que, aunque nunca lo admitiría ante nadie, había insistido en conocer los detalles no para molestar deliberadamente a su subordinado, sino porque se alegraba de que Throe hubiese estado con una hembra. Quería poner distancia entre ese macho y lo que había ocurrido en el otoño. Quería calendarios llenos de años e innumerables hembras y ríos de sangre de otras hembras…

—Solo hay una condición —dijo Throe.

Xcor hizo un gesto de contrariedad con la boca. Como la hembra en cuestión todavía no lo había visto, no podía tratarse de más dinero. Además, aún no necesitaba alimentarse. Gracias a…

—Y esa condición es…

—Que todo debe tener lugar en su morada. Mañana al anochecer.

—Ah. —Xcor sonrió con frialdad—. Entonces es una trampa.

—La Hermandad no sabe quién hizo la solicitud.

—Pero hablaste de seis machos, ¿no es así?

—Pero no usé nuestros nombres.

—No importa. —Xcor miró el callejón, mientras aguzaba sus sentidos en busca de algún restrictor o de un hermano—. Yo no subestimo los recursos del rey. Y tú tampoco deberías hacerlo.

En efecto, las ambiciones de Xcor los habían puesto a todos ellos en contra de un digno enemigo. El intento de asesinato de Wrath que había tenido lugar en el otoño fue una abierta declaración de guerra y, como era de esperarse, había provocado un efecto adverso previsible: la Hermandad había hallado el escondite de la Pandilla de Bastardos, lo había atacado y se había apoderado del estuche que contenía el arma que se había usado para meter una bala en la garganta del Rey Ciego.

Sin duda, estaban buscando una prueba.

La pregunta era: una prueba ¿de qué? Xcor todavía no sabía si el rey había sobrevivido al ataque o había muerto y el Consejo tampoco lo sabía, hasta donde él entendía. De hecho, la glymera ni siquiera tenía conocimiento alguno del atentado.

¿Wrath habría sobrevivido? ¿O habría sido asesinado y la Hermandad se afanaba ahora para llenar esa vacante? Las Leyes Antiguas eran muy claras con respecto a las reglas de sucesión, siempre y cuando el rey tuviera un heredero, lo cual no era el caso. Así que el sucesor sería su pariente más cercano, suponiendo que existiese alguno.

Xcor quería saber, pero no preguntaba nada. Lo único que podía hacer era esperar hasta que le llegara la noticia por sí sola y, entretanto, él y sus soldados seguían matando restrictores, mientras él continuaba aumentando su poder en el entorno de la glymera. Al menos esas dos tareas iban muy bien. Cada noche él y sus soldados apuñalaban restrictores que regresaban al Omega. Y su afeminado contacto en el Consejo, el no muy venerable Elan, hijo de Larex, estaba demostrando ser bastante ingenuo y maleable, dos características muy útiles en una herramienta desechable.

Sin embargo, Xcor empezaba a cansarse de la carencia de información. Y este asunto con la hembra que Throe había buscado no le gustaba mucho; era necesario que se encontrara con ella, pero representaba un gran peligro. Una hembra capaz de vender sus venas y su sexo a múltiples usuarios sin duda sería capaz de intercambiar información por dinero, y aunque Throe no había revelado sus identidades, había especificado cuántos eran. Seguramente la Hermandad debía haber asumido que ninguno de los integrantes de la Pandilla de Bastardos tenía compañera y que, tarde o temprano, en este nuevo territorio, iban a necesitar lo que tenían a granel en el Viejo Continente.

Tal vez esa hembra era una espía del rey y su guardia privada.

Pues bien, ya lo averiguarían al día siguiente. No era difícil montar una emboscada y no había un momento más vulnerable que cuando un macho hambriento se encuentra pegado a la garganta de una hembra y entre sus piernas. Sin embargo, ya era hora. Sus soldados estaban ansiosos por pelear, pero tenían la cara chupada, los ojos hundidos y la piel demasiado tensa sobre los pómulos. La sangre humana, ese débil sustituto, no suministraba suficiente energía y sus bastardos llevaban demasiado tiempo viviendo de sangre humana. Antes, en el Viejo Continente, solía haber suficientes hembras de las que se podían servir cuando la necesidad atacaba. Pero desde que llegaron al Nuevo Mundo habían tenido que apañárselas como fuera.

Si resultaba ser una trampa, Xcor estaba dispuesto a pelear contra los hermanos. Gracias a que, claro, él había sido adecuadamente alimentado…

Querida Virgen Escribana, no podía pensar en eso.

Xcor carraspeó al sentir un dolor en el pecho que le dificultaba tragar.

—Dile a la hembra que el anochecer es muy temprano. Iremos a media noche. Y organiza que unas cuantas hembras humanas nos alimenten al caer la tarde. Si los hermanos están allí, tendremos que encontrarnos relativamente fuertes para enfrentarnos a ellos.

Throe levantó las cejas, como si le impresionara la forma de pensar de Xcor.

—Correcto. Eso haré.

Xcor asintió con la cabeza y desvió la mirada.

En medio del silencio, los sucesos del otoño parecían resurgir entre ellos, congelando aún más el gélido aire decembrino.

Porque aquella venerable Elegida siempre estaba en la mente de los dos.

—El día se acerca con rapidez —dijo Throe con su acento perfecto—. Es hora de partir.

Xcor miró hacia el este. El resplandor previo al amanecer todavía tenía que tomar fuerza, pero su segundo al mando estaba en lo cierto. Pronto… muy pronto… la letal luz del sol caería sobre la tierra, sin importar lo débil que fuera después del solsticio de invierno.

—Llama a los soldados para que abandonen el campo de batalla —dijo Xcor—. Y reúnete con ellos en la base.

Throe escribió en su móvil una combinación de letras que formaban un mensaje que Xcor no podría leer. Luego guardó su teléfono y frunció el ceño.

—¿Y tú no vas a regresar? —preguntó.

—Vete.

Hubo una larga pausa. Al cabo de unos instantes el otro soldado dijo en voz baja:

—¿Adónde vas?

En ese momento, Xcor pensó en cada uno de sus guerreros. Zypher, el conquistador sexual; Balthazar, el ladrón; Syphon, el asesino, y el otro, que no tenía nombre, y en cambio sí demasiados pecados, al que llamaban Syn.

Luego pensó en el leal y justo Throe, su segundo al mando.

Dueño de una educación impecable, al igual que su sangre.

El atractivo y apuesto Throe.

—Vete ya —le dijo al macho.

—¿Y qué harás tú?

—Vete.

Throe vaciló un momento y, en la pausa, los dos recordaron aquella noche en que Xcor estuvo a punto de morir. ¿Cómo no pensar en eso?

—Como desees.

Su soldado se desmaterializó, dejando a Xcor de pie y solo contra el viento. Cuando tuvo la certeza de estar completamente solo, Xcor envió sus moléculas en una ráfaga contra el viento helado, aventurándose hacia el norte, hacia un paraje cubierto de nieve. Tomó forma al pie de una suave colina coronada por un imponente árbol que se elevaba hermoso y orgulloso en lo alto.

Entonces pensó en la suave elevación del pecho de una hembra, en sus elegantes clavículas, en la más sublime extensión de un pálido cuello…

Mientras el viento golpeaba su espalda, Xcor cerró los ojos y dio un paso al frente, deseoso de regresar al lugar donde había conocido a su pyrocant.

¿Dónde estaba su Elegida?

¿Acaso viviría todavía? ¿O quizás la Hermandad le había quitado la vida debido al generoso y amable regalo que le había dado, sin saberlo, al enemigo de su rey?

Xcor sabía que habría muerto de no ser por la sangre de aquella hembra. Gravemente herido durante el atentado contra la vida de Wrath, estaba al borde de la tumba cuando Throe lo llevó hasta ese paraje donde invocó a la Elegida y logró que acudiera.

Throe había sido el arquitecto de todo aquello. Y, en el proceso, había sembrado una maldición en el oscuro corazón de Xcor.

Sus ambiciones seguían intactas: tenía la intención de luchar por el trono del Rey Ciego y gobernar a los vampiros. Sin embargo, había en su interior una debilidad definitiva que lo ponía en desventaja.

Esa hembra.

Sin quererlo ella había quedado implicada en un conflicto entre machos armados con dagas, una inocente que había sido manipulada y usada.

Y Xcor se preocupaba terriblemente por su bienestar.

De hecho, solo tenía una cosa de la que arrepentirse a lo largo de toda una vida de maldades. Si no hubiese enviado a Throe a los brazos de la Hermandad, su segundo al mando nunca se habría cruzado con ella ni se habría alimentado él mismo de su vena. Y de no ser por esa intersección, más adelante Throe nunca la habría invocado para rogarle un favor y ella nunca habría acudido en su ayuda hasta ese paraje… y Xcor nunca habría visto el fondo de esos ojos compasivos.

Y no habría perdido una parte de sí mismo.

Él no era más que un sucio y deforme truhan, un huérfano y un traidor que atentaba contra el orden y la protección bajo la cual ella vivía. Él no merecía alimentarse de la sangre de esa hembra.

Y lo mismo sucedía con Throe, y no solo por haber caído en desgracia después de ocupar una alta posición dentro de la glymera.

Ningún macho mortal era digno de semejante regalo.

Xcor se detuvo bajo un árbol y se quedó mirando fijamente el lugar donde había estado, acostado ante ella… donde ella se había arrodillado junto a él y había mordido su muñeca para que él abriera luego la boca dispuesto a recibir el poder que solo ella podía darle.

Hubo un momento en que sus ojos se cruzaron y el tiempo se detuvo… y luego ella bajó lentamente su muñeca hasta la boca de él.

Ay, aquel fugaz contacto.

Xcor estaba convencido de que esa hembra no era más que una alucinación de su mente, pero cuando Throe lo condujo de regreso a su guarida entendió que ella era real. Muy real.

Pasaron las semanas y entonces una noche, en la ciudad, él la había sentido cerca y había seguido el eco de su sangre en sus venas para verla.

En aquellos minutos y horas, ella había descubierto la verdad acerca de él: había mirado hacia la penumbra, directamente hacia donde él estaba. Su angustia era evidente.

Después su guarida fue allanada. Probablemente gracias a las indicaciones de ella.

La nieve comenzó a caer de nuevo arrastrada por el viento y los copos de nieve espesaron el aire, arremolinándose a su alrededor y metiéndosele por los ojos.

¿Dónde estaba ahora?

¿Qué había hecho la Hermandad con ella?

Hacia el este, el resplandor del amanecer empezó a intensificarse a pesar del manto de nubes y Xcor sintió que le ardían los ojos, así que se propuso mantenerlos fijos en aquel fino rayo amarillo que presagiaba el día solo para sentir el dolor.

Nunca se había sentido tan dividido por sus emociones como ahora. Durante toda su vida había sido entrenado únicamente para sobrevivir: primero a lo largo de sus años en el campo de batalla, luego durante los siglos que había pasado bajo el mando del Sanguinario y ahora, en esta era, como jefe de su grupo de guerreros.

Pero ella lo había roto, creando una fisura vital.

Con la misma certeza con que podía decir que esa hembra le había dado la vida, Xcor podía afirmar que también le había quitado una parte de su ser. Y ahora no sabía qué hacer.

Quizás solo debería quedarse allí y dejar que el sol lo quemara. Ese parecía un destino más fácil que el que estaba viviendo…

¿Qué habría sucedido con ella?

Xcor tenía que saberlo.

Eso era tan importante como su lucha por el trono.