68
Al día siguiente, al anochecer, Assail se encontraba desnudo, sentado frente a su escritorio, estudiando la pantalla que tenía frente a los ojos. El monitor estaba dividido en cuatro cuadrantes que decían norte, sur, este y oeste, y de vez en cuando Assail manipulaba las cámaras, cambiando la dirección y el foco. O quizás movía las otras cámaras que rodeaban la casa. O volvía a mirar las primeras que estaba observando.
Hacía horas que se había duchado y afeitado. Ahora tenía que vestirse y salir. El restrictor con el que acababan de cerrar un negocio estaba furioso y afirmaba que le habían robado su provisión de cocaína. Solo que los gemelos habían realizado esa transacción siguiendo las instrucciones del asesino… y tenían grabada la entrega en vídeo.
Una pequeña precaución que Assail había decidido tomar.
Así que Assail no sabía cuál era el problema, pero iba a averiguarlo. Le había enviado la grabación al asesino hacía como una hora y estaba esperando su respuesta.
Quizás eso implicaría otra entrevista en persona.
Y su disgustado comprador no era lo único que tenía pendiente. Estaba llegando esa época del mes en que Benloise y él tenían que aclarar sus cuentas: una complicada transferencia de fondos que ponía nervioso a todo el mundo, incluso a Assail. Aunque solía hacer pagos semanales, esos pagos solo cubrían una cuarta parte de sus transacciones y el día 30 tenía que hacer el balance definitivo y pagar el saldo.
Mucho dinero en efectivo. Y la gente solía tomar muy malas decisiones cuando había todo ese dinero en juego.
También estaba el asunto de que, por primera vez, Assail quería que los gemelos lo acompañaran. Se imaginaba que a Benloise no le iba a gustar que apareciera acompañado, pero alguna vez tenía que presentar a sus dos socios en sociedad, y ese era el momento más adecuado para la presentación, dado que el pago que se disponía a realizar era el más importante que había hecho en su vida.
Un récord que con seguridad rompería muy pronto si seguía haciendo negocios con ese restrictor.
Assail movió el ratón del ordenador e hizo clic sobre uno de los cuadrantes para examinar los bosques de detrás de la casa.
Nada se movía. Ni se veían sombras raras. Ni siquiera las ramas de los pinos se mecían con el viento.
Y no había rastros de esquís. Ni ninguna figura oculta vigilando.
Ella podría estar observándolo desde otro lugar, pensó Assail. Desde el otro lado del río. Desde el otro lado de la carretera. Desde el fondo del sendero.
Assail estiró la mano para coger el frasco de polvo que mantenía junto al teclado. Había esnifado un poco al final de la tarde, cuando la luz moribunda había exigido el cambio de las cámaras a visión nocturna. También había esnifado un par de veces desde entonces, solo para mantenerse despierto.
Llevaba dos días sin dormir.
¿O tal vez eran tres?
Movió la cucharilla de plata, trazando un círculo en el fondo del frasco, pero lo único que oyó fue el tintineo del metal contra el cristal.
Así que miró dentro del frasco.
Evidentemente se le había acabado su reserva.
Irritado por todo lo que rodeaba su existencia, Assail arrojó el frasco a un lado y se recostó en la silla. La cabeza empezó a darle vueltas. Estaba irritado, cansado, tenía sueño… Quizás necesitara tomar el aire…
Sin embargo, estaba encerrado y no iría a ninguna parte, al menos durante un buen rato.
¿Dónde estaba su hermosa ladrona?
Ella no podía hablar en serio cuando dijo que no volvería.
Assail se restregó los ojos y detestó la manera en que su mente se agitaba, mientras los pensamientos rebotaban contra las paredes de su cráneo.
Sencillamente no podía creer que ella quisiera mantenerse alejada.
Entonces sonó su móvil. Lo cogió con reflejos demasiado rápidos, demasiado nerviosos. Y cuando vio de quién se trataba, le ordenó a su cerebro que guardara cierta compostura.
—¿Recibiste el vídeo? —preguntó a manera de saludo.
No parecía que su cliente estuviera muy contento, a juzgar por el tono lúgubre de su voz.
—¿Cómo puedo saber cuándo fue grabado ese vídeo?
—Porque debes saber qué ropa llevaban tus hombres esa noche.
—Entonces ¿dónde está mi mercancía?
—No me corresponde a mí decirlo. Después de hacer la transacción con tus representantes, ya no es mi responsabilidad. Yo os entregué la mercancía a la hora y en el lugar acordados, y eso cubre todos mis deberes para contigo. Lo que sucediera después ya no es de mi incumbencia.
—Si alguna vez te atrapo engañándome, te mataré.
Assail suspiró con cansancio.
—Mi querido amigo, yo no desperdiciaría el tiempo de esa manera. ¿Cómo conseguirías entonces lo que necesitas? Y a propósito de eso, me permito recordarte que yo no tengo ningún motivo para ser deshonesto contigo ni con tu organización. A mí solo me importan las ganancias, y contigo hago buenos negocios, de manera que no pienso tirarlo todo por la borda. Te lo repito: esto es solo un negocio y mientras sea ventajoso para ambas partes a ninguno nos conviene estropearlo.
Hubo una larga pausa, pero Assail sabía que no debía suponer que el silencio del otro lado de la línea se debía a que el asesino se encontraba confundido o perdido.
—Necesito otro pedido —murmuró el asesino después de un momento.
—Y yo estaré encantado de suministrártelo.
—Y necesito un préstamo. —Ahí Assail frunció el ceño, pero el restrictor siguió hablando antes de que lo interrumpieran—: Si tú me fías este nuevo pedido, me aseguraré de que recibas el pago.
—No es así como hago negocios.
—Esto es lo que sé sobre ti y los vuestros. Controláis un territorio muy extenso y necesitáis distribuidores… porque matasteis a todos los que había antes. Sin mí y mi organización, no te ofendas, pero estás jodido. No puedes atender tú solo toda la zona de Caldwell… y tu producto no vale nada si no puedes ponerlo en manos de los consumidores. —Al ver que Assail no respondía de inmediato, el restrictor se rio—. ¿O acaso creías que no te conocía nadie, amigo mío?
Assail apretó su móvil contra la oreja.
—Así que estoy pensando que tienes razón —concluyó el asesino—. Tú y yo somos colegas. Yo no necesito negociar con el gran capo, quien quiera que sea. En especial no en mi… actual encarnación.
Sí, ese olor haría que Benloise le diera con la puerta en las narices, pensó Assail.
—Yo te necesito. Y tú me necesitas. Y por eso me vas a servir el pedido y me vas a dar cuarenta y ocho horas para pagarte. Tienes razón. Estamos jodidos el uno sin el otro, hermano.
Assail enseñó los colmillos. Su rostro, aterrador, se reflejó en la pantalla del ordenador.
Sin embargo, mantuvo la voz tranquila y serena.
—¿Dónde quieres que nos encontremos?
Al oír que el restrictor volvía a reírse, como si estuviera disfrutando del asunto, Assail se concentró en su imagen amenazante. Por el bien del asesino, esperaba que no cometiera la imprudencia de volverse codicioso o tomarse demasiadas libertades.
Porque solo hay una cosa cierta en el mundo de los negocios, se dijo Assail. Nadie es irremplazable.
‡ ‡ ‡
Cuando se despertó, Trez se sintió como si estuviera flotando en una nube… y durante una fracción de segundo se preguntó si no sería así. Sentía el cuerpo totalmente ingrávido, hasta el punto de que no sabía si estaba acostado de espaldas o boca abajo.
Un extraño ruidillo llegó hasta él.
Shhhhhscht.
Trez levantó la cabeza y se orientó en un segundo: el reflejo rojo de su despertador indicaba que estaba boca abajo y acostado en sentido diagonal.
Ese sonido otra vez.
¿Qué era? ¿Metal sobre metal?
Podía sentir a iAm moviéndose por el pasillo. Reconocía la presencia de su hermano con toda claridad. Así que podía estar tranquilo; si había cualquier problema, fuera el que fuese, iAm lo solucionaría.
Trez se incorporó y se levantó de la cama y, sí, vaya, la habitación empezó a dar vueltas. Pero, claro, no tenía absolutamente nada en el estómago. De hecho, era posible que hubiese expulsado el hígado, los riñones y los pulmones durante esa migraña. La buena noticia era que el dolor había desaparecido y por el momento no se encontraba tan mal. Era como haberse emborrachado la noche anterior y despertarse con resaca.
Se dirigió al baño a oscuras. No quiso encender las luces porque aún era muy temprano.
La ducha fue tan agradable que a punto estuvo de ponerse a llorar. Y no se molestó en afeitarse, ya tendría tiempo para eso más tarde, después de poner algo de combustible en su tanque. La bata le produjo una sensación agradable, abrigadora, en especial cuando se subió las solapas y se cubrió la garganta.
Andar descalzo era una mierda, en especial al salir de su habitación al pasillo de suelo de mármol, pero necesitaba averiguar qué demonios…
Trez se detuvo al llegar a la puerta de la habitación de su hermano. iAm se encontraba frente a su armario abierto, sacando camisas que estaban colgadas en perchas. Cuando agarró otro montón de perchas y las deslizó por el tubo de bronce, se volvió a oír ese shhhhhscht.
Naturalmente, su hermano no pareció sorprenderse al ver a Trez. Tan solo dejó las camisas sobre la cama.
Mierda.
—¿Vas a algún lado? —murmuró Trez, pero aun así sintió que su voz reverberaba en su cabeza.
—Sí.
Mierda.
—Escucha, iAm, yo no quise…
—Tú también tienes que guardar tus cosas.
Trez parpadeó un par de veces.
—Ah. —Al menos iAm no se marchaba solo. A menos que solo quisiera tener la satisfacción de lanzar las cosas de Trez por el balcón.
—He encontrado un lugar más seguro para nosotros.
—¿En Caldwell?
—Sí.
—¿Te importaría decirme dónde exactamente?
—Te lo diría si pudiera.
Trez gruñó y se recostó contra el marco de la puerta.
—Has encontrado un lugar donde podemos alojarnos, pero ¿no sabes dónde está? —Mientras hablaba se restregaba los ojos con extraordinaria dedicación.
—No, no lo sé.
Muy bien, tal vez lo que había sufrido no era una migraña sino un síncope.
—Perdón. No te entiendo…
—Tenemos —dijo iAm y miró su reloj— tres horas para hacer las maletas. Solo ropa y artículos personales.
—Así que el lugar está amueblado —dijo Trez.
—Sí. Así es.
Trez se quedó un momento observando cómo su hermano guardaba su ropa en la maleta con gran eficiencia. Sacaba las camisas de las perchas, las doblaba con cuidado y las metía en la maleta LV Epi negra. Igual con los pantalones. Las armas y los cuchillos iban a unos maletines metálicos gemelos.
A este paso, el tío iba a terminar en media hora.
—Tienes que decirme adónde vamos.
iAm lo miró.
—Nos vamos a mudar con la Hermandad.
Trez sintió que le aclaraba el cerebro y la bruma se despejaba en un instante.
—Perdón. ¿Qué?
—Nos vamos a vivir con ellos.
Trez abrió mucho los ojos.
—Yo… espera, no he oído bien.
—Sí. Has oído bien.
—Pero ¿quién ha dado permiso?
—Wrath, hijo de Wrath.
—Mieeeeerda. ¿Cómo lo has conseguido?
iAm se encogió de hombros, como si no hubiese hecho nada más que reservar una habitación en un hotel.
—Anoche estuve hablando con Rehvenge.
—No sabía que Rehvenge tuviera tanta influencia.
—No la tiene. Pero él habló con Wrath, quien agradeció nuestro respaldo durante aquella reunión del Consejo. El rey opina que nosotros podemos ayudarlo a reforzar la seguridad de la casa.
—¿Está preocupado por un ataque? —preguntó Trez en voz baja.
—Tal vez sí. Tal vez no. Pero lo que sé es que nadie nos podrá encontrar allí.
Trez exhaló. Así que esa era la razón de todo aquello: iAm tenía tantas ganas de que a Trez se lo llevaran de regreso al s’Hibe como él.
—Eres increíble —dijo Trez.
iAm solo volvió a encogerse de hombros, como solía hacer siempre.
—¿Puedes empezar a guardar tus cosas, o quieres que lo haga yo?
—No, estoy bien. —Trez le dio un golpecito a la puerta y empezó a dar media vuelta—. Te debo una, hermano.
—Trez.
Trez lo miró por encima del hombro.
—¿Sí?
Los ojos de su hermano lo contemplaban con expresión seria.
—Esta no es una salida definitiva. No puedes huir de la reina. Solo estoy ganando un poco de tiempo.
Trez miró hacia sus pies descalzos y se preguntó hasta dónde podría llegar corriendo si tuviera puestas unas Nike.
Bastante lejos.
Su hermano era el único lazo que no había cortado, lo único que no quería dejar atrás con el fin de salvarse de una vida de esclavitud sexual.
Y en ese momento, después de que iAm acababa de hacer semejante demostración de apoyo… Trez se preguntó si realmente no podría alejarse de iAm, o si eso solo era algo que quería creer.
Después de todo, algún día tendría que entregarse a su destino.
Maldita reina. Y su maldita hija.
Las tradiciones no tenían ningún sentido. Él nunca había visto a la joven princesa. Nadie la había visto. Así funcionaban las cosas: la siguiente en la línea sucesoria, la destinada a ocupar el trono, era tan sagrada como su madre, porque era la persona que dirigiría los destinos de su pueblo en el futuro. Y como una flor exótica, nadie podía verla hasta que se apareara con el macho elegido.
Por el rollo de la pureza y todo eso.
Bla, bla, bla.
Sin embargo, cuando estuviera casada, sería libre de salir y vivir su vida… dentro del s’Hibe. Pero el pobre desgraciado que se casara con ella tendría prohibido salir del palacio y tendría que hacer lo que ella deseara y cuando lo deseara, al menos en los momentos en que estuviera libre, que no debían de ser muchos porque, al parecer, se pasaba la vida venerando a su madre.
Sí, vaya diversión.
¿Y ellos creían que él debía sentirse honrado por ser el elegido para ponerse ese yugo?
Por favor.
Trez había convertido su cuerpo en un depósito de desechos durante la última década, follando con todos esos humanos… Y ¿qué era lo que realmente buscaba? Deseaba poder contagiarse de todas esas molestas enfermedades del Homo sapiens. Pero no había tenido suerte. A pesar de la cantidad de veces que había follado con la otra especie sin usar protección, todavía se mantenía tan saludable como un caballo.
Lástima.
—¿Trez? —iAm se enderezó—. ¿Trez? Háblame. ¿Estás aquí?
Trez miró a su hermano y trató de memorizar ese rostro orgulloso e inteligente y aquellos ojos penetrantes que no parecían tener fondo.
—Sí, estoy aquí —murmuró Trez—. ¿Me ves?
Extendió las manos y trazó un pequeño círculo imaginario alrededor de sus pies descalzos y su bata.
—¿En qué estás pensando? —preguntó iAm.
—En nada. Creo que es genial lo que hiciste. Voy a hacer las maletas. ¿Van a enviar un coche o algo así?
iAm entrecerró los ojos, pero respondió.
—Sí. Un mayordomo de nombre Fred. ¿O era Foster? —dijo al fin.
—Estaré listo cuando llegue.
Trez se marchó. Los vestigios de la migraña iban evaporándose poco a poco a medida en que se concentraba en el futuro e iban siendo sustituidos por la preocupación. No podría huir eternamente.
Bueno, pero de momento la cosa iba bien. La reubicación era buena. iAm tenía razón: se había estado engañando durante estos últimos años, a pesar de que sabía que la princesa se estaba haciendo mayor y el tiempo pasaba y el día en que tendría que presentarse estaba próximo.
Hay cosas que se pueden posponer. Pero esta no era una de ellas.
Puta mierda, quizás iba a tener que desaparecer. Aunque eso lo matara de pena.
Además, si su hermano estaba con Rehv en la casa del rey, tendría la clase de apoyo que necesitaría si él desaparecía del panorama.
Y quizás, tal como iban la cosas…
Sería un verdadero alivio para iAm deshacerse de él.