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iAm se paseaba por el ático con el arma en la mano, aunque era muy poco probable que volvieran a tener otro encuentro como el que habían tenido con esa ramera tonta y desnuda que se había colado a hurtadillas en el hogar-dulce-hogar que compartía con su hermano.

Maldición, cómo le gustaría un poco de humo rojo. Solo para recuperar la calma.

Porque por el momento estaba al borde de ponerse violento.

De todas maneras, iAm suponía que la buena noticia era que en realidad su rabia no tenía un blanco y eso lo mantenía a raya. La migraña ya le estaba haciendo pasar a su hermano un rato lo suficientemente horrible. Y esa pobre mujer a la que habían sacado a patadas de allí ya vivía un infierno en muchos sentidos. Ahora bien, el vigilante del edificio era un excelente candidato, pero el cabrón había terminado su turno hacía una hora y iAm no iba a dejar solo a Trez para ir a ajustar cuentas con ese imbécil…

A lo lejos, iAm oyó un zumbido en las tuberías.

Era el inodoro del baño de Trez. Otra vez.

Y luego se oyó una maldición y el crujido de una cama, seguramente cuando Trez volvió a acostarse.

Pobre. Desgraciado.

iAm se acercó a los enormes ventanales que daban sobre el Hudson y se puso a contemplar la parte de Caldwell que estaba al otro lado del río. Con las manos en las caderas, recorrió mentalmente los lugares a los que se podrían mudar. Era una lista muy corta. Demonios, una de las principales ventajas del Commodore era la seguridad; por eso ni siquiera se habían molestado en conectar la alarma.

Lo que había sido un error, claro.

Necesitaban un lugar seguro. Inexpugnable.

En especial si su hermano continuaba follando con cualquier mujer que se le pusiera a tiro y AnsLai seguía haciendo aquellas visitas «diplomáticas».

iAm volvió a pasearse. Era imposible ignorar el hecho de que su hermano estaba cada vez peor. Hasta ese momento la obsesión de Trez por el sexo no le había parecido preocupante, simplemente lo atribuía al saludable deseo de aparearse que tiene todo macho.

Algo de lo que él solía pensar que carecía.

Además, claro, su hermano follaba con tantas mujeres que contaba por los dos.

Sin embargo, era obvio que en los últimos meses Trez estaba desarrollando una adicción y que esta había empezado justo antes de que el sumo sacerdote hiciera su aparición. Y ahora que las cosas parecían estar empeorando con AnsLai, las maquinaciones del s’Hibe harían que su hermano se sintiera mucho más presionado, lo que sin duda sería perjudicial para él en todos los sentidos.

Mierda. iAm se sintió como si estuviera frente a un paso a nivel, calculando la velocidad de la locomotora y la del coche que se acercaba a las vías férreas… y previendo el desastre que iba a ocurrir. La metáfora también servía para ilustrar la sensación de impotencia que experimentaba debido a que no podía frenar ninguna de las dos fuerzas, pues él no estaba al volante de ninguno de los dos vehículos. Lo único que podía hacer era sentarse a observar.

O gritar por si alguno de los conductores podía oírle.

¿Adónde demonios podían ir…?

De pronto iAm frunció el ceño y levantó los ojos del río hasta clavar la mirada en el techo.

Después de un momento sacó su móvil e hizo una llamada.

Cuando colgó, fue hasta el cuarto de su hermano, entreabrió la puerta y, después de sopesar la densa atmósfera de la habitación, dijo:

—Voy a salir un segundo. No tardo.

El gemido que escuchó podría haber sido algo como «OK», o «Ay, por Dios, no grites», o «De acuerdo, diviértete».

iAm se apresuró a salir del apartamento y se dirigió al ascensor.

Se subió y oprimió el botón marcado con una P, de Penthouse.

Cuando las puertas se abrieron, tenía dos opciones: un lado lo llevaría al ático del hermano Vishous. El otro lo conduciría a casa de su viejo amigo.

iAm se dirigió hacia la puerta de Rehvenge y llamó al timbre. A los pocos segundos el symphath abrió la puerta.

Rehv tenía ahora el mismo aspecto de siempre, con aquel penacho, los ojos color púrpura y el abrigo de piel. Peligroso. Aunque un poco menos maligno.

—Hola, hermano, ¿cómo estás? —dijo el macho, al tiempo que abrazaba a iAm y le daba una palmada en el hombro—. Vamos, pasa.

iAm entró al espacio privado del Reverendo. Llevaba más de un año sin entrar a esa casa. Nada había cambiado y, por alguna razón, se sintió aliviado.

Rehvenge se dirigió al sofá de cuero y se sentó, apoyando el bastón junto a él y cruzando las piernas.

—¿Qué necesitas?

Mientras iAm trataba de articular las palabras correctas, Rehv soltó una maldición.

—Joder, yo sabía que esta no era una visita social, pero no me esperaba que estuvieras tan mal. ¿Se puede saber qué te pasa?

Ah, sí, la curiosa sensibilidad del devorador de pecados garantizaba que nada escapaba a los ojos de Rehv.

Sin embargo, era difícil explicarlo todo.

—No sé si sabes lo que está pasando últimamente con Trez.

Rehv frunció el ceño y sus cejas oscuras resaltaron el color violeta de su mirada.

—Pensé que el Iron Mask iba viento en popa. ¿Estáis metidos en algún lío, chavales? Tengo mucho efectivo si necesitáis…

—No, los negocios van muy bien. Tenemos más dinero del que podemos gastar. El tema son las actividades extracurriculares de mi hermano.

—No está consumiendo drogas, ¿verdad? —preguntó Rehv con tono grave.

—No, mujeres.

Rehv soltó una carcajada y desestimó el asunto con un movimiento de la mano con la que manejaba la daga.

—Ah, si eso es todo…

—Pero está completamente fuera de control. Y una de ellas apareció esta noche en su cama como por arte de magia. Llegamos a casa y ahí estaba.

Rehv volvió a fruncir el ceño.

—¿En vuestro apartamento? ¿Y cómo demonios entró?

—Gracias a una gran afinidad con el guardia de seguridad. —iAm empezó a pasearse por el moderno salón, al tiempo que notaba vagamente que, en realidad, la vista era mejor desde esa altura—. Trez lleva años follando con todo lo que se mueve, pero últimamente se ha vuelto descuidado: no borra los recuerdos, duerme con la misma mujer más de una vez y no se preocupa por las consecuencias.

—¿Y qué diablos le está pasando?

iAm dio media vuelta y miró al mestizo que constituía lo más cercano a un familiar que él y su hermano tenían, sin contar a sus parientes de sangre. A esos no los contaba porque confiaba más en este tío que en su propia familia.

—Trez está comprometido.

Hubo un largo silencio.

—¿Perdón?

iAm asintió con la cabeza.

—Está comprometido.

Rehv se levantó del sofá.

—¿Desde cuándo?

—Desde el nacimiento.

—Ahhhhh. —Rehv emitió un suave silbido—. Así que es un asunto con el s’Hibe.

—Está comprometido con la primera hija de la reina.

Rehv guardó silencio durante unos instantes. Luego sacudió la cabeza.

—Eso lo convierte en el futuro rey, ¿no?

—Así es. Y aunque somos una sociedad matriarcal, no es una posición irrelevante.

—Mira qué bien —murmuró el macho—. Trez, Wrath y yo. ¡Vaya trío!

—Bueno, las cosas son distintas en el s’Hibe, claro. La reina es la única que nos gobierna a todos.

—¿Entonces qué sigue haciendo Trez aquí? ¿Con todos los InCognoscibles?

—Él no quiere tener nada que ver con el s’Hibe.

—¿Pero tiene otra opción?

—No. —iAm miró de reojo hacia el bar que estaba en la esquina—. ¿Te importa que me ponga una copa?

—¿Es una broma? Si yo fuera tú, ya estaría borracho.

iAm se dirigió al bar, estudió las distintas alternativas y terminó tomando un decantador que tenía colgado un pequeño cartel que decía Bourbon. Se lo sirvió puro y cuando le dio un sorbo al vaso de cristal tallado, sintió el ardor en la lengua.

—Muy bueno.

—Parker’s Heritage Collection, Smal Batch. El mejor.

—Creí que no te gustaba mucho la bebida.

—Eso no es excusa para no saber qué les sirves a tus invitados.

—Ah.

—Y entonces ¿cuál es el plan?

iAm echó la cabeza hacia atrás y se bebió de un trago el contenido del vaso.

—Necesitamos un lugar seguro donde vivir. Y no solo por el asunto de las mujeres. La semana pasada tuvimos una visita del sumo sacerdote y, teniendo en cuenta que estamos fuera de nuestra comunidad, eso significa que las cosas se están poniendo serias en casa. Lo están buscando y si lo encuentran, me temo que Trez va a terminar matando al representante del s’Hibe. Y entonces sí que estaremos metidos en un buen lío.

—¿Crees que Trez sería capaz de hacer algo así?

—Sí. —iAm se sirvió otra copa—. Él no quiere regresar y yo necesito tiempo para encontrar una solución a este conflicto antes de que ocurra algún desastre.

—¿No queréis mudaros a mi casa del norte?

iAm se tomó el segundo vaso de un solo trago.

—No —dijo y levantó los ojos—. Quiero vivir en el complejo de la Hermandad.

Rehv maldijo en voz baja. iAm no le hizo caso: se limitó a servirse una tercera copa.

—Es el lugar más seguro para nosotros.

‡ ‡ ‡

Xcor estaba empapado en sudor y sangre de restrictor cuando regresó a su nuevo refugio. Sus guerreros todavía estaban en el centro, luchando contra el enemigo, pero él tuvo que suspender la lucha y buscar abrigo.

Debido a una maldita herida en el brazo.

La casa que Throe había encontrado estaba localizada en un modesto vecindario lleno de modestas viviendas, con garajes para dos coches y columpios en el jardín trasero. Entre sus ventajas estaba el hecho de encontrarse al final de una calle sin salida, entre un edificio vacío y un centro de procesamiento del Departamento de Alcantarillado de Caldwell.

La tenían alquilada por tres meses, con opción a compra.

Antes de desmaterializarse a través de las pesadas cortinas que cubrían las ventanas de la sala de estar, Xcor miró con desdén el sofá en forma de L, con sus cojines alargados de un color similar al de un estofado de carne de vaca.

Aunque apreciaba la ventaja de contar con calefacción, el hecho de que la casa estuviera «amueblada» le molestaba. Sin embargo, se daba cuenta de que estaba solo en eso: en los días pasados había visto con frecuencia a sus soldados reclinados en ese maldito monstruo, con la cabeza echada hacia atrás y las piernas cómodamente estiradas.

¿Qué seguiría después? ¿Cojines y tapetitos?

Xcor subió la estrecha escalera con desgana. Echaba de menos la siniestra atmósfera del castillo del que todavía era dueño en el Viejo Continente, rodeado de altas e inexpugnables murallas, con un foso imposible para el enemigo. También extrañaba a los aldeanos. Era divertidísimo asustarlos, cosa que hacían cuando estaban aburridos y decidían hacer realidad las leyendas que corrían por el pueblo.

Qué buenos tiempos aquellos, como decían aquí en el Nuevo Mundo.

En el segundo piso se negó a mirar las habitaciones, pues el color rosa de la que estaba frente a las escaleras le quemaba los ojos y el verde mar de la otra también era una afrenta a sus sentidos. Lo peor era que las cosas no mejoraban al entrar en la alcoba principal. Estaba forrada por todas partes con un papel de flores y había flores incluso en la cama y las ventanas. Y en el sillón del rincón.

Al menos sus botas de combate aplastaban la gruesa alfombra, dejando marcas que parecían magulladuras, mientras seguía hasta el baño.

Por Dios santo, Xcor ni siquiera estaba seguro de cómo se llamaba el color del decorado del baño.

¿Frambuesa?

Se estremeció. Le hubiera gustado apagar las luces que había sobre el lavabo, pero con esas malditas cortinas rosas cerradas la iluminación de las lámparas de la calle quedaba completamente bloqueada y él necesitaba ver lo que estaba pasando en su brazo.

Ay, querida Virgen Escribana.

Había olvidado las pantallas de encaje que cubrían esas lámparas.

De hecho, en otro contexto, aquellas pantallas rojas podrían haber sugerido algo de naturaleza sexual. Pero no en el reino de la decoración barata. Aquí había, además, un par de apliques de lágrimas de cristal en las paredes.

Xcor casi se asfixia por la cantidad de estrógenos que flotaban en el ambiente.

Impulsado por el instinto de conservación, quitó las dos horribles pantallas y las escondió debajo del lavabo. El resplandor de la bombilla desnuda quemaba sus retinas, pero esa era la diferencia entre maldecir y retorcerse las manos: él siempre prefería lo primero.

Después de retirar la guadaña de su funda, Xcor la colocó sobre la encimera, entre los dos lavabos gemelos. Luego se quitó el arnés con la funda, el abrigo, las dagas y las pistolas que llevaba al cinto. La camiseta interior estaba manchada tras largas noches de combates, pero de vez en cuando mandaba que se la lavaran para volver a usarla. Después de todo, la ropa no era más que el reemplazo de la piel peluda de la cual carecían los vampiros.

No era una decoración personal; al menos, no para él.

Maldijo cuando se vio reflejado en el espejo.

El asesino con el que estaba combatiendo cuerpo a cuerpo era brutalmente bueno con el cuchillo, puede que gracias a su antigua vida en las calles, y era muy excitante combatir con alguien tan hábil. Xcor había ganado, claro, pero había sido una lucha muy pareja… que le había dejado un pequeño recuerdo: la herida subía por su bíceps y rodeaba el contorno del brazo hasta terminar en el hombro. Tenía un aspecto bastante feo, pero las había tenido peores.

Y, en consecuencia, sabía cómo curarse. Alineados sobre la encimera estaban los distintos elementos que él y sus soldados necesitaban de vez en cuando: una botella de alcohol comprada en CVS, un mechero Bic, varias agujas y un carrete de nailon negro.

Xcor hizo una mueca de dolor mientras se quitaba la camisa y la manga que había sido cercenada junto con la piel. Entonces apretó los dientes y se quedó quieto, mientras el dolor se intensificaba y le cerraba el estómago como si fuese un puño.

Respiró profundamente y esperó a que las sensaciones cedieran; luego cogió el frasco del alcohol. Después de quitar la tapa blanca se inclinó sobre el lavabo, se preparó y…

El sonido que salió a través de sus dientes apretados era en parte rugido y en parte gemido. Y cuando empezó a ver borroso, cerró los ojos y apoyó las caderas contra la encimera.

Al inhalar con fuerza, sus fosas nasales protestaron por el olor del alcohol, pero no podía taparlo, pues no se podía mover.

Xcor decidió dar un paseo para aclarar la mente y regresó a la habitación para darle a su cuerpo algún descanso. Pero al ver que el dolor permanecía con él, como si tuviera aferrado al brazo un perro que estaba tratando de comérselo vivo, maldijo varias veces.

Y terminó en la primera planta de la casa. Donde estaba el licor.

Nunca le había gustado la bebida, pero de todas maneras se acercó a explorar la bolsa de botellas que Zypher había traído del otro refugio. El soldado se tomaba una copa de vez en cuando y, aunque Xcor no lo aprobaba, hacía tiempo que había aprendido que había que hacer ciertas concesiones cuando se lidiaba con guerreros agresivos e inquietos.

Y en una noche como esta, se sintió agradecido por eso.

¿Whisky? ¿Ginebra? ¿Vodka?

No importaba.

Cogió una botella al azar, rompió el sello de la tapa y echó la cabeza hacia atrás. Luego abrió la garganta, comenzó a verter el líquido lentamente, tragándoselo a grandes sorbos a pesar de que sentía el esófago en llamas.

Xcor siguió bebiendo mientras regresaba al segundo piso. Y también mientras se paseaba un poco más y esperaba a que el alcohol empezara a surtir efecto.

Así que bebió un poco más.

Después de un rato volvió al baño, enhebró una aguja con el hilo de nailon negro y se situó frente al espejo. Se alegró de que el cuchillo del asesino hubiese alcanzado su brazo izquierdo, pues eso significaba que, al ser diestro, podría coserse él mismo el corte. De haber sido en el brazo derecho, habría tenido que pedir ayuda.

El alcohol le ayudó mucho y apenas sintió el pinchazo cuando atravesó su propia piel e hizo un nudo perfecto con la ayuda de sus dientes.

De hecho, el alcohol era una sustancia curiosa, pensó Xcor mientras comenzaba a hacer una hilera de puntadas. El adormecimiento que experimentaba hacía que se sintiera como si estuviera sumergido en agua tibia y su cuerpo se fuera relajando poco a poco. Aunque el dolor todavía no había desaparecido la agonía había disminuido.

Puntadas lentas. Precisas. Parejas.

Cuando llegó al hombro, Xcor hizo otro nudo. Después quitó de la aguja lo que quedaba de hilo, puso todo donde lo había encontrado y se dirigió a la ducha.

Se bajó primero los pantalones de cuero, luego se quitó las botas y se metió bajo el chorro.

Esta vez emitió un gruñido de alivio: mientras el agua tibia envolvía sus hombros cansados, la espalda tiesa y los tensos músculos de las piernas, la sensación de confort era casi tan abrumadora como había sido la agonía.

Y por una vez en la vida se permitió entregarse a esa sensación. Probablemente porque estaba borracho.

Inclinó la cabeza hacia atrás. El agua empezó a golpearle la cara, pero con delicadeza, como una lluvia fina, antes de bajar por su cuerpo, recorriendo el pecho y el abdomen, más allá de las caderas y el sexo…

De repente vio a su Elegida inclinada sobre él, con aquellos ojos que brillaban con un resplandor verde bajo la luz de la luna y el árbol que parecía abrigarlos con su sombra.

Ella lo estaba alimentando y su muñeca fina y pálida se hallaba sobre la boca de Xcor, mientras su garganta tragaba a un ritmo regular.

En medio de la bruma inducida por el alcohol, Xcor sintió que su deseo sexual se despertaba y parecía desplegarse en su pelvis como una mano abierta.

Su polla se puso dura.

Al abrir los ojos, aunque no era consciente de haberlos cerrado, se miró a sí mismo. Gracias a la cortina opaca que impedía que el agua se saliera del espacio de la ducha, la luz que llegaba desde las lámparas del baño entraba muy atenuada, pero aun así era suficiente para ver lo que sucedía.

Xcor deseó estar totalmente a oscuras… porque no se alegraba de ver su polla excitada, meciéndose de manera tan estúpida y orgullosa.

No podía entender qué diablos estaba pensando. Si a las rameras había que pagarles extra para que aceptaran satisfacer sus impulsos, era imposible imaginarse que aquella adorable Elegida hiciera algo distinto a salir huyendo de él mientras gritaba de pavor…

Esa idea lo deprimió, a pesar de que las palpitaciones de su entrepierna eran cada vez más fuertes. En verdad su cuerpo era un triste instrumento, tan patético en sus deseos que no quería cobrar conciencia de que todos lo odiaban.

En particular, aquella a la que deseaba.

Xcor dio media vuelta, echó la cabeza hacia atrás y se pasó las manos por el pelo. Ya era hora de dejar de pensar y asearse. El jabón hizo su tarea con diligencia sobre el cuerpo y el pelo…

Todavía estaba excitado cuando salió de la ducha.

El aire frío se encargaría del resto, pensó Xcor.

Después de plantarse sobre la alfombrilla del baño, que también era rosa, se secó con la toalla.

Y seguía erecto.

Luego le echó una ojeada a su ropa de combate, pero no sintió deseos de ponérsela sobre la piel. Era demasiado áspera. Y estaba sucia.

Quizás ese ambiente tan femenino estaba empezando a contaminarlo.

Xcor terminó acostado en la cama boca arriba y desnudo.

Y seguía erecto.

Una rápida mirada al reloj que reposaba sobre la mesilla de noche le indicó que no quedaba mucho tiempo antes de que la casa se llenara de soldados.

Esto tendría que ser rápido.

Así que introdujo la mano bajo las sábanas, la bajó y se agarró la polla…

Xcor cerró los ojos y gimió, mientras su torso se retorcía por el calor y el deseo que se arremolinaban en la parte baja de su cuerpo. Cuando la almohada se acercó delicadamente a soportar su cara —aunque, lógicamente, debía haber sido al revés—, Xcor empezó a bombear hacia arriba y hacia abajo.

Delicioso. En especial cuando subía hasta la cabeza roma de la polla, que se moría por recibir un poco de atención. Cada vez más rápido. Y más duro.

Mientras, veía mentalmente a su Elegida todo el tiempo.

En verdad la imagen de ella lo ayudó más que lo que sucedía bajo sus caderas. Y a medida que las sensaciones se intensificaban, Xcor descubrió por primera vez la razón por la cual sus soldados hacían esto con tanta frecuencia. Porque era bueno. Muy, pero que muy bueno…

Ay, su hembra era hermosa. Hasta el punto de que, a pesar del poder que tenía lo que él se estaba haciendo, nada pudo distraerlo de la contemplación de su rostro. En lugar de eso, la imagen de ella se volvía cada vez más nítida, desde su pelo rubio y sus labios rojos hasta aquel esbelto cuello y ese cuerpo largo y elegante que permanecía al mismo tiempo oculto pero destacado por la prístina túnica blanca que llevaba encima.

¿Cómo sería ser deseado por esa criatura? ¿Estar dentro del cuerpo sagrado de ella como un macho honorable?

En ese momento la realidad del embarazo de su Elegida volvió a aterrizar sobre él como un peso físico. Pero ya era demasiado tarde. Porque aunque sintió cómo se enfriaba su corazón y el pecho empezaba a dolerle por el hecho de saber que ella había aceptado a otro macho, su cuerpo siguió el viaje mágico que había emprendido y la conclusión era inminente.

El orgasmo que lo recorrió le hizo gritar y, gracias a Dios, la almohada acalló aquella expresión de su capitulación, porque en ese mismo instante, en el piso de abajo, Xcor oyó cómo entraban a la casa los primeros soldados, cuyas pisadas reconocería en cualquier parte.

La realidad que lo esperaba cuando salió de su éxtasis no podía ser más penosa. Durante el orgasmo se había apoyado sobre el hombro herido que, en consecuencia, había vuelto a dolerle; su semen cubría ahora no solo sus manos y el abdomen, sino también las sábanas; y la visión de su Elegida había desaparecido de su cabeza, para ser reemplazada por la dura realidad.

El dolor interno que sintió fue tan amargo como el de una cuchillada.

Pero al menos nadie se enteraría.

Porque él era, antes que nada, un soldado.