62

—¿Cómo te sientes? —preguntó Blay.

De pie a la entrada de la cabaña, Qhuinn respiró hondo y captó el olor a humo en el aire. Blay había encendido otro cigarrillo y, a pesar de lo mucho que Qhuinn detestaba el hábito de fumar, no podía culpar a su amigo. Demonios, si a él le gustara fumar no habría dudado en fumarse ya un paquete entero.

Qhuinn miró a Blay. Su amigo lo observaba con paciencia, como si estuviese preparado para esperar una respuesta a su pregunta, aunque tuviera que esperar toda la noche.

Qhuinn miró su reloj. La una de la madrugada.

¿Cuánto tiempo más necesitaría el resto de la Hermandad para llegar hasta allí? Y ¿sería posible que funcionara el plan de evacuación que habían diseñado entre todos…?

—Tengo miedo de estar volviéndome loco —respondió Qhuinn.

—Te entiendo. —Blay echó el humo en la otra dirección—. No puedo creer que él esté…

Qhuinn se quedó mirando los árboles que tenía frente a él.

—Nunca te he preguntado qué pasó aquella noche.

—No, y, para serte franco, no te culpo.

Tras ellos, en la cabaña, Rhage, V y John estaban con Luchas. Se habían quitado las chaquetas para cubrir al macho con ellas, con la esperanza de mantenerlo caliente.

Sin embargo, Qhuinn no tenía frío, a pesar de que solo llevaba puesta una camiseta y sus armas.

Qhuinn carraspeó.

—¿Lo viste?

Blay fue quien regresó a la mansión de sus padres después del ataque. Qhuinn sencillamente no había tenido los cojones para identificar los cuerpos.

—Sí, lo vi.

—¿Y estaba muerto?

—Hasta donde sé, sí. Estaba… sí, no creí que hubiese posibilidades de que estuviera vivo.

—¿Sabes? Nunca vendí la casa.

—Ya lo sé.

Técnicamente, en su calidad de miembro repudiado por la familia, Qhuinn no tenía ningún derecho sobre la propiedad. Pero habían matado a tanta gente que al final nadie reclamó la casa, así que, de acuerdo con las Leyes Antiguas, la propiedad revirtió a manos del rey, quien le traspasó a Qhuinn la propiedad de la casa.

Lo que sea que significara eso.

—Al principio no supe qué pensar cuando me dijeron que los habían asesinado. —Qhuinn levantó la vista hacia el cielo. Las predicciones del clima anunciaban más nieve, así que no había ninguna estrella visible—. Ellos me odiaban. Y supongo que yo también los odiaba. Y de la noche a la mañana… ya no estaban.

Junto a él, Blay se quedó muy quieto.

Qhuinn sabía por qué y una súbita sensación de incomodidad lo obligó a meter las manos en los bolsillos. Sí, él detestaba hablar sobre las emociones y esas mierdas, pero no había razón para callárselo ahora. No ahí. En privado. Y con Blay.

Así que solo se aclaró la garganta y siguió hablando.

—Para serte sincero, me sentí aliviado. Tú no sabes lo que fue crecer en aquella casa. Con todo el mundo mirándome como si fuera una maldición ambulante. —Qhuinn sacudió la cabeza—. Solía evitarlos todo lo que podía. Usaba la escalera de la servidumbre, permanecía siempre en esa parte de la casa. Pero los doggen amenazaron con renunciar. De hecho, lo mejor de pasar por la transición fue poder desmaterializarme desde la ventana de mi habitación. Así ninguno de ellos tenía que verme.

Aunque Blay soltó una maldición en voz baja, Qhuinn no tenía deseos de callar.

—¿Y sabes qué era lo peor? Que yo veía que el amor sí era posible en esa casa cuando mi padre miraba a mi hermano. Habría sido distinto si el cabrón nos odiara a todos por igual, pero no. Y eso solo me hacía darme cuenta de lo aislado que estaba. —Qhuinn miró a Blay y se movió nerviosamente—. ¿Por qué me estás mirando así?

—Lo siento. Sí, perdón. Es que… nunca habías hablado sobre ellos. Jamás.

Qhuinn frunció el ceño y volvió a estudiar el cielo, imaginándose las estrellas aunque no pudiera verlas.

—Yo quería hacerlo. Me refiero a hablar contigo. Con nadie más.

—¿Y por qué no lo hiciste? —preguntó Blay como si fuera algo que llevaba años preguntándose.

En medio del silencio que siguió, Qhuinn recordó cosas en las que nunca había pensado. Y se vio a sí mismo. Y a su familia. Y a… Blay.

—Me encantaba ir a tu casa. No te imaginas lo que significaba para mí. Recuerdo la primera vez que me invitaste. Estaba convencido de que tus padres me echarían a patadas. Y estaba preparado. Demonios, yo tenía que soportar ese trato en mi propia casa todo el tiempo, así que ¿por qué unos completos desconocidos no habrían de hacer lo mismo? Pero tu madre… —Qhuinn volvió a carraspear—. Tu madre me llevó a la cocina y me dio de comer.

—Pero se sintió fatal cuando vio que te había sentado mal la comida. Nada más terminar saliste corriendo al baño y vomitaste durante una hora entera.

—No estaba vomitando.

Blay giró la cabeza con brusquedad.

—Pero dijiste que…

—Estaba llorando.

Al ver que Blay retrocedía, Qhuinn se encogió de hombros.

—Vamos, ¿qué otra cosa iba a decir? ¿Que me había acobardado y había llorado como un mariquita sentado en el suelo, junto al lavabo? Abrí la llave para que nadie oyera y descargué varias veces el inodoro.

—No lo sabía.

—Claro que no lo sabías, yo no te lo conté. —Qhuinn miró a Blay—. Eso era lo que más me atormentaba. No quería que supieras lo difícil que era la vida en mi casa porque no quería que sintieras compasión por mí. No quería que ni tú ni tus padres os sintierais obligados a adoptarme. Quería que fueras mi amigo… y así fue. Siempre lo has sido.

Blay desvió la vista rápidamente. Y luego se restregó la cara con la mano que tenía libre.

—Vosotros me ayudasteis a salir adelante —se oyó decir Qhuinn—. Sobrevivía hasta la noche porque sabía que podía ir a tu casa después. Era lo único que me mantenía vivo. Tú eras lo único, en realidad. Eras… tú.

Cuando los ojos de Blay volvieron a clavarse en los de Qhuinn, este tuvo la sensación de que estaba buscando las palabras apropiadas para decir algo.

Y que Dios los ayudara a los dos, porque de no haber sido por Saxton, Qhuinn le habría declarado su amor a Blay allí mismo, aunque no fuera un buen momento.

—Tú sabes que siempre puedes…, hablar conmigo —dijo Blay finalmente.

Qhuinn se encogió de hombros y estiró los músculos de la espalda.

—Ten cuidado. Tal vez acepte tu oferta.

—Eso podría ayudar. —Al ver que Qhuinn volvía a mirarlo, Blay fue el que sacudió la cabeza esta vez—. No sé lo que digo.

«Pura mierda», pensó Qhuinn…

Sin que mediara ningún aviso previo, V salió de la cabaña y encendió uno de esos cigarrillos de liar que siempre tenía a mano. Qhuinn pensó que no sabía si se sentía aliviado por tener que ponerle fin a la conversación o no.

Tras exhalar el humo de su cigarro, Vishous dijo:

—Necesito asegurarme de que entiendes las consecuencias de esto.

Qhuinn asintió con la cabeza.

—Ya sé lo que me vas a decir.

Aquellos ojos de diamante se clavaron en los de Qhuinn.

—Bueno, pero me gustaría que lo habláramos de todas maneras, ¿vale? No percibo rastros del Omega en él, pero si resulta algo después, o se me ha pasado algo por alto, voy a tener que encargarme de él.

«Mátame, hermano mío. Mátame». Las palabras de Luchas resonaron en su cabeza.

—Haz lo que tengas que hacer.

—Y no puede entrar en la mansión.

—De acuerdo.

V le extendió la mano que no tenía el guante.

—Júralo.

Qhuinn se sintió raro al estrechar la mano del hermano y unir su palabra a ese gesto, porque eso era lo que tenían que hacer los miembros de una familia en situaciones como esa y Dios sabía que él nunca había formado parte de ninguna familia.

Sin embargo, los tiempos parecían haber cambiado.

—Otra cosa —V le dio un golpecito a su cigarrillo—. Va a ser una recuperación muy larga y difícil. Y no hablo solo de la parte física. Tienes que estar preparado.

Qhuinn nunca había tenido una verdadera relación con su hermano. Tal vez compartían el mismo ADN, pero, aparte de eso, Luchas era un desconocido para él.

—Lo sé.

—Está bien. Bien.

A lo lejos se oyó un estridente aullido que atravesó la oscuridad.

—Gracias a Dios —dijo Qhuinn, al tiempo que volvía a entrar a la cabaña.

Tendido en un rincón, junto al bidón que se había volcado, su hermano no era más que un montón de chaquetas que hacían las veces de mantas improvisadas.

Qhuinn caminó hasta él, mientras saludaba a John Matthew y a Rhage con un gesto de la cabeza.

Cuando se arrodilló junto a Luchas, toda la escena se le apareció como un sueño, no como la realidad que estaba viviendo.

—¿Luchas? Escucha, esto es lo que vamos a hacer. Te vamos a llevar en un trineo. Vamos a ir a nuestra clínica para que te atiendan. ¿Luchas? ¿Puedes oírme?

‡ ‡ ‡

Un par de motos de nieve se acercaban a la cabaña. Blay seguía su avance desde la entrada, observando cómo las luces delanteras se veían cada vez más grandes y brillantes y los motores adoptaban un ruido similar a un zumbido suave al llegar a su destino. Era perfecto: tras una de ellas había un trineo cubierto, como los que se ven en televisión durante los juegos olímpicos, cuando un esquiador se accidenta en la pista y tienen que evacuarlo montaña abajo.

Perfecto.

Manny y Butch se bajaron de las motos y corrieron a la cabaña.

—Están dentro —dijo Blay, al tiempo que se quitaba del camino.

—¿Luchas? ¿Me oyes? —oyó que decía Qhuinn.

Blay se asomó justo a tiempo para ver cómo Manny se inclinaba sobre el cuerpo de Luchas. Joder, vaya nochecita. Y pensar que el espectáculo de hacía un par de noches le había parecido muy dramático.

«Siempre has sido tú».

Blay se restregó la cara de nuevo, como si eso pudiera ayudarlo. Y sintió deseos de encender otro Dunhill. Estaba muy preocupado y sabía que si no terminaban pronto iba a acabar poniéndose histérico. Lo último que necesitaban en esta situación era que apareciera un escuadrón de restrictores antes de que pudieran sacar a Luchas de ahí. Tenían que darse mucha prisa.

Así que sería mejor tener a mano una pistola y no un cigarrillo.

«Siempre has sido tú».

—¿Estás bien? —Era la voz de Butch.

Para ser sincero, porque ese parecía ser el lema de la noche, Blay negó con la cabeza y dijo:

—En lo más mínimo.

El policía le puso una mano en el hombro.

—Así que lo conocías.

—Eso pensé, sí. —Un momento, la pregunta se refería a Luchas—. Me refiero a que sí, lo conocía.

—Es horrible… ¡Menuda situación!

Blay volvió a mirar por encima del hombro y vio otra vez a Qhuinn arrodillado junto a su hermano. La cara de su viejo amigo parecía envejecida a la luz de las linternas, hasta el punto de que Blay se preguntó si lo había vuelto a ver relajado después de estar juntos o todo había sido una alucinación.

«Tú eras lo único…».

—Es alucinante —murmuró Blay.

Y también raro.

Justo después de su transición, había tratado de encontrar algún indicio de que lo que él sentía por Qhuinn fuera recíproco, alguna seña de lo que Qhuinn sentía. Pero nunca había podido ver nada, más allá de una lealtad y una amistad a toda prueba y una asombrosa capacidad para combatir. A través de las relaciones pasajeras que habían tenido con otra gente, y el entrenamiento y luego tantas noches en el campo de batalla… Blay siempre se había sentido al otro extremo de la conexión que deseaba, frente a una pared que no podía atravesar.

Pero los pocos minutos pasados a la entrada de esa cabaña…

Era la primera vez que había tenido un atisbo de lo que siempre había deseado, algo incluso más fuerte que el sexo.

Mierda, por un instante Blay llegó a preguntarse si Layla realmente había dicho que Qhuinn estaba «enamorado» de él.

—Ya lo están sacando —dijo Butch y agarró a Blay del brazo para quitarlo de la puerta—. Ven, quédate aquí conmigo.

Luchas estaba bien arropado ahora, lo habían envuelto en una manta térmica de la cabeza a los pies y apenas se le veía la cara. También lo habían acostado sobre una camilla plegable, que llevaban entre Qhuinn y V. Manny caminaba a su lado, como si pensara que en cualquier momento tendría que resucitarlo.

Al llegar al trineo, montaron a Luchas con cuidado y lo aseguraron con correas.

—Yo lo llevo —dijo Qhuinn, al tiempo que se montaba en la moto y encendía el motor.

—Tienes que mantener un ritmo lento pero firme —le advirtió Manny—. Porque ya tiene muchos huesos rotos.

Qhuinn miró a Blay.

—¿Vienes conmigo?

No había razón para responder. Blay simplemente se montó detrás de su amigo.

Qhuinn, en un gesto muy típico de su carácter, no se molestó en esperar a los demás. Simplemente pisó el acelerador y arrancó. Sin embargo, obedeció las instrucciones del buen doctor e hizo un giro amplio para volver de nuevo por las huellas que ya estaban marcadas en la nieve, manteniendo una velocidad apropiada para no perder tiempo, pero sin acelerar demasiado.

Blay, por su parte, iba vigilando con sus dos pistolas en la mano.

Cuando Manny y Butch los alcanzaron, los otros hermanos y John Matthew se fueron desmaterializando a intervalos regulares, cuidándolos desde la periferia de las dos huellas paralelas.

Tardaron como unos cien años en atravesar ese maldito bosque.

Blay literalmente llegó a pensar que nunca iban a salir de allí. Tenía la sensación de que el ruido del motor y aquel paisaje oscuro y borroso, con algunos parches blancos en los sitios donde no había árboles, eran las últimas sensaciones que alcanzarían a percibir sus sentidos.

Blay fue rezando todo el camino.

Y cuando la construcción cuadrada del hangar apareció por fin en el panorama, a Blay le pareció el edificio más hermoso que había visto en su vida.

Estacionado junto al hangar, estaba el Escalade de V y Butch.

A partir de ese momento todo fue muy deprisa; Qhuinn se detuvo junto al SUV, Luchas fue transferido al asiento trasero del coche, los hermanos subieron las motos al tráiler que llevaban detrás y Qhuinn se montó en el asiento del pasajero del Escalade.

—Quiero que Blay conduzca —dijo antes de subirse.

Hubo una pausa momentánea y luego Butch asintió y le lanzó las llaves a Blay.

—Manny y yo iremos en la parte de atrás.

Blay se subió tras el volante, movió el asiento para acomodarlo al largo de sus piernas y encendió el motor. Al ver que Qhuinn se acomodaba junto a él, miró a su amigo.

—Abróchate el cinturón.

El macho obedeció y tiró de la correa por encima de su pecho hasta abrocharlo con seguridad. Luego se volvió para observar a su hermano.

Una sensación de determinación se apoderó de Blay y apretó los puños. No le importaba a quién tuviera que derribar ni lo que se atravesara en su camino; estaba decidido a llevar a Qhuinn y a su hermano hasta la clínica en el menor tiempo posible.

Así que pisó el acelerador sin mirar atrás.