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Qhuinn tenía la mirada clavada en el suelo de la cabaña. Estaba pensando. Toda su familia había sido aniquilada, eso lo sabía muy bien. Sin embargo, en esos momentos la realidad que tenía ante sus ojos le decía algo muy distinto.

Qhuinn no dejaba de recordar, una y otra vez, aquella noche muy, muy lejana ya, cuando había llegado a la casa de sus padres mientras toda la familia estaba reunida alrededor de la mesa del comedor… y su hermano había recibido el anillo que brillaba ahora en esa mano destrozada.

Uno pensaría que la imagen de su hermano torturado pero vivo sería lo que ocuparía toda su atención, pero no.

—¿Qué está pasando, V? —preguntó Qhuinn—. ¿Cómo está?

—Está vivo —dijo V y se cambió de mano la daga negra para limpiar la hoja contra el cuero de sus pantalones—. ¿Hijo? Hijo, ¿puedes verme?

Luchas seguía mirando fijamente a Qhuinn, con aquellos ojos perfectamente parejos y grises, que ahora estaban llenos de sangre y muy abiertos. Su boca se movía, pero no parecía poder emitir ningún sonido.

—Hijo, voy a tener que pincharte, ¿está bien? ¿Hijo?

Qhuinn sabía exactamente lo que V pretendía.

—Hazlo.

Qhuinn sintió que el corazón le golpeaba el esternón como si fuera un puño, mientras el hermano tomaba aquella daga negra y clavaba la punta de la hoja contra el brazo de Luchas. Pero su hermano ni siquiera se inmutó; aunque, claro, con todo lo que debía de haber pasado el pobre, una cuchillada en el brazo no debía de significar nada para él.

Por favor que sea roja, por favor que sea roja, por favor que…

Un chorrito de sangre roja brotó de la herida y empezó a escurrirse por el brazo, estableciendo un fuerte contraste con aquel aceite negro que cubría el resto del cuerpo.

Todo el mundo soltó la respiración que estaba conteniendo.

—Muy bien, hijo, eso es bueno, eso es bueno…

No lo habían convertido.

V se levantó y movió la cabeza hacia un lado, mientras hacía señas con las manos para señalar que quería tener una conversación privada. Cuando Qhuinn lo siguió, estiró la mano y agarró el brazo de Blay para que lo acompañara. Era lo más natural que podía hacer. Esto era un asunto muy serio y él sabía que no estaba del todo en sus cabales. Por otro lado, no había nadie más a quien quisiera tener junto a él.

—No tengo instrumentos médicos aquí, así que no puedo tomarle la tensión, pero sí os puedo decir que su pulso es muy débil y errático y estoy casi seguro de que se encuentra en estado de shock. No sé cuánto tiempo lleva aquí ni qué le hicieron, pero está vivo en el sentido convencional del término. El problema es que Payne no está en condiciones de ayudarlo —dijo V y sus ojos brillaron— y vosotros sabéis bien por qué.

Ah, así que V había hablado con su hermana.

—De modo que no podrá utilizar su magia —siguió diciendo el hermano— y nos encontramos a kilómetros de cualquier sitio civilizado.

—Conclusión… —dijo Qhuinn con gesto lúgubre.

V lo miró directo a los ojos.

—Se va a morir en los próximos…

—¡V! —gritó Rhage—. ¡Ven aquí!

En el suelo, el cuerpo machacado de Luchas se encogía sobre sí mismo, sus manos se doblaban contra las palmas, las rodillas se golpeaban una contra la otra y la columna vertebral se arqueaba hacia el techo.

Qhuinn corrió hasta allí y cayó de rodillas junto a la cabeza de su hermano.

—Quédate conmigo, Luchas. Vamos, tienes que luchar…

Aquellos ojos grises se clavaron de nuevo en Qhuinn y la agonía que reflejaban era tan conmovedora que el guerrero apenas se dio cuenta de que V se acercaba y se quitaba el guante de su mano resplandeciente.

—¡Qhuinn! —gritó el hermano, como si quizás ya lo hubiese llamado un par de veces.

Qhuinn no quitó la vista de su hermano.

—¿Qué? —dijo.

—Esto podría matarlo, pero tal vez haga que su corazón empiece a latir adecuadamente. No es una buena opción, pero es lo único que podemos hacer.

En la fracción de segundo que pasó antes de que respondiera, Qhuinn sintió una abrumadora necesidad de que su hermano lograra salir del apuro de alguna manera. Aunque apenas lo conocía y lo había detestado durante años —además de que Luchas formaba parte de la Guardia de Honor que lo había apaleado—, cuando su familia desapareció, Qhuinn se había dado cuenta de lo perdido que estás en el mundo si no hay nadie más en la tierra que lleve tu misma sangre.

Desde luego, ese vacío era exactamente lo que lo había impulsado durante el período de fertilidad de Layla. Y lo que lo hacía buscar instintivamente a Blay.

Se dijo que, los quieras o los odies, por instinto o por amor, la familia es como una especie de oxígeno.

Y la necesitas para vivir.

—Hazlo —dijo Qhuinn una vez más.

—Espera —pidió Blay, al tiempo que se quitaba el cinturón y se lo pasaba a Qhuinn—. Para que se lo metas en la boca.

Una razón más para adorar a ese tío. Aunque, la verdad, Qhuinn no necesitaba más razones.

Qhuinn puso la correa de cuero dentro de la boca abierta de su hermano y la sostuvo, al tiempo que le hacía una seña a V con la cabeza.

—Quédate conmigo, Luchas. Vamos, ya… quédate con…

Entonces una luz blanca y brillante se acercaba al esternón de su hermano…

El pecho de Luchas se sacudió con violencia y todo su cuerpo convulsionó sobre las tablas de madera, cuando un brillante resplandor lo recorrió de arriba abajo, fluyendo por sus brazos y sus piernas, hasta llegar a la cabeza. El sonido que emitió no era natural, un gemido gutural que llegó directamente a la médula de Qhuinn.

Cuando V retiró la mano y levantó en el aire aquella palma resplandeciente, Luchas cayó al suelo como el peso muerto que era y rebotó contra las tablas, mientras sus extremidades se sacudían como las de un muñeco.

El macho parpadeó rápidamente, como si una fuerte brisa soplara contra su cara.

—Otra vez —gritó Qhuinn. Al ver que V no reaccionaba, lo miró con odio—. Otra vez.

—Esto es una locura —murmuró Rhage.

V estudió al macho durante unos instantes. Luego volvió a levantar aquella mano con su resplandor letal.

—Una vez más, eso es todo —le dijo a Luchas.

—Así es —intervino Rhage—. Si lo tocas otra vez, quedará convertido en un chicharrón.

El segundo intento fue igual de fuerte y aquel cuerpo torturado se contorsionó con violencia, mientras Luchas emitía un horrible gemido, antes de aterrizar en el suelo como un saco de huesos.

Pero luego respiró profundo. Una poderosa bocanada de aire.

Qhuinn sintió deseos de empezar a rezar y supuso que eso fue lo que hizo cuando comenzó a recitar:

—Vamos, vamos…

Aquella mano mutilada, la que tenía el anillo, se estiró de repente y agarró la chaqueta de Qhuinn. No podía hacer mucha fuerza, pero Qhuinn se agachó todavía más.

—¿Qué? —dijo Qhuinn—. Habla despacio…

Aquella mano se deslizó hasta la camisa.

—Háblame.

La mano de su hermano se aferró a la empuñadura de una de sus dagas.

—Má… ta… me…

Qhuinn abrió mucho los ojos.

La voz de Luchas no se parecía en nada a la de antes, convertida ahora en un ronco susurro.

—Má… ta… me… hermano… mío…