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Ay, Dios mío, me voy a correr… me voy a correr…

Hacia el sur, en el centro de Caldwell, en el estacionamiento que estaba detrás del Iron Mask, Trez Latimer se alegró al oír esas últimas noticias… aunque no lo sorprendieron. De todas formas estaba convencido de que nadie más por allí necesitaba esa información.

Así que mientras entraba y salía de la vagina de la feliz compañera que tenía debajo, le cerró la boca besándola con fuerza y metiéndole la lengua para interrumpir todos esos comentarios tan innecesarios.

El coche en que se encontraban era pequeño y olía al perfume de la mujer: dulzón, con especias y barato. Mierda, la próxima vez iba a buscar una voluntaria que tuviera una camioneta amplia o, mejor aún, un Mercedes S550 con suficiente espacio en el asiento trasero.

Era evidente que ese Nissan no había sido fabricado para albergar a un tío de 130 kilos de peso mientras follaba con una auxiliar de dentista medio desnuda. ¿O era ayudante de un abogado?

Trez no lo recordaba.

Además, tenía preocupaciones más urgentes. Con un movimiento abrupto interrumpió rápidamente aquel beso porque cuanto más se acercaba a su propio orgasmo, más se alargaban sus colmillos… y no quería morderla por error: el sabor de la sangre fresca lo lanzaría hacia un abismo aún más peligroso y no estaba seguro de que alimentarse de ella fuese una buena idea…

A la mierda con eso.

Era una mala idea. Punto. Y no porque fuera solo una humana.

Alguien lo estaba observando.

Trez levantó la cabeza y miró a través del cristal trasero. En su condición de Sombra, sus ojos eran de tres a cuatro veces más potentes que los de un vampiro normal y podían penetrar con facilidad la oscuridad.

Sip, alguien se lo estaba pasando muy bien mirándolos desde un perfecto punto de observación ubicado cerca de la puerta de entrada del personal.

Hora de terminar con esto.

Trez tomó el control de inmediato. Metió la mano entre sus cuerpos hasta encontrar el sexo de la mujer y empezó a estimularla mientras seguía penetrándola, de modo que ella se excitó aún más, echó la cabeza hacia atrás con brusquedad y se pegó contra la puerta.

Sin embargo, él se quedó sin orgasmo.

En fin. El hecho de que alguien estuviera merodeando por ahí llevaba esta pequeña diversión a un terreno diferente, lo que significaba que tenía que dejar las cosas así. Aunque él se quedara a medias.

Trez tenía numerosos enemigos gracias a sus diversas relaciones.

Así que había… ciertas complicaciones… que le incumbían solo a él.

—Ay, puta madre…

A juzgar por la respiración explosiva, su forma de retorcerse y esas pulsaciones que comprimían la gruesa polla de Trez, la auxiliar de dentista —o de abogado, o veterinario— se lo estaba pasando bomba. Él, sin embargo, ya había abandonado la escena mentalmente y bien podría estar bajándose del coche y dirigiéndose hacia ese…

Era una hembra. Sí, quien quiera que los espiaba era definitivamente del sexo femenino…

Trez frunció el ceño al ver de quién se trataba.

Mierda.

Aunque, claro, al menos no era un restrictor. Ni un symphath. Ni un camello que necesitara una pequeña charla. Ni ningún chulo de la competencia con alguna opinión que comunicarle. Ni un vampiro imprudente. Ni iAm, su hermano…

No. Solo era una mujer inofensiva y era una lástima que no hubiese manera de regresar a su pequeña fiesta. Ya había perdido las ganas.

La auxiliar de dentista/abogada/veterinaria/peluquera jadeaba como si acabara de tratar de levantar un piano.

—Ha sido… asombroso… Ha sido…

Trez se salió y se metió la polla entre los pantalones. Era muy probable que terminara con las pelotas moradas en una media hora, pero luego se ocuparía de eso.

—Eres increíble. Eres el más increíble…

Trez dejó que las palabras le resbalaran como agua.

—Tú, también, nena.

Entonces besó a la mujer para fingir que le importaba, y en cierto sentido sí le importaba. Estas humanas que solía usar eran importantes en el sentido de que eran seres vivientes, dignos de respeto y amabilidad por el simple hecho de respirar. Durante breves períodos le permitían usar sus cuerpos, y algunas también sus venas, y Trez agradecía esos regalos que siempre le hacían de manera voluntaria y a veces en más de una ocasión.

Y eso último era justamente el problema que lo esperaba cerca de la entrada del personal.

Después de subirse la cremallera de los pantalones, Trez se movió con cuidado para no aplastar a su fugaz compañera ni terminar con el cráneo roto contra el techo del coche.

Sin embargo, aquella nena no parecía querer moverse. Se quedó allí tirada como si fuera un cojín, con las piernas abiertas, el sexo listo y los senos todavía al aire y desafiando la gravedad, como si tuviera dos melones pegados a las costillas.

—Vamos, es hora de vestirse —sugirió Trez, al tiempo que le cerraba el corsé de encaje.

—Ha sido fantástico…

La mujer parecía hecha de gelatina —bueno, excepto por el par de balones duros que le colgaban del pecho—, toda maleable y complaciente, pero absolutamente incapaz de colaborar mientras él la organizaba, la sentaba derecha y le alisaba las extensiones de pelo.

—Ha sido muy divertido, nena —murmuró Trez. Y era sincero, se había divertido.

—¿Puedo verte otra vez?

—Quizás. —Trez le sonrió con la boca cerrada para que no se le vieran los colmillos—. Por aquí estaré.

La mujer ronroneó como un gato al oír eso y luego procedió a darle su número de teléfono, el cual Trez ni siquiera se molestó en memorizar.

La triste realidad de mujeres como aquella era que abundaban por montones: en esa ciudad de varios millones de habitantes debía de haber unas doscientas mil mujeres entre los veinte y los treinta, con traseros firmes y flojas de piernas, ávidas de pasar un buen rato. De hecho, todas ellas no eran más que distintas variaciones de la misma persona, lo cual era la razón de que Trez necesitara cambiarlas continuamente.

Tenían tantas cosas en común que, para mantener el interés, necesitaba carne fresca cada vez con mayor frecuencia.

Un minuto y medio después, Trez ya estaba fuera del coche y ni siquiera se molestó en borrarle los recuerdos. Al ser una Sombra, tenía muchos trucos mentales a los cuales recurrir, pero hacía años que había dejado de preocuparse por eso. No valía la pena el esfuerzo y, a veces, también le gustaba repetir.

Trez le echó un vistazo a su reloj.

Maldición, otra vez se le había hecho tarde, pero era evidente que, antes de cerrar el bar, tendría que lidiar con el problema que lo esperaba en la puerta trasera.

La mujer levantó la barbilla y acomodó las manos sobre las caderas. Esta versión en particular tenía extensiones de pelo rubio y le gustaba usar pantalones cortos en lugar de faldas, así que estaba ridícula con su parka rosa de peluche y sus piernas al aire en medio de la brisa helada.

Parecía un malvavisco rosa montado sobre dos mondadientes.

—¿Muy ocupado? —preguntó ella. Era evidente que la mujer intentaba mostrarse indiferente, pero a juzgar por la forma en que golpeaba el suelo con el tacón era obvio que estaba a cien, y no en el buen sentido.

—Hola, nena. —A todas les decía «nena»—. ¿Qué tal tu noche?

—Mala.

—Siento escuchar eso. Oye, nos vemos después…

La mujer cometió el tremendo error de agarrarlo del brazo y clavarle las uñas a través de la camisa de seda.

Trez giró la cabeza enseguida y sus ojos brillaron. Pero al menos logró contenerse antes de enseñar los colmillos.

—¿Qué demonios crees que haces? —dijo ella y se inclinó sobre él.

—¡Trez! —gritó alguien.

De repente la voz de su jefa de seguridad penetró en su cerebro. Por fortuna, pues las Sombras eran por naturaleza una especie pacífica, siempre y cuando no las agredieran.

Al ver que Xhex se acercaba con paso rápido, como si supiera que no era totalmente improbable que estuviera a punto de ocurrir un homicidio, Trez se soltó. Sentía cinco punzadas de dolor en el brazo por culpa de las uñas de la mujer. Entonces contuvo su rabia, miró directamente a la mujer y dijo.

—Vete a casa.

—Pero tú me debes una explicación…

Él negó con la cabeza.

—No soy tu novio, nena.

—¡Tienes razón, porque él sí sabe cómo tratar a una mujer!

—Entonces vete a reunirte con él —dijo Trez con gesto serio.

—¿A qué te dedicas tú, a follar con una chica distinta cada noche?

—Sí. Y a veces con dos distintas los domingos. —Mierda, debería haberle borrado los recuerdos a esta. ¿Cuándo había estado con ella? ¿Hacía dos noches? ¿Tres? Pero ya era demasiado tarde—. Vete a casa con tu hombre.

—¡Tú me das asco! Maldito hijo de puta…

Xhex se colocó entre él y la mujer y empezó a hablarle en voz baja a la histérica. Trez se sintió más que aliviado por la ayuda… porque justo en ese momento la mujer del Nissan dio marcha atrás y se dirigió hacia ellos.

Al llegar bajó la ventanilla y sonrió como pavoneándose frente a la otra.

—Te veo pronto, querido.

Y esa fue la señal definitiva para que empezara el llanto, porque la nena de la parka rosa, el novio y el trastorno de dependencia estalló en ese momento en lágrimas dignas de un entierro.

Yyyyyyyy, naturalmente, en ese preciso momento apareció iAm.

Cuando percibió la presencia de su hermano, Trez cerró los ojos.

Genial. Sencillamente estupendo.