59

Se te ve muy feliz.

Layla levantó la mirada. Se le hacía muy raro que la reina de la raza estuviera tendida en la cama junto a ella, leyendo US Weekly y People y viendo la televisión. Desde luego, excepto por el inmenso rubí saturnino que brillaba en su dedo, la reina era tan normal como cualquiera.

—Lo estoy. —Layla dejó a un lado el artículo sobre la última temporada de The Bachelor y se puso la mano sobre el vientre—. Me siento dichosa.

En especial porque Payne había pasado a saludarla más temprano y parecía haber vuelto a la normalidad. Aunque el deseo de que su embarazo llegara a término era casi patológico, a Layla no le gustaba pensar que esa bendición había representado un gran costo para la otra hembra.

—¿Tú quieres tener hijos? —preguntó Layla sin pensarlo mucho. Y luego tuvo que añadir—: Si no es impertinente preguntar…

Beth desechó cualquier preocupación en ese sentido.

—Puedes preguntarme lo que quieras. Y, Dios, sí. Tengo muchos deseos de tener hijos. Es curioso, antes de pasar por el cambio no tenía ningún interés en los niños. Me parecían una complicación ruidosa y difícil de manejar; sinceramente, no entendía por qué la gente se molestaba en tener hijos. Pero luego conocí a Wrath. —La reina se echó el pelo hacia atrás y se rio—. No hace falta decir que todo ha cambiado.

—¿Cuántos períodos de fertilidad has tenido?

—Estoy esperando el primero. Rezando. Contando los días.

Layla frunció el ceño y se apresuró a abrir un nuevo paquete de galletas de sal. Era difícil recordar muchos detalles específicos de aquellas horas de locura que había pasado con Qhuinn, pero sí sabía que había sido una prueba de proporciones épicas.

Aunque, teniendo en cuenta el milagro que todavía latía en su vientre, todo había valido la pena.

Sin embargo, no podía decir que tuviera ganas de volver a pasar por su período de fertilidad. Al menos, no sin recibir medicación.

—Bueno, entonces te deseo que tu período de fertilidad llegue pronto. —Layla le dio un mordisco a otra galleta y la masa se partió en trozos pequeños que se deshicieron en su boca—. Y no puedo creer lo que estoy diciendo.

—¿Es tan duro como…? Me refiero a que nunca llegué a hablar mucho con Wellsie sobre eso antes de que muriera y Bella no me ha contado nada acerca del suyo. —Beth bajó la mirada hacia su anillo de reina, como si estuviera admirando la forma en que sus distintas caras captaban y reflejaban la luz—. Y no conozco a Otoño lo suficientemente bien. Es adorable, pero teniendo en cuenta todo lo que Tohr y ella han pasado no me parece muy apropiado preguntarle. De momento, al menos.

—Para serte sincera, todo parece muy borroso.

—Lo cual probablemente sea una bendición, ¿no?

Layla hizo una mueca.

—Me gustaría poder decirte otra cosa, pero… sí, creo que es una bendición.

—Aunque tiene que valer la pena.

—Sin duda alguna. Justamente estaba pensando en eso. —Layla sonrió—. ¿Sabes lo que dicen de las hembras embarazadas?

—¿Qué?

—Que si pasas mucho tiempo con alguna, eso estimula la llegada de tu período de fertilidad.

—¿De verassss? —La reina sonrió—. Entonces quizás tú seas la respuesta a mis súplicas.

—Bueno, no estoy segura de que sea cierto. En el Otro Lado somos fértiles todo el tiempo. Las hembras están sujetas a las fluctuaciones hormonales solo en la Tierra, pero he leído algo de eso en un libro que saqué de la biblioteca.

—Entonces te propongo que hagamos nuestro propio experimento, ¿vale? —Beth le ofreció una mano a Layla para cerrar el trato—. Además, me gusta estar aquí. Tú me inspiras mucho.

Layla levantó las cejas al oír esas palabras.

—¿Inspirar? Ay, no. No lo creo.

—Piensa en todas las cosas por las que has pasado.

—El embarazo se resolvió por su cuenta, aunque…

—No solo eso. Tú eres la superviviente de un culto. —Al ver que Layla la miraba con desconcierto, la reina preguntó—: ¿Nunca habías oído hablar de eso?

—Conozco la definición de la palabra. Pero no estoy segura de que se aplique a mí.

La reina desvió la mirada, como si no quisiera mortificar a Layla.

—Oye, quizás esté equivocada y tú lo sabrás mejor que yo. Además, ahora eres feliz y eso es lo que importa.

Layla se concentró en la televisión que titilaba frente a la cama. Por lo que entendía, un culto no era una cosa del todo positiva y «superviviente» era una palabra que solía asociarse con gente que había sufrido alguna clase de trauma.

El Santuario era tan plácido y tranquilo como un día de primavera en la Tierra, todas las hembras que moraban en aquel espacio sagrado vivían en paz, satisfechas con los importantes deberes que cumplían para la madre de la raza.

Sin presiones. Sin conflictos.

Por alguna razón, la voz de Payne resonó de repente en su cabeza:

«Tú y yo somos hermanas en la tiranía de mi madre; víctimas de su gran plan. Las dos fuimos sus prisioneras, aunque de distinta forma, tú como Elegida y yo como su hija. No hay nada que no esté dispuesta a hacer para ayudarte».

—Perdóname —dijo la reina, al tiempo que acariciaba el brazo de Layla—. No pretendía molestarte. Sinceramente no sé qué diablos estoy diciendo.

Layla sacudió la cabeza y volvió a concentrarse en su conversación con la reina.

—Por favor, no te preocupes —dijo y apretó la mano de la reina—. No estoy molesta. Pero ahora hablemos de cosas más felices, como tu hellren, por ejemplo. Él también estará impaciente, deseando que llegue tu período de fertilidad.

Beth se rio con amargura.

—Pues no exactamente.

—Pero querrá tener un heredero.

—Creo que me dará uno, pero solo porque yo tengo muchos deseos de tener un hijo.

—Ah.

—Sí, así es. —Beth apretó a su vez la mano de Layla—. Wrath se preocupa demasiado. A pesar de que soy una hembra fuerte y saludable y estoy dispuesta a intentarlo. Le da miedo perderme, supongo. Pero lo que él piense no me importa mucho, me conformaría con que mi cuerpo esté de mi parte… Mi rey tendrá que aceptarlo. Ojalá mi cuerpo siguiera el ejemplo del tuyo…

Layla sonrió y se acarició el vientre.

—¿Has oído eso, pequeño? Tienes que ayudar a tu reina. Es importante que la familia real tenga un heredero.

—Pero no es por el trono —interpuso Beth—. Al menos por mi parte. Yo solo quiero ser madre, quiero tener un hijo de mi marido. En el fondo es tan simple como eso.

Layla se quedó callada. Se alegraba mucho de tener a Qhuinn como compañero en esa aventura, pero habría sido maravilloso tener un compañero de verdad, que se acostara junto a ella y la mimara durante el día, que la amara, la abrazara y le dijera que ella era preciosa no solo por lo que su cuerpo podía hacer, sino por lo que ella inspiraba en su corazón.

En ese momento una imagen de la cara distorsionada de Xcor cruzó por su mente.

Pero Layla negó enseguida con la cabeza y pensó que no, no debía pensar en eso. Necesitaba estar tranquila y relajada por el bien del bebé, pues si se angustiaba, seguramente le transmitiría esa sensación al ser que alimentaba dentro de su útero. Además, ya había recibido una bendición muy grande y si ese embarazo llegaba a feliz término y sobrevivía al parto…

Sería como ser premiada con un verdadero milagro.

—Estoy segura de que las cosas funcionarán con el rey —anunció después de un momento—. El destino tiene una forma especial de concedernos lo que necesitamos.

—Amén, hermana. Amén.

‡ ‡ ‡

Sola entró con su Audi directamente por la entrada de la casa de cristal sobre el río y se detuvo justo frente a la puerta trasera. Luego se bajó.

Plantó sus botas en la nieve, metió una mano en su parka para empuñar con firmeza el arma que llevaba en el bolsillo y cerró la puerta con la cadera. Luego caminó hacia la puerta y miró hacia arriba.

Seguro que había un montón de cámaras de seguridad.

No se molestó en llamar al timbre ni en golpear la puerta. Él ya debía de saber que ella estaba ahí. ¿Y si no estaba en casa? Pues bien, entonces tendría que pensar en un buen recuerdo que dejarle.

¿Tal vez una alarma encendida? ¿Una ventana abierta?

Tal vez podría llevarse algo del interior…

La puerta se abrió y ahí estaba él, en vivo y en directo, exactamente como estaba la noche anterior aunque, como sucedía siempre cuando lo veía de nuevo, más alto, más peligroso y más sexy de lo que Sola recordaba.

—¿No te parece que esto es un poco obvio para ti? —dijo él arrastrando las palabras.

Estaba vestido con un traje negro de diseñador: probablemente se trataba de un traje hecho a la medida, considerando que se le ajustaba como un guante al cuerpo.

—Estoy aquí para dejar algo muy claro —dijo ella.

—Y pareces decidida a imponer tus reglas —añadió él, como si le pareciera una idea muy simpática—. ¿Algo más? ¿Has traído algo de cenar? Tengo hambre.

—¿Vas a dejarme pasar o quieres hacer esto en medio del frío?

—Por casualidad, ¿tienes un arma en la mano?

—Desde luego que sí.

—En ese caso pasa, por favor.

Al entrar a la casa, Sola entornó los ojos, pues no entendía por qué el hecho de que ella pudiera matarlo ahí mismo constituía un estímulo para que él la dejara entrar a su casa…

Sola se quedó paralizada al encontrarse en medio de una cocina moderna, frente a dos hombres que permanecían de pie, hombro con hombro, y que eran un reflejo idéntico el uno del otro. También eran tan grandes como el hombre que la había atraído hasta allí e igual de peligrosos… y cada uno llevaba un arma en la mano.

Tenían que ser los mismos que estaban con él bajo aquel puente.

Cuando la puerta se cerró tras ella, sus glándulas suprarrenales emitieron un pitido de alerta inmediato, pero Sola hizo un esfuerzo por ocultar su reacción. No quería que supiera que tenía tanto miedo.

El hombre al que había ido a visitar sonrió al pasar junto a ella.

—Estos son mis socios.

—Quiero hablar contigo a solas.

El hombre se recostó contra una encimera de granito, se metió un cigarro entre los dientes y lo encendió con un mechero dorado. Le dio una calada, exhaló una voluta de humo azul y la miró.

—Caballeros, ¿tendríais la bondad de disculparnos un momento?

A los simpáticos gemelos no pareció hacerles mucha gracia que se les invitara a marcharse, pero, claro, se dijo Sola, con esa cara de pocos amigos y esa pinta tan siniestra no creía que se hubieran alegrado de nada en toda su vida.

Sin embargo, los hombres salieron enseguida, moviéndose de una forma tan sincronizada que era inquietante verlos.

—¿Dónde encontraste a esos dos? —preguntó ella con sarcasmo—. ¿Por internet?

—Es asombroso lo que puedes comprar en eBay.

Fue directa al grano.

—Quiero que dejes de seguirme.

El hombre le dio otra calada al cigarro y la punta se encendió con una luz color naranja.

—¿De veras?

—No tienes motivos para hacerlo. Ya no voy a volver a venir aquí… nunca más.

—¿De veras?

—Tienes mi palabra.

No había nada que Sola detestara más que tener que admitir que la habían derrotado y el hecho de renunciar a la misión de vigilar a ese hombre y sus propiedades era como darse por vencida. Pero aquel encuentro de la noche anterior, mientras estaba en una cita con un inocente, por Dios santo, le había revelado que las cosas se estaban saliendo de control. Ella era muy capaz de jugar al gato y al ratón, eso era lo que hacía todo el tiempo en su profesión. Pero con ese hombre no tenía nada que ganar: no había una paga esperándola a cambio de la información que reuniera y ella tampoco tenía intenciones de robarlo.

Además, cada vez había más cosas en juego.

En especial si volvían a besarse alguna vez. Porque ella no creía que fuera capaz de detenerse y la definición de estúpida era acostarse con alguien como él.

—¿Tu palabra? —dijo él—. Y ¿exactamente cuánto vale tu palabra?

—Es lo único que tengo para ofrecerte.

Los ojos del hombre, aquellos rayos láser, se clavaron en la boca de Sola.

—Yo no estoy tan seguro de eso.

El acento del hombre y esa voz profunda y deliciosa convertían las sílabas en caricias y Sola casi podía sentirlas sobre su piel.

Y esa era precisamente la razón por la que estaba renunciando a seguir con esa estúpida misión.

—No tienes motivos para seguirme. A partir de ahora mismo.

—Quizás me gusta la vista —dijo el hombre y, mientras sus ojos recorrían el cuerpo de Sola, ella sintió una energía que la recorría de arriba abajo y que no era exactamente producto de los nervios—. Sí, me parece que es así. Dime algo, ¿lo pasaste bien anoche? ¿Te gustó la cena? ¿Y la… compañía?

—Quiero ponerle fin a esto esta misma noche. Nunca volverás a verme.

Como si eso fuera todo lo que tenía que decir, Sola dio media vuelta.

—¿Realmente crees que las cosas entre tú y yo terminan aquí?

Esa voz misteriosa y profunda parecía contener una amenaza implícita.

Sola miró por encima del hombro.

—Me pediste que no invadiera tu propiedad ni te espiara… Y ya no voy a hacerlo.

—Y yo vuelvo a decírtelo: ¿realmente crees que esto termina así?

—Te estoy dando lo que quieres.

—De eso nada —gruñó el hombre.

Por un momento se encendió de nuevo aquella conexión que se había forjado entre los dos cuando sus labios se sellaron en aquel beso en el coche y sus cuerpos se tensaron como cuerdas.

—Ya es muy tarde para retirarse —dijo el hombre y le dio otra calada al cigarro—. La oportunidad de alejarte… ya pasó.

Sola se volvió para mirarlo a los ojos.

—Pero no es muy tarde para ponerle punto final a esto. No te tengo miedo, ni a ti ni a nadie, aunque estés pensando en agredirme. Debes saber que sé defenderme, y te haré mucho daño…

Un sonido vibró abruptamente en el aire entre ellos.

¿Un gruñido? ¿Acaso el hombre estaba gruñ…?

Él dio un paso al frente. Luego otro. Y tal como habría hecho un caballero, apartó su cigarro hacia un lado, como si no quisiera quemarla ni echarle humo en la cara.

—Dime tu nombre —dijo. No, se lo ordenó.

—Me cuesta trabajo creer que no lo sepas ya.

—No lo sé —respondió el hombre y arqueó una ceja, como si la tarea de buscar información fuera muy poca cosa para él—. Dime tu nombre y te dejaré salir de aquí ahora mismo.

Dios… esos ojos… eran como la luz de la luna y las sombras combinados, de un color imposible entre plata, violeta y azul pálido.

—En la medida en que nuestros caminos no volverán a cruzarse, eso es irrelevante…

—Solo para que lo sepas… terminarás entregándote a mí…

—¿Perdón?

—Pero antes tendrás que rogarme.

Sola se abalanzó sobre él, mientras su temperamento superaba sus mejores intenciones de mantener la calma y ser razonable.

—Por encima de mi cadáver.

—Lo siento, eso no me gusta. —El hombre bajó la cabeza y la miró a través de las pestañas—. Te prefiero ardiente… y húmeda.

—Eso no sucederá. —Sola volvió a girar sobre los talones y se dirigió de nuevo a la puerta—. Y ya hemos terminado.

Sin embargo, cuando salió al pequeño vestíbulo que había antes de la puerta, sus ojos vieron algo sobre el banco que había contra la pared del fondo.

Entonces volvió bruscamente la cabeza y sintió que las piernas le temblaban. Era un cuchillo, un cuchillo muy largo, tan largo que parecía casi una espada.

Y había manchas de sangre en la hoja.

—¿Estás reconsiderando tus intenciones de marcharte? —dijo aquella voz misteriosa desde atrás.

—No. —Sola se apresuró a llegar a la puerta y la abrió—. Ya me voy.

Después de cerrar la puerta de un golpe sintió deseos de correr hasta su coche, pero se negó a rendirse ante el pánico, aunque esperaba que el hombre saliera a perseguirla.

Sin embargo, él se quedó donde estaba, de pie junto a la ventana de la puerta por la que ella había salido, mirándola mientras se montaba en el coche, encendía el motor y arrancaba el Audi.

Cuando metió la marcha atrás para salir del sendero, el corazón le latía de forma acelerada…

En especial cuando se le ocurrió una idea realmente aterradora.

Entonces metió la mano en su bolso, tanteó en busca del móvil y, cuando lo encontró, abrió de inmediato la lista de contactos, seleccionó uno y oprimió la tecla send. Muerta de pánico, se llevó el móvil a la oreja, aunque tenía puesto el altavoz y las leyes del estado de Nueva York prohibían usar el móvil sin tener las manos libres.

Ring.

Ring.

Ring…

—¡Hola! Estaba esperando que me llamaras.

Sola se recostó aliviada contra el respaldo y dejó caer la cabeza hacia atrás.

—Hola, Mark.

Dios, oír la voz del hombre fue todo un alivio.

—¿Estás bien? —le preguntó el entrenador.

Sola pensó en aquel cuchillo ensangrentado.

—Sí, estoy bien. ¿Vas camino del trabajo?

Se enfrascaron en una conversación bastante placentera. Sola se alejó, pisando el acelerador hasta el fondo, mientras el paisaje pasaba rápidamente por la ventanilla: nieve blanca. Una carretera llena de lodo y sal. Árboles esqueléticos. Una cabaña a la antigua con una luz en el interior. A la izquierda, las riberas sin vegetación del río.

Pero cada vez que parpadeaba veía aquella figura en la ventana de la puerta. Observando. Planeando. Buscando…

Buscándola a ella.

Y, maldición, tenía que admitir que su cuerpo se moría de deseos de que él la atrapara.