58
A la noche siguiente, cuando las persianas se levantaron y empezó a sonar una alarma que no reconoció, Blay abrió los ojos.
No estaba en su habitación. Pero sabía exactamente dónde estaba.
Junto a él, contra su espalda, Qhuinn se estiró, rozando con ese gesto su piel desnuda, y ¡vaya! Eso hizo que su erección matutina empezara a palpitar.
Qhuinn estiró el brazo por encima de la cabeza de Blay hasta alcanzar el reloj y apagar la alarma.
Y luego, para que no quedara ninguna duda de que estaba más que dispuesto a echar un pequeño polvo antes de proceder a ducharse, vestirse y todo lo demás, Blay arqueó el cuerpo, empujando el trasero contra la pelvis de Qhuinn. El gruñido que resonó en su oído lo hizo sonreír levemente, pero las cosas se pusieron serias cuando la mano con la que Qhuinn sostenía la daga bajó serpenteando por su cuerpo, hasta encontrar el miembro de Blay.
—Ay, mierda —jadeó Blay, mientras levantaba la pierna para que no estorbara.
—Necesito estar dentro de ti.
Curioso, Blay estaba pensando exactamente lo mismo.
Blay se acostó sobre el estómago, aplastando la mano de Qhuinn contra su erección.
No pasó mucho tiempo antes de que las cosas adquirieran un ritmo rápido y furioso y, mientras sus testículos se apretaban con una nueva eyaculación, Blay se maravilló al ver que sus ansias por estar con Qhuinn solo parecían aumentar, aunque uno podría pensar que, después de la cantidad de veces que habían follado durante el día, ese ardor ya debía haberse reducido a un ligero hervor.
Pero no era así.
Blay apretó los dientes mientras se entregaba al placer y eyaculaba al mismo tiempo que las caderas de Qhuinn empujaban con fuerza y su amigo gruñía.
Sin embargo, no hubo una segunda ronda. Aunque no porque Blay no lo deseara o Qhuinn no estuviera en condiciones; el problema era el reloj.
Cuando Blay volvió a abrir los ojos, el reloj digital le informó que el despertador de Qhuinn solo daba un margen de quince minutos para prepararse: apenas el tiempo para tomar una ducha rápida y coger las armas. Nada más. Lo cual hizo desear a Blay que su amigo fuera más bien un macho dado a usar cremas, colonia y trajes perfectamente combinados.
Con otro de sus típicos gruñidos eróticos, Qhuinn se movió hasta que los dos quedaron acostados de lado, pero todavía unidos a la altura de la cadera. Y mientras su amigo respiraba profundamente, Blay se dio cuenta de que podría haberse quedado en esa posición toda la vida, solo ellos dos, en un cuarto en silencio y en penumbra. En medio de aquel momento de paz y tranquilidad desaparecía la resaca del pasado. Tampoco quedarían cosas por decir, ni habría terceros, reales o inventados, entre ellos.
—Al final de la noche —dijo Qhuinn con voz solemne—, ¿vendrás a verme de nuevo?
—Sí, lo haré.
No había otra respuesta posible. De hecho, Blay se preguntó cómo iba a hacer para sobrevivir las siguientes doce horas de oscuridad, comidas y trabajo hasta que pudiera volver a escurrirse en aquella habitación.
Qhuinn murmuró algo como: «Gracias a Dios», y luego gimió, mientras se separaba con renuencia. Blay se quedó un momento más en la misma posición, pero al final no le quedó otra opción que levantarse, salir por la puerta y regresar a su cuarto.
No se encontró a nadie por el camino. Gracias a Dios.
Logró regresar a su propia habitación sin que nadie fuese testigo de su vergüenza y sip, quince minutos después, ya estaba duchado, vestido con ropa de cuero de la cabeza a los pies y totalmente armado. Pero luego, al salir de su cuarto…
Qhuinn salió del suyo exactamente al mismo tiempo.
Y los dos quedaron paralizados.
Normalmente el hecho de caminar juntos por el corredor sería un poco incómodo y por ello quizás intercambiaran un par de frases sin importancia.
Pero ahora…
Qhuinn bajó los ojos y dijo:
—Tú primero.
—Bien —dijo Blay y dio media vuelta—. Gracias.
Con el arnés del pecho y la chaqueta colgando del hombro, Blay se marchó enseguida y cuando llegó a la escalera, ya parecía que hubiesen pasado años desde el momento en que estaban juntos en la cama. ¿De verdad había tenido lugar todo el día anterior?
Por Dios, ya estaba empezando a volverse loco.
Blay ocupó un asiento vacío al azar en el comedor y colgó sus cosas del respaldo, como hacían los demás, aunque Fritz detestaba que hubiera armas cerca de la comida. Luego le dio las gracias al doggen que le sirvió un plato lleno de apetitosos alimentos, y empezó a comer. No podría haber dicho qué fue lo que le sirvieron, ni quién estaba hablando en la mesa. Pero sí registró con exactitud el momento en que Qhuinn atravesó el umbral, porque su corazón empezó a zumbar y fue imposible no volver la cabeza para mirar por encima del hombro.
La visión de ese cuerpo enorme, vestido de negro y con las armas pegadas al pecho, le produjo un impacto físico inmediato, como si hubiesen conectado una batería a su sistema nervioso.
Qhuinn no lo miró, y Blay pensó que eso era lo mejor que podía hacer. Los demás los conocían demasiado bien, en especial John, y las cosas ya eran bastante complicadas como para tener que soportar los comentarios del respetable público. Aunque nadie diría nunca nada frente a ellos, en la intimidad de los cuartos los rumores corrían con total libertad.
¡Qué envidia!
Después de entrar al comedor, Qhuinn cambió de dirección de repente y dio tooooda la vuelta hasta el otro lado de la mesa, hasta el único asiento disponible, además del que estaba vacío junto a Blay, del que decidió pasar.
Por alguna razón, Blay pensó en la conversación que había tenido con su madre por teléfono, aquella en que finalmente había admitido ante un miembro de su familia quién era en realidad.
Y entonces experimentó una sensación de inquietud que le erizó los pelos de la nuca. Qhuinn nunca haría nada parecido, y no porque sus padres estuviesen muertos, o porque, cuando estaban vivos, lo odiaran.
«Me veo manteniendo una relación a largo plazo con una hembra. No lo puedo explicar. Pero así es como va a ser».
Blay apartó su plato.
—¿Blay? ¿Hola?
Blay miró a Rhage.
—¿Perdón?
—Te estaba preguntando si te apetece jugar a Nanuk, el esquimal.
Ah, claro. El plan era regresar a esa zona del bosque en que habían encontrado las cabañas y al restrictor con aquel poder especial para esfumarse, así como el avión que, por el momento, estaba llenándose de nieve en el jardín.
John, Rhage y él habían sido asignados a esa tarea. También Qhuinn.
—Yo… sí, claro.
El miembro más apuesto de la Hermandad frunció el ceño y sus ojos azules como el mar se entrecerraron.
—¿Estás bien?
—Sip. Perfecto.
—¿Cuándo fue la última vez que te alimentaste de la vena?
Blay abrió la boca y la cerró, mientras trataba de hacer los cálculos.
—Ajá, eso pensé. —Rhage se inclinó hacia delante para que su voz se proyectara más allá del pecho de Z—. Oye, Phury. ¿Crees que alguna de tus Elegidas podría venir aquí al amanecer para reemplazar a Layla? Estamos un poco cortos de alimento.
Genial. Justo lo que quería hacer al final de la noche.
‡ ‡ ‡
Cerca de una hora después, Qhuinn tomó forma en medio del frío. Los copos de nieve revoloteaban alrededor de su cara, metiéndosele por los ojos y la nariz. Uno a uno, John, Rhage y Blay fueron apareciendo junto a él.
Al observar el hangar de aquel avión, la construcción ahora vacía le trajo recuerdos del maldito Cessna y ese vuelo de locos que habían hecho hasta aterrizar en el jardín.
Lindos recuerdos.
—¿Listos? —le dijo a Rhage.
—Esto es lo que vamos a hacer.
El plan era ir avanzando a intervalos de cuatrocientos metros, hasta que encontraran las primeras cabañas que ya habían visto. Después, con la ayuda del mapa que habían encontrado previamente, localizarían las otras construcciones que había en la propiedad. Un típico protocolo de exploración y reconocimiento.
Qhuinn no tenía ni idea de lo que podrían encontrar, pero ese era el objetivo del ejercicio. Solo lo descubres cuando haces el trabajo.
Así que se puso en movimiento, intensamente consciente de la presencia de Blay junto a él. Sin embargo, cuando tomó forma frente a la primera cabaña a la que llegaron no se volvió a mirar para ver cómo aparecía su compañero. No sería buena idea mirarlo. Aunque estaban en una misión, lo único que necesitaba era cerrar los ojos y su mente se llenaba de imágenes de cuerpos desnudos entrelazados en la penumbra de su habitación.
Mirarlo de nuevo para confirmar que su amigo era tan ardiente como el infierno no lo ayudaría en nada.
A Qhuinn le avergonzaba admitirlo, pero, por ahora, lo único que lo mantenía centrado era saber que Blay había prometido ir a su cuarto al amanecer. La tensión durante la Primera Comida lo había hecho anhelar todavía más aquella comunión entre ellos, y lo aterrorizaba pensar que algún día, en un futuro muy cercano, Saxton regresaría y Blay dejaría de visitarlo… ¿Qué demonios haría entonces?
Estaba metido en un buen lío.
Al menos Layla estaba bien: todavía con muchas náuseas y sin dejar de sonreír.
Todavía embarazada, gracias a la intervención de Blay…
—Al este por el nordeste —dijo Rhage mientras consultaba el mapa.
—Entendido —contestó Qhuinn.
Y así siguieron, adentrándose cada vez más en aquel territorio, completamente rodeados de un bosque que se extendía por varios kilómetros a la redonda.
Las cabañas eran básicamente iguales, construcciones de unos veinte por veinte, con un solo espacio interior, sin baño ni cocina, solo un techo y las cuatro paredes para resguardarse de las inclemencias del clima. Cuanto más se adentraban en el bosque, más deterioradas eran las estructuras que encontraban y todas estaban vacías. Lógico. Llegar hasta ahí implicaba un largo viaje a pie y los restrictores, a pesar de lo fuertes que eran, no se podían desmaterializar.
Al menos la mayoría de ellos no podían hacerlo.
El del otro día debía de ser el segundo al mando, pensó Qhuinn. Era la única explicación para que un restrictor se hubiese esfumado como por arte de magia, a pesar del estado en que se encontraba.
La séptima cabaña que encontraron estaba junto a un camino que debía de haber tenido bastante uso en alguna época, pues todavía se podía ver el sendero entre los arbustos.
Le faltaban varios cristales en las ventanas y la puerta estaba abierta de par en par, como si una ráfaga de nieve hubiese irrumpido allí como un ladrón. Qhuinn plantó decididamente sus botas sobre el hielo, aplastándolo al andar mientras se acercaba. Con una linterna en la mano izquierda y una calibre cuarenta y cinco en la derecha, se situó bajo el dintel de la puerta y miró el interior.
La misma mierda que las demás.
Estaba vacía. No había absolutamente nada. Ningún mueble. Solo unas estanterías desocupadas. Y telarañas que se mecían con la brisa que entraba por los cristales rotos.
—Todo despejado —gritó.
De pronto pensó que aquella operación era un coñazo. Él quería estar en el centro, combatiendo contra sus enemigos, y no ahí, en mitad de la nada, explorando y vigilando para no encontrar nada.
Rhage se metió la linterna entre los dientes y volvió a desplegar el mapa. Después de hacer una marca con un lapicero, le dio un golpecito al papel.
—La última está a unos cuatrocientos metros de aquí, hacia el oeste.
Gracias a Dios.
Suponiendo que todo resultara tan aburrido como hasta ahora, en unos quince o, quizás, veinte minutos, ya habrían terminado esa misión tan aburrida y volverían a enfrentarse al enemigo en los callejones de la ciudad.
Era pan comido.