57
Assail tomó forma junto a un arroyo cantarín que no se congelaba gracias a que el agua vivía en constante movimiento.
Había estado solo una vez en la casa que se alzaba frente a él, una mansión victoriana de ladrillo, con esa típica ornamentación recargada en cada pórtico y cada ventana. Tan pintoresca. Tan acogedora. En especial por aquellas ventanas largas de cuatro paneles y vidrios de colores y las columnas de humo que salían no solo de una, sino de tres de sus cuatro chimeneas, lo que parecía indicar que su dueño ya había regresado a casa.
Así que era el momento oportuno: el amanecer no tardaría en llegar. Esto explicaba que todo el mundo estuviera recogiéndose en su casa para protegerse del sol y que todos aseguraran su entorno y se prepararan para las horas en que tendrían que estar bajo techo.
Assail atravesó el jardín a zancadas, dejando las marcas de sus botas en la nieve prístina. Nada de mocasines para ese trabajo. Tampoco llevaba su típico traje de hombre de negocios.
Ni su Range Rover, para evitar que su ladrona lo siguiera.
Cuando estuvo frente a la casa, se acercó a las inmensas ventanas de aquel mismo salón donde, no hacía tanto tiempo, el dueño había recibido a ciertos miembros del Consejo… junto con la Pandilla de Bastardos.
Assail se encontraba entre los machos asistentes a aquella reunión. Al menos hasta que se dio cuenta de que tenía que salir de ahí si no quería que lo arrastraran exactamente a la clase de drama que tanto detestaba.
Pegó la cara al cristal de la ventana y miró el interior.
Elan, hijo de Larex, estaba sentado frente a su escritorio, con un teléfono fijo contra la oreja, una copa de brandy en la mano y un cigarrillo que humeaba sobre el cenicero de cristal tallado que reposaba sobre el escritorio. Se recostó contra el respaldo del cómodo sillón de cuero y cruzó las piernas a la altura de las rodillas. Parecía hallarse en un estado de relajación y satisfacción similar al éxtasis poscoital.
Assail cerró el puño y el cuero negro de su guante dejó escapar un leve crujido.
Luego se desmaterializó hasta aquel salón, tomando forma directamente detrás de la silla que ocupaba su víctima.
Assail no podía creer que Elan no hubiese fortificado su casa con más seguridades, por ejemplo, una fina malla de acero en las ventanas. Aunque, claro, el aristócrata sufría a todas luces de una total falta de criterio, que le impedía evaluar adecuadamente los riesgos, sumada a una arrogancia que le hacía creer que estaba más seguro de lo que en realidad estaba.
—… y luego Wrath nos contó una historia sobre su padre. Debo confesar que, en persona, el rey es bastante… aterrador. Aunque no lo suficiente como para hacerme cambiar de opinión, claro.
No, pero Assail estaba a punto de encargarse de eso.
Elan se inclinó hacia delante para alcanzar su cigarrillo. El imbécil usaba una de esas anticuadas boquillas que solían tener las hembras y, cuando se lo llevó a los labios para darle una calada, la punta del cigarrillo sobresalía de la silla.
Assail desenfundó un reluciente cuchillo de acero tan largo como su antebrazo.
Siempre había sido su arma preferida para esa clase de trabajos.
Tenía el pulso tan firme como la mano y respiraba tranquilamente mientras se acercaba a la silla. Luego, de forma deliberada, dio un paso al lado de manera que su reflejo apareciera en la ventana que daba contra el escritorio.
—No sé si estaba toda la Hermandad. ¿Cuántos quedan? ¿Siete u ocho? Eso es parte del problema. Ya no conocemos a la Hermandad. —Elan le dio un golpecito a su cigarrillo y la ceniza cayó en el fondo del cenicero—. Ahora bien, mientras estuve en la reunión, le recomendé a un colega que contactara contigo… ¿Perdón? Claro que le di tu número, y no me gusta el tono de tus… Sí, él estaba en la reunión de mi casa y te va a… No, no volveré a hacerlo. Está bien. Pero ¿vas a dejar de interrumpirme? Eso creo, sí.
Elan le dio otra calada al cigarrillo y dejó escapar rápidamente el humo, pues era evidente que estaba molesto, por lo que se había acelerado el ritmo de su respiración.
—¿Podemos seguir? Gracias. Como te estaba diciendo, mi colega te va a llamar para hablarte de un asunto, es un tema legal, así que, aunque me explicó de qué se trataba no entendí nada, por eso te lo he pasado. Es mejor que esos asuntos los trate contigo.
Después hubo una pausa más bien larga. Y cuando Elan volvió a hablar, su tono parecía más sereno, como si del otro lado de la línea le hubiesen llegado palabras tranquilizadoras.
—Ah, y una última cosa. Ya me he encargado de nuestro pequeño problema con ese cierto caballero que solo piensa en sus «negocios»…
Assail apretó el puño.
Cuando el cuero del guante volvió a emitir un ligero sonido de protesta, Elan se enderezó, bajó al suelo la pierna que tenía cruzada y estiró la columna hacia arriba de tal forma que su cabeza se asomó por encima del respaldo de la silla. Luego miró hacia la izquierda. Y hacia la derecha.
—Me temo que debo partir…
En ese momento los ojos de Elan se fijaron en la ventana que tenía enfrente y vieron el reflejo de su asesino en el cristal.
‡ ‡ ‡
Mientras se paseaba por su habitación independiente, equipada con un sistema de calefacción adecuado, Xcor tuvo que admitir que las nuevas instalaciones que había elegido Throe eran mucho mejores que aquella mazmorra ubicada en aquel mugriento sótano. Quizás debería darle las gracias a la Sombra que se había inmiscuido en su espacio, si es que sus caminos alguna vez volvían a cruzarse.
Pero, claro, la sensación de calor que tenía en el cuerpo obedecía también a su estado de ánimo y no solo era producto de un buen sistema de calefacción. El aristócrata con el que estaba hablando por su móvil sí que estaba poniendo a prueba su resistencia.
Xcor no quería contactar con nadie más del Consejo. Manejar a un solo miembro de la glymera ya era más que suficiente.
Aunque por lo general adoptaba una actitud pacífica con Elan, su paciencia empezaba a llegar al límite.
—No le des mi número a nadie más.
Luego Elan y él intercambiaron unas cuantas respuestas airadas, pues el aristócrata también parecía ofendido.
Pero eso, desde luego, no era bueno. Uno siempre quiere tener a mano una herramienta que pueda usar con facilidad. No una que tenga el mango lleno de púas.
—Me disculpo —murmuró Xcor después de un rato—. Es que prefiero tratar únicamente con quienes toman las decisiones. Por eso contacté contigo, y solo contigo. No tengo ningún interés en los demás. Solo en ti.
Como si Elan fuera una hembra y la suya fuera una relación de carácter romántico.
Xcor entornó los ojos al oír que el aristócrata se sentía realmente halagado y retomaba su discurso:
—… ah, y una última cosa. Ya me encargué de nuestro pequeño problema con ese cierto caballero que solo piensa en sus «negocios»…
Esas palabras llamaron de inmediato la atención de Xcor. ¿Qué demonios había hecho ahora ese payaso?
En realidad podía ser algo monstruosamente inconveniente. Uno podía decir lo que quisiera acerca de la negativa de Assail a ver las ventajas de destronar a Wrath, pero ese «caballero» en particular no era rival para el frágil y sedoso Elan. Y a pesar de lo mucho que Xcor detestaba tener que tratar con el hijo de Larex, ya había invertido mucho tiempo y recursos en esa relación y sería una pena perder ahora a ese bribón para tener que establecer otro vínculo con el Consejo.
—¿Qué has dicho? —preguntó Xcor.
El tono de Elan cambió y de repente su voz adquirió un matiz cauteloso.
—Me temo que debo partir…
El grito que resonó a través del teléfono fue tan fuerte y agudo que Xcor se quitó el móvil de la oreja y lo alejó de él.
Al oír aquello, sus soldados, que estaban descansando en el salón en distintas posiciones, volvieron la cabeza en dirección a Xcor para escuchar en directo, junto con él, el asesinato de Elan.
Los aullidos siguieron durante un rato, pero nunca se oyó que Elan suplicara clemencia; quizás porque su asesino trabajaba con rapidez, o porque estaba muy claro, incluso para un hombre agonizante, que no podría obtener ni una pizca de clemencia por parte de su atacante.
—¡Qué caos! —comentó Zypher cuando se oyó otro crescendo que brotaba del teléfono—. Muy caótico.
—Pero todavía tiene voz —señaló otro.
—No por mucho tiempo —anotó un tercero.
Y tenían razón. Unos segundos después, algo golpeó el suelo y ese fue el final de los ruidos.
—Assail —gritó Xcor—. Coge el maldito teléfono. Assail.
Entonces se oyó un ruido, como si alguien recogiera del suelo el auricular por el cual estaba hablando Elan. Y luego se oyó una respiración agitada que llegaba desde el otro lado de la línea.
Lo cual sugería que Elan bien podía estar totalmente descuartizado a estas alturas.
—Sé que eres tú, Assail —dijo Xcor—. Y me imagino que Elan se excedió y la indiscreción llegó hasta tus oídos. Sin embargo, me has privado de mi socio y eso no puede quedar impune.
Fue una sorpresa oír entonces la voz fuerte y profunda de Assail cuando respondió:
—En el Viejo Continente existían reglas muy claras acerca de las afrentas contra la reputación. Estoy seguro de que no solo las recuerdas, sino que, ahora en el Nuevo Mundo, no pretenderás negarme el derecho que me asiste a tener una retribución.
Xcor enseñó los colmillos, pero no porque le molestaran las palabras del vampiro con el que estaba hablando. No. Maldito Elan. Si ese imbécil se hubiese atenido solo a su papel de informante todavía estaría vivo… y Xcor podría tener al final la satisfacción de matarlo con sus propias manos.
Assail siguió diciendo:
—Elan afirmó frente a representantes del rey que yo era responsable del disparo de rifle que vosotros descargasteis contra el rey en mi propiedad, sin que yo lo supiera ni hubiese concedido mi permiso… Y —agregó y siguió hablando antes de que Xcor pudiera intervenir—: tú eres muy consciente de lo poco que yo tuve que ver con ese ataque, ¿no es así?
En época del Sanguinario esa conversación jamás habría tenido lugar. Assail simplemente habría sido perseguido por su ánimo obstruccionista y lo habrían eliminado tanto por disciplina como por deporte.
Pero Xcor había aprendido la lección.
Sí, ahora sabía que había un lugar y un momento oportunos para cada cosa.
—Me reafirmo en lo que te dije una vez, Xcor, hijo del Sanguinario. —Al oír esa referencia, Xcor frunció el ceño y luego se alegró de estar hablando por teléfono con Assail y no en persona—. No tengo ningún interés en tus propósitos ni en los del rey. Yo solo soy un hombre de negocios. Renuncié a mi posición en el Consejo y tampoco estoy alineado contigo. Y Elan trató de convertirme en un traidor; algo que, como tú bien sabes, le pone precio a la cabeza de cualquiera. He segado la vida de Elan porque él trató de segar la mía. Es totalmente justo.
Xcor maldijo entre dientes. El macho tenía razón. Y aunque la rígida neutralidad de Assail parecía al principio más bien poco creíble, ahora Xcor estaba empezando a… bueno «confiar» no era una palabra que él usara con nadie distinto de sus soldados.
—Dime algo —dijo Xcor arrastrando las palabras.
—¿Sí?
—¿La cabeza de cerdo de Elan todavía está unida a ese cuerpo ridículo y pequeño?
Assail se rio entre dientes.
—No.
—¿Sabes que esa es una de mis formas favoritas de matar?
—¿Debo tomar eso como una advertencia, Xcor?
Xcor volvió a mirar a Throe y pensó de nuevo en los códigos de comportamiento que debían existir incluso entre machos en guerra.
—No —afirmó—. Solo es algo que tenemos en común. Que pases una buena noche, Assail.
—Tú también. Y para usar las palabras de nuestro mutuo conocido, me temo que debo partir… Antes tener que matar también al doggen que está llamando a la puerta en este mismo instante.
Xcor echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, al tiempo que daba por terminada la llamada.
—¿Sabéis? —les dijo entonces a sus soldados—. La verdad es que Assail me gusta.