55
Qhuinn salió del cuarto de Layla poco después y sus botas lo llevaron apresuradamente por el corredor hasta las escaleras. Cuando pasó frente al estudio de Wrath, oyó que alguien lo llamaba, pero no prestó atención y siguió adelante.
Al final del corredor de las estatuas, más allá de la suite que ocupaban Z y Bella, la habitación de Payne y Manny tenía la puerta cerrada, pero se oía el murmullo de la televisión.
Qhuinn esperó un segundo hasta recuperar la compostura y luego llamó.
—Adelante.
Qhuinn abrió la puerta. El resplandor azul de la televisión bañaba todo el cuarto. Payne estaba tumbada en la cama, tan pálida que su piel reflejaba las cambiantes imágenes que la televisión proyectaba sobre ella.
—Hola —dijo Payne con hablar pastoso.
—Madre mía…
Payne sonrió. O, al menos, la mitad de su boca pareció sonreír.
—Perdona que no me levante a saludarte.
Qhuinn cerró la puerta con delicadeza.
—¿Qué te ha pasado?
Aunque creía saberlo.
—¿Ella está bien? —preguntó Payne—. ¿Tu hembra todavía está embarazada?
—Eso parece.
—Bien. Me alegro.
—¿Te estás muriendo? —preguntó espontáneamente Qhuinn, aunque después sintió deseos de darse un rodillazo en los huevos.
Ella se rio con voz ronca.
—No lo creo. Sin embargo, estoy muy débil.
Qhuinn sintió que sus pies lo transportaban sobre la alfombra.
—Entonces… ¿qué sucedió?
Payne trató de enderezarse un poco sobre los almohadones, pero desistió.
—Creo que estoy perdiendo mi don —explicó y dejó escapar un gruñido mientras movía las piernas por debajo del cobertor—. Cuando llegué aquí, era capaz de imponer las manos y producir una mejoría sin que eso me afectara lo más mínimo. Sin embargo, cada vez que lo hago ahora es un sufrimiento. El esfuerzo me deja agotada. Y lo que intenté con tu hembra y tu prole fue…
—Casi te matas —añadió Qhuinn.
Payne se encogió de hombros.
—Cuando desperté en el suelo junto a la cama de Layla, me arrastré hasta aquí. Esta mañana tenía algo más de energía y pedí a Manny que me ayudara a levantarme, pero he tenido que volver a acostarme porque no puedo mantenerme en pie.
—¿Hay algo que yo pueda hacer?
—Creo que voy a tener que ir al santuario de mi madre —dijo Payne con gesto de desdén—. Necesito «recargar las pilas», por llamarlo de alguna manera, y eso solo lo puedo hacer en el santuario. El problema es que no tengo fuerzas para hacer el viaje, por decirlo de algún modo. Ni ganas. La verdad es que no me apetece nada ir, preferiría quedarme aquí. Pero parece que la decisión se está tomando sola.
Sí, Qhuinn sabía cómo era eso.
—Yo… no puedo —dijo Qhuinn y se pasó una mano por el pelo—. No sé cómo agradecerte…
—Cuando ella dé a luz, entonces podrás agradecérmelo. Todavía queda mucho camino por recorrer.
Ya no, pensó Qhuinn. Su visión, la que tuvo frente a las puertas del Ocaso, había vuelto a tomar fuerza para hacerse realidad.
Y esta vez sería así.
Qhuinn sacó una de las dagas que llevaba en el pecho y se pasó la hoja afilada por la palma de la mano. Cuando la sangre empezó a brotar, se ofreció a la hembra con gesto solemne.
—Por medio de este acto simbólico juro por mi… —Qhuinn se frenó en seco. No tenía ninguna familia en nombre de la cual hablar, no después de haber sido repudiado—. De aquí en adelante, y hasta el último latido de mi corazón y el último aliento de mis pulmones, juro por mi honor servirte, a ti y a los tuyos. Y cualquier cosa que me pidas será efectuada sin hacer preguntas ni vacilar en lo más mínimo.
En cierto sentido parecía ridículo ofrecerse de esa manera ante la hija de una puñetera divinidad. ¿Acaso creía que Payne necesitaba ayuda de alguna clase?
Payne estrechó enseguida su mano con la que ella manejaba la daga y apretó con toda la fuerza que pudo.
—Prefiero contar con la promesa de tu honor y no con la de ninguna estirpe sobre la tierra.
Cuando sus ojos se cruzaron, Qhuinn tuvo la sensación de que no se trataba de una promesa entre un macho y una hembra, sino de un trato entre guerreros, a pesar de la diferencia de sexo.
—Nunca podré agradecértelo lo suficiente —dijo Qhuinn.
—El mayor agradecimiento será que ella lo logre. Es decir, que los dos lo logréis.
—Tengo el presentimiento de que así será. Gracias a ti.
Parecía extraño ese impulso a inclinarse ante la hembra, pero hay cosas que se hacen sin pensar. Luego Qhuinn dio media vuelta, pues no quería fatigarla.
Pero justo cuando su mano se cerró sobre el picaporte, Payne murmuró:
—Si quieres darle las gracias a alguien, dáselas a Blaylock.
Qhuinn se quedó helado. Y volvió la cabeza para mirarla.
—¿Qué… has dicho?
‡ ‡ ‡
Assail se quedó quieto, mientras el Audi arrancaba y salía del estacionamiento a toda velocidad, como si su ladrona hubiese dejado una bomba en el restaurante y acabara de activar el detonador.
Su cuerpo le gritaba que saliera a perseguirla, detuviera ese coche y la arrastrara hasta el asiento trasero.
Pero su mente sabía que no debía hacerlo.
La energía que corría por su cuerpo le indicó a Assail que el grado de descontrol que ella le producía era peligroso. Él era un macho que se ufanaba de su autocontrol. Pero con esa hembra, y en especial si estaba excitada…
Se sentía consumido por el deseo de poseerla.
Así que necesitaba volver a tomar el control sobre sus sentimientos.
De hecho, la verdad era que no debería estar perdiendo el tiempo persiguiendo a una humana, escondido en un rincón de una cafetería barata, observándola mientras estaba con un hombre.
Por cierto, también se sentía consumido por el deseo de matar a ese maldito compañero de hamburguesa.
Pero ¿qué demonios le pasaba?
Cuando la verdad se aclaró en su mente, Assail la rechazó con firmeza.
En un intento por cambiar la dirección de su energía, sacó el móvil para ver quién lo había llamado y romper así el encanto que necesitaba quebrar con tanta urgencia.
Rehvenge.
Por muchas razones, Assail no tenía ningún deseo de hablar con Rehvenge. Lo último que le interesaba era oír un refrito de todos los motivos que tenía para participar en aquella trampa social y política que era el Consejo.
Pero eso sería mejor que salir tras su ladrona…
Entonces se dio cuenta de que ni siquiera conocía el nombre de la mujer.
Y lo mejor sería que nunca lo averiguara, se dijo mentalmente.
Se llevó el iPhohe a la oreja y metió la otra mano en el bolsillo del abrigo para que no se le enfriara.
—Rehvenge —dijo cuando el otro macho respondió—. Estoy hablando contigo con más frecuencia de la que hablo con mi mahmen.
—Pensé que tu madre había muerto.
—Así es.
—Bueno, parece que tienes muy desarrolladas tus capacidades de comunicación.
—Qué puedo hacer por ti. —No era una pregunta. No había razón para insistir en recibir una respuesta.
—De hecho, soy yo quien está en posición de hacer algo por ti.
—Con todo respeto, prefiero encargarme de mis asuntos yo mismo.
—Esa es una política muy buena. Y a pesar de que sé cuánto te gustan tus «asuntos», esa no es la razón de mi llamada. Pensé que te gustaría saber que el Consejo se reunió ayer con Wrath.
—Creí que había renunciado a mi posición en el Consejo durante nuestra última conversación. Así que no entiendo qué tiene que ver eso conmigo.
—Tu nombre surgió al final de la reunión. Después de que todo el mundo se había marchado.
Assail arqueó una ceja.
—¿A propósito de qué?
—Un pajarillo dijo que tú le habías tendido una trampa a Wrath, junto con la Pandilla de Bastardos, en tu casa, el otoño pasado.
Assail apretó el teléfono en el puño. Y durante la breve pausa que siguió, eligió sus palabras con extremo cuidado.
—Wrath sabe que eso no es cierto. Yo fui quien le proporcionó el vehículo en el que huyó. Como te dije antes, no estoy, y nunca he estado, conectado con ningún movimiento insurgente. De hecho, me salí del Consejo precisamente porque no deseo involucrarme en ningún drama.
—Relájate. Él te hizo un favor.
—¿En qué sentido?
—Ese individuo lo dijo frente a mí.
—Voy a preguntártelo de nuevo, ¿qué tiene eso que ver con…?
—Yo sabía que estaba mintiendo.
Assail se quedó callado. El hecho de que Rehvenge supiera que eso no era cierto era, desde luego, algo positivo. Pero ¿cómo lo sabía?
—Antes de que preguntes —murmuró el macho con tono enigmático—, te aclaro que no voy a entrar en detalles acerca de por qué estoy tan seguro. Sin embargo, sí te puedo decir que estoy autorizado a recompensar tu lealtad con un regalo del rey.
—¿Un regalo?
—Wrath es un macho que le hace honor a su nombre. Por ejemplo, él entiende cómo se sentiría un individuo que hubiese sido acusado de forma injusta de traición. Wrath sabe que alguien que acusa engañosamente a otro con información que no es de dominio público es probable que esté tratando de eludir la responsabilidad de sus propios actos, en particular si la persona en cuestión tiene un… bueno, cómo decirlo, un afecto… que indica no solo que miente, sino que está urdiendo cierto plan. Como si se intentara desquitarse por algo que consideró como un indicio de deslealtad o falta de juicio.
—¿Quién fue? —preguntó Assail en voz baja, aunque ya lo sabía.
—Wrath no te está pidiendo que hagas ningún trabajo sucio. De hecho, si decides no hacer nada, el individuo estará muerto en veinticuatro horas. Pero el rey siente, al igual que yo, que tus intereses no solo están de acuerdo con los nuestros en este caso, sino que están por encima de ellos.
Assail cerró los ojos y la sed de venganza hirvió en su sangre de la misma manera que lo había hecho el instinto sexual. Sin embargo, el resultado final sería, ay, completamente distinto.
—Di su nombre.
—Elan, hijo de Larex.
Assail abrió los ojos y enseñó los colmillos.
—Dile a tu rey que me encargaré de esto con la mayor celeridad.
Rehvenge soltó una carcajada siniestra.
—Lo haré. Lo prometo.