54

Considerando todas las circunstancias, la cita no había salido tan mal.

Cuando Sola se levantó de la silla y empezó a ponerse el abrigo, Mark se le acercó por detrás y la ayudó.

La forma en que las manos del hombre se movían sobre los hombros de la mujer sugería que el tío estaba más que abierto a que ese fuera el final de la cena, pero el comienzo del resto de la noche. Sin embargo, no pareció muy insistente. Solo dio un paso atrás y sonrió, indicando la salida con gesto galante.

Sola pensó que era casi un crimen que Mark no le hiciera hervir la sangre y en cambio aquel hombre agresivo y dominante de la noche anterior sí.

Necesitaba tener una charla muy seria con su libido. Y quizás darle unos azotes…

O tal vez sería mejor que se los diera aquel otro tío, sugirió una parte de ella.

—No —murmuró Sola.

—Perdón, ¿decías algo?

Sola sacudió la cabeza.

—No, solo estaba hablando conmigo misma.

Después de abrirse camino entre la multitud, llegaron a la puerta del restaurante y, rayos, salir al frío de la noche fue una experiencia realmente tonificante.

—Entonces… —dijo Mark, mientras se metía las manos en los bolsillos de los vaqueros y su torso perfecto se contraía. Mark estaba muy bien, aunque no tanto como…

Basta.

—Gracias por la cena, no tenías por qué pagar tú.

—Bueno, esto era una cita. Tú lo dijiste —añadió y volvió a sonreír— y soy un hombre muy tradicional.

Hazlo, se dijo Sola mentalmente. Pregúntale si puedes ir a su casa.

La verdad es que en casa de Sola sería imposible tener algún tipo de diversión. Jamás. No con su abuela en el piso de arriba, pues la sordera de la anciana parecía ser bastante selectiva.

Hazlo de una vez.

Por eso lo llamaste…

—Tengo una reunión muy temprano —dijo ella atropelladamente—. Así que debo marcharme. Pero mil gracias… Me gustaría repetirlo algún día.

Había que reconocer que Mark tenía estilo. Escondió la decepción con otra de esas sonrisas de ganador.

—Me parece bien. Yo lo he pasado estupendamente.

—Tengo el coche aparcado allí… —dijo Sola y señaló con el pulgar por encima del hombro—. Así que…

—Te acompaño al coche.

—Gracias.

Los dos guardaron silencio. Solo se oía el ruido que hacían sus botas al aplastar la sal que los empleados municipales habían esparcido sobre la nieve.

—Hace una noche preciosa.

—Sí —respondió ella—. Así es.

Por alguna razón, sus sentidos empezaron a registrar una señal de alarma y Sola escudriñó la oscuridad que rodeaba el aparcamiento.

Quizás era Benloise que la estaba siguiendo, pensó. Sin duda, a esas alturas él ya sabía que alguien se había colado en su casa y en su caja de seguridad y era probable que también hubiera notado el cambio en la posición de la escultura. No obstante, Sola no estaba segura de que Benloise quisiera desquitarse. A pesar del negocio en el que se movía, Benloise se ceñía a un código de conducta muy estricto y seguramente era consciente de que lo que había hecho al suspender ese trabajo y retenerle la paga no había estado bien.

Sola estaba segura de que Benloise entendería el mensaje.

Además, ella podría haberse llevado todo lo que tenía en la caja.

Cuando llegaron a su Audi, Sola desactivó la alarma. Luego dio media vuelta y miró hacia arriba.

—Entonces ¿te llamo?

—Sí, por favor —dijo Mark.

Hubo una larga pausa y luego ella levantó una mano y la deslizó por la nuca del hombre, al tiempo que acercaba la boca a la de él. Mark aceptó de inmediato la invitación, pero no con una actitud dominante: cuando ella ladeó la cabeza, él hizo lo mismo y sus labios se encontraron, rozándose levemente primero y luego con un poco más de intensidad. Mark no la apretó contra él, ni la arrinconó contra el coche… ella no se sintió presionada en ningún momento.

Aunque tampoco sintió una gran pasión.

Entonces suspendió el contacto.

—Nos vemos.

Mark exhaló con fuerza, como si hubiera empezado a excitarse.

—Ah, sí, claro. Eso espero. Y no solo en el gimnasio.

Mark levantó la mano, sonrió por última vez y se dirigió a su camioneta.

Sola se sentó tras el volante, cerró la puerta maldiciendo entre dientes y dejó caer la cabeza hacia atrás. A través del espejo retrovisor pudo ver cómo Mark encendía las luces de su coche, daba una vuelta de noventa grados y salía del estacionamiento.

Cerró los ojos, pero no vio la resplandeciente sonrisa de Mark, ni fue capaz de recrear la sensación de sus labios contra los de ella, ni tuvo nostalgia del roce de las manos de Mark en su cuerpo.

No. Se vio otra vez en la ventana de aquella cabaña, observando, siendo testigo de cómo un par de ojos ardientes y vagamente perversos se levantaban para mirarla por encima de los senos desnudos de otra mujer.

—Ay, por Dios santo…

Trató de alejar ese recuerdo de su memoria. Porque si seguía pensando en ese hombre, jamás podría saciar su deseo de comer, digamos, por ejemplo, chocolate, con una soda dietética. Ni siquiera con una caja de bombones.

A este paso iba a tener que derretir una caja entera de trufas para inyectarse el líquido directamente en la vena como si fuera suero.

Giró la llave para arrancar y oprimió el botón de las luces. Entonces…

Se echó hacia atrás en el asiento y dejó escapar un grito.

‡ ‡ ‡

Qhuinn regresó a la mansión con los demás, pero rompió filas tan pronto como atravesó el vestíbulo. Con paso rápido subió las escaleras y se dirigió directamente al cuarto de Layla: según los mensajes que había recibido, ella había decidido abandonar la clínica y Qhuinn estaba ansioso por saber cómo estaba.

Al dar un golpecito en la puerta, empezó a rezar. Otra vez.

Nada como un embarazo para hacer que un agnóstico se vuelva religioso.

—Pasa.

Qhuinn se preparó para lo que fuera y entró.

—¿Cómo te sientes?

Layla levantó la vista desde la US Weekly que estaba leyendo tendida en la cama.

—¿Qué tal?

Qhuinn se sorprendió al percibir esa aparente despreocupación.

—¿Qué tal?

Al echar una mirada alrededor del cuarto, vio varios ejemplares de Vogue, People y Vanity Fair sobre la cama y, al frente, en la tele estaban con un anuncio de desodorante, que fue seguido de inmediato por otro de pasta de dientes. Había unas cuantas botellas de ginger ale sobre una de las mesillas. En la otra, un vaso de litro de Häagen-Dazs vacío y un par de cucharas sobre una bandeja de plata.

—Tengo muchas náuseas —dijo Layla con una sonrisa, como si fuera una buena noticia.

Qhuinn supuso que así era.

—¿Y has tenido…? Ya sabes…

—No, nada. No he sangrado ni siquiera un poco. Tampoco estoy vomitando. Solo tengo que asegurarme de comer algo todo el tiempo. Si como demasiado, siento náuseas, y lo mismo me pasa si dejo pasar mucho tiempo sin comer.

Qhuinn se recostó contra el marco de la puerta y sintió que las piernas le temblaban a causa de la sensación de alivio.

—Eso es… fabuloso.

—¿Quieres sentarte? —le preguntó Layla, como si estuviera tan pálido como se sentía.

—No, estoy bien. Yo solo… estaba preocupado por ti.

—Pues bien, como puedes ver —dijo Layla y señaló su cuerpo—, estoy haciendo lo que toca… y le doy gracias a la Virgen Escribana por eso.

Cuando Layla le sonrió, Qhuinn pensó que realmente le gustaba esa hembra… pero sin ninguna connotación sexual. Era solo que… Layla parecía tranquila, relajada y feliz, con el pelo suelto sobre los hombros, un color perfecto en el rostro y las manos y los ojos en reposo. De hecho, parecía… saludable, como si su antigua palidez fuera más notoria ahora que había desaparecido.

—Y veo que has tenido algunas visitas —comentó Qhuinn y señaló con la cabeza las revistas y el vaso vacío de helado.

—Ah, ha pasado todo el mundo. Beth fue la que más tiempo se quedó. Se acostó aquí junto a mí, pero no hablamos sobre nada en particular. Solo leímos y miramos las fotos de las revistas y luego vimos una maratón de Deadliest Catch. Me encanta ese programa. Se trata de un montón de humanos que salen en sus botes al mar. Es genial. Me hace alegrarme de estar caliente y en tierra firme.

Qhuinn se restregó la cara y deseó poder recuperar pronto el equilibrio. Evidentemente sus glándulas suprarrenales todavía estaban tratando de ponerse al día, y la idea de que ya no había ningún drama, ninguna emergencia, nada que exigiera una reacción inmediata, le resultaba difícil de digerir.

—Me alegra que la gente esté pasando a saludarte —murmuró Qhuinn, que se sentía en la obligación de decir algo.

—Ah, sí, así es… —dijo Layla, pero en ese momento desvió la mirada y sus rasgos parecieron contraerse con una extraña expresión—. Ha venido mucha gente.

Qhuinn frunció el ceño.

—Espero que no hayas tenido ninguna visita inoportuna.

Qhuinn no podía creer que hubiese alguien en la casa que no estuviera contento con la mejoría de Layla, pero de todas formas debía preguntar.

—No… nada raro.

—¿Qué sucede? —Layla jugueteaba nerviosamente con la portada de la revista que tenía sobre las piernas, de manera que la cara de la Barbie que aparecía en primera plana se contraía y se relajaba como si fuera un acordeón—. Layla. Dime qué sucede.

Para que él pudiera ir a poner ciertos límites, si era necesario.

Layla se quitó el pelo de la cara.

—Vas a pensar que estoy loca… o, no sé.

Qhuinn decidió sentarse junto a ella.

—Muy bien. Mira. No sé cómo decir bien esto, así que solo voy a decirlo como lo siento. Tú y yo vamos a tener que enfrentarnos a muchas cosas… ya sabes, cosas personales relacionadas con… —Ay, Dios, realmente esperaba que el embarazo llegara a término—. Así que lo mejor será que empecemos a ser sinceros el uno con el otro. Dime lo que sea. Te prometo no juzgarte. Después de todas las estupideces que he hecho en la vida no tengo derecho a juzgar a nadie.

Layla respiró profundamente.

—Está bien… Bueno, resulta que Payne vino a verme anoche.

Qhuinn volvió a fruncir el ceño.

—¿Y?

—Bueno, ella dijo que quizás podría hacer algo por este embarazo. No estaba segura de si funcionaría o no, pero no creía que su intervención pudiera hacerme daño.

Qhuinn sintió que el pecho se le apretaba y una punzada de temor puso a latir su corazón más rápido de lo normal. V y Payne compartían rasgos que no eran de este mundo. Y eso estaba bien. Pero no cerca de su hijo, por Dios santo, esa mano de V era un verdadero peligro…

—Payne me puso la mano en el vientre, justo donde está el feto…

Qhuinn sintió una especie de mareo. La cabeza le daba vueltas.

—Ay, Dios…

—No, no —dijo Layla y se apresuró a cogerle la mano—. No fue nada malo. De hecho, fue algo… bueno. Yo me sentí… bañada por aquella luz que fluía a través de mí, llenándome de energía. Curándome. La luz se centró en mi abdomen, pero la sensación iba mucho más allá. Sin embargo, después me sentí muy preocupada por ella. Payne se desplomó en el suelo junto a la cama… —dijo Layla e hizo un gesto hacia abajo con la mano—. Después perdí el sentido. No sé cuánto estuve así, creo que bastante. Cuando por fin desperté, me sentí… diferente. Al principio supuse que esa sensación se debía a que el aborto había llegado a su fin. Así que salí corriendo a buscar a Blay y él me llevó a la clínica… Lo demás ya lo sabes, tú llegaste enseguida y la doctora Jane nos dijo que… —Layla se llevó la mano a la parte baja del abdomen y la dejó ahí—. Ahí fue cuando nos dijo que nuestro hijo todavía estaba aquí…

La voz de Layla se quebró en ese punto y tuvo que parpadear rápidamente.

—Así que, como ves, creo que Payne salvó nuestro embarazo.

Después de un largo momento de asombro, Qhuinn susurró:

—Mierda.

‡ ‡ ‡

En el aparcamiento del restaurante, Assail se plantó justo frente al chorro de luz que emitían los faros delanteros del Audi de su ladrona, cerniéndose sobre el capó como una aparición.

Y tal como había hecho la noche anterior, clavó sus ojos en los de ella, moviéndose más por instinto que porque los viera con claridad.

En medio del aire frío, Assail se sentía arder debido a su temperamento y algo más. Cuando aquel bulto de excrementos ambulante escoltó a su ladrona hasta el coche y tuvo la pésima idea de besarla, él se vio de nuevo ante una disyuntiva: podía seguir al hombre en mitad de la noche y llevar a cabo la idea de cortarle la garganta, o podía esperar a que el humano se fuera y…

Algo dentro de él lo ayudó a tomar una decisión: simplemente se sentía incapaz de abandonar a su ladrona.

Cuando ella bajó la ventanilla del coche, el olor de su excitación sexual excitó a su vez a Assail.

Y también le hizo sonreír. Era la primera vez en toda la noche que sentía aquel olor y eso lo ayudó a controlar su temperamento más que cualquier otra cosa.

Bueno, excepto, tal vez, desollar vivo a aquel hombre.

—¿Qué quieres? —le gruñó ella.

¡Vaya preguntita!

Assail caminó hasta quedar al lado de la ventanilla.

—¿Lo has pasado bien?

—¿Perdón?

—Creo que has oído perfectamente la pregunta.

La mujer abrió la puerta del coche y se bajó como una tromba.

—Cómo te atreves a pedirme cualquier clase de explicación sobre algo…

Assail estabilizó el peso de su cuerpo sobre las caderas y se inclinó sobre ella.

—Me permito recordarte que fuiste tú la primera en invadir mi privacidad…

—Yo no salté frente a tu coche y…

—¿Te gustó lo que viste anoche? —La pregunta dejó paralizada a la mujer y, al ver que el silencio persistía, Assail sonrió—. Así que admites que me estabas observando.

—Tú sabes bien que te estaba observando —le espetó ella.

—Entonces responde a mi pregunta. ¿Te gustó lo que viste? —dijo Assail con un tono de voz que lo excitó todavía más.

Ah, sí, pensó Assail, mientras inhalaba profundamente. Claro que le había gustado.

—No importa —dijo él con voz sensual—. No necesitas decirlo con palabras. Ya conozco tu respuesta…

La mujer le dio una bofetada tan rápida y fuerte que Assail sintió cómo la cabeza se le iba hacia atrás.

Su primer instinto fue enseñar los colmillos y morderla, para castigarla por provocarlo todavía más, porque no había mejor aliciente para el placer que un poco de dolor. O mucho…

Assail enderezó la cabeza y bajó los párpados.

—Eso me ha gustado. ¿Quieres volver a hacerlo?

En ese momento, Assail sintió cómo brotaba de ella otra oleada de deseo sexual y entonces soltó una carcajada profunda y pensó que sí, en efecto, esa reacción acababa de garantizar que aquel humano siguiera viviendo. O que, al menos, muriera a manos de otro.

Porque ella lo deseaba a él. Y a ninguno más.

Assail se acercó todavía más, hasta que sus labios quedaron contra la oreja de ella.

—¿Qué hiciste al llegar a casa? ¿O tal vez no pudiste esperar tanto tiempo?

La mujer dio un paso atrás y dijo:

—¿De verdad quieres saber qué hice al llegar a casa? Pues bien, cambié la arena del gato, me preparé un par de huevos revueltos y una tostada a la canela y luego me fui a dormir.

Assail dio otro paso hacia delante.

—¿Y qué hiciste al meterte entre las sábanas?

Al sentir que esa fragancia femenina se intensificaba, Assail volvió a acercar la boca a la oreja de ella… Cerca, muy cerca.

—Creo que sé lo que hiciste. Pero quiero que me lo digas.

—Vete a la mierda…

—¿Acaso has pensado en lo que viste? —Una ráfaga de viento revolvió el pelo de la mujer, que se le metió en los ojos. Assail le quitó el pelo de la cara y agregó—: ¿Acaso te imaginaste que era a ti a la que estaba follando?

La respiración de la mujer se volvió más pesada y, querida Virgen del Ocaso, eso avivó en él el deseo de poseerla.

—¿Cuánto tiempo te quedaste? —le preguntó entre jadeos—. ¿Hasta que la mujer terminó… o hasta que yo lo hice?

La mujer le dio un empujón.

—Vete a la mierda.

Con un movimiento rápido, volvió a montarse en el coche y cerró la puerta.

Pero él se movió con igual rapidez.

Y metiendo la cabeza a través de la ventanilla abierta, le agarró la cabeza y la besó con pasión, dejando que su boca se apoderara de la de ella, impulsado por el deseo de borrar cualquier rastro de aquel humano y por los latidos de su polla.

Y ella también lo besó.

Con la misma intensidad.

Como sus hombros eran demasiado anchos para entrar por la ventanilla, Assail sintió deseos de romper el acero de la puerta con sus propias manos. Sin embargo, debía quedarse donde estaba y eso lo puso todavía más agresivo: sentía el rugido de la sangre en sus venas, la tensión de su cuerpo y la forma en que su lengua entraba dentro de la boca de ella, al tiempo que su mano se deslizaba por la nuca y se hundía entre el pelo.

La boca de la mujer era dulce, húmeda y tan ardiente…

… que llegó un momento en que él tuvo que separarse para respirar porque estaba a punto de desmayarse.

Cuando se separaron, Assail la miró a los ojos. Los dos estaban jadeando y, como la fragancia que producía la excitación de la mujer se volvía cada vez más intensa, él sintió deseos de estar dentro de ella.

De marcarla…

El timbre de su móvil fue exactamente lo peor que pudo pasar y en el peor momento. Aquel sonido que comenzó a salir de su abrigo pareció sacar a la mujer del trance en que estaba y devolverla a la realidad. Así que de inmediato desvió la mirada y sus ojos brillaron mientras se aferraba al volante, como si estuviera tratando de afirmarse en su posición.

Ni siquiera lo miró cuando subió la ventanilla, encendió el motor y arrancó.

Dejando a Assail jadeante en medio del frío.