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Aunque Qhuinn no era propiamente dicho un estratega ni un agudo analista político, estaba bastante claro para él que el grupo allí reunido había acudido a aquella casa con ciertas expectativas y había obtenido algo distinto por completo.

Wrath no solo no endulzó sus palabras, sino que tampoco quiso perder tiempo, así que después de aquel sopapo, dio por terminada su intervención cinco o diez minutos más tarde.

De hecho, eso era bueno. Porque cuanto más pronto terminara, más pronto podrían llevarlo a casa.

—Para concluir —dijo el rey con su voz de bajo— agradezco la oportunidad de dirigirme a tan selecto auditorio.

Pronunció la palabra «selecto» con cierto retintín.

—Tengo otros compromisos ahora. —«En especial mantenerme con vida», pensó—. Así que me temo que me marcharé enseguida. Sin embargo, si alguno de vosotros tiene algún comentario, por favor dirigíos a Tohrment, hijo de Hharm.

Una fracción de segundo después, el rey salía de la casa con V y Zsadist.

Tras su partida, todos los gilipollas del comedor se quedaron en sus sillas, con una expresión de desconcierto y confusión en sus atractivos rostros. Era evidente que esperaban más… pero también menos. Como unos niños que han presionado demasiado a sus padres y al final reciben una buena azotaina.

Desde la perspectiva de Qhuinn, era bastante divertido, en realidad.

El grupo finalmente empezó a dispersarse, después de que la anfitriona se levantara y les expresara con voz chillona lo honrada que se sentía por tenerlos a todos en su casa y bla, bla, bla.

Pero a Qhuinn solo le importaba una cosa:

El mensaje de texto que le llegó al móvil poco después de que el rey se marchara: Wrath estaba en casa, sano y salvo.

Qhuinn lanzó un suspiro de alivio. Volvió a guardarse el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta y contempló la idea de empezar un buen tiroteo a ras de suelo para poner a bailar un poco a esos estirados, pero probablemente se metería en problemas si lo hacía.

Lástima.

Poco después la gente empezó a marcharse, ante la evidente contrariedad de la anfitriona, que parecía haberse emperifollado tanto con la idea de disfrutar de una larga velada social y al final tendría que contentarse solo con dos segundos de celebridad y una fuente de pollo frito a manera de cena.

Lo siento, mi lady.

Tohrment acompañó el éxodo de la glymera con cortesía pero con cierta distancia, mientras permanecía frente a la chimenea, asintiendo con la cabeza y cruzando unas cuantas palabras por aquí y por allá. Wrath había tomado una sabia decisión al encargar a Tohr ese trabajo. El hermano tenía toda la apariencia de un asesino letal, con todas esas armas encima, pero en el fondo se inclinaba más hacia la paz que hacia la guerra y eso también era evidente esta noche.

Fue especialmente cariñoso con Marissa cuando esta se marchó y su rostro se iluminó con una expresión genuina de afecto cuando la abrazó y observó cómo el policía escoltaba a su compañera hasta la puerta. Pero ese atisbo de autenticidad fue rápidamente reemplazado otra vez por su máscara profesional.

Después de un rato, la anfitriona ayudó a su anciano hellren a levantarse y dijo algo sobre llevarlo arriba.

Y luego solo quedó uno.

Elan, hijo de Larex, se quedó merodeando junto a las ventanas.

Qhuinn lo había estado vigilando todo el tiempo y se había fijado en cuántos de los miembros del Consejo se le habían acercado para estrecharle la mano y susurrarle algo al oído.

Exactamente todos y cada uno.

Así que no le sorprendió ver que, en lugar de marcharse como un buen chico, Elan se acercaba a la chimenea como si quisiera una audiencia.

Genial.

A medida que se acercaba a Tohr, Elan se veía obligado a levantar cada vez más la cabeza para mantener el contacto visual con el hermano.

—Ha sido un gran honor tener una audiencia con vuestro rey —dijo el vampiro con voz solemne—. He estado atento a cada una de sus palabras.

Tohr murmuró algo ininteligible como respuesta.

—La verdad es que hay algo que me preocupa mucho —agregó el aristócrata— y tenía la esperanza de hablar con el rey en persona acerca de ello, pero…

Sí, espera sentado para eso, amigo.

Tohr se adelantó a llenar el silencio.

—Cualquier cosa que me digas llegará a oídos del rey, sin ningún filtro ni interpretación. Y los guerreros que permanecen en este salón han jurado guardar secreto. Así que morirían antes de repetir una sola palabra.

Elan miró a Rehv como si esperara oír un compromiso similar por parte del leahdyre del Consejo.

—Lo mismo te digo —murmuró Rehvenge, mientras se inclinaba sobre su bastón.

De repente el pecho de Elan se infló, como si esa clase de atención personalizada fuera más de lo que esperaba encontrar en la reunión.

—Bueno, esto ha representado un terrible agobio para mi corazón…

Ciertamente no para tus pectorales, pensó Qhuinn, pues el tío tenía el cuerpo de un chiquillo de diez años.

—Y te refieres a… —dijo Tohr.

Elan se llevó las manos a la espalda y empezó a pasearse, como si se estuviera tomando un tiempo para pensar bien sus palabras. No obstante, Qhuinn tenía el presentimiento de que el discurso que estaban a punto de oír estaba más que preparado de antemano.

—Esperaba que vuestro rey se refiriera a un cierto rumor que llegó por casualidad a mis oídos.

—Y que consiste en… —volvió a decir Tohr con tono neutro.

Elan se detuvo. Dio media vuelta y habló con claridad.

—Que al rey le pegaron un tiro el otoño pasado.

Ninguno de los presentes manifestó reacción alguna. Ni Tohr ni Rehv. Ni ninguno de los hermanos que todavía estaban en el salón. Y tampoco Qhuinn ni sus amigos.

—¿Y cuál es la fuente de esa información? —preguntó Tohr.

—Bueno, con toda sinceridad, pensé que vendría esta noche.

—Ya. —Tohr miró hacia las sillas vacías y encogió los hombros—. ¿Te importaría decirme exactamente qué fue lo que oíste?

—El macho hizo referencia a una visita del rey. Similar a la que Wrath me hizo cuando fue a verme a mi casa en verano. —Eso lo dijo con tanta solemnidad que parecía como si dicha visita hubiese sido el acontecimiento más importante del año para Wrath—. Dijo que la Pandilla de Bastardos le disparó al rey mientras este se encontraba en su propiedad.

De nuevo, ninguna reacción.

—Pero, obviamente, vuestro rey sobrevivió. —La pausa sugería que Elan esperaba conocer más detalles—. Y tiene muy buen aspecto, a decir verdad.

Hubo un largo silencio, como si las dos partes de la conversación estuvieran esperando a que la otra empezara a hablar.

Tohr arqueó las cejas.

—Con el debido respeto, no nos has dicho nada especial, los rumores son algo que están a la orden del día, han existido desde el comienzo de los tiempos.

—Pero lo extraño es esto. El macho en cuestión también me habló del asunto antes de que ocurriera. Sin embargo, no le creí. ¿Quién se atrevería a organizar un intento de asesinato? Parecía… simplemente el producto de los alardes de un macho descontento con la manera de hacer política del rey. Pero después, una semana después, dijo que la Pandilla de Bastardos había llevado a cabo su plan y que Wrath había quedado herido. En ese momento no supe qué hacer. No tenía manera de contactar con el rey en persona, ni de verificar si ese individuo decía la verdad. Luego lo dejé pasar… hasta que fue convocada esta reunión. Me pregunté si sería para… bueno. Evidentemente no ha sido así, pero ahora me pregunto por qué no habrá acudido él a la reunión.

Tohr clavó la mirada en aquel macho que no le llegaba ni al pecho.

—Sería de gran ayuda si nos dieras un nombre propio.

Ahora Elan frunció el ceño.

—¿Quieres decir que no sabes quién está en el Consejo?

Rehv entornó los ojos.

—Tenemos mejores cosas que hacer que preocuparnos por los miembros del Consejo —Tohr se encogió de hombros.

—En el Viejo Continente la Hermandad sabía quiénes éramos los miembros del Consejo.

—Pero hay un océano de distancia entre nosotros y la madre patria.

—Lo cual es una lástima.

—En tu opinión.

Qhuinn dio un paso al frente, con la intención de intervenir si el hermano decidía estrangular a ese hijo de puta. Alguien tendría que sujetarle la cabeza antes de que cayera sobre las alfombras de sus anfitriones. Y también el cuerpo.

Parecía lo más apropiado.

—Entonces ¿de quién estás hablando? —insistió Tohr.

Elan miró a los amenazantes machos que lo observaban fijamente y sin moverse:

—Assail. Su nombre es Assail.

‡ ‡ ‡

En el centro de Caldwell, donde los callejones oscuros formaban un nido de ratas y los humanos sobrios escaseaban, Xcor blandía su guadaña en el aire, describiendo un gran círculo aproximadamente a metro y medio de un suelo pegajoso y manchado de negro.

El restrictor recibió el golpe en el cuello, y la cabeza, liberada de su soporte, salió rodando empujada por el viento helado. Un chorro de sangre negra brotó a borbotones de las arterias cortadas y la parte inferior del cuerpo se desplomó hacia delante como si fuera un bulto.

Y eso fue todo.

Bastante decepcionante, a decir verdad.

Xcor apoyó su amada guadaña sobre el hombro y la temible hoja se agazapó detrás de él con gesto protector, cuidando su espalda mientras se preparaba para lo que vendría después. El callejón en el que había entrado mientras perseguía al asesino que ahora yacía incapacitado tenía salida por el otro extremo y, detrás de él, los tres primos ya habían formado hombro con hombro, preparados para la lucha por si aparecían más restrictores.

Algo se acercaba.

Algo… se acercaba a gran velocidad, en medio del creciente rugido de un motor…

El todoterreno derrapó al entrar al callejón, sin que sus llantas pudieran agarrarse ni a un trozo de pavimento congelado. Como resultado de la falta de tracción, el vehículo se estrelló contra la pared y sus faros dejaron ciego a Xcor.

Quienquiera que estuviera tras el volante, no pisó los frenos.

Y el motor rugió todavía más.

Xcor se enfrentó al vehículo con los ojos cerrados. No había razón para tenerlos abiertos, pues su visión había dejado de funcionar. Tampoco le importaba mucho ver quién iba conduciendo, si era un asesino, un vampiro o un humano.

El vehículo iba directo hacia él y Xcor tenía la intención de detenerlo. Aunque probablemente sería más fácil apartarse de su camino.

Pero a él nunca le habían gustado demasiado las cosas fáciles.

—¡Xcor! —gritó alguien.

Al tiempo que tomaba una gran bocanada de aquel aire helado, Xcor lanzó un grito de guerra y trató de seguir el curso del todoterreno, aguzando sus sentidos y posicionándolo en el espacio a medida que avanzaba hacia delante. Su guadaña desapareció en un momento y sus armas, encantadas de participar, aparecieron en sus manos.

Xcor esperó a que se acercara otros seis metros.

Y luego empezó a disparar.

Gracias al efecto de los silenciadores, las balas solo sonaban cuando se estrellaban contra el parabrisas, la rejilla del radiador, una llanta, volviéndolo todo añicos.

En ese momento aquellas luces cegadoras giraron y el vehículo hizo un trompo, pero sin que se modificara la trayectoria gracias a la tremenda aceleración que llevaba.

Justo antes de que el panel lateral lo golpeara, Xcor dio un salto y se elevó por los aires, mientras el techo del todoterreno pasaba bajo sus pies casi rozándolos y aquellas tres toneladas de acero se deslizaban sin control sobre el pavimento.

Cuando las botas de Xcor volvieron a aterrizar sobre el suelo, el todoterreno pareció terminar por fin su loca carrera contra un depósito de basura, que pareció contenerlo mejor que cualquier sistema de frenos.

Xcor se acercó al vehículo apuntando con las dos armas y el dedo en el gatillo. Aunque había descargado muchas ráfagas de munición, sabía que al menos le quedaban cuatro en cada pistola. Y sus soldados ya se encontraban de nuevo detrás de él.

Se inclinó para mirar lo que había dentro, completamente indiferente con respecto a lo que podría encontrar: vampiro, hombre, mujer, restrictor, todo le daba igual.

El olor a carne podrida y melaza le informó de antemano a cuál de sus muchos enemigos acababa de enfrentarse. En efecto, al inclinarse a través del parabrisas destruido se encontró con dos nuevos reclutas que todavía tenían el pelo oscuro y la piel rojiza y que agonizaban sobre el asiento delantero.

A pesar de que todavía llevaban puesto el cinturón de seguridad, estaban en muy malas condiciones. Aparte de tener el cuerpo lleno de balas, su cara reflejaba el terror de haber permanecido encerrados en la cabina de aquel coche sin control, golpeándose contra todo mientras los cristales estallaban a su alrededor. Gotas de sangre negra escurrían de aquellas narices aplastadas y aquellas mejillas llenas de heridas y caían sobre el pecho.

No se habían activado los airbags.

—No creí que lo lograras —murmuró Balthazar.

—Yo tampoco —dijo otro.

Xcor hizo caso omiso de la preocupación de sus soldados y enfundó sus armas antes de agarrar la puerta del conductor y arrancarla de un tirón. Cuando el chirrido del metal al romperse resonó en el callejón, arrojó el panel a un lado, desenfundó su daga de acero y se acercó.

Como sucedía con todos los restrictores, estos seguidores del Omega seguían moviéndose y parpadeando a pesar de las heridas mortales, y seguirían haciéndolo a perpetuidad si los dejaban en ese estado, aunque sus cuerpos terminarían por descomponerse con el tiempo.

Solo había una manera de matarlos.

Xcor levantó el brazo derecho por encima del hombro izquierdo y enterró la hoja de la daga en el pecho del que iba tras el volante. Luego volvió la cabeza y cerró los ojos para no volver a quedar ciego por el estallido; esperó un momento antes de inclinarse sobre la otra silla y hacer lo mismo con el que iba en el puesto del pasajero.

Después regresó al asfalto para encargarse del cuerpo decapitado, que ahora tenía huellas de neumático en el pecho gracias al pequeño paseo del todoterreno a través del callejón.

De pie en medio de aquel lodazal de hielo y sangre negra, levantó otra vez la mano de la daga por encima del hombro y enterró la hoja en aquel esternón con tanta fuerza que la punta de la daga se clavó en el suelo.

Cuando volvió a ponerse de pie, respiraba como si fuera una locomotora.

—Registrad el vehículo, tenemos que marcharnos.

Xcor miró la hora. La policía de Caldwell solía responder con desesperante diligencia incluso en esta parte de la ciudad y, como siempre, la amenaza constante de la presencia humana era una complicación adicional. Pero con suerte, en cuestión de minutos podrían estar ya lejos de allí, como si nada hubiese pasado.

Xcor enfundó su daga.

Era imposible no pensar en la reunión del Consejo que había sido programada para esa noche; había estado pensando en eso todo el tiempo. ¿Wrath se habría presentado en la reunión? ¿O quizás solo habrían aparecido Rehvenge y algunos representantes de la Hermandad? Si el rey había hecho acto de presencia, Xcor podía imaginar con facilidad cuál había sido la agenda: una demostración de fuerza, una advertencia y luego una rápida partida.

A pesar de lo poderosa que era la Hermandad, y de lo mucho que Wrath deseaba exhibir su fuerza ante ese grupo de psicópatas aristocráticos y desleales, era difícil imaginar que un macho que había estado a punto de morir hacía tan poco tiempo estuviera dispuesto a asumir muchos riesgos: aunque fuera solo por su propio bienestar, la Hermandad querría conservarlo vivo, pues la supervivencia del rey también aseguraba su permanencia en el poder.

Y esa era la razón por la cual Xcor había decidido mantenerse alejado.

No había ningún peligro en dejar que Wrath tratara de recuperar parte de la posición que había perdido y en cambio ellos sí tenían mucho que perder en un enfrentamiento directo con la Hermandad, y más ante esa audiencia tan particular. La posibilidad de sufrir daños colaterales era muy grande. Lo último que Xcor quería era asustar a la glymera y hacer que se alejaran de él… o terminar matándolos a todos juntos en el proceso de acabar con el rey.

Gracias a los contactos de Throe, Xcor había descubierto la hora y el lugar exactos donde se celebraría la reunión. Probablemente estaba desarrollándose en ese mismo momento… y en la propiedad de aquella hembra, la misma de la que se habían alimentado sus soldados en aquella cabaña.

Evidentemente se trataba de una hembra dispuesta a permitir el uso no solo de sus jardines, sino también de sus salones.

Y Xcor estaba seguro de que muy pronto tendría una transcripción exacta de lo que allí había ocurrido, gracias a ese títere que era Elan, quien sería capaz de contárselo todo solo por el placer de presumir de sus conexiones y el acceso a las altas esferas…

Un silbido procedente de la parte de atrás del todoterreno le hizo volver la cabeza.

Zypher estaba junto a la puerta abierta del maletero y abrió mucho los ojos cuando se inclinó hacia adentro y sacó… un paquete de algo blanco del tamaño de un ladrillo y forrado en papel celofán.

—Parece que llevaban todo un tesoro —dijo, alzando el paquete.

Xcor se acercó. Había otros tres paquetes como ese tirados de cualquier manera por el maletero, como si los dos asesinos estuvieran más preocupados por su seguridad que por la disposición de las drogas.

En ese momento se empezaron a oír unas sirenas hacia el este, quizás a causa del accidente, o quizás no.

—Coged los paquetes —ordenó Xcor—. Y vámonos ya.