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Assail no podía creer que fuera él quien estaba entrando a un restaurante. En primer lugar, tenía por principio no frecuentar los lugares de encuentro de los humanos y, en segundo lugar, no tenía ningún interés en comer en aquel antro: el aire olía a fritanga y a cerveza y, por lo que podía ver en las bandejas que llevaban las camareras, dudaba que aquellos aperitivos pudieran considerarse aptos para consumo no animal.
Ay, mira. Al fondo había una especie de escenario. ¿También habría actuaciones en ese lugar?
¡Qué sofisticación!
—Hola, cariño —ronroneó alguien junto a su oído.
Assail levantó una ceja y miró por encima del hombro. La humana estaba vestida con una camiseta ceñida y un par de vaqueros que parecían realmente cosidos a sus piernas. Tenía el pelo rubio y liso. Llevaba varios kilos de maquillaje y usaba un lápiz de labios lo bastante brillante como para pintar paredes.
Assail preferiría sacarse los ojos antes que entablar cualquier clase de relación con gente como esa.
Así que manipuló la mente de la mujer para que se olvidara de que lo había visto y dio media vuelta. El lugar estaba abarrotado, con más gente que mesas y sillas, de modo que contaba con suficiente cobertura como para situarse en un rincón y estudiar el panorama…
Y ahí estaba ella.
Su pequeña ladrona.
Assail maldijo entre dientes. Tenía cosas mucho más importantes que hacer que estar ahí plantado, observando a esa ladronzuela. En ese momento sus primos estaban trabajando, haciendo otro trato con ese restrictor, y él allí, perdiendo el tiempo. Pero no había podido remediarlo. En cuanto vio la alerta de que el Audi negro estaba otra vez en movimiento se sintió impulsado a seguirla.
Ahora sabía que había hecho mal. No estaba preparado para esto.
¿Qué rayos estaba haciendo ella allí? ¿Y por qué iba vestida de esa manera?
Cuando la mujer encontró una de las pocas mesas desocupadas y se sentó, Assail se sorprendió evaluando negativamente la forma en que se había peinado, con el pelo suelto sobre los hombros y enmarcándole la cara. Tampoco aprobó la camiseta entallada que dejó ver al quitarse el abrigo. Ni… ella también llevaba maquillaje, por Dios santo. Pero no como la mujer que había tratado de llamar su atención hacía un momento. Su ladrona había mantenido el asunto bajo control y el maquillaje parecía magnificar sus rasgos…
Y estaba muy hermosa.
Demasiado hermosa.
Todos los hombres del restaurante la estaban mirando. Y eso despertó en Assail el deseo de matarlos a todos y cada uno, cortándoles el cuello con sus propios dientes…
Como si estuvieran de acuerdo con ese plan, sus colmillos palpitaron y empezaron a alargarse dentro de la boca, al tiempo que el cuerpo se le ponía tenso.
Pero todavía no, se dijo Assail mentalmente. Necesitaba averiguar por qué estaba ella ahí. Después de haberla seguido hasta la mansión de Benloise, esperaba verla en muchos destinos posibles, pero nunca allí. ¿Qué estaría haciendo?
La mujer volvió la cabeza y, por un momento, Assail pensó que había sentido su presencia, aunque ella no era vampira.
Pero luego un humano muy alto y corpulento se acercó a su mesa.
Su ladrona levantó la mirada hacia el tío. Y le sonrió. Luego se puso de pie y envolvió sus brazos alrededor de los hombros de aquel hombre.
La mano de Assail se dirigió por su propia cuenta hacia el interior del abrigo y empuñó el arma.
En efecto, Assail se vio acercándose a ellos y metiendo una bala entre los ojos del hombre.
—Hola, ¿es la primera vez que vienes por aquí?
Assail giró la cabeza con brusquedad. Un humano más bien grande se le estaba acercando y lo miraba con cierta agresividad.
—Te he hecho una pregunta.
Había dos posibles respuestas, pensó Assail. Podía contestar verbalmente y comenzar así una especie de diálogo que consumiría su atención, lo cual no parecía tan mala idea considerando que todavía tenía la mano sobre la pistola y sus impulsos permanecían del lado de las inclinaciones homicidas…
—Te estoy hablando.
O podría…
Assail enseñó sus crecientes colmillos y emitió un gruñido gutural, desviando su rabia lejos de la escena que estaban protagonizando su ladrona y ese idiota humano para el que se había vestido y se había maquillado así.
El tío de las preguntas levantó las manos y dio un paso atrás.
—Oye, tranquilo, todo está bien. Lo siento. Olvídalo.
El hombre desapareció enseguida entre la multitud, lo que demostraba que, en ciertas circunstancias, las ratas sin cola también podían desmaterializarse.
Los ojos de Assail volvieron a clavarse en aquella mesa. El «caballero» que se había sentado frente a su ladrona se estaba inclinando hacia delante, con los ojos fijos en la cara de ella, aunque ella estaba absorta en el menú.
Assail pensó que tendría que hacer algo.
‡ ‡ ‡
Sola cerró el menú y se rio.
—Yo nunca dije eso.
—Claro que sí —dijo Mark Sánchez y sonrió—. Me dijiste que tenía lindos ojos.
Mark era exactamente lo que ella necesitaba en una noche como esa. Era un tío muy atractivo, encantador y, siempre y cuando no le diera por ponerla a hacer flexiones, Sola no tenía nada de lo que preocuparse cuando estaba con él. Como entrenador personal era un demonio, claro. Eso lo sabía ella muy bien.
—Entonces ¿quieres adularme para que me vuelva menos estricto contigo en el gimnasio? —Hubo un silencio mientras la camarera les servía las cervezas—. ¿O estás tratando de comprarme? —añadió cuando la mujer se hubo marchado.
—Por supuesto que no. —Sola se llevó a los labios el borde del vaso recubierto con escarcha helada y le dio un sorbo a su cerveza—. Nada de treguas. Esa es tu política.
—Bueno, hay que ser justos, tú nunca has pedido tratamiento especial —dijo el hombre e hizo una pausa—. Aunque, en tu caso, quizás estaría dispuesto a hacer algunas concesiones… en ciertas áreas.
Sola evitó el contacto visual que parecía quemarla.
—Así que no sueles salir con tus alumnas.
—No, por lo general no.
—¿Conflicto de intereses?
—Las cosas se pueden complicar… pero en ciertos casos, bien vale la pena correr el riesgo.
Sola le echó un vistazo al pub. Había mucha gente. Mucho ruido. El aire se sentía caliente y pesado.
De repente frunció el ceño y se puso rígida. En el rincón, había algo… alguien…
—¿Estás bien?
Sola trató de sacarse de encima esa paranoia.
—Sí, lo siento… Ah, sí, claro, ya sabemos lo que vamos a tomar —le dijo a la camarera que acababa de regresar—. Yo quiero una hamburguesa con queso. Suponiendo que mi entrenador personal no sufra una embolia por la impresión de verme comiendo eso.
Mark se rio.
—Que sean dos. Pero sin patatas. Para ninguno de los dos.
Cuando la camarera se fue, Sola trató de no mirar hacia aquel rincón oscuro.
—Y entonces…
—Nunca pensé que aceptaras mi invitación. ¿Cuánto hace que te invité a salir?
Al ver que Mark sonreía, Sola notó que tenía unos dientes fantásticos, parejos y muy blancos.
—Supongo que fue hace algún tiempo. He estado muy ocupada.
—¿A qué te dedicas?
—A una cosa y la otra.
—Pero ¿en qué campo?
Por lo general Sola se ponía en guardia cuando la gente empezaba con sus preguntas curiosas. Pero Mark parecía tranquilo y relajado, así que solo era conversación.
—Supongo que podría decir que trabajo en el campo de la justicia criminal.
—Ah, entonces estás en el mundo de la ley.
—Estoy muy familiarizada con la ley, sí.
—Genial. —Mark carraspeó—. Estás estupenda.
—Gracias. Creo que se lo debo a mi entrenador.
—Ah, tengo la impresión de que te iría igual de bien sin mí.
Se enfrascaron en una charla intrascendente y agradable y Sola empezó a relajarse. Luego llegó la cena y pidieron otra ronda de cervezas. Era tan… normal el hecho de estar en un bar, conversando con otra persona, intercambiando información para conocerse mejor…
Eso era exactamente lo contrario de lo que ella había presenciado la noche anterior.
Se estremeció al recordar aquellas imágenes: ese hombre de pelo negro cerniéndose sobre la mujer medio desnuda a la luz de las velas, como si estuviera a punto de devorarla; aquellos dos cuerpos desinhibidos y entregados a sus pasiones… Y después, esos ojos brillantes que se levantaban y se clavaban en los suyos a través del cristal, como si él hubiese sabido durante todo el tiempo que ella estaba observándolos.
—¿Estás bien?
Sola se obligó a concentrarse en el presente.
—Lo siento, sí. ¿Qué decías?
Mark siguió hablando sobre su entrenamiento y Sola se sorprendió recordando de nuevo lo que había sentido pegada a los cristales de una ventana en aquella cabaña, observando a ese hombre y a esa mujer.
Joder. Había planeado esta cita solo porque quería un descanso. No porque estuviera particularmente interesada en Mark, a pesar de que era muy agradable.
De hecho, quizás la había planeado porque su entrenador personal era, qué coincidencia, bastante alto y corpulento, con un pelo muy negro y unos ojos muy claros.
Cuando sintió una punzada de culpa, Sola se rebeló contra sí misma. Por Dios santo, ella ya era una adulta. Y Mark también era adulto. La gente tenía relaciones sexuales por toda clase de razones; el hecho de que ella no quisiera casarse con él no quería decir que estuviera quebrantando una regla fundamental… solo que, mierda. Dejando de lado la moral de su abuela, y aquellos dientes blancos y brillantes y los hombros anchos, la verdad es que no se sentía atraída hacia Mark.
Se sentía atraída hacia el hombre que Mark le recordaba.
Y eso era lo que hacía que todo su plan fuera un error.