51

Qhuinn tomó forma en una terraza cubierta de nieve y unos segundos después todos los miembros de la Hermandad, excepto Butch, se materializaron junto a él. La propiedad en la que se realizaría la reunión del Consejo seguía los estándares de todas las casas de la glymera: una gran extensión de tierra que había sido despejada de bosque para hacer un jardín. Una pequeña cabaña junto a la entrada, que parecía salida de una postal de los Costwalds, en Inglaterra. Una gran mansión que, en este caso, estaba hecha de ladrillo y tenía cornisas de yeso, postigos relucientes y tejado de pizarra.

—Vamos —ordenó V, al tiempo que se acercaba a una puerta lateral.

Llamó y la puerta se abrió enseguida, como si eso, junto con muchas otras cosas, también estuviese previamente arreglado. Pero, ay, joder, ¿de verdad era ella su anfitriona? La hembra que esperaba en el umbral estaba vestida con un traje negro de gala con un escote que bajaba hasta el ombligo, y llevaba alrededor del cuello una gargantilla de diamantes del tamaño del collar de un dóberman. Su perfume era tan fuerte que fue como recibir una bofetada en las fosas nasales, a pesar de que todavía estaban fuera de la casa.

—Estoy lista para vosotros —dijo la hembra con una voz baja y ronca.

Qhuinn frunció el ceño y pensó que, a pesar del vestido de diseñador, la hembra seguía siendo una ramera. Pero ese no era su problema.

Al entrar con los demás, se encontró en una especie de terraza interior cuyas enormes plantas y gran piano sugerían muchas veladas con invitados que se deleitaban oyendo a una cantante de ópera que gorjeaba en un rincón.

Perfecto.

—Por aquí —dijo la hembra con un gesto de una mano que parecía brillar.

La estela de su perfume —tal vez se trataba de más de uno, quizás llevaba encima distintas capas de toda clase de porquerías— casi coloreaba el aire tras ella, y sus caderas parecían hacer un esfuerzo doble con cada paso, como si la hembra tuviera la esperanza de que todos le estuvieran mirando el trasero y deseando tocárselo.

Pero no. Al igual que los demás, Qhuinn iba inspeccionando cada rincón, listo para disparar a cualquier cosa que se moviera y preguntar después qué era aquello que estaba tendido en el suelo.

Solo cuando llegaron al vestíbulo principal, con sus óleos iluminados desde el techo, sus alfombras orientales de color oscuro y el…

Mierda, ese espejo era exactamente igual al que había en la casa de sus padres. Y estaba en la misma posición, colgando desde el techo hasta el suelo, con el mismo marco dorado.

Sí, Qhuinn sintió escalofríos. Qué horror.

Toda la casa le recordaba la mansión en la que él había crecido: cada cosa en su lugar, la decoración elegante y discreta, no había nada de mal gusto ni demasiado ostentoso. No, esta mierda era una sutil combinación de riqueza antigua y un clásico sentido del estilo que solo podía ser innato y no algo aprendido.

Sus ojos buscaron a Blay.

El guerrero estaba cumpliendo con su trabajo a conciencia y para ello revisaba de forma exhaustiva el lugar.

La madre y el padre de Blay no eran tan ricos. Pero su casa era mucho más bonita en muchos sentidos. Más cálida… y no gracias al sistema de calefacción.

«¿Cómo estarían los padres de Blay?», se preguntó de pronto Qhuinn. Había pasado casi más tiempo en esa casa que en la suya y los extrañaba. La última vez que los había visto… Dios, hacía tanto tiempo. Tal vez fue la noche de los ataques, cuando el padre de Blay pasó de ser el señor Suit, el contable, a un guerrero mortal. Después de eso, los padres de Blay se trasladaron a su casa de seguridad y más tarde surgieron las diferencias entre Blay y él y ya no volvió a saber de ellos.

Qhuinn esperaba que estuvieran bien…

La imagen de Blay y Saxton abrazados, pecho contra pecho, cadera contra cadera, en la habitación de Blay, cruzó por su mente como un cuchillo.

Dios… maldición… eso dolía.

Qhuinn hizo un esfuerzo por volver a la realidad y siguió a aquellas caderas y a la Hermandad hasta un enorme comedor que había sido dispuesto de acuerdo a las especificaciones de Tohr: todas las cortinas cubrían por completo el ventanal que daba sobre los jardines de atrás y la puerta giratoria que seguramente llevaba a la cocina había sido bloqueada con un pesado aparador antiguo. Si había una mesa en el centro del salón, esta había sido retirada y veinticinco asientos iguales de madera de caoba con tapizado de seda roja llenaban el espacio organizados en filas que miraban hacia la chimenea de mármol.

Wrath se iba a situar frente a la chimenea para pronunciar su discurso y Qhuinn se acercó para asegurarse de que el conducto de acero estuviese cerrado. En efecto.

Había dos puertas, una a cada lado de la chimenea, que daban a un anticuado recibidor. John Matthew, Rhage y él recorrieron el salón, cerraron las puertas y luego Qhuinn se ubicó frente a la entrada de la izquierda y John Matthew hizo lo mismo en la de la derecha.

—Espero que todo esté a vuestra satisfacción —dijo la hembra.

Rehv se acercó a la chimenea y dio media vuelta para quedar frente a todos aquellos asientos vacíos.

—¿Dónde está tu hellren?

—Arriba.

—Tráelo aquí abajo. Ya. De otra manera, si se mueve por la casa, puede terminar con un tiro en el pecho.

Los ojos de la hembra brillaron con odio y esta vez, cuando se alejó caminando, ya no exageró tanto el movimiento de las caderas, ni de la cabeza al mandar el pelo hacia atrás. Era evidente que el mensaje de que no se trataba de ningún juego había calado por fin y que ella quería que su compañero sobreviviera a la noche.

En la espera que siguió, Qhuinn mantuvo su arma en la mano, con los ojos fijos en la habitación y el oído atento a cualquier cosa que pareciera fuera de lugar.

Pero nada.

Lo cual sugería que su anfitrión y su anfitriona habían seguido las órdenes…

De pronto, Qhuinn experimentó una extraña sensación de inquietud que hizo que se le erizaran los pelos de la nuca. Frunció el ceño y pasó del estado de alerta al de alarma absoluta. Al otro lado de la chimenea, John pareció percibir la misma sensación y levantó el arma, al tiempo que entrecerraba los ojos.

Y luego una niebla fría se enroscó en los tobillos de Qhuinn.

—Les pedí a un par de invitados especiales que nos acompañaran esta noche —dijo Rehv con voz áspera.

Y en ese momento se levantaron del suelo dos columnas de niebla que acabaron formando un par de figuras… que Qhuinn reconoció al instante.

Gracias a Dios.

Con Payne en el banquillo, Qhuinn tenía la sensación de que estaban un poco cortos de personal, incluso conociendo las capacidades de la Hermandad. Pero cuando Trez y iAm aparecieron, respiró con alivio.

Se trataba de un par de asesinos letales, de esos que realmente no quieres tener de enemigos en ninguna clase de pelea. La buena noticia era que Rehvenge se había aliado con las Sombras desde hacía mucho tiempo y la conexión de Rehv con la Hermandad y el rey significaba que los dos hermanos estaban dispuestos a acudir en su ayuda como unos eficaces refuerzos.

Qhuinn dio un paso al frente para saludarlos tal como lo habían hecho los demás, con un apretón de manos, un ligero tirón y una palmada en la espalda.

—Qué tal, hermano…

—¿Cómo vas?

—¿Cómo estás?

Cuando concluyeron los saludos, Trez miró a su alrededor.

—Bien, entonces nos mantendremos ocultos y solo saldremos si nos necesitáis. Pero no os preocupéis, estamos aquí, listos para actuar si la situación lo requiere.

Después de recibir los agradecimientos de los hermanos, las Sombras cruzaron un par de palabras en privado con Rehv… y luego se marcharon, desvaneciéndose como por arte de magia y dispersándose por el suelo como un viento frío que ahora se había vuelto un elemento de tranquilidad.

Justo a tiempo. Menos de un minuto después, la anfitriona regresó con un diminuto macho bastante anciano a su lado. Teniendo en cuenta la forma en que los vampiros envejecían, con una rápida aceleración del deterioro físico hacia el final de su vida, Qhuinn supuso que al tío le quedarían unos cinco años. Diez, a lo sumo.

Entonces siguieron unas cuantas presentaciones, pero Qhuinn no se molestó en acercarse. Estaba más preocupado por saber si el resto de la casa estaba vacío.

—¿Algún doggen? —le preguntó Rehv a la hembra después de que sentara al anciano en uno de los asientos del comedor.

—Tal como me pediste, les he dado la noche libre.

V le hizo una seña a Phury y a Z.

—De todos modos revisaremos los alrededores para asegurarnos de que todo está en orden.

‡ ‡ ‡

Aunque Blay tenía gran confianza en sí mismo, en la Hermandad, en John Matthew y en Qhuinn, se sintió mucho mejor al saber que las Sombras también estaban ahí. Trez y iAm no solo eran magníficos combatientes, increíblemente peligrosos para cualquiera a quien declararan su enemigo. También tenían una estupenda ventaja sobre la Hermandad.

El don de la invisibilidad.

Blay no sabía si podían pelear mientras eran invisibles, pero eso no importaba. Cualquiera que tratara de irrumpir allí, alguien como, digamos, la maldita Pandilla de Bastardos, plantearía un combate que incluía solo los cuerpos que se veían en la habitación.

Sin contar con los dos hermanos.

Y eso estaba muy bien.

En ese momento V regresó con Phury y Z de su inspección; y Butch estaba con ellos, lo cual sugería que el hermano acababa de llegar en su coche.

—Todo despejado.

Hubo una breve pausa y luego, tal como estaba previsto, Tohr se acercó a la puerta principal y abrió a Wrath.

Hora del espectáculo, pensó Blay mientras miraba fugazmente hacia donde estaba Qhuinn y volvía a concentrarse en lo suyo.

Tohr y el rey entraron al comedor uno junto al otro, con las cabezas muy cerca, como si estuvieran sumidos en una conversación profunda acerca de algo importante. El hermano tenía la mano sobre el brazo de Wrath y daba la impresión de que estaba poniendo mucho énfasis en lo que decía.

Todo aquello era una representación para el anfitrión y la anfitriona.

De hecho, Tohr estaba guiando a Wrath hasta la chimenea para ayudarlo a situarse justo en el centro. La conversación en la que parecían tan absortos tenía que ver con dónde estaban sentados los dos aristócratas, dónde estaban ubicadas las sillas, dónde estaban los hermanos y los otros guerreros y también dónde estaban las Sombras.

Mientras asentía, Wrath movía la cabeza alrededor deliberadamente, como si sus ojos estuvieran registrando todos los detalles del lugar. Luego saludó al anfitrión y a la anfitriona cuando ellos se acercaron a besar su inmenso anillo con el diamante negro.

Después de eso, la crema de la crema de la glymera empezó a llegar.

Desde el lugar que le habían asignado en el fondo del salón, junto a las ventanas, Blay pudo echar un buen vistazo a cada uno. Por Dios, podía recordar a algunos de ellos de la época anterior a los ataques, antes de que empezara a vivir en la mansión y a luchar al lado de los hermanos. Sus padres no estaban al mismo nivel de aquellos machos y hembras, más bien se encontraban en la periferia de ese exclusivo círculo; sin embargo, la estirpe de su familia era bastante distinguida y ellos solían ser invitados a muchas fiestas en las grandes casas.

Así que esa gente no le resultaba desconocida.

Pero podía decir, con toda seguridad, que no los extrañaba.

De hecho, tuvo que contener la risa al ver a varias de las hembras frunciendo el ceño y mirándose el fino calzado, mientras levantaban y sacudían sus Louboutins… como si percibieran el viento helado que producían las Sombras.

Cuando llegó Havers, el médico de la raza, parecía un poco extenuado. Sin duda estaba nervioso ante la perspectiva de ver otra vez a su hermana, y ciertamente tenía razones para estarlo. Al parecer, al menos según los rumores que le habían llegado a Blay, Marissa lo había puesto en ridículo durante la última reunión formal del Consejo.

Blay lamentaba habérselo perdido.

Marissa llegó poco después que su hermano y Butch se le acercó enseguida y la saludó con un beso, antes de conducirla, con un brazo orgulloso y protector, hasta un lugar en el extremo derecho, cerca de donde él estaba ubicado. Después de que el policía la ayudara a sentarse, se quedó junto a ella, inmenso y con cara de pocos amigos, en especial cuando su mirada se cruzó con la de Havers, al que sonrió enseñando los colmillos.

Blay se sorprendió, entonces, envidiando un poco a aquella pareja. No por los problemas familiares que tenían, claro. Sino porque, Dios, debía ser maravilloso tener la libertad de ser visto en público con tu compañero, de mostrar tu amor por él y saber que tu relación contaba con el respeto de todo el mundo. Las parejas heterosexuales daban eso por hecho, porque nunca habían conocido nada distinto. Sus uniones eran reconocidas por la glymera, aunque no hubiese amor entre ellos, o se traicionaran mutuamente, o todo fuese una farsa.

Pero ¿una pareja compuesta por dos machos?

Ja.

Esa era solo otra razón para odiar a la aristocracia, supuso Blay. Aunque, en realidad, tenía la sensación de que él no iba a tener que preocuparse porque lo discriminaran. El macho que deseaba nunca estaría a su lado en público, y no porque a Qhuinn le importara lo que la gente pensara, sino porque: uno, Qhuinn odiaba las demostraciones de afecto en público, y dos: el hecho de practicar sexo no conformaba una pareja.

De ser así, su amigo ya estaría comprometido con la mitad de Caldwell.

Ay, pero qué estaba pensando, por Dios santo.

Hacía tiempo que había superado sus sueños de estar con Qhuinn.

De verdad.

Claro…

«Basta ya», se dijo a sí mismo cuando llegó el último miembro del Consejo.

Rehv no desperdició ni un minuto. Cada segundo que Wrath pasaba frente a ese grupo no solo se exponía a un peligro mortal, sino que corría el riesgo de que, de alguna manera, su ceguera quedara en evidencia.

Entonces el rey symphath se dirigió al Consejo, mientras sus ojos color púrpura estudiaban a todos los presentes con una sonrisa socarrona, como si estuviese disfrutando del hecho de que nadie en ese grupo de sabelotodos tuviera siquiera la sospecha de que su leahdyre era un devorador de pecados.

—A continuación revisaremos el orden del día de la presente reunión del Consejo. Primero, fecha y hora…

Blay estaba tenso, como un buen guerrero, pendiente de las espaldas de aquellos machos y hembras y de ver dónde tenían los brazos y las manos, o si alguien parecía nervioso. Como era natural, el grupo había optado por vestirse de gala, con corbata negra y trajes de terciopelo, las hembras llenas de joyas y los machos exhibiendo sus relojes de oro. Pero, claro, hacía mucho tiempo que no estaban juntos de manera formal y eso significaba que su deseo de competir por parecer cada uno de ellos más elegante y sofisticado que los demás se había visto terriblemente privado de oportunidades para manifestarse.

—… nuestro líder, Wrath, hijo de Wrath.

Al oír que resonaba un aplauso de cortesía y que el grupo de asistentes se enderezaba en sus sillas, Wrath dio un solo paso al frente.

Joder, ciego o no, el rey parecía una fuerza de la naturaleza: aunque no llevaba puesta ninguna capa de armiño ni nada por el estilo, era evidente que estaba al mando, con aquel cuerpo enorme, el pelo negro y largo y esas gafas oscuras que lo hacían parecer más amenazante que imperial.

Y esa era la idea.

El liderazgo, en especial cuando se trataba de la glymera, se basaba en parte en la percepción. Y nadie podía negar que Wrath era la personificación misma del poder y la autoridad.

Y aquella voz profunda e imponente también ayudaba.

—Reconozco que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que os vi. Los ataques de hace casi dos años diezmaron a muchas de vuestras familias y os aseguro que comparto con vosotros vuestro dolor. Yo también perdí a mi familia en un ataque de restrictores, así que sé exactamente lo que estáis pasando mientras intentáis volver a retomar el rumbo de vuestras vidas.

Un macho que estaba en la primera fila se movió en su silla…

Pero solo era un cambio de posición, no el preludio de un arma haciendo su aparición.

Blay se relajó en su puesto, al igual que los demás. Maldición, estaba impaciente por terminar con esta reunión y enviar a Wrath a casa sano y salvo.

—Muchos de vosotros conocisteis bien a mi padre y recordáis sus tiempos en el Viejo Continente. Mi padre era un líder sabio y moderado, un caballero de pensamiento lógico y actitud imponente que solo pensaba en el bienestar de su raza y de sus conciudadanos. —Wrath hizo una pausa y giró la cabeza alrededor de todo el salón, como si observara al grupo con sus gafas oscuras—. Yo comparto algunas de las características de mi padre… pero no todas. De hecho, no soy moderado, ni dado al perdón. Soy un macho de guerra, no de paz.

Al decir esas palabras, Wrath desenfundó una de sus dagas negras y la hoja reluciente destelló con la luz del candelabro de cristal que colgaba del techo. Frente al rey, aquel grupo de engreídos ambiciosos reaccionó con un estremecimiento colectivo.

—Me siento muy a gusto con el conflicto, ya sea a nivel legal o mortal. Mi padre era un mediador, le gustaba tender puentes. A mí, por otra parte, me gusta cavar tumbas. A mi padre le gustaba persuadir. A mí me gusta tomar las cosas por la fuerza. Mi padre era un rey que estaba dispuesto a sentarse a vuestra mesa a conversar sobre minucias. Yo no soy esa clase de macho.

Sí, bueno. No cabía duda de que el Consejo jamás había oído una intervención como esa. Pero Blay aprobaba por completo el enfoque de Wrath. La debilidad no era una cualidad muy respetada. Más aún, con ese grupo se necesitaba algo más que leyes para mantener la estabilidad del trono.

El miedo, por otra parte…

Representaba una oportunidad más clara de mantener la estabilidad.

—Pero mi padre y yo tenemos una cosa muy importante en común. —Wrath ladeó la cabeza hacia abajo, como si estuviera contemplando la hoja negra de su daga—. Mi padre causó la muerte de ocho de vuestros parientes.

Ahí se oyó una exclamación colectiva de sorpresa. Pero Wrath no dejó que eso lo detuviera.

—Durante el curso de su reinado se produjeron ocho atentados contra su vida y, sin importarle el tiempo que tardara, ya fueran días, semanas o incluso meses, mi padre se encargó de averiguar quién había estado tras cada uno de esos atentados… y persiguió personalmente a los individuos hasta darles cacería y matarlos. Es posible que vosotros no hayáis oído la historia verdadera, pero sin duda estaréis enterados de las condiciones de su muerte; los perpetradores fueron decapitados y también se les arrancó la lengua. Sin duda, si hacéis memoria, podréis recordar a los miembros de vuestro linaje que fueron enterrados en ese estado.

Movimientos nerviosos entre los asistentes. Mucho nerviosismo. Lo cual sugería que los recuerdos estaban haciendo su aparición.

—También recordaréis que aquellas muertes fueron atribuidas a la Sociedad Restrictiva. Pero yo os digo ahora que conozco los nombres y sé dónde están sus tumbas, porque mi padre se aseguró de que yo memorizara esa información. Fue la primera lección de gobierno que me dio. Mis conciudadanos deben ser honrados, protegidos y servidos. Pero los traidores son una enfermedad para cualquier sociedad decente y deben ser erradicados. —Wrath sonrió con pura malevolencia—. Podéis decir lo que queráis sobre mí, pero yo fui un buen alumno de mi padre. Y hablemos con franqueza: fue mi padre, y no la Hermandad, quien se ocupó de aquellas muertes. Lo sé porque él decapitó a cuatro de esos traidores frente a mis propios ojos. Así de importante fue la lección.

Varias de las hembras se acercaron a los machos que tenían al lado.

Wrath continuó:

—No vacilaré en seguir el ejemplo de mi padre en eso. Reconozco que todos vosotros habéis sufrido. Respeto vuestro dolor y deseo ser vuestro líder. Sin embargo, no vacilaré en tratar cualquier brote de insurgencia contra mí y contra los míos como un acto de traición.

El rey bajó la cabeza para que todos tuvieran la impresión de que estaba mirando fijamente a la audiencia a través de sus gafas oscuras. Fue tan real que incluso Blay sintió una descarga de adrenalina.

—Y si creéis que lo que mi padre hizo fue violento, no habéis visto nada todavía. Yo haré que aquellas muertes parezcan compasivas. Lo juro por el honor de mi estirpe.