50

En la clínica del complejo, Qhuinn se sentía como si estuviera volando muy alto. Pero no en un Cessna cutre con un hermano herido en la cabina.

—Lo siento, ¿podrías repetir eso?

La doctora Jane sonrió, al tiempo que acercaba una mesita con ruedas. Qhuinn registró vagamente con los ojos lo que había en la mesita, pero estaba más interesado en lo que podía salir de la boca de la doctora.

—Todavía estáis embarazados. Los niveles hormonales de Layla se están duplicando tal como deben hacerlo, la tensión arterial está perfecta y el ritmo cardíaco también. Y ya no hay sangrado, ¿cierto?

Cuando la médica miró a Layla, la Elegida negó con la cabeza, con una expresión de desconcierto similar a la que él seguramente debía tener.

—No, nada.

Qhuinn dio un pequeño paseo por el cuarto, mientras se pasaba la mano por el pelo y su cabeza parecía dar vueltas y vueltas.

—No lo entiendo… Me refiero a que esto es lo que deseo, lo que los dos queremos, pero no entiendo por qué ella…

Después del viaje al infierno que habían hecho durante los últimos días era completamente desconcertante remontar de nuevo en dirección hacia la tierra.

La doctora Jane sacudió la cabeza.

—Esto probablemente no sea de mucha ayuda, pero Ehlena tampoco había visto nunca algo así. Así que entiendo vuestra confusión y, más aún, entiendo mejor de lo que creéis lo traicionera que puede ser la esperanza. Es difícil entregarse al optimismo después de haber pasado por lo que vosotros habéis pasado.

Joder, la shellan de V no era ninguna tonta.

Qhuinn se concentró en Layla. La Elegida estaba vestida con una bata blanca ancha, pero no como las que usaba como miembro de la secta sagrada de hembras de la Virgen Escribana. Esta era una bata de baño normal y debajo llevaba una bata de hospital, que tenía un diseño de corazones rosas y rojos sobre un fondo blanco. Y lo que había sobre la mesita con ruedas era una caja de galletas de sal y un paquete de media docena de botellitas de ginger ale Canada Dry.

Vaya medicamentos más curiosos.

La doctora Jane abrió la caja de galletas.

—Ya sé que lo último en lo que estás pensando es en comida —dijo y le ofreció a Layla una de las galletas de sal—. Pero si comes esto y tomas un poco de soda, tal vez sientas algún alivio.

Y así fue. Layla terminó comiéndose varias galletas y tomándose dos de las pequeñas botellas verdes.

—Eso de verdad te ayuda, ¿no? —murmuró Qhuinn, cuando la Elegida volvió a recostarse y suspiró con alivio.

—No sabes cuánto. —Layla se puso la mano sobre el vientre—. Lo que sea, haré lo que sea, me comeré lo que sea.

—¿Así de fuertes son las náuseas?

—No es por mí. No me importa si me paso los próximos dieciocho meses vomitando, siempre y cuando el bebé esté bien. Solo me asusta que con las arcadas, pueda perder… bueno, ya sabes.

Muy bien, se dijo Qhuinn, quienquiera que piense que las hembras son el sexo débil realmente está mal de la cabeza.

Miró a la doctora Jane.

—¿Y ahora qué hacemos?

La doctora se encogió de hombros.

—Si queréis mi consejo, tenéis que confiar en los síntomas y en los resultados de los análisis; de lo contrario, os vais a volver locos. El cuerpo de Layla ha estado soportando todo el proceso. Si ahora no hay indicaciones de aborto sino, por el contrario, muchas razones para creer que el embarazo está siguiendo su curso normal, lo mejor que podéis hacer es respirar hondo y tranquilizaros. Si os ponéis nerviosos, si no hacéis más que darle vueltas a lo mal que lo habéis pasado estos dos últimos días, acabaréis por volveros locos.

Cierto, pensó Qhuinn.

En ese momento sonó el móvil de la buena doctora.

—Un momento, por favor… Joder, tengo que ir a examinar al doggen que se cortó la mano anoche. Pero Layla, yo creo que no hay ninguna razón para que te quedes en la clínica. Eso sí, no quiero que salgas del complejo durante los próximos dos días. Vamos a tomárnoslo con tranquilidad, ¿vale?

—Por supuesto.

La doctora Jane se marchó un momento después y cuando ella se fue Qhuinn se sintió perdido, sin saber qué hacer. Quería ayudar a Layla a regresar a la casa, pero tampoco es que estuviera paralítica, por Dios santo. Aun así, quería llevarla en brazos a todas partes durante, bueno, el resto del embarazo.

Qhuinn se recostó contra la pared.

—Cada dos segundos siento ganas de preguntarte cómo estás.

Layla se rio.

—Ya somos dos.

—¿Quieres regresar a la casa?

—¿Sabes? En realidad no. Me siento… —Miró a su alrededor—. Más segura aquí, para serte sincera.

—Me parece lógico. ¿Necesitas algo?

Layla hizo un gesto con la cabeza hacia la pequeña bandeja que contenía sus antídotos contra las náuseas.

—Siempre y cuando tenga de esto, estaré bien. Así que quedas en libertad de salir a pelear.

Qhuinn frunció el ceño.

—Pensé que sería mejor quedarme…

—¿Para hacer qué? No te estoy diciendo que te marches, no. Pero tengo la sensación de que solo me voy a quedar aquí, esperando. Si pasa algo, puedo llamarte y tú puedes venir enseguida.

Qhuinn pensó en lo que la Hermandad y los otros guerreros de la casa iban a hacer por la noche: asistir a la reunión del Consejo.

Si se tratara de una noche normal, de combates en el campo de batalla, probablemente se quedaría donde estaba. Pero con Wrath en aquella reunión, exponiéndose de esa manera, con los imbéciles de la glymera…

—Está bien —dijo Qhuinn lentamente—. Siempre tendré el móvil encendido y les diré a los demás que, si me llamas, desapareceré de donde sea.

Layla le dio un sorbo a su ginger ale y luego se quedó mirando el vaso, observando muy concentrada cómo se arremolinaban las burbujas alrededor del hielo.

Qhuinn recordó cómo se habían sentido la noche anterior en la clínica de Havers: sin esperanzas, aterrorizados, tristes.

Entonces se dijo que todo podía volver a cambiar. Así que era demasiado temprano para hacerse ilusiones.

Sin embargo, no podía evitarlo. Mientras permanecía en aquella sala que olía a desinfectante y a medicamentos… empezó a amar a su bebé. Sí, fue precisamente en ese instante cuando se dio cuenta de que amaba a esa criatura.

Justo en ese lugar, en ese momento.

Así como un macho enamorado establece una conexión inquebrantable con su hembra, a los padres les sucede lo mismo con su prole… y, por consiguiente, el corazón de Qhuinn simplemente se abrió y dejó que todo lo inundara: el compromiso que implicaba decidir tener un hijo; el terror de perderlo, que Qhuinn estaba seguro que nunca desaparecía; la felicidad de saber que quedaba algo de ti sobre la faz de la tierra después de que murieras; la impaciencia de conocerlo en persona; el deseo desesperado de abrazarlo, mirarlo a los ojos y darle todo el amor que tenías para dar.

—¿Está bien si… puedo tocarte el vientre? —preguntó Qhuinn en voz baja.

—¡Pero claro! No tienes que pedir permiso. —Layla se acostó con una sonrisa—. Lo que hay ahí es mitad tuyo, ya sabes.

Qhuinn se restregó las manos con nerviosismo, mientras se acercaba. Ciertamente había tocado a Layla durante el período de fertilidad y luego también, de una manera cariñosa, cuando la situación era apropiada.

Pero nunca había pensado en tocar a su hijo.

Qhuinn observó desde lejos cómo la mano con la que sostenía la daga se estiraba. Por Dios, los dedos le estaban temblando como locos.

Pero tan pronto estableció la conexión, se quedaron quietos.

—Aquí estoy —dijo Qhuinn—. Papá está justo aquí. No me voy a ir a ningún lado. Solo voy a esperar a que estés listo para salir al mundo y luego tu mamá y yo vamos a cuidarte. Así que aguanta, ¿vale? Haz lo que tengas que hacer y aquí te esperaremos, todo el tiempo que sea necesario.

Con la mano que tenía libre, tomó la mano de Layla y la puso sobre la suya.

—Tu familia está justo aquí. Esperándote… y te amamos.

Era totalmente estúpido hablarle a lo que, sin duda, no era más que un manojo de células. Pero Qhuinn no podía evitarlo. Las palabras, los actos… eran completamente suyos y, sin embargo, parecían proceder de un lugar que le era ajeno.

Pero se sintió bien.

Sintió que… eso era lo que se suponía que debía hacer un padre.

‡ ‡ ‡

Calibre cuarenta de la mano izquierda. Bien.

Calibre cuarenta de la mano derecha. Bien.

Munición de refuerzo en el cinturón. Bien.

Dagas uno y dos en el arnés del pecho. Bien.

Chaqueta de cuero…

Un golpe en la puerta.

—Adelante.

Cuando vio que Saxton entraba, Blay se puso la chaqueta y giró sobre sus talones.

—Hola. ¿Cómo estás?

Algo estaba pasando.

Los ojos del otro macho estudiaron rápidamente el «atuendo de trabajo» de Blay, como solían llamarlo en otra época, y la ansiedad hizo que Sax levantara la cejas. Aunque, claro, Saxton nunca parecía demasiado cómodo cuando había armas cerca.

—Vas a combatir al campo —murmuró Sax.

—De hecho, nos dirigimos a una reunión del Consejo.

—No creí que eso requiriera tantas armas y accesorios.

—Es la nueva era.

—Sí, en efecto.

Hubo una larga pausa.

—¿Cómo estás tú?

Saxton recorrió la habitación con los ojos.

—Quería contártelo yo mismo.

Ay, mierda. Y ahora ¿qué?

Blay tragó saliva.

—¿Qué querías decirme?

—Voy a marcharme de la casa por un tiempo, para tomarme unas vacaciones, por decirlo de alguna manera —dijo Saxton y enseguida levantó las manos para detener cualquier clase de protesta—. No, no es nada permanente. Solo que ya tengo todo en orden para Wrath y no creo que me necesite durante los próximos días. Naturalmente, si necesita algo, regresaré enseguida. Voy a pasar unos días con un viejo amigo. Necesito un poco de descanso y relajación… Y antes de que te preocupes, te juro que voy a volver y que esto no tiene nada que ver con nosotros. La cuestión es que llevo varios meses trabajando sin parar y solo quiero prescindir del horario por unos días, supongo que me entiendes.

Blay respiró profundo.

—Sí, lo entiendo. ¿Dónde vas? —Entonces recordó que eso ya no era de su incumbencia y, antes de que el otro pudiera contestar añadió—: Avísame si necesitas algo, ¿vale?

—Lo prometo.

Dejándose llevar por un impulso, Blay se acercó y abrazó a su examante, con una conexión platónica tan espontánea y natural como solía ser su antigua conexión amorosa. Luego bajó la cabeza y dijo:

—Gracias por venir a contármelo…

En ese momento, alguien pasó por el corredor y pareció detenerse.

Era Qhuinn; Blay lo supo por el olor, incluso antes de levantar la vista y ver la figura alta y poderosa del guerrero. Y en los breves instantes de vacilación antes de que Qhuinn siguiera su camino, sus ojos se cruzaron por encima del hombro de Saxton.

La cara de Qhuinn se convirtió de inmediato en una máscara y sus rasgos se congelaron, sin revelar nada de lo que estaba sintiendo.

Y luego el guerrero siguió de largo y salió del campo visual de Blay.

Blay dio un paso atrás y se obligó a concentrarse de nuevo en Saxton.

—¿Cuándo estarás de vuelta?

—En un par de días como mínimo, máximo en una semana.

—Bien.

Saxton volvió a echarle una ojeada al cuarto; era evidente que estaba recordando.

—Ten mucho cuidado ahí fuera. No trates de portarte como un héroe.

El primer pensamiento que cruzó por la cabeza de Blay fue… bueno, como Qhuinn solía ser el primero en ese aspecto, era poco probable que tuviera que ponerse un traje de Supermán o algo así.

—Lo prometo.

Cuando Saxton salió, Blay se quedó contemplando el vacío. No podía ver lo que tenía frente a sus ojos, ni recordar nada de lo que él y Saxton habían compartido en aquella habitación. En lugar de eso, su mente estaba en la habitación de al lado, con Qhuinn y las cosas de Qhuinn… y los recuerdos de aquella sesión con Qhuinn.

Mierda.

Miró el reloj. Era hora de irse, así que guardó el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta y salió. Mientras bajaba la escalera, oyó voces que venían del vestíbulo, signo de que la Hermandad ya estaba reunida allí y estaban esperando la señal de partida.

Por supuesto, ahí estaban todos. Z y Phury. V y Butch. Rhage, Tohr y John Matthew.

Entonces se sorprendió deseando que Qhuinn partiera con ellos, pero seguramente el macho se quedaría en casa, debido a la situación de Layla.

«¿Dónde estaba Payne?», se preguntó Blay mientras se situaba junto a John Matthew.

Tohr lo saludó con un gesto de la cabeza.

—Muy bien, en cuanto llegue el que falta empezaremos a movernos. La primera avanzada irá directamente al lugar de encuentro. Cuando tengamos la confirmación de que todo está en orden, me desmaterializaré hasta la casa con Wrath y con el refuerzo de…

Lassiter salió en ese momento de la sala de billar; el ángel caído resplandecía de arriba abajo, desde aquel pelo negro y rubio y aquellos ojos blancos, hasta las botas. Pero, claro, quizás aquel resplandor no venía de su naturaleza, sino de todo el oro que insistía en ponerse encima.

Parecía un árbol de joyas viviente.

—Aquí estoy. ¿Dónde está mi gorra de conductor?

—Toma, usa la mía —dijo Butch, al tiempo que se quitaba la gorra de los Sox y se la lanzaba—. Esto te ayudará con ese pelo.

El ángel agarró la gorra en el aire y se quedó mirando la S roja.

—Lo siento, no puedo.

—No me digas que eres fan de los Yankees —añadió V arrastrando las palabras—. Porque en ese caso tendré que matarte y, francamente, esta noche necesitamos todos los ayudantes que podamos conseguir.

Lassiter le devolvió la gorra a Butch y silbó.

—¿Es en serio? —preguntó Butch. Como si el ángel acabara de ofrecerse para una lobotomía. O una amputación. O para hacerse la pedicura.

—No es posible —respondió V—. ¿Cuándo y dónde te volviste amigo del enemigo…?

El ángel levantó las manos.

—No es culpa mía que vosotros seáis un asco…

En ese momento Tohr se paró frente a Lassiter, como si le preocupara que comenzara a hacer algo más que insultar. Y lo triste era que tenía mucha razón en preocuparse. Aparte de sus shellans, V y Butch amaban a los Sox por encima de casi todo… incluso de la cordura.

—Está bien, está bien —dijo Tohr—, tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos…

—El ángel tiene que dormir en algún momento —le susurró Butch a su compañero de casa.

—Sí, ten cuidado, ángel. —Se rio V—. No nos gustan los de tu clase.

Lassiter se encogió de hombros, como si los hermanos no fueran más que unos perritos falderos que ladraban a sus pies.

—¿Alguien está hablando conmigo? ¿O solo se trata de la bulla de unos perdedores?

En ese momento se oyeron varios gritos.

—Dos palabras, cabrones —dijo Lassiter con una risita—. Johnny. Damon. Ah, esperad. Kevin. Youkilis. O Wade. Boggs. Roger. Clemens. ¿Es cierto que la comida de Boston es un asco? ¿O solo el béisbol?

Butch se abalanzó sobre el ángel, listo para encenderlo como si fuera un árbol de Navidad…

—¿Qué coño sucede aquí?

La voz atronadora que llegó desde arriba extinguió la disputa Sox versus Yankees.

Y mientras Tohr alejaba al policía del ángel, todo el mundo levantó la vista hacia el rey, que bajaba la escalera acompañado de su reina. La presencia de Wrath hizo que todos se controlaran y adoptaran una actitud profesional. Hasta Lassiter.

Bueno, excepto Butch. Pero, claro, llevaba veinticuatro horas con los pelos de punta, como diría él, y tenía buenas razones para estar nervioso: su shellan estaría presente en la reunión del Consejo. Lo cual, desde el punto de vista de un hermano, era como tener a dos Wraths vigilándolo. El problema residía en que Marissa era el miembro de más edad de su estirpe y eso significaba que si Rehv quería plena asistencia, ella tenía que acudir a la reunión.

Pobre desgraciado.

En la pausa que siguió Blay sintió un cosquilleo en la mano con que sostenía la daga y el impulso casi irresistible de tocar su arma. En lo único en lo que podía pensar era en que esa situación resultaba casi idéntica al preludio de la noche en que dispararon contra Wrath. Esa noche también estaban todos reunidos en ese mismo lugar, y Wrath había bajado acompañado por Beth… y luego una bala que había salido de un rifle había terminado su trayectoria en la garganta del rey.

Al parecer Blay no era el único que estaba pensando en eso, porque varias manos se dirigieron a los arneses de las dagas y se quedaron ahí.

—Ay, qué bien, ya estás aquí —dijo Tohr.

Blay se volvió con el ceño fruncido y tuvo que contener su reacción. No era Payne quien estaba bajando por la escalera; era Qhuinn. Y joder, el macho parecía más que listo para acabar con lo que fuera, con la mirada seria y el cuerpo tan tenso como una cuerda de arco dentro de aquella chaqueta de cuero negra.

Durante un instante, Blay se sintió atravesado por un rayo de puro deseo sexual.

Hasta el punto de acariciar por un momento una fantasía totalmente inapropiada: meterse con Qhuinn en el armario para disfrutar de un polvo rápido sin quitarse la ropa.

Entonces gruñó entre dientes y volvió a concentrarse en el rey, que era lo que tenía que hacer. Lo más importante aquí era Wrath, no su maldita vida amorosa…

Una sensación de inquietud reemplazó al deseo.

¿Volverían alguna vez a estar juntos Qhuinn y él?

Dios, qué pensamiento más extraño. A nivel emocional, el sexo no era muy buena idea. De hecho, era una idea muy mala.

Pero Blay quería más.

—Muy bien, adelante —dijo Tohr—. ¿Sabéis todos adónde vamos?

Fue un alivio sentir cómo la naturaleza extremadamente grave de la misión de esa noche limpió el cerebro de Blay de todo, excepto de su compromiso de salvar la vida de Wrath… aun a costa de la suya propia.

Eso era mejor que preocuparse por el tema de Qhuinn.

Sin duda.