5
Qhuinn permaneció de pie frente al viento mientras Blay enganchaba la Hummer. La brisa levantaba oleadas de nieve suelta que caían silenciosas sobre sus botas, tapando poco a poco las punteras de acero. Después de unos minutos, cuando bajó la mirada hacia el suelo, Qhuinn pensó vagamente que si se quedaba clavado en aquel sitio un rato más acabaría todo cubierto de nieve.
¡Qué idea más extraña! ¡Y más extraño aún que se le ocurriera en este momento!
El rugido del motor de la grúa le hizo levantar la mirada y concentrarse en la manera en que el cabrestante empezaba a sacar su maltrecha camioneta de entre la nieve.
Blay supervisaba la operación situado a un lado del cable, controlando la velocidad con el fin de evitar que los distintos componentes mecánicos de la dichosa Hummer sufrieran más de lo necesario.
Siempre tan cuidadoso. Tan controlado.
Qhuinn se acercó a Tohr con la intención de sumarse a sus compañeros y participar en la operación rescate. Pero no. Lo único que le importaba era Blay, desde luego.
Como siempre, lo único que le importaba era Blay.
Y para adoptar una actitud todavía más despreocupada, Qhuinn cruzó los brazos sobre el pecho, pero tuvo que bajarlos cuando sintió una punzada de dolor en el hombro lesionado.
—Lección aprendida —dijo entonces para entablar conversación.
Tohr respondió algo, pero Qhuinn no lo oyó. Así como tampoco podía ver nada distinto de Blay. Ni por un instante.
Qhuinn lo observó a través de los remolinos de nieve suelta, maravillándose al pensar en lo extraño que era de que alguien de quien lo sabías todo, que vivía al fondo del pasillo, comía contigo, trabajaba contigo y dormía al mismo tiempo que tú… pudiera convertirse en un desconocido.
Pero claro, y como siempre, lo importante era la distancia emocional, no el hecho de tener el mismo trabajo o compartir el mismo techo.
El asunto era que Qhuinn sentía la necesidad de explicar las cosas. Pero por desgracia, y a diferencia de su puto primo Saxton el Chupapollas, no tenía el don de la palabra. Y el remolino que sentía en el pecho estaba empeorando su tendencia a la mudez.
Después de que el cable diera una última vuelta, la Hummer quedó por completo sobre el remolque y Blay empezó a asegurar las cadenas a la carrocería.
—Muy bien, ahora vosotros tres podéis llevar a casa este pedazo de chatarra —dijo Tohr al tiempo que empezaba otra ventisca.
Blay se quedó helado y miró al hermano.
—Pero si siempre vamos de dos en dos. Tengo que irme contigo.
Como si tuviera mucha prisa.
—¿Has visto lo que tenemos aquí? Un pedazo inútil de chatarra, con dos humanos muertos dentro. ¿Acaso crees que es una situación corriente?
—Ellos pueden manejar cualquier situación —dijo Blay en voz baja—. Los dos están en muy buena forma.
—Pero contigo acompañándolos serán todavía más fuertes. Yo simplemente me desmaterializaré hasta el complejo.
En el momento de silencio que siguió, la línea que iba desde el trasero de Blay hasta la base de su cráneo fue el equivalente de un gigantesco corte de manga. Aunque no dirigido al hermano, claro.
Qhuinn sabía exactamente a quién iba dirigido.
Las cosas pasaron deprisa a partir de ese momento: la camioneta quedó asegurada, Tohr se marchó y John se subió tras el volante de la grúa. Entretanto, Qhuinn caminó hasta la puerta del pasajero, la abrió y se quedó a un lado, esperando.
Como lo haría un caballero.
Cuando Blay llegó, la expresión de su cara se parecía al paisaje que los rodeaba: fría, inhóspita, distante.
—Después de ti —dijo Blay entre dientes, al tiempo que sacaba un paquete de tabaco y un elegante mechero dorado.
Qhuinn bajó la cabeza y asintió; luego se subió al camión, deslizándose por el asiento hasta quedar hombro con hombro con John.
Blay fue el último en subirse, cerró la puerta de un golpe y enseguida abrió un poco la ventana para sacar la punta encendida de su cigarrillo y evitar que el humo entrara al vehículo.
Lo único que se oyó durante unos buenos cinco minutos fue el ruido del motor del camión.
Sentado entre los que solían ser sus dos mejores amigos, Qhuinn miraba por el parabrisas y contaba los segundos entre el ir y venir de los limpiaparabrisas: tres… dos… uno… arriba y abajo. Y… tres… dos… uno… arriba y abajo.
Pero no había tanta nieve suelta en el aire como para que eso fuera necesario…
—Lo siento —dijo.
Silencio. Excepto por el rugido del motor delante de ellos y el golpetazo ocasional de una cadena en la parte de atrás, cuando había algún bache.
Después de un rato Qhuinn miró a Blay por el rabillo del ojo y descubrió que él también lo estaba mirando.
—¿Hay algo que quieras decirme? —le preguntó entonces Blay con brusquedad.
—Pues sí.
—Mira, tú no me debes ninguna disculpa. —Blay apagó el cigarrillo en el cenicero del camión. Y encendió otro—. Así que, por favor, deja ya de mirarme.
—Yo solo… —Qhuinn se pasó una mano por el pelo—. Yo no… yo… yo no sé qué decir acerca de lo de Layla…
Al oír eso, Blay volvió la cabeza.
—Mira, lo que hagas con tu vida no tiene nada que ver conmigo…
—Eso no es cierto —dijo Qhuinn en voz baja—. Yo…
—¿Que no es cierto?
—Blay, escucha, Layla y yo…
—¿Qué te hace pensar que quiero saber algo sobre lo que pasa entre vosotros?
—Solo pensé que quizás necesitabas conocer… no sé, el contexto o algo así.
Blay se quedó mirándolo fijamente durante unos segundos.
—¿Y por qué diablos crees que yo podría necesitar conocer el «contexto»?
—Porque… pensé que quizás todo esto podría resultarte… no sé, chocante. O algo así.
—¿Y por qué?
Qhuinn no podía creer que Blay quisiera que él se lo explicara en voz alta. Y mucho menos en presencia de otro hermano, aunque se tratara de John.
—Bueno, porque… tú ya sabes.
Blay se echó hacia delante y levantó el labio superior enseñando los colmillos.
—Solo para que quede claro, tu primo me da todo lo que necesito. Noche y día. Todos los días. Y en lo que se refiere a ti y a mí… —Blay movió la mano hacia delante y hacia atrás con el cigarrillo—. Simplemente trabajamos juntos. Eso es todo. Así que me gustaría que nos hicieras un favor a los dos y dejaras de pensar que yo «necesito» saber algo. Hazte la siguiente pregunta: Si yo trabajara en McDonald’s haciendo hamburguesas, ¿le estaría contando esto al tío que fríe las patatas? Si la respuesta es no, entonces cierra el pico.
Qhuinn volvió a clavar la mirada en el parabrisas. Y consideró la posibilidad de romperse la cabeza contra el cristal.
—John, para un momento.
John miró a Qhuinn y luego negó con la cabeza.
—John, para o yo lo haré por ti.
Qhuinn no era consciente de la forma en que el corazón le palpitaba en el pecho ni de que había cerrado los puños con fuerza.
—¡Para ya! —rugió, al tiempo que le daba un puñetazo al tablero y lanzaba lejos uno de los pequeños ventiladores.
La grúa se desvió entonces hacia el arcén y los frenos chirriaron. Pero antes de que el vehículo se detuviera por completo, Qhuinn se desmaterializó por el pequeño agujero del ventilador. Blay exhaló un suspiro de frustración.
Qhuinn tomó forma enseguida a un lado de la carretera, pues le resultaba imposible permanecer en su estado molecular debido a la cantidad de emociones que estaba sintiendo. Así que comenzó a caminar por la nieve poniendo una bota delante de la otra, pues su necesidad de moverse era más fuerte incluso que el dolor que sentía en los nudillos.
En el fondo de su mente pareció reconocer ese paraje, pero en ese momento había demasiado ruido en su cabeza para pensar con claridad.
No tenía ni idea de hacia dónde iba.
Y, joder, hacía frío.
‡ ‡ ‡
Sentado en la grúa, Blay se concentró en el extremo encendido de su cigarrillo, en la pequeña lucecita naranja que iba y venía como la cuerda de una guitarra.
Tal vez porque su mano estaba temblando.
John silbó para llamar su atención, pero Blay prefirió no hacer caso. Así que a continuación recibió un golpe en el brazo.
—Esto no es nada bueno para él —dijo John por señas.
—Es una broma, ¿verdad? —murmuró Blay—. Tienes que estar bromeando. Él siempre quiso una unión convencional y ahora ha atrapado a una Elegida… ¡Yo diría que es genial!
—No, me refiero a este lugar específicamente. —John señaló el asfalto.
Blay levantó la mirada hacia el parabrisas solo porque estaba demasiado cansado para discutir. Y entonces vio, iluminado por los faros de la grúa, un paisaje nevado cegadoramente blanco y la figura de un hombre que caminaba por un lado de la carretera como si fuera una sombra.
Un reguero de gotas de sangre marcaba el camino de sus huellas.
Qhuinn debía haberse herido la mano cuando golpeó el tablero…
Pero de repente Blay frunció el ceño. Y se enderezó.
Como fichas de un rompecabezas que poco a poco van ocupando su puesto, los detalles del lugar en que se encontraban fueron registrándose en su mente: desde la curva que daba la carretera hasta los árboles y la pared de piedra que estaba detrás de ellos. Todo se juntó para completar un escenario.
—Ay, mierda. —Blay echó la cabeza hacia atrás y se la golpeó contra el reposacabezas mientras cerraba los ojos y trataba de encontrar una solución distinta a la de bajarse a hablar con Qhuinn.
Pero no se le ocurrió nada.
Cuando abrió la puerta, el frío invadió el cálido interior de la cabina del camión. Blay no le dijo nada a John. No había razón para hacerlo. Salir en medio de una tormenta de nieve a perseguir a alguien era una de esas cosas que no requerían explicación.
Blay le dio una calada a su cigarrillo y comenzó a caminar pesadamente por entre los montoncitos de nieve fresca. Se veía que la máquina quitanieves había pasado hacía poco por allí, pero la ventisca era tan fuerte que Blay pensó que lo mejor sería moverse con rapidez.
En ese lugar, como en todas las zonas ricas de la ciudad, donde la base patrimonial sobre la que se calculaban los impuestos era tan amplia como los jardines de las casas, uno siempre podía estar seguro de encontrarte con una gigantesca máquina quitanieves en cualquier momento, sobre todo si continuaba nevando.
Y no había necesidad de representar esa escenita delante de humanos. En especial con el par de cadáveres llenos de sangre que había en la Hummer.
—Qhuinn —dijo Blay con voz ronca—. Qhuinn, espera.
Blay no gritó. No tenía energía para eso. Lo que había entre ellos, fuera lo que fuera, se había vuelto extremadamente agotador desde hacía tiempo… y esa escena a un lado de la carretera solo era un episodio más para el que ya no le quedaban fuerzas.
—Qhuinn. En serio.
Al menos Qhuinn disminuyó un poco el ritmo. Con algo de suerte, quizás estuviera tan furioso que no sería capaz de identificar plenamente el sitio en el que se encontraban.
Pero, vamos, eso no era muy probable, pensó Blay mientras miraba a su alrededor. Pues había sido justo en este tramo de carretera donde la Guardia de Honor había ejecutado su misión hacía tantos años. Entonces Qhuinn estuvo a punto de morir a causa de la paliza.
Dios, Blay recordó cómo había conducido hasta allí esa noche y el momento en que los faros de su coche enfocaron la oscura silueta de su amigo, que se desangraba en el suelo.
Blay hizo un esfuerzo por apartar esos recuerdos y volvió a llamar a su amigo.
—Qhuinn.
Esta vez Qhuinn se detuvo y sus botas parecieron plantarse en la nieve para no moverse más. Sin embargo, no se dio la vuelta.
Blay le hizo señas a John para que apagara los faros del camión y, un segundo después, lo único que los salvaba de la penumbra total era el suave destello naranja de las luces de estacionamiento del vehículo.
Qhuinn puso las manos sobre las caderas y miró hacia el cielo. El aliento que salía de su boca formaba una nube de vapor que se elevaba por el aire.
—Regresa y sube al camión. —Blay le dio otra calada a su cigarrillo y expulsó el humo—. Tenemos que seguir…
—Yo sé lo mucho que Saxton significa para ti —dijo Qhuinn con voz ronca—. Lo entiendo. De veras.
Blay se obligó a decir:
—Me alegra.
—Pero supongo que… oírtelo decir no deja de ser difícil.
Blay frunció el ceño.
—No lo entiendo.
—Ya sé que no lo entiendes. Y eso es culpa mía. Todo esto… es culpa mía. —Qhuinn miró por encima del hombro. Su cara tenía una expresión seria—. Es solo que no quiero que pienses que estoy enamorado de ella. Eso es todo.
Blay trató de darle otra calada a su Dunhill, pero no tenía suficiente fuerza en los pulmones.
—¿Pe-perdón? No entiendo… por qué…
Bueno, esa sí que era toda una respuesta.
—No estoy enamorado de ella. Y ella tampoco está enamorada de mí. Nosotros no dormimos juntos.
Blay soltó una carcajada llena de amargura.
—Mentira.
—Es cierto. Estuve con ella durante su período de fertilidad porque quiero tener un hijo, al igual que ella, así que lo nuestro empezó y terminó ahí.
Blay cerró los ojos al tiempo que sentía un agudo dolor en el pecho, como si la herida que tenía allí se hubiera vuelto a abrir.
—Qhuinn, vamos. Has estado con ella todo este año. Yo te he visto… Todos os hemos visto…
—Ella perdió su virginidad hace solo cuatro noches. Nadie había estado con ella antes de eso, ni siquiera yo.
Ay, esa sí que era una imagen que Blay no necesitaba en este momento.
—Y no estoy enamorado de ella. Ni ella está enamorada de mí. Y te repito que no dormimos juntos.
Blay ya no soportaba quedarse quieto, así que empezó a pasear de un lado a otro, aplastando la nieve con sus botas. Y luego, como salida de la nada, Blay escuchó en su cabeza la voz de la beata de Saturday Night Live[3] diciendo: «Bueno, eso sí que es especiaaaaaal…».
—No estoy saliendo con nadie —dijo Qhuinn.
Blay volvió a soltar otra amarga carcajada.
—¿Te refieres a que no tienes una relación? Pues claro que no. Pero no esperes que crea que pasas tu tiempo libre haciendo punto y ordenando los armarios con esa hembra.
—No he tenido sexo desde hace casi un año.
Eso hizo que Blay se quedara como paralizado.
Dios, ¿dónde estaba todo el aire en ese lugar del universo?
—Mentira —le espetó Blay con voz quebrada—. Estuviste con Layla hace cuatro noches. Tú mismo lo dijiste.
La horrible verdad lo invadió de nuevo, produciéndole un terrible dolor de cabeza. Le dolía tanto que se sintió incapaz de continuar ignorando su problema. Incapaz de ocultar lo que había estado tratando de olvidar durante los últimos días.
—Y estuviste con ella muy en serio —dijo—. Yo vi cómo se mecía la lámpara de la biblioteca que está debajo de tu habitación.
Ahora fue Qhuinn el que cerró los ojos como queriendo olvidar.
—Pero teníamos un propósito.
—Escucha… —dijo Blay sacudiendo la cabeza—. Te juro que no entiendo por qué me dices todo esto. Yo realmente creo en lo que ya te he dicho: no necesito ninguna explicación, no me interesa lo que hagas con tu vida. Tú y yo… crecimos juntos y ya está. Sí, compartimos muchas cosas en esa época y fuimos el uno para el otro cuando nos necesitamos. Pero así como ninguno de nosotros cabe ya en la ropa que solíamos usar cuando éramos niños, con nuestra relación pasa lo mismo. Esa relación ya no se ajusta a nuestras vidas actuales. Ya no… encajamos. Y escucha, no quise ser antipático en el camión, pero creo que debes tener esto claro. ¿Tú y yo? Tenemos un pasado, sí, pero eso es todo. Eso es… todo lo que vamos a tener.
Qhuinn desvió la mirada y su cara volvió a quedar en penumbra.
Entonces Blay se obligó a seguir hablando.
—Yo sé que eso… eso que tienes con Layla significa mucho para ti. O supongo que es así, porque ¿cómo podría ser de otro modo si ella está embarazada? ¿En cuanto a mí? Honestamente os deseo lo mejor. Pero no me debes ninguna explicación. Es más, yo no las necesito. Ya superé los enamoramientos infantiles, y eso es lo que tuve contigo, Qhuinn. Nada más. Solo me obsesioné contigo durante un tiempo, pero ya se acabó. Así que por favor cuida a tu hembra y no creas que me voy a cortar las venas porque has encontrado a alguien a quien amar. Yo también lo he encontrado.
—Ya te he dicho que no amo a Layla.
Cómo no, pensó Blay para sus adentros. Espera y verás.
Esa era una actitud típica de Qhuinn.
El tío era increíble en el campo de batalla. Y tan leal que era casi maniático. E inteligente. Y absolutamente sensual. Y tenía cien mil virtudes más que Blay le reconocía. Pero tenía un defecto grave y no era el color de sus ojos.
Qhuinn era incapaz de lidiar con sus emociones.
Totalmente incapaz.
Cada vez que sentía que algo podía volverse profundo salía huyendo… aunque no se moviera. Podía sentarse frente a ti, asentir con la cabeza y charlar, pero cuando las emociones se volvían fuertes abandonaba el interior de su piel. Simplemente se iba. Y si lo obligabas a enfrentarse a ellas…
Bueno, eso no era posible. Porque nadie podía obligar a Qhuinn a hacer nada.
Y sí, claro, había cantidades de explicaciones para su forma de ser. La manera en que su familia lo había tratado siempre como una maldición. La forma en que la glymera lo despreciaba. El hecho de haberse sentido un desarraigado durante toda su vida. Pero fueran cuales fueran las circunstancias, el tío siempre huiría de cualquier cosa que pareciera complicada o exigiera algo de él.
Probablemente lo único que podría cambiar eso sería tener un hijo.
Así que, con independencia de lo que dijera ahora, no cabía duda de que Qhuinn amaba a Layla, aunque el hecho de haber estado con ella durante su período de fertilidad y estar ahora esperando los resultados del apareamiento hacía que se sintiera loco de preocupación y creyera que debía alejarse de ella.
Por eso estaba ahí, a un lado de la carretera, parloteando sobre cosas que no tenían ningún sentido.
—Os deseo a los dos lo mejor —dijo Blay, mientras el corazón le palpitaba con fuerza en el pecho—. En serio. Espero que todo os salga muy bien.
En medio del tenso silencio que siguió, Blay decidió que debía salir de una vez por todas del agujero en el que había vuelto a caer. Tenía que volver a salir a la superficie y alejarse de aquella dolorosa agonía que sentía en el centro de su alma.
—Y ahora ¿podemos volver al camión y terminar nuestro trabajo? —dijo con voz neutra.
Qhuinn se llevó las manos a la cara por un instante. Luego bajó la cabeza, metió las manos ensangrentadas en los bolsillos de sus pantalones de cuero y empezó a caminar hacia el camión.
—Sí. Vamos.