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Como cualquier gran casa de campo de los Adirondacks, la de Rehv tenía de todo: una mansión inmensa estilo rancho, con revestimiento exterior de cedro y llena de pórticos. Otras cuantas construcciones individuales, entre ellas varias cabañas para huéspedes. Vista al lago. Muchas habitaciones.
Después de tomar forma en el jardín lateral, Trez y iAm caminaron por entre la nieve hasta la entrada trasera. Incluso en invierno, la casa proyectaba una atmósfera acogedora, con toda aquella luz tenue que salía por los cristales en forma de diamante. Pero no todo parecía salido de un cuento de hadas: los ricos victorianos que construyeron esos complejos para escapar al calor y la industrialización de las ciudades durante los veranos no las habían equipado con detectores láser de movimiento, sensores de última tecnología en todas las ventanas y puertas, además de cámaras de seguridad. Rehv había corregido el error de los descuidados constructores y lo había hecho por ellos.
Espléndido.
Trez posó el pulgar sobre el panel discretamente instalado a la izquierda de la puerta, y esta se abrió dando paso a una cocina de tamaño industrial, equipada con aparatos de acero inoxidable y con todos los electrodomésticos y enseres que uno podía imaginar.
Había algo cocinándose en el horno Viking. Pan, olía a pan.
—Tengo hambre —comentó Trez al cerrar la puerta. El mecanismo automático que echaba la llave se activó enseguida, pero de todas maneras Trez examinó con atención la cocina para asegurarse de que todo estaba en orden.
Se oía un ruido a lo lejos, como si alguien estuviera pasando la aspiradora; probablemente una Elegida. Desde que Phury, el Gran Padre, había liberado a aquel grupo de hembras que hasta entonces vivían recluidas en el Otro Lado, había muchas que no tenían donde vivir y Rehv les había prestado la casa para que se instalaran allí. Tenía sentido. Disfrutaban de gran privacidad, en especial cuando no era temporada, y además contaban con la suficiente distancia de la ciudad como para suavizar la transición entre la plácida inmutabilidad del Santuario y la naturaleza frenética, y a veces traumática, de la vida en la Tierra.
Hacía mucho tiempo desde la última vez que había estado en esa casa; de hecho, no había vuelto desde que la ocuparon las Elegidas. Pero, claro, cuando Rehv decidió ponerle una bomba a ZeroSum y acabar su vida como gran capo de la droga, aquel asunto de la deuda entre ellos había caducado.
Además, ahora que Rehv ya no tenía que hacer una entrega mensual de rubíes y sexo para la princesa, habían desaparecido las razones para venir al norte.
No obstante, al parecer eso había cambiado.
—Hola, Rehv, ¿dónde estás? —gritó Trez con voz atronadora.
A pesar de las protestas de su estómago, Trez y su hermano se dirigieron al salón principal. Los detalles de decoración victorianos estaban por todas partes, desde las alfombras orientales que cubrían el suelo, pasando por los taburetes forrados con tapices, hasta las cabezas disecadas de un bisonte, un venado, un alce y un lince, que colgaban de la pared alrededor de la chimenea de piedra.
—¡Rehv! —volvió a llamar Trez.
Joder, esa lámpara de mapache siempre le había parecido espeluznante. Al igual que el búho con gafas oscuras.
—Rehv bajará en un momento.
Trez dio media vuelta al oír aquella voz femenina.
Y en ese momento, el curso de su vida cambió para siempre.
La escalera que bajaba desde el segundo piso era recta, con escalones no muy altos y una baranda sencilla que salía desde arriba sin mucho artificio.
Pero la hembra vestida con una túnica blanca que estaba parada en el último escalón la convirtió en una especie de escalera celestial. Era bastante alta y delgada, pero tenía curvas en todos los lugares apropiados y su túnica suelta no podía ocultar unos senos firmes y grandes, ni la elegancia de sus caderas. Tenía la piel suave, del color del café con leche, y el pelo negro recogido en un moño. Los ojos eran de color claro, bordeados por espesas pestañas.
Tenía los labios llenos y de color rosa.
Trez quería besárselos.
En especial cuando se movían, enunciando lo que fuera que estaba diciendo con embriagadora precisión…
Un fuerte codazo de iAm en las costillas lo hizo saltar.
—¡Au! ¿Qué demonios…? Rayos. Mierda…, es decir, caramba.
Hora de mantener la calma y el control, imbécil.
—Nos ha preguntado si queremos comer algo —susurró iAm—. Yo le he dicho que no, no quiero nada. Ahora es tu turno de responder.
Ay, sí, él sí quería comer algo, claro. Quería caer de rodillas a los pies de ella y meterse bajo aquella…
Trez cerró los ojos y se sintió como un desgraciado.
—No, estoy bien.
—Creí que habías dicho que tenías hambre.
Trez abrió mucho los ojos y fulminó a su hermano con la mirada. ¿Acaso trataba de hacerlo quedar como un idiota?
La chispa que brilló en aquellos ojos sugería que sí, eso era lo que iAm estaba haciendo.
—No, estoy bien —repitió Trez. Léase: no me la busques, cabrón.
—Estaba a punto de ver cómo va mi pan.
Trez volvió a cerrar los ojos, mientras la voz de la Elegida resonaba en su cabeza, elevando su tensión arterial y calmándolo al mismo tiempo.
—¿Sabes? —Se oyó decir entonces—. Creo que sí, quiero comer algo.
Ella sonrió.
—Ven conmigo. Estoy segura de que podremos encontrar algo que te guste.
Cuando la hembra atravesó la puerta por la que ellos acababan de entrar al salón, Trez parpadeó como el imbécil que era.
Hacía mucho, pero mucho tiempo que una hembra no le decía nada que no tuviera doble sentido… pero hasta donde podía ver, esas palabras, que sin duda podrían ser interpretadas como una invitación a follar, al menos desde su óptica de sinvergüenza, no contenían ninguna promesa de recibir una mamada ni el paquete completo. Ni siquiera implicaban ningún tipo de atracción.
Naturalmente, eso hacía que la deseara más.
Los pies de Trez empezaron a avanzar en dirección a la hembra, mientras que su cuerpo la seguía como un perro a su amo, sin pensar en desviarse ni un milímetro del camino que ella había elegido para él…
iAm lo agarró del brazo y lo retuvo.
—Ni lo pienses.
El primer impulso de Trez fue soltarse, incluso si eso implicaba tener que dejar el brazo atrás.
—No sé de qué estás hablando.
—No me obligues a agarrarte de la polla —siseó iAm.
Aturdido, Trez bajó la mirada hacia su cuerpo. Y bueno, la verdad…
—No voy a… —… follarla, fue el verbo que cruzó por su mente, pero Dios, no podía usar esa palabra enfrente de esa hembra, ni siquiera en un caso hipotético—. Ya sabes, no voy a hacer nada.
—¿De verdad esperas que te crea?
Trez desvió los ojos hacia la puerta por la que ella acababa de desaparecer. Mierda. ¿Por qué habría perdido toda credibilidad en el tema de la abstinencia?
—Ella no está disponible para ti, ¿me entiendes? —dijo iAm apretando los dientes—. Eso no sería justo con alguien como esa hembra. Y, más aún, si la tocas, Phury saldrá a perseguirte con una daga negra. Ella es suya, no tuya.
Durante una fracción de segundo, Trez se enfureció al oír eso. Pero no solo porque su feminista interior estuviese vociferando contra el hecho de que las hembras fuesen tratadas como objetos, lo cual, desde luego, estaba muy mal. No. Trez se enfureció porque…
Mía.
Esa palabra emanó de lo profundo de su ser, hacia fuera, como si cada célula de su cuerpo de repente hubiese encontrado su voz y estuviera diciendo la única verdad que importaba en el mundo.
—Siento haberos hecho esperar.
Al oír la voz de Rehv, Trez recuperó la conciencia y se apartó del abismo por el que inesperadamente había comenzado a caminar.
El rey symphath estaba bajando por la misma escalera por la que había bajado la Elegida, apoyándose en su bastón y con el abrigo de piel negra que mantenía caliente su cuerpo siempre medicado.
iAm le dijo algo a Rehv y al parecer el symphath también dijo algo. Pero Trez no se enteraba de nada, estaba muy concentrado en la puerta de la cocina. ¿Qué estaría haciendo ella ahí…? Ay, joder. Probablemente estaba agachada mirando aquel pan…
Un suave gruñido se filtró por su garganta.
—¿Perdón? —preguntó Rehv y entrecerró aquellos ojos color púrpura.
Trez recibió entonces otro codazo en las costillas; nueva advertencia de su hermano para que regresara a la realidad.
—Lo siento. Tengo algo de indigestión. ¿Cómo estás?
Rehv arqueó una ceja, pero luego se encogió de hombros.
—Necesito vuestra ayuda.
—Lo que quieras —dijo Trez, y lo decía en serio.
—Mañana por la noche habrá una reunión del Consejo. Wrath va a estar presente. La Hermandad se encargará de su protección, pero yo quiero que vosotros dos asistáis sin que se note.
Trez dio un paso atrás. El Consejo solía reunirse con frecuencia antes de los ataques de hacía un par de años y Rehv nunca había necesitado refuerzos.
—¿Qué sucede?
—El pasado otoño hubo un atentado contra la vida del rey. Le pegaron un tiro a Wrath.
¿Qué?
Trez apretó los dientes.
—¿Quién fue? —Después de todo, le caía bien el rey.
—La Pandilla de Bastardos. Vosotros no los conocéis, pero es posible que los conozcáis mañana por la noche… si aceptáis venir.
—Claro que iremos. —Trez cruzó los brazos sobre el pecho. Su hermano asintió con la cabeza—. ¿Dónde?
—La reunión está convocada a medianoche, en una propiedad que está en Caldwell. Es una de las pocas casas que no fue atacada por la Sociedad Restrictiva; aunque la familia desapareció casi por completo, porque estaban visitando a un pariente en la ciudad cuando los atacaron, y decidieron no volver. —Rehv dio unos pasos y se sentó en el sofá, donde permaneció quieto unos instantes, dándole vueltas al bastón entre las piernas—. Wrath ya está totalmente ciego, pero la glymera no lo sabe. Quiero que esté instalado en el salón cuando esos aristócratas lleguen, para que no vean que necesita que alguien lo guíe…
Trez se sentó frente al fuego y siguió mirando a Rehv con atención, asintiendo de vez en cuando para que el no se diera cuenta de que ya no lo estaba oyendo.
Porque su mente ya no estaba allí, sino en la cocina, con esa hembra…
¿Cuál sería su nombre?
Y algo igual de importante…
¿Cuándo podría volver a verla?