48
Assail atravesó las imponentes rejas de una propiedad ubicada en la parte rica de Caldwell. Se sentía molesto. Exhausto. Al borde de perder el control. Y no solo por el hecho de llevar varios días consumiendo cocaína y sin comer.
La cabaña estaba a mano izquierda y Assail había aparcado debajo de una de sus pintorescas ventanas. Habría preferido desmaterializarse hasta allí, para no tener que conducir, pero no le quedaban fuerzas. Así que después de dejar a los gemelos en aquel club gótico, el Iron Mask, se dirigió directamente hacia allí, consciente de que si no se alimentaba de la vena ya no podría seguir funcionando.
Detestaba esta situación. Pero no porque le importara el dinero que costaba. Era más bien porque no se sentía particularmente atraído hacia aquella hembra y le molestaban bastante los intentos de ella por cambiar esas circunstancias.
Cuando se bajó del todoterreno sintió el golpe del aire frío contra la cara, lo cual le ayudó a despertarse un poco y tomar conciencia de lo aletargado que estaba.
En ese mismo momento, un coche pasó por la calle y siguió de largo. Una especie de sedán doméstico.
Y entonces se abrió la puerta de la cabaña.
Assail sintió un cosquilleo en los colmillos cuando percibió la presencia de la hembra que lo esperaba en el umbral. Vestida con una negligé de color negro, parecía estar lista para él, pues el pesado aroma de su excitación sexual invadía el aire, aunque eso no fue lo que despertó el deseo de Assail. Fue la sangre, nada más y nada menos…
Assail frunció el ceño y miró hacia fuera, hacia el bosque que bordeaba la propiedad.
A través de los árboles sin hojas vio que se encendían las luces traseras del coche que acababa de pasar por delante. Y después, quienquiera que fuera dio media vuelta y apagó las luces.
Assail agarró su arma de inmediato.
—Entra. No estamos solos.
La hembra se apresuró a cancelar la bienvenida y desapareció en el interior de la cabaña, cerrando la puerta de un golpe.
Lo mejor en esas circunstancias habría sido desmaterializarse hasta los bosques, pero Assail se encontraba demasiado famélico para eso…
Sin embargo, el viento cambió de dirección de repente y cuando llegó hasta él, sus fosas nasales se ensancharon.
Assail dejó escapar un gruñido suave, pero no en señal de advertencia. Era más bien una especie de saludo.
Como si alguna vez pudiera olvidar aquella particular combinación de feromonas.
Su pequeña ladrona le estaba devolviendo el favor y ahora le estaba haciendo lo mismo que él le había hecho la noche anterior. ¿Desde cuándo lo estaría siguiendo?, se preguntó Assail, al tiempo que sentía una punzada de admiración pero también de frustración.
No le gustaba la idea de que ella lo hubiese visto bajo el puente. Pero conociéndola, no podía descartarlo.
Entonces tomó aire lenta y largamente, pero no sintió ningún otro olor significativo. Lo que quería decir que estaba sola.
¿Estaría reuniendo información? Pero ¿para quién?
Assail giró sobre sus talones y sonrió con malicia. No cabía duda de que, cuando él entrara, la mujer se iba a acercar… y sería una descortesía no ofrecerle un buen espectáculo.
Assail golpeó una vez en la puerta y la hembra volvió a abrir.
—¿Está todo bien? —preguntó ella.
Los ojos de Assail recorrieron la cara de la hembra y luego se detuvieron en el pelo. Era negro. Grueso. Parecido al de su pequeña ladrona.
—Todo despejado. Solo era un humano con un problema mecánico.
—¿Entonces no hay nada de lo que preocuparse?
—No, nada.
Cuando el alivio borró la expresión de tensión de la cara de la hembra, Assail cerró la puerta y pasó el cerrojo.
—Me alegra tanto que hayas vuelto a mí —dijo la hembra, mientras dejaba que se abrieran las dos partes de su bata de satén con encajes.
La erótica prenda que vestía la hembra empujaba sus senos hacia arriba y adelgazaba su cintura, hasta el punto de que Assail pensó que podría rodearla con una sola mano. Tenía un olor recargado: demasiada crema de manos, loción corporal, champú, acondicionador y perfume.
Assail habría preferido que no se esforzara tanto.
Con un movimiento rápido de los ojos, revisó la posición de todas las ventanas. Naturalmente, ninguna había cambiado: había dos ventanas pequeñas a cada lado de la chimenea de piedra. Una ventana de tres paneles sobre el fregadero y un gran ventanal sobre un sofá repleto de almohadones y cojines bordados.
Su ladrona seguramente elegiría la ventana que estaba a la derecha de la chimenea. Estaba apartada de la luz que proyectaba la lámpara que colgaba sobre la puerta de entrada y protegida del resplandor de la chimenea.
—¿Estás listo para mí? —preguntó la hembra entre ronroneos.
Assail metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta. Los mil dólares en efectivo venían en billetes de cien, doblados por la mitad, lo que formaba un pequeño fajo.
Moviéndose sinuosamente, Assail le dio la espalda al ventanal y la chimenea. Por alguna razón no quería que su ladrona lo viera haciendo el pago.
Sin embargo, sí quería que fuera testigo del resto del espectáculo.
—Toma.
Cuando la mujer tomó el dinero, Assail no quería que lo contara y, por fortuna, no lo hizo.
—Gracias —dijo ella y dio un paso hacia atrás para guardar los billetes en un frasco—. ¿Procedemos?
—Sí. Vamos.
Assail se acercó y tomó el control, agarrando la cara de la hembra entre sus manos y ladeándole la cabeza para besarla con pasión. En respuesta, ella gimió, como si ese inesperado avance fuera algo que no solo agradecía sino que no esperaba.
Assail se alegró de que ella disfrutara, pero no era precisamente el placer de esa mujer lo que él perseguía con ese encuentro.
Empujándola con su cuerpo, la llevó hasta el sofá que estaba contra la pared, bajo la ventana, y utilizó su fuerza para acostarla con la cabeza hacia la chimenea. Mientras se recostaba, la mujer se acarició los senos empujándoselos hacia arriba hasta tensionar al máximo el satén que los cubría.
Assail se montó sobre ella totalmente vestido, incluso con el abrigo, y metió una rodilla entre las piernas de la hembra mientras bajaba la mano para subirle la suave y sedosa tela…
—No, no —dijo Assail, cuando sintió que la hembra le ponía los brazos alrededor del cuello—. Quiero verte.
Pamplinas. Lo que quería era que el cuerpo de la mujer se alcanzara a ver desde la ventana.
Ella obedeció y él volvió a besarla. Apartó la falda con las manos y ella abrió las piernas.
—Fóllame —dijo la hembra y arqueó el cuerpo debajo de él.
Bueno, eso no iba a ser posible. No estaba ni siquiera duro.
Pero no todo el mundo tenía por qué saberlo.
Con el fin de parecer apasionado, se quitó el abrigo y luego, con un rápido movimiento de los colmillos, cortó las tiras de la negligé, dejando los senos de la hembra expuestos a la luz que proyectaba la chimenea, mientras los pezones se ponían rígidos de inmediato.
Assail hizo una pausa, como si se sintiera maravillado por lo que veía. Y luego sacó la lengua y bajó la cabeza.
En el último momento, sin embargo, justo antes de empezar a lamer y chupar aquellos senos, levantó la vista y la clavó en la ventana de la derecha, donde se encontró con la mirada de la mujer que los espiaba desde las sombras…
Un rayo de deseo puro y sin diluir atravesó todo su cuerpo, tomando el control, sustituyendo cualquier pensamiento racional. Y en ese momento la hembra que tenía debajo dejó de ser la hembra de su especie que él había comprado por un rato… Para convertirse en su ladrona.
Eso lo cambió todo. Con un impulso súbito, Assail mordió el cuello de la hembra y comenzó a alimentarse de su vena, tomando lo que necesitaba…
Mientras se imaginaba que era la humana la que estaba debajo de él.
‡ ‡ ‡
Sola contuvo el aliento…
Y se obligó a alejarse de la ventana de la cabaña.
Al sentir que su espalda se estrellaba contra la chimenea de piedra, cerró los ojos y sintió cómo le latía el corazón contra las costillas, mientras sus pulmones se llenaban de aire frío.
Aun con los párpados cerrados, lo único que podía ver eran aquellos senos desnudos frente a aquel hombre, su cabeza negra en un movimiento descendente, la lengua saliendo de su boca… y luego esos ojos que se levantaban de repente y se clavaban en los suyos.
Ay, Dios, ¿cómo diablos sabía ese hombre que ella estaba ahí?
Y, mierda, nunca iba a olvidar la imagen de aquella mujer acostada debajo de él, el abrigo tirado a un lado y el cuerpo de él sumergiéndose en la cuna formada por aquellas esbeltas piernas. Sola se podía imaginar el calor de la chimenea que chisporroteaba junto a ellos y el calor aún más poderoso que brotaba de él: la sensación de la piel contra la piel, la promesa del éxtasis.
«No vuelvas a mirar», se dijo mentalmente. «Él sabe que estás aquí».
El agudo grito de una mujer llegando al orgasmo vibró por toda la cabaña, acabando con la apariencia de respetabilidad del lugar.
Sola volvió a asomarse a la ventana… aunque sabía que no debía hacerlo.
El hombre estaba dentro de la mujer y la parte inferior de su cuerpo bombeaba, mientras su cara permanecía hundida en el cuello de ella y sus brazos subían y bajaban para sostener el peso de su torso.
El hombre ya no volvería a levantar la vista. Y estaría ocupado durante un buen rato.
Así que era el momento de retirarse.
Además, ¿realmente necesitaba mirar eso?
Sola soltó una maldición y se alejó del lugar, corriendo por entre la maleza y esquivando los esqueléticos árboles sin hojas. Cuando llegó hasta donde estaba su coche alquilado, se subió, cerró las puertas y arrancó el motor.
Entonces volvió a cerrar los ojos y a recrear toda la escena: la manera como se había acercado a la cabaña y luego a la ventana para quedarse escondida entre la sombra que proyectaba la chimenea.
El hombre de pie en aquella habitación abierta, la mujer que estaba frente a él, su elegante cuerpo cubierto por una negligé de satén negro, aquel pelo largo y negro que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Luego el hombre le tomó la cara con las manos y la besó con pasión, mientras sus hombros se contraían al agacharse y hacer contacto con ella, con una expresión totalmente erótica…
Y luego él había llevado a la mujer hasta el sofá.
Aunque se sentía morir por tener que admitirlo, la verdad era que Sola había sentido en ese momento una punzada de celos irracionales. Pero eso no había sido lo peor: su propio cuerpo había reaccionado y su sexo se había hinchado entre las piernas, como si fuera su boca la que el hombre estaba besando en esos instantes, su cintura la que soportaba aquellas manos y sus pechos los que se rozaban contra el pecho de él. Y esa reacción solo se había intensificado cuando el hombre acostó a la mujer en el sofá, con la expresión marcada por el deseo y los ojos chispeantes, como si estuviera frente a la comida que estaba a punto de devorar.
No era bueno espiar. Espiar a los demás no estaba bien.
Pero ni siquiera la amenaza contra su seguridad personal, y quizás también contra su salud mental, había sido suficiente para hacer que se alejara de aquella ventana. En especial cuando el hombre se echó hacia atrás y se quitó el pesado abrigo que llevaba puesto. Había sido imposible no imaginárselo desnudo, con aquel pecho inmenso expuesto al resplandor del fuego. No imaginarse sus abdominales contrayéndose bajo la piel… Y luego parecía que él le había roto la ropa con los dientes… ¡Con los dientes!
Y cuando los senos condenadamente perfectos de la mujer quedaron al descubierto…, él había levantado la vista para mirarla a ella.
Sin ninguna advertencia previa, aquellos ojos brillantes de depredador se habían levantado y se habían clavado en los suyos, mientras que la boca dibujaba una sonrisa ladina.
Como si aquel espectáculo fuera solo para ella.
—Mierda. Mierda.
Una cosa estaba clara: si él quería darle una lección sobre espionaje no había podido encontrar una manera mejor de hacerlo, salvo, claro, meterle en la boca el cañón de una calibre cuarenta.
Salió lentamente a la carretera. Ese Ford Taurus era demasiado lento, tardaba una eternidad en alcanzar la velocidad de setenta kilómetros por hora, que era el límite en aquella carretera, y Sola deseó estar en su Audi: con la sangre aún latiéndole con fuerza por las venas, necesitaba una expresión externa del rugido que sentía en su interior.
Algún desfogue.
Como el… sexo, por ejemplo.
Pero no con ella misma.