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Qhuinn llevaba corridas once de las veinte millas que se había propuesto hacer en la cinta cuando se abrió la puerta de la sala de máquinas del centro de entrenamiento.

Cuando vio de quién se trataba, saltó a los bordes laterales de la cinta y oprimió el botón de parar. Blay estaba en el umbral, mirando a todas partes con desesperación y una expresión de ansiedad.

—¿Qué pasa? —preguntó Qhuinn.

Blay se llevó una mano al pelo.

—Ah, Layla está aquí abajo, en la clínica…

Mierda. —Qhuinn saltó hacia la puerta—. ¿Qué ha pasado?

—No, no es nada. Solo la están examinando, eso es todo —dijo Blay, al tiempo que se hacía a un lado para despejar la salida—. Supuse que querrías saberlo.

Qhuinn frunció el ceño y frenó en seco. Al estudiar la expresión de su amigo, llegó a una conclusión que lo puso nervioso: Blay estaba preocupado por algo grande. Era difícil decir con exactitud por qué lo sabía, pero, claro, después de haber sido amigo de alguien desde la infancia aprendes a leer hasta el más mínimo detalle en su rostro.

—¿Estás bien? —le preguntó Qhuinn.

Blay hizo una seña con la cabeza hacia la clínica.

—Sí. Claro. Layla está en la sala de reconocimientos.

Bueno, era evidente que el tema estaba cerrado. Fuera lo que fuera.

Qhuinn salió corriendo por el pasillo con tanta rapidez que casi se llevó por delante la puerta cerrada de la clínica. Sin embargo, se detuvo en el último minuto, gracias a un súbito ataque de decoro. Algunos de los reconocimientos que les practicaban a las hembras embarazadas involucraban la exposición de sus partes íntimas y aunque él y Layla habían follado juntos, ciertamente no tenían ese nivel de intimidad.

Qhuinn llamó a la puerta.

—¿Layla? ¿Estás ahí?

Hubo un momento de pausa y luego la doctora Jane abrió.

—Hola, entra. Me alegra que Blay te haya encontrado.

La expresión de la médica no dejaba adivinar nada de lo que estaba pasando y eso lo ponía casi psicótico. En términos generales, cuando los médicos adoptan esa actitud tan amable y profesional las noticias no son buenas.

Qhuinn se concentró en Layla, pero fue a Blay a quien agarró del brazo.

—Quédate, por favor —le dijo entre dientes.

Blay pareció sorprendido, pero accedió a la solicitud de su amigo, de modo que entró y cerró la puerta.

—¿Qué pasa? —preguntó Qhuinn.

¿Un reconocimiento? Pura mierda. Layla tenía los ojos muy abiertos y un poco desorbitados mientras jugueteaba nerviosamente con su pelo despeinado.

—Ha habido un cambio —dijo la doctora Jane con tono dubitativo.

Pausa.

Qhuinn estuvo a punto de ponerse a gritar.

—Muy bien, escuchad, si alguien no me dice inmediatamente qué es lo que sucede, me voy a volver loco aquí mismo…

—Estoy embarazada —se apresuró a decir Layla.

¿Y entonces cuál es el cambio?, se preguntó mentalmente Qhuinn.

—Durante el proceso de aborto parecía que el embarazo se había interrumpido —dijo Jane—. Pero resulta que todavía está embarazada.

Qhuinn parpadeó. Y luego sacudió la cabeza, pero no de un lado a otro, sino como alguien que estuviera masturbando una bola de nieve.

—No lo entiendo.

La doctora Jane se sentó en un taburete con ruedas y abrió una historia clínica que apoyó sobre sus piernas.

—Acabo de hacerle otro análisis de sangre. Está embarazada.

—Voy a vomitar —dijo de repente Layla—. Ya…

Todo el mundo se abalanzó sobre la pobre hembra, pero solo Blay tuvo la buena idea de coger una papelera y entregársela y eso fue lo que la Elegida usó.

Qhuinn le sostuvo el pelo mientras vomitaba. Y también él empezó a sentirse un poco mareado.

—Ella no está bien —le dijo a la doctora.

Jane lo miró a los ojos por encima de la cabeza de Layla.

—Esto es un síntoma normal del embarazo. Las mujeres embarazadas suelen vomitar durante los primeros meses; al parecer, a las hembras vampiras también les pasa…

—Pero está sangrando…

—Ya no. También le he hecho una ecografía. No hay duda: Layla todavía está embarazada…

—¡Ay, mierda! —gritó Blay.

Qhuinn tardó una fracción de segundo en entender la causa del grito de su amigo. Y luego se dio cuenta… de que estaba mirando al techo.

No, espera.

Se estaba desmayando.

Su último pensamiento consciente fue que era realmente genial que Blay lo agarrara mientras se desplomaba al suelo como un árbol del bosque.

‡ ‡ ‡

En todos los idiomas existen muchas formas de expresar cariño: fórmulas altisonantes, palabras poéticas, expresiones sencillas y cotidianas, frases tan tortuosas que es difícil descifrarlas. Cada una de estas formas expresa un sentimiento distinto, un matiz particular que tiñe las diferentes relaciones entre las personas.

Sin embargo, existe una fórmula por excelencia que lo significa todo.

Estar enamorado de alguien.

La diferencia entre «querer» a alguien versus «estar enamorado» es como la diferencia que existe entre una calle de cualquier ciudad y el Gran Cañón. Entre la cabeza de un alfiler y Estados Unidos. Entre una exhalación y un huracán.

Sentado en el suelo de la sala de reconocimientos, con el cuerpo desmayado de Qhuinn sobre el regazo, Blay no podía recordar qué era exactamente lo que Layla había dicho. ¿Acaso había dicho «por qué él te quiere»? En cuyo caso, sí, claro, Blay sabía que Qhuinn lo quería como amigo y eso era así desde hacía décadas. Así que eso no cambiaba nada.

¿O tal vez había dicho «por qué está enamorado de ti»?

En cuyo caso, Blay sentía ganas de seguir el ejemplo de Qhuinn y desmayarse él también allí mismo.

—¿Cómo está mi otro paciente? —preguntó la doctora Jane, mientras Layla se dejaba caer, exhausta, sobre la camilla.

—Respirando —contestó Blay.

—Ya volverá en sí.

Eso espero, pensó Blay mientras se concentraba en la cara de Qhuinn, como si esos rasgos que conocía tan bien pudieran responder a su pregunta de alguna manera.

No era posible que la Elegida hubiese dicho «enamorado».

No podía ser.

—¿Estás segura de que esto es normal? —le preguntó Layla a la doctora Jane.

—¿Las náuseas y el vómito? Según lo que me dijo Ehlena son dos síntomas muy corrientes en un embarazo normal. De hecho, pueden ser señal de que las cosas van por buen camino. Son las hormonas.

—No tengo que volver a la clínica de Havers, ¿verdad?

—Bueno, Ehlena fue a visitar a su padre, pero regresará esta noche. Le preguntaremos si puede tratarte ella… Y luego veremos cómo sigues. No te voy a mentir… Creo que esto es un milagro.

—Estoy de acuerdo.

Mientras las hembras hablaban entre ellas, Blay mantuvo la vista fija sobre los párpados cerrados de Qhuinn. Era un milagro, cierto. Un absoluto milagro…

Como si hubiese escuchado alguna señal, Qhuinn se despertó en ese momento; aquellas pestañas gruesas y negras empezaron a aletear como si trataran de decidir si realmente sería buena idea recuperar la conciencia.

—¡Layla! —gritó Qhuinn, al tiempo que se incorporaba de golpe.

Blay se echó hacia atrás para no interponerse en su camino y se sintió un poco estúpido.

En especial al ver que Qhuinn se abalanzaba sobre la hembra tan pronto se ponía de pie.

Blay se quedó donde estaba y se recostó contra las puertas cerradas de armarios que había debajo del lavabo, con las rodillas flexionadas y las manos sobre las piernas. Aunque se sentía morir no podía dejar de mirar a Layla y a Qhuinn juntos, mientras la mano con la que su amigo sostenía la daga acariciaba con gesto increíblemente delicado el pelo rubio de la Elegida.

Qhuinn le estaba diciendo algo, quizás trataba de tranquilizarla.

Antes de darse cuenta de lo que hacía, Blay se sorprendió en el pasillo, caminando hacia alguna parte, cualquier parte. A pesar de lo difícil que era aceptar la compasión de Qhuinn… era del todo imposible ser testigo de cómo consolaba a la hembra, aunque esa hembra se lo mereciera más que nadie.

La idea de que Layla hubiese recibido en su período de fertilidad exactamente el mismo tratamiento que él había recibido durante los últimos dos días hacía que le doliera el pecho. Pero lo peor era que, al parecer, con ella todos esos ejercicios físicos habían cumplido con su propósito biológico y ahora no solo estaba embarazada, sino que, gracias a Payne, Blay tenía el presentimiento de que el embarazo llegaría a feliz término.

En general se sentía seguro de haber hecho lo correcto al acudir a la hermana de V el día anterior. Suponiendo, claro, que ella fuese la causa de ese asombroso cambio en el panorama. Pero aunque no tenía sentido, Blay se sentía…

—¿Estás bien?

Blay se detuvo en seco al oír la voz de Qhuinn. Estaba seguro de que su amigo se iba a quedar con la Elegida.

Así que tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el control; se metió las manos en los bolsillos y respiró profundamente antes de dar media vuelta.

—Sí, estoy bien. Pensé que querríais tener un poco de intimidad.

—Gracias por sujetarme —dijo Qhuinn y levantó las manos—. No sé qué me pasó…

—Sentiste alivio.

—Sí, supongo.

Hubo un momento de incomodidad. Pero, claro, ellos se habían especializado en esa clase de momentos, ¿no?

—Escucha, voy a regresar a la casa —dijo Blay con una sonrisa y la esperanza de que Qhuinn le creyera—. Es bueno tener una noche libre.

—Ah, sí. Saxton te estará esperando.

Blay abrió la boca para decir algo, pero luego contuvo el «porqué» que estaba a punto de salir de sus labios.

—Sí, así es. Cuida a tu hembra. Quizás nos veamos más tarde en la Última Comida.

¿Por qué no le decía la verdad? Se preguntó Blay. Se estaba portando como un cobarde escondiéndose tras una relación que ya no existía. Pero cuando tienes una herida necesitas ponerte una tirita.

Por Dios, ahora entendía por qué lo había dejado Saxton.

No era más que un desgraciado.