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El alarido que retumbó en la habitación a oscuras fue totalmente inesperado.

Mientras reverberaba en sus oídos, Layla trató de identificar quién la habría despertado así. ¿Qué era lo que…?

Al mirar hacia abajo, se dio cuenta de que estaba sentada en la cama, con las sábanas arrugadas entre los puños cerrados y el corazón palpitando acelerado contra las costillas.

Y al mirar a su alrededor se dio cuenta de que tenía la boca abierta…

Cuando cerró la boca, supo que debía haber sido ella la que había gritado. No había nadie más en la habitación. Y la puerta estaba cerrada.

Entonces levantó las manos y giró las muñecas hasta poner las palmas hacia arriba y hacia abajo. La débil luz que alumbraba la habitación ya no provenía de su cuerpo. Era la luz del baño.

Se acercó al borde de la cama y miró hacia el suelo.

Payne ya no yacía allí como un bulto. Se había marchado… ¿o quizás se la habían llevado?

Lo primero que se le ocurrió fue ir a buscar a la hermana de Vishous: saltar de la cama y empezar a buscarla. Aunque no entendía qué era exactamente lo que había ocurrido entre ellas, no cabía duda de que había representado un gran esfuerzo para la guerrera.

Pero Layla se contuvo, cuando la preocupación por su propio bienestar tomó el control. Entonces sus sentidos se concentraron en su propio cuerpo, mientras su mente exploraba cada sensación, a la espera de encontrarse con una contracción o aquella sensación de hinchazón entre las piernas, o los extraños dolores que corroían sus huesos.

Pero nada.

Igual que una habitación que se queda en silencio cuando todos los que estaban en ella se marchan, su cuerpo se sentía en paz, tranquilo, sin dolor ni malestar.

Layla se quitó las mantas de encima y movió las piernas hasta que quedaron colgando del borde de la cama. Inconscientemente, se preparó para aquella horrible sensación de la sangre saliendo de su útero. Cuando no sintió nada, se preguntó si el aborto habría llegado a su fin. Solo que ¿no había dicho Havers que se prolongaría durante otra semana?

Necesitó armarse de coraje para ponerse de pie. Aunque se imaginó que era una ridiculez.

Pero seguía sin sentir nada.

Layla se dirigió lentamente al baño, mientras esperaba que los síntomas regresaran en cualquier momento y la hicieran doblarse de dolor. Esperaba que las contracciones comenzaran de nuevo y aquel proceso volviera a apoderarse de su cuerpo y su mente.

«No estoy segura de que vaya a funcionar contigo, pero podemos intentarlo…».

Layla se arrancó la ropa que tenía encima y se lanzó al inodoro.

Ya no sangraba.

Ni tenía contracciones.

Una parte de ella se hundió en una tristeza tan profunda que tuvo miedo de que aquella emoción se la tragara. Resultaba paradójico, pero durante el proceso del aborto se sentía como si todavía tuviera una cierta conexión con su bebé. Si todo había terminado, la muerte sería un hecho consumado, aunque lógicamente Layla sabía que en su vientre nunca había habido nada que pudiera considerarse vivo o capaz de sobrevivir. De lo contrario, el embarazo no habría llegado a su fin.

Sin embargo, otra parte de ella se sintió animada por una gran esperanza.

¿Y si…?

Se dio una ducha rápida, a pesar de no saber con exactitud por qué tenía tanta prisa ni adónde se suponía que debía ir.

Bajó la vista hacia su vientre y deslizó las manos enjabonadas por aquel abdomen liso y plano.

—Por favor… cualquier cosa, toma cualquier cosa que desees… pero permite que conserve esta vida que late dentro de mí… y puedes tomar cualquier cosa…

Estaba hablando con la Virgen Escribana, claro, aunque no estaba segura de que la madre de la raza la escuchara.

—Dame a mi bebé… déjame conservarlo… por favor…

La desesperación que sentía era tan terrible como los dolores físicos que había padecido antes, así que salió de la ducha dando tumbos, se secó rápidamente y se vistió con la primera prenda limpia que encontró.

Por lo que había visto en televisión, las hembras humanas se hacían pruebas ellas mismas, unos pequeños bastoncitos diseñados para informarte acerca de los misterios de la procreación de tu cuerpo. Pero las vampiras no contaban con nada parecido; al menos que ella supiera.

Seguro que los machos sí lo sabían. Ellos siempre lo sabían todo.

Así que salió como una loca de su habitación y se dirigió hacia el corredor de las estatuas, rezando para poder encontrarse con alguien, cualquier persona…

Excepto Qhuinn.

No, no quería que fuera él quien la ayudara a entender si había ocurrido un milagro… Porque lo más seguro era que no hubiese cambiado nada. Y no quería darle esperanzas para luego decepcionarlo. Sería demasiado cruel.

La primera puerta que encontró en su camino fue la de Blaylock y, tras un momento de vacilación Layla llamó. Blay conocía su situación y, en el fondo del corazón, era un buen macho, un macho fuerte y bueno.

Al ver que nadie respondía, soltó una maldición y dio media vuelta. No había visto la hora, pero teniendo en cuenta que las persianas estaban subidas y no olía como si estuvieran sirviendo la cena, probablemente estaban en mitad de la noche. Así que Blay se habría ido a combatir…

—¿Layla?

Layla dio media vuelta. Blay estaba asomado a la puerta de su habitación; la expresión de su cara revelaba sorpresa.

—Lo siento mucho… —Se le quebraba la voz y tuvo que carraspear—. Yo… yo…

—¿Qué pasa? ¿Estás…? Vaya, cuidado. Ven, déjame que te ayude a sentarte.

Apenas fue consciente de que Blaylock acababa de ayudarla a sentarse en el sofá dorado que estaba justo a la salida de su cuarto.

Blay se arrodilló frente a ella y la tomó de las manos.

—¿Quieres que busque a Qhuinn? Creo que está en…

—Dime si todavía estoy embarazada. —Al ver que Blay abría mucho los ojos, Layla le apretó las manos—. Necesito saber. Algo… —Layla no sabía si Payne querría que ella contara lo que había sucedido—. Solo necesito saber si ya se acabó o no. ¿Podrías…? Por favor… Necesito saber…

Ella comenzó a balbucear; Blay le puso la mano en el brazo y se lo acarició.

—Tranquilízate. Solo respira hondo, vamos, respira conmigo. Eso es… así…

Layla obedeció y se concentró en el tono firme de aquella gruesa voz.

—Voy a llamar a la doctora Jane, ¿te parece bien? —Al ver que ella empezaba a discutir, Blay negó con la cabeza—. Quédate aquí. Prométeme que no irás a ningún lado. Solo voy por mi móvil. Quédate aquí.

Por alguna razón, Layla sintió que los dientes le empezaban a castañetear. Curioso, como si hiciera frío.

Un segundo después, el soldado regresó y se arrodilló de nuevo frente a ella. Tenía el móvil contra la oreja y estaba hablando.

—Muy bien. Jane ya está en camino —dijo, al tiempo que guardaba el teléfono—. Y yo me quedaré aquí contigo.

—Pero tú te das cuenta, ¿no? Tú puedes percibir el olor…

—Sssshhhh…

—Lo siento. —Layla volvió la cara y clavó la mirada en el suelo—. No quiero arrastrarte a este desastre. Yo solo… lo siento tanto…

—Está bien. No te preocupes por eso. Vamos a esperar a la doctora Jane. Oye, Layla, mírame. Mírame.

Cuando por fin levantó la mirada hacia aquellos ojos azules, se sintió conmovida por su gentileza. En especial, cuando el macho le sonrió con ternura.

—Me alegra que hayas acudido a mí —dijo—. Si algo va mal, nos encargaremos de ello.

Layla no pudo evitar pensar en Qhuinn al observar el rostro fuerte y apuesto de Blay y sentir la tranquilidad del consuelo que él le ofrecía de manera tan generosa. El amigo de Qhuinn era un guerrero decente.

—Ahora entiendo por qué está enamorado de ti —dijo sin pensarlo.

Blay se puso tan blanco como un papel.

—¿Qué? ¿Qué has dicho?

—Aquí estoy —gritó la doctora Jane desde las escaleras—. Ya estoy aquí.

Mientras la doctora corría hacia ellos, Layla cerró los ojos.

Mierda. ¿Qué era lo que acababa de decir?

‡ ‡ ‡

Tras pasar el día entero en la bodega, Xcor, el líder de la Pandilla de Bastardos, salió por fin a la fría oscuridad de la noche.

Llevaba todas sus armas encima y tenía el móvil en la mano.

En algún momento durante aquel largo día, la sensación de que había olvidado algo por fin se había aclarado y recordó que les había dicho a sus soldados que cambiaran de escondite. Lo cual explicaba por qué ninguno de ellos había aparecido al amanecer.

Su nuevo escondite no era en el centro. Y después de reflexionar sobre el asunto, Xcor se dio cuenta de que había cometido un error al establecer sus cuarteles en esa parte de la ciudad, porque, aunque esa zona en concreto estuviera casi desierta, vivir en el centro implicaba demasiados riesgos: altas posibilidades de que los descubrieran o de que las cosas se complicaran.

Tal como había comprobado la noche anterior, con esa visita de una Sombra.

Xcor cerró los ojos mientras pensaba en la extraña manera en que se sucedían los acontecimientos, más allá de las intenciones originales de la gente. Si no hubiese sido por la intrusión de aquella Sombra, quizás nunca habría podido encontrar y rastrear a su Elegida. Y si no la hubiese seguido hasta aquella clínica no se habría enterado de que ella estaba embarazada… ni habría descubierto el paradero de la Hermandad.

Entonces se lanzó hacia el viento y volvió a tomar forma en el tejado del rascacielos más alto de la ciudad. Allí, en lo alto, las ráfagas de viento eran terribles y hacían que el abrigo se le enroscase alrededor del cuerpo mientras jugueteaban con el pelo que cada vez tenía más largo, obstruyendo su visión y la vista de la ciudad que se extendía a sus pies. Lo único que permanecía en su lugar era el arnés en el que guardaba la guadaña.

Xcor se volvió hacia el lugar donde estaba la montaña del rey y apenas pudo distinguir el promontorio que se levantaba en el horizonte.

—Pensamos que estabas muerto.

Al oír esas palabras, giró sobre sus botas, mientras el viento le aplastaba el pelo contra la cara.

Throe y los demás formaban un semicírculo a su alrededor.

—Pues como veis, estoy vivo y respirando. —Aunque, en realidad, se sentía muerto—. ¿Qué tal las nuevas instalaciones?

—¿Dónde estabas? —preguntó Throe.

—En otra parte. —Mientras parpadeaba, se vio a sí mismo explorando aquel paisaje brumoso, dando vueltas y vueltas alrededor de la base de aquella montaña—. Las nuevas instalaciones, ¿qué tal están?

—Bien —murmuró Throe—. ¿Puedo hablar un momento contigo?

Xcor arqueó una ceja.

—Pareces muy ansioso por hacerlo.

Los dos machos se apartaron un poco, dejando a los otros en medio del viento y, cosas de la vida, Xcor quedó mirando hacia al lugar donde se hallaba el complejo de la Hermandad.

—No puedes hacer eso —dijo Throe por encima de los aullidos del viento—. No puedes volver a desaparecer durante todo un día. No en medio de este clima político. Supusimos que te habían matado o, peor aún, que te habían capturado.

Hubo una época en que Xcor habría respondido a esa observación con un insulto feroz o incluso con una agresión. Pero su soldado tenía razón. Ahora las cosas eran diferentes entre ellos; desde que Xcor envió a Throe a la boca del lobo sentía que estaba conectado con él de alguna forma.

—Te aseguro que no fue mi intención.

—Entonces ¿qué ocurrió? ¿Dónde estabas?

En ese momento, Xcor se vio ante una encrucijada. Un camino lo llevaba a él y a sus soldados hasta la Hermandad, a un sangriento conflicto que cambiaría sus vidas para siempre. ¿Y el otro?

Pensó en su Elegida, en cómo la sostenían aquellos dos guerreros, con tanto cuidado como si fuese de cristal.

¿Cuál de los dos caminos tomaría?

—Estaba en la bodega —se oyó decir después de un momento—. Pasé el día en la bodega. Regresé allí por error y ya era demasiado tarde para desplazarme hasta otro lugar. Me he pasado todo el día allí metido; además no tenía batería en el móvil, por eso no pude llamaros. En cuanto pude salir de la bodega me vine para acá.

Throe frunció el ceño.

—Hace rato que oscureció.

—Perdí la noción del tiempo.

Esa era toda la información que estaba dispuesto a dar. No más. Y su soldado debió darse cuenta de que Xcor estaba llegando el límite porque, aunque mantuvo el ceño fruncido, Throe decidió no seguir con el interrogatorio.

—Tengo que hacer algo aquí, no tardaré mucho. Luego partiremos a encontrar a nuestros enemigos —declaró Xcor.

Sacó su móvil; aunque no podía leer los avisos de la pantalla, sí sabía cómo revisar sus mensajes. Había algunas llamadas perdidas, seguramente de Throe y los demás. Y luego había un mensaje de alguien de quien esperaba recibir noticias.

—Soy yo —anunciaba Elan, hijo de Larex—. El Consejo se reunirá mañana a media noche. Pensé que deberías saberlo. El lugar es una propiedad de la ciudad cuyos dueños acaban de regresar de su casa de seguridad. Rehvenge está muy interesado en que se lleve a cabo la reunión, así que supongo que nuestro querido leahdyre tiene un mensaje del rey. Te mantendré informado de lo que ocurra, pero no quiero verte por allí. Que tengas un buen día, aliado mío.

Xcor enseñó los colmillos y el resurgimiento de su agresividad hizo que se sintiera bien, como si estuviera volviendo a la normalidad.

¿Cómo se atrevía ese pequeño aristócrata amanerado a decirle qué debía hacer?

—El Consejo se reunirá mañana por la noche —dijo Xcor, mientras guardaba su teléfono.

—¿Dónde? ¿A qué hora? —preguntó Throe.

Xcor miró por encima de la ciudad hacia la montaña. Y luego dio media vuelta para quedar de espaldas a ese punto cardinal.

—El gentil Elan ha decidido que no nos hagamos presentes allá. Lo que no sabe es que eso será decisión mía. No suya.

Como si el hecho de no haberle dado la dirección lo fuera a mantener alejado de ese lugar si él decidía ir.

—Suficiente conversación. —Xcor se acercó al lugar donde estaban reunidos sus soldados—. Bajemos a las calles y peleemos como hacen los guerreros.

Entonces la guadaña empezó a hablarle de nuevo y aquella voz resonó con claridad en la mente de Xcor, como si sus palabras sedientas de sangre fueran la súplica de una amante.

El silencio de la guadaña había sido inquietante.

Así que se sintió muy aliviado cuando se desmaterializó desde lo alto del rascacielos, mientras su voluntad de acero dirigía sus moléculas hacia el suelo y el campo de batalla. Tenía la sensación de que era otro macho el que había vivido las veinticuatro horas anteriores.

Por fin había vuelto.

Y estaba listo para matar.