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La falta de alimento finalmente le pasó factura a Assail cerca de cinco horas después del anochecer. Se estaba poniendo la camisa, una camisa de botones azul claro con puños dobles, cuando las manos le empezaron a temblar con tanta intensidad que no pudo abrocharse. Y luego experimentó una sensación de agotamiento tan abrumadora que se tambaleó.
Maldijo en voz baja y se dirigió a la cómoda. Allí, sobre la brillante superficie de caoba, estaban esperándolo su frasquito y su cuchara; se hizo cargo del asunto enseguida mediante dos inhalaciones rápidas, una por cada fosa.
Era un hábito muy malo y por eso solo se lo permitía cuando de verdad lo necesitaba.
Al menos la coca hizo desaparecer la sensación de agotamiento. Pero iba a tener que encontrar a una hembra. Pronto. De hecho, era un milagro que hubiese durado tanto tiempo sin alimentarse. Hacía varios meses de la última vez que se había alimentado de la vena, y la experiencia había sido muy poco cautivadora, un pase rápido y sucio con una hembra de la especie bien versada en proporcionarles sustento a machos necesitados. Por un precio, claro.
Vaya molestia.
Después de armarse y sacar del armario un abrigo negro de cachemir se dirigió a las escaleras y abrió la puerta corredera de acero. Un ruido metálico, como si alguien estuviera moviendo las armas de todo un arsenal, llegó hasta sus oídos.
En la cocina, los gemelos estaban examinando varias calibre cuarenta.
—¿Hiciste la llamada? —le preguntó Assail a Ehric.
—Tal como dijiste.
—¿Y?
—Se comprometió a estar allí y a acudir solo. ¿Necesitas armas?
—Ya tengo —dijo Assail y cogió las llaves del Range Rover de un platillo de plata que reposaba sobre la encimera—. Llevaremos mi vehículo por si lo necesitamos para cargar a algún herido.
Después de todo solo un idiota confiaría en la palabra de un enemigo, y su camioneta tenía incorporado bajo el chasis un artefacto que podría ser muy útil en caso de un ataque sorpresa.
Bum.
Quince minutos después los tres estaban cruzando el puente hacia Caldwell; mientras conducía, Assail recordaba las razones por las cuales había sido tan buena idea traer a sus primos: no solo eran un buen refuerzo para sus actividades, sino que no tenían tendencia a desperdiciar la energía en conversaciones inútiles.
El silencio era un cuarto pasajero muy bienvenido.
Al llegar a la orilla del Hudson, Assail tomó una desviación que conducía a una vía que pasaba por debajo de la Carretera del Norte. Luego siguió avanzando paralelo al río y entró a un bosque en un paisaje oscuro y desierto.
—Aparca por aquí a la derecha, a unos cien metros —dijo Ehric desde atrás.
Assail se salió de la vía y se detuvo, un poco más adelante, en el arcén.
Los tres salieron al aire helado, con los abrigos abiertos, las armas en la mano y los ojos vigilantes. El gemelo de Ehric iba detrás con las tres bolsas. El plástico hacía un ruido siniestro mientras avanzaba.
Sobre ellos el tráfico rugía: los coches parecían avanzar a un ritmo constante, mientras se destacaba la estridente sirena de una ambulancia y el golpe del paso de un pesado camión sobre las vigas del puente. Assail inhaló profundamente sintiendo el aire helado en sus fosas nasales, pero ningún olor a mugre o pescado muerto que lograra sobrevivir al frío.
—Más adelante —dijo Ehric.
Los tres siguieron caminando a paso firme sobre el asfalto y luego entraron a una zona verde donde la nieve se había congelado. Gracias a los grandes paneles de cemento que bloqueaban la entrada del sol, allí no crecía nada, pero había vida… Bueno, una especie de vida. Humanos indigentes apelotonados en una especie de guaridas hechas con cartón y lona trataban de defenderse del frío, con los cuerpos tan envueltos en trapos que no sabías hacia dónde estaban mirando.
Pero teniendo en cuenta que su principal preocupación era mantenerse vivos, a Assail no le preocupaban. Además, sin duda esos humanos estaban acostumbrados a ser testigos de esa clase de negocios y sabían que no debían entrometerse.
¿Y si lo hacían? Él no dudaría en sacarlos de su miseria.
La primera señal de que el enemigo había aparecido fue el hedor que llegó con el viento. Assail no sabía mucho sobre las estrategias de la Sociedad Restrictiva y sus miembros, pero su nariz no pudo distinguir ningún matiz dentro de aquel olor nauseabundo. Así que supuso que el desgraciado había seguido las instrucciones al pie de la letra y no había miles de asesinos llegando masivamente a la escena, aunque era posible que las tropas del Omega tuvieran un solo aroma.
Pronto lo sabrían.
Assail y sus machos frenaron en seco. Y esperaron.
Un momento después, un solo restrictor salió de detrás de un pilar.
Ah, interesante. Este macho había sido «cliente» suyo antes y solía acudir con dinero en efectivo para recibir pequeñas cantidades de éxtasis o heroína. Había estado al borde de ser eliminado, pero sus compras estaban solo un poquito por debajo de la cota que definía a los intermediarios más importantes.
Y esta era la única razón de que siguiera vivo… y de que se hubiese convertido en restrictor. Pensándolo bien, llevaba fuera del circuito una temporada, seguramente mientras se adaptaba a su nueva vida. O su nueva no-vida.
—Por… Dios —dijo el asesino, cuando percibió el olor de los otros.
—No mentí cuando te dije que era tu enemigo —dijo Assail arrastrando las palabras.
—¿Vampiros…?
—Lo cual nos pone a ti y a mí en una posición curiosa, ¿no es cierto? —Assail les hizo una seña a los gemelos—. Mis socios vinieron anoche aquí de buena fe. Y quedaron muy sorprendidos con lo que descubrieron al llegar tus hombres. Así que tuvieron que hacer gala de ciertos… comportamientos agresivos… antes de que las cosas se aclararan. Mis disculpas.
Cuando Assail hizo otra seña, su primo arrojó las bolsas de plástico a los pies del restrictor.
—Estamos dispuestos a decirte dónde está el resto —dijo Ehric con voz seca.
—Dependiendo del resultado de esta transacción —añadió Assail.
El restrictor bajó un instante la mirada hacia las bolsas, pero esa fue toda su reacción. Lo cual sugería que era un profesional.
—¿Habéis traído la mercancía?
—Tú la pagaste.
El asesino entrecerró los ojos.
—Vais a hacer negocios conmigo.
—Te puedo asegurar que no estoy aquí por el placer de tu compañía. —Cuando Assail hizo una seña con la mano, Ehric sacó un paquete bien envuelto—. Pero primero unas cuantas reglas básicas. Tú me llamarás directamente a mí. No aceptaré llamadas de ningún otro miembro de tu organización. Puedes delegar las tareas de entrega y recogida de la mercancía a quien quieras, pero me dirás de antemano la identidad y el número de personas que vas a enviar. Si hay cualquier clase de emboscada, o si incumples aunque sea mínimamente mis dos reglas, dejaré de hacer negocios contigo. Esas son mis únicas condiciones.
El asesino miró a Assail y luego a sus primos.
—¿Qué pasaría si quisiera comprar más mercancía?
Assail ya había considerado esa posibilidad. No había pasado los últimos doce meses haciendo que los intermediarios se pegaran un tiro para nada… y no iba a cederle a nadie el poder que había adquirido con tanto esfuerzo. Sin embargo, esta era una oportunidad única. Si la Sociedad Restrictiva quería ganarse un poco de dinero en las calles, él no tenía problema en proporcionarle las drogas para que lo hiciera. No había ninguna posibilidad de que este maloliente hijo de puta pudiera llegar hasta Benloise, porque Assail se iba a asegurar de que eso no ocurriera. Además, Assail tenía actualmente un problema: tenía más mercancía que vendedores.
Así que había llegado la hora de empezar a buscar recursos externos. Ahora que ya tenía el control de la ciudad en sus manos, la siguiente fase era elegir a unos cuantos que trabajaran con él como contratistas, por decirlo de algún modo.
—Vamos a empezar poco a poco y veremos cómo funciona —murmuró Assail—. Tú me necesitas. Yo soy la fuente de la mercancía. Así que ahora depende de ti. Ciertamente… cómo lo decís vosotros… yo no me opongo a que vayas aumentando los pedidos. Con el tiempo.
—¿Cómo sé que no trabajas con la Hermandad?
—Si trabajara con la Hermandad ya estarías muerto. Además, como gesto de buena fe —dijo, señalando las bolsas de plástico que reposaban a los pies del restrictor—, y en reconocimiento de tu pérdida, te he extendido un crédito de tres mil dólares en esta entrega. Mil por cada una de nuestras… digamos, confusiones de anoche.
El asesino levantó las cejas con sorpresa.
En medio del silencio que siguió, una ráfaga de viento que sopló alrededor del grupo hizo volar los abrigos y levantó el cuello de la chupa del asesino.
Assail estaba dispuesto a esperar la reacción del restrictor. Había solo dos respuestas posibles: sí, en cuyo caso Ehric le arrojaría el paquete, o no, en cuyo caso los tres abrirían fuego contra el desgraciado, dejándolo incapacitado para luego apuñalarlo y enviarlo de regreso al Omega.
Cualquiera de las dos posibilidades era aceptable. Pero Assail esperaba que fuera la primera. Era la mejor para ambas partes, la única forma de hacer dinero.
‡ ‡ ‡
Sola se mantuvo a cierta distancia del cuarteto de hombres que se habían reunido bajo el puente: apostada en un lugar seguro, usó sus prismáticos para espiar la reunión.
El Señor Misterio, alias el Gran Houdini de la Carretera, estaba escoltado por dos inmensos guardaespaldas que parecían dos gotas de agua. Según todas las apariencias, él era quien dirigía la reunión, lo cual no era ninguna sorpresa, y Sola también se podía imaginar el tema en discusión.
Había visto con toda claridad cómo el gemelo de la izquierda daba un paso al frente y le entregaba al hombre que estaba solo un paquete del tamaño de una fiambrera.
Esperaba a que se cerrara el trato, aunque sabía que se estaba jugando la vida en esa aventura, y no solo por estar debajo del puente durante la noche.
Teniendo en cuenta el encuentro que había tenido con aquel hombre la noche anterior, era muy poco probable que a él le gustara que ella estuviera siguiéndolo y que hubiese sido testigo de sus actividades ilegales. Pero había pasado la mayor parte de las últimas veinticuatro horas pensando en él… y sintiéndose muy molesta. Este era un país libre, maldición, y si ella quería estar en un lugar público como ese, estaba en todo su derecho.
Si él quería privacidad, debería encargarse de sus negocios en un lugar que no fuera público.
Sola apretó los dientes… consciente de que su carácter rebelde era su peor defecto en el trabajo.
Siempre había hecho lo que le daba la gana porque Sola era una de esas personas a las que les gusta hacer exactamente lo que les dicen que no deben hacer. Por supuesto, cuando se trata de cosas como: no, no puedes comerte una galleta antes de la cena, o no, no puedes sacar el coche porque estás castigada, o no, no debes ir a la cárcel a ver a tu padre… las consecuencias no son exactamente las mismas que si te sorprenden espiando a unos traficantes de drogas.
No, no puedes regresar a esa casa.
No, no puedes seguir vigilándome.
Sí, claro, así eran los fulanos con poder. Pero sería ella quien decidiera cuándo era suficiente, gracias. Y por el momento todavía no era suficiente.
Además, su tenacidad se podía ver desde otro ángulo: a ella no le gustaba perder el control y eso era lo que había ocurrido la noche anterior. Cuando se alejó de ese hombre, lo había hecho con miedo… y no era así como ella quería vivir su vida. Desde aquella tragedia, ocurrida hacía tanto tiempo, cuando las cosas cambiaron para siempre, había decidido, o más bien había prometido, que nunca jamás volvería a tener miedo de nada.
Ni del dolor. Ni de la muerte. Ni de lo desconocido.
Y ciertamente no de un hombre.
Sola ajustó el foco de los prismáticos para concentrarse en la cara. Gracias al reflejo de las luces de la ciudad, podía verla con claridad y, sí, era tal cual la recordaba. Dios, tenía el pelo tan condenadamente negro que parecía casi como si se lo tiñera. Y esos ojos pequeños y agresivos. Y esa expresión tan arrogante y controlada.
Francamente parecía demasiado distinguido para ser lo que era. Pero, claro, quizás era un traficante de drogas como Benloise.
Poco después las dos partes del negocio tomaron caminos separados: el hombre que estaba solo dio media vuelta y desapareció por el mismo lugar por donde había llegado, con una colección de bolsas de basura no muy llenas colgando del hombro, mientras que los otros tres atravesaron de nuevo el pavimento hasta el Range Rover.
Sola corrió hasta su coche de alquiler; su traje negro ajustado la ayudaba a confundirse con las sombras. Una vez en el interior del Ford se agachó para que no la vieran y miró con disimulo por el retrovisor. La carretera que pasaba por debajo del puente era de un solo sentido.
Esa era la única vía de salida. A menos que el hombre quisiera arriesgarse a que la policía lo detuviera por circular en dirección prohibida.
Momentos después la camioneta pasó junto a ella. Esperó unos instantes a que se adelantara un poco y luego pisó el acelerador y comenzó la persecución, conservando una distancia prudencial para no ser descubierta.
Cuando Benloise le encargó aquella misión, le había proporcionado la marca y el modelo de la camioneta del hombre, además de aquella dirección sobre el Hudson. Sin embargo, no le había dado ningún nombre.
Memorizó la matrícula del coche. Tal vez alguno de sus amigos de la comisaría pudiera ayudarla; aunque, teniendo en cuenta que la casa estaba a nombre de un administrador, Sola supuso que lo mismo debía pasar con el automóvil.
En fin, solo estaba segura de una cosa.
Adondequiera que se dirigiera a continuación, ella estaría allí.