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Qhuinn se despertó con una gran erección.

Estaba tumbado de espaldas y sus caderas se movían por voluntad propia, restregando su polla contra el cobertor y las sábanas. Durante unos momentos, mientras permanecía en ese estado de ensoñación que precede a la conciencia total, se imaginó que Blay era el que creaba aquella fricción con las palmas de las manos… a manera de preámbulo para la entrada en acción de la boca.

Solo se dio cuenta de que estaba a solas cuando estiró las manos para hundir los dedos en aquella melena roja y se encontró únicamente con las sábanas.

En un ataque de la-esperanza-es-lo-último-que-se-pierde levantó el brazo y tanteó el espacio a su lado, convencido de encontrar el cuerpo tibio de su amigo.

Pero solo halló más sábanas. Frías sábanas.

—Mierda —dijo entre dientes.

Al abrir los ojos y ver dónde se encontraba, la realidad lo golpeó y desinfló la erección. A pesar de aquellas dos maravillosas sesiones eróticas, Blay debía estar, en ese mismo momento, despertando junto a Saxton.

Probablemente estarían follando.

Ay, Dios, Qhuinn sintió deseos de vomitar.

La idea de Blay tocando a otro tío, montando a otro, lamiendo y acariciando a otro —su maldito primo, para ser exactos— era casi tan insoportable como el asunto de Layla. El hecho era que ahora, después de lo ocurrido entre ellos, Qhuinn se sentía mucho más atraído por Blay que antes.

Genial. Otra buena noticia.

Qhuinn se arrastró hasta salir de la cama y llegar al baño. No quería encender las luces, pues no tenía interés alguno en comprobar que estaba hecho una mierda, pero afeitarse solo con el tacto no era la mejor idea.

Cuando encendió la luz tuvo que parpadear varias veces, mientras sentía un incipiente dolor de cabeza que tenía su origen justo detrás de los ojos. No había duda de que tenía que comer, pero, por Dios santo, las implacables exigencias de su cuerpo estaban acabando con él.

Después de abrir el grifo del lavabo se echó un poco de espuma de afeitar en la palma de la mano con un rápido movimiento de muñeca. Y pensó en su primo. Aunque no estaba seguro, tenía el presentimiento de que Saxton debía usar una de aquellas anticuadas brochas para embadurnarse de crema la mandíbula y las mejillas. Y no debía tener una Gillette, no. Probablemente tenía una navaja barbera profesional, con mango de madreperla.

El padre de Qhuinn tenía una de esas. Y a su hermano le habían regalado una después de la transición, con sus iniciales grabadas.

Junto con aquel anillo con el sello familiar.

Bueno, pues se alegraba por ellos. Aunque, teniendo en cuenta que los dos estaban muertos, lamentablemente ya no las estaban usando.

Cuando se hubo cubierto la cara con la espuma blanca cogió su vulgar Mach 3 con cuchilla desechable y…, sin ninguna razón aparente, pensó que tal vez debía ponerle una cuchilla nueva.

Sí, una limpia y afilada.

Empezó a rebuscar en los cajones que había debajo de la encimera, mientras hacía un inventario de toda clase de artículos de belleza que nunca usaba ni miraba.

Cuando abrió el último cajón, el que estaba más cerca del suelo, se detuvo. Frunció el ceño y se inclinó.

Al fondo del cajón había una cajita negra de terciopelo, como las que se usan para guardar joyas. Solo que él no tenía ninguna joya y menos de Reinhardt’s, esa elegante joyería del centro. Como en su habitación no entraba nadie Qhuinn se dijo que la caja debía de estar allí cuando llegó y nunca la había visto.

Así que sacó la caja, levantó la tapa y…

—Hijo de puta.

Dentro, como si tuvieran algún valor, se encontraban todos sus piercings de metal, así como el aro que solía usar en el labio inferior.

Seguro que Fritz se los había encontrado algún día cuando limpiaba y los había metido en esa caja. Era la única explicación, pues Qhuinn no se había molestado en hacerlo, cuando se los quitaba simplemente los tiraba al fondo de algún cajón sin ninguna ceremonia.

Pasó los dedos por encima de aquellos aros de acero, mientras pensaba en el día que los compró y se los puso. Su padre se había contrariado mucho y su madre se había sentido tan mortificada que se había excusado de la Última Comida y había tomado sus alimentos en su habitación durante veinticuatro horas enteras, después de que él entrara al comedor usando los piercings.

En la tienda le habían dicho que no se pusiera los aros hasta que los agujeros sanaran. Pero esa recomendación era para los humanos. Un par de horas después, todo parecía en orden y él se había puesto los aros.

De hecho, lo había hecho en el baño de Blay.

Qhuinn frunció el ceño al recordar el momento en que salió del baño. Blay estaba acostado en la cama viendo la tele. Al oír que Qhuinn salía del baño, lo miró con expresión indiferente y relajada, hasta que se fijó en los malditos aros.

Entonces había contraído ligeramente el ceño. La clase de gesto que solo notas cuando conoces a una persona muy, pero que muy bien. Tal como lo conocía Qhuinn.

Entonces Qhuinn interpretó que su audacia había sido demasiado para el Señor Conservador. Pero ahora, al pensarlo retrospectivamente, recordó algo más. Blay había desviado deprisa la mirada hacia la pantalla… al tiempo que agarraba como por casualidad un cojín y se lo ponía sobre las piernas.

Seguramente se había excitado.

Qhuinn sintió que se ponía duro al recrear la escena.

Esos malditos aros le recordaban toda su rebeldía y su rabia, y que entonces aún tenía una idea muy equivocada de lo que sería para él la felicidad.

Una hembra. Si podía hallar una que lo aceptara.

Vaya mentira.

Era curioso ver cómo la cobardía se manifestaba de distintas formas. Uno no tenía que pasarse la vida en un rincón, temblando como un mariquita y lloriqueando. Demonios, no. Uno podía ser un tío grande y ruidoso, con una actitud permanentemente agresiva y una cara llena de piercings, que le gruñía al mundo entero… y no ser más que un maldito cobarde. Después de todo, Saxton era más valiente; llevaba trajes de tres piezas y corbatas elegantes y mocasines, pero sabía bien quién era y no tenía miedo de obtener lo que quería.

Y, mira qué bien, Blay seguramente se estaba despertando ahora en la cama de Saxton.

Qhuinn cerró la tapa de la cajita y volvió a ponerla donde la había encontrado. «¿Qué era lo que estaba haciendo?», pensó.

Ah, sí. Afeitándose.

Eso era.

‡ ‡ ‡

Cerca de veinte minutos después, Qhuinn salió de su habitación. Pasó frente a las puertas cerradas del estudio de Wrath y siguió de largo.

Luego pasó frente al saloncito del segundo piso y le costó trabajo mantener la calma cuando aquel sofá entró en su campo de visión.

Nunca volvería a ver ese sofá con los mismos ojos. Demonios, tal vez nunca pudiera volver a ver ningún sofá sin pensar en Blay.

Al llegar a la habitación de Layla, se inclinó y pegó la oreja a la puerta. Como no oyó nada, se preguntó qué sería lo que esperaba averiguar de esa manera.

Así que dio un golpecito suave. Cuando no obtuvo respuesta sintió un miedo irracional y, sin pensarlo dos veces, abrió de par en par.

La luz se proyectó en medio de la penumbra.

Lo primero que pasó por su mente fue que Layla había muerto; que Havers, ese hijo de puta, había mentido y el aborto había terminado por matarla: Layla estaba muy quieta, recostada contra las almohadas, con la boca ligeramente abierta y las manos entrelazadas sobre el pecho, como si un director de pompas fúnebres con gran respeto por los muertos la hubiese arreglado ya para el funeral.

Solo que… había algo diferente en ella y Qhuinn tardó un minuto en entender de qué se trataba.

Ya no se sentía ese abrumador olor a sangre. De hecho, lo único que se distinguía en el aire era aquel delicado aroma a canela que la caracterizaba y que refrescaba el ambiente de una forma que parecía hacer brillar toda la habitación.

¿Por fin habría terminado el aborto?

—¿Layla? —dijo Qhuinn, a pesar de que le había dicho que si la encontraba dormida no la molestaría.

Fue todo un alivio ver que sus cejas se contraían levemente al escuchar su nombre, incluso bajo el velo del sueño.

Qhuinn tuvo la sensación de que, si volvía a llamarla, ella se despertaría.

Pero parecía más bien cruel obligarla a recuperar la conciencia. Porque ¿qué sería lo que encontraría al despertar? ¿El mismo dolor que llevaba horas sintiendo? ¿Y esa sensación de pérdida?

A la mierda con eso. Que siguiera durmiendo.

Salió en silencio y se quedó en el pasillo, recostado contra la puerta cerrada. No sabía muy bien qué hacer. Wrath le había dicho que se quedara en casa aunque John Matthew saliera; probablemente se trataba de una especie de permiso especial por calamidad doméstica. Y Qhuinn se lo agradecía. Era tan poco lo que podía hacer por Layla, que lo mínimo era estar cerca de ella por si necesitaba algo. Una soda. Una aspirina. Un hombro sobre el que llorar.

«Tú le has hecho esto».

A juzgar por el ruido de platos que salía del comedor, Qhuinn supuso que se había perdido la Primera Comida. Nueve de la noche. Sí, se había despertado muy tarde, pero no importaba. Si tenía que sentarse a la mesa y pasar cuarenta y cinco minutos en compañía de casi dos docenas de personas que estarían intentando no mirarlo, seguramente se volvería loco.

El ruido de alguien que iba caminando por el vestíbulo lo impulsó a acercarse a la barandilla y mirar hacia abajo.

Payne, la temible hermana de V, estaba saliendo del comedor.

Qhuinn no conocía muy bien a la hembra, pero sentía gran respeto por ella. Era imposible no respetarla después de haber visto cómo se comportaba en el campo de batalla: firme como una roca, con una fuerza increíble. Pero ese día tenía un aspecto extraño; la shellan del doctor Manello parecía recién salida de una pelea en un bar: caminaba lentamente, arrastrando los pies sobre el suelo de mosaico, con el cuerpo encorvado y agarrada del brazo de su compañero como si eso fuera lo único que la sostuviera en pie.

¿Acaso la habrían herido en una pelea cuerpo a cuerpo?

Pero Qhuinn no sintió olor a sangre.

El doctor Manello le dijo a su shellan algo que él no alcanzó a oír; luego el médico hizo una seña en dirección a la sala de billar, como si le estuviera preguntando si quería ir allí.

Y enseguida se dirigieron a la sala a paso de tortuga.

Teniendo en cuenta que a Qhuinn no le gustaba que la gente se quedara mirando lo que no era de su incumbencia, se retiró rápidamente de la barandilla y esperó a que no hubiese más moros en la costa. Después bajó la gran escalera.

Comida. Ejercicio. Volver a ver a Layla.

Esa iba a ser su noche.

Mientras se dirigía a la cocina, se sorprendió preguntándose dónde estaría Blay. Qué estaría haciendo. Si estaría en la calle combatiendo o se habría quedado en casa esa noche y…

Teniendo en cuenta que Qhuinn no sabía dónde estaba Saxton, decidió no seguir con las especulaciones.

Porque si Qhuinn tuviera la noche libre y pudiera pasar un rato a solas con su amigo, sabía muy bien lo que estaría haciendo.

Y Saxton, su maldito primo, no era ningún tonto.