38
Cuando el Mercedes llegó por fin a la mansión de la Hermandad, Qhuinn se bajó primero y se dirigió a la puerta de Layla. Al abrirla, los ojos de la Elegida se clavaron en los suyos.
En ese instante supo que nunca iba a olvidar la expresión de aquel rostro. Layla tenía la piel tan blanca como un papel y parecía igual de frágil. La hermosa estructura ósea de su cara parecía sobresalir por encima de la piel, con los ojos hundidos y los labios fruncidos y planos.
Qhuinn pensó entonces que, probablemente, así se vería Layla cuando muriera, aunque eso sucediera muchas décadas o siglos más adelante.
—Voy a llevarte en brazos —dijo Qhuinn, al tiempo que se agachaba y la tomaba entre sus brazos.
El hecho de que ella no protestara le demostró lo poco que quedaba de aquel espíritu.
Como si hubiese estado esperando su llegada, Fritz estaba preparado y abrió las puertas del vestíbulo con la diligencia que lo caracterizaba. Qhuinn entró con su preciosa carga en los brazos. Todo ese asunto era lamentable, se dijo. El sueño que brevemente había abrazado durante el período de fertilidad de Layla. La esperanza perdida. El dolor que ella estaba padeciendo. La angustia emocional que los dos estaban viviendo.
Tú le has hecho esto.
Cuando se apareó con ella, Qhuinn solo pensó en las consecuencias positivas, de las cuales estaba tan seguro.
Pero ahora, cuando todo se había consumado y sus botas se hundían en el abominable terreno de la realidad, veía que no valía la pena. Ni siquiera la posibilidad de tener un bebé sano justificaba todo esto.
Lo peor era verla sufrir.
Rezó para que no hubiese mucho público esperándolos. Solo quería ahorrarle a Layla la pequeña tortura de tener que desfilar frente a un grupo de caras tristes y preocupadas.
Por fortuna no había nadie.
Subió las escaleras de dos en dos y soltó una maldición al llegar al segundo piso y ver que las puertas del estudio de Wrath estaban abiertas.
Pero, claro, el rey era ciego.
George dejó escapar un bufido a manera de saludo cuando Qhuinn pasó por delante de la puerta en dirección a la habitación de Layla, cuya puerta abrió de un puntapié. Los doggen habían recogido; la cama estaba hecha y había un ramo de flores frescas sobre la cómoda.
Se dijo que, después de todo, él no era el único que quería ayudar.
—¿Quieres cambiarte de ropa? —le preguntó a la Elegida mientras cerraba la puerta también con el pie.
—Quiero darme una ducha…
—Enseguida.
—… solo que me da miedo. No quiero… no quiero verlo… no sé si entiendes lo que quiero decir.
Qhuinn la acostó en la cama y se sentó junto a ella. Le puso una mano sobre la pierna y empezó a acariciarle la rodilla con el pulgar.
—Lo lamento mucho —dijo ella con voz ronca.
—Mierda, no, no hagas eso. Nunca pienses ni digas eso, ¿está claro? Esto no es culpa tuya.
—¿Entonces de quién?
—De nadie.
Qhuinn pensó en cuánto tiempo duraría todo aquello. No podía creer que el aborto pudiera prolongarse otra semana o más. ¿Cómo era posible…?
Al ver la mueca de dolor que deformó la cara de Layla, supo que estaba teniendo otra contracción. Pero cuando miró hacia atrás con la esperanza de encontrar a la doctora Jane descubrió que estaban solos.
Lo cual le mostró, más que cualquier otra cosa, que no había nada que hacer.
Qhuinn le apretó la mano.
Todo había empezado solo con ellos dos.
Y estaba terminando igual.
—Creo que me gustaría dormir un rato —dijo Layla, al tiempo que le devolvía el apretón—. Y tú tienes cara de necesitar también un poco de sueño.
Qhuinn miró de reojo hacia la chaise longue.
—No tienes que quedarte conmigo —murmuró Layla.
—¿Dónde voy a estar mejor?
La imagen de Blay abriéndole los brazos cruzó fugazmente por su mente, pero no era más que una fantasía.
«No vuelvas a tocarme así».
Hizo un esfuerzo por expulsar esos pensamientos de su mente.
—Dormiré ahí.
—No te puedes quedar aquí durante siete noches seguidas.
—Te lo volveré a decir: ¿dónde voy a estar mejor?
—Qhuinn —dijo Layla y su voz sonó un poco aguda—. Tú tienes un trabajo muy peligroso y debes descansar. Y ya has oído a Havers. El proceso es largo y llevará su tiempo, pero estoy bien, no voy a desangrarme, lo único que tengo que hacer es esperar hasta que todo pase. Además, cuando estás conmigo me siento obligada a fingir que todo esto me afecta menos de lo que me afecta en realidad, y… ahora no tengo fuerzas para eso. Por favor ven a saludarme y a ver cómo estoy. Eso sí. Pero me volvería loca si decidieras acampar aquí hasta que esto llegue a su fin.
Silencio y desesperanza.
Eso era lo único que sentía Qhuinn mientras permanecía ahí sentado, al borde de la cama, sosteniendo la mano de Layla.
Poco después se puso de pie. Ella tenía razón, claro. Layla necesitaba descansar todo lo que fuera posible y, realmente, no había nada que él pudiera hacer, aparte de observarla y hacer que se sintiera como un bicho raro.
—No estaré lejos.
—Lo sé. —Layla se llevó la mano de Qhuinn a los labios y él se estremeció al sentir lo fríos que los tenía—. Tú has sido… más de lo que podría haber pedido.
—No… No hay nada que yo…
—Has hecho lo correcto. Siempre.
Eso era discutible.
—Escucha, tengo el móvil encendido. Volveré en un par de horas solo para ver cómo estás. Pero si estás dormida, no te molestaré.
—Gracias.
Qhuinn asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta caminando de lado. Alguna vez había oído que nunca debías darle la espalda a una Elegida y pensó que quizás un poco de protocolo no haría daño.
Cuando cerró la puerta tras él se recostó contra los paneles de madera. La única persona que quería ver era el único tío de la casa que no tenía ningún interés en…
—¿Qué os han dicho en la clínica?
La voz de Blay fue tan inesperada que Qhuinn se imaginó que estaba alucinando. Solo que, enseguida, su amigo apareció en la puerta del saloncito del segundo piso. Como si llevara todo este tiempo esperando ahí.
Qhuinn se restregó los ojos y empezó a caminar.
—Lo está perdiendo —se oyó decir con voz ronca.
Blay murmuró algo en respuesta, pero Qhuinn no lo oyó.
Era curioso, pero hasta este momento el aborto no parecía real. No hasta que se lo dijo a Blay.
—¿Perdón? —dijo Qhuinn, consciente de que su amigo parecía estar esperando una respuesta.
—¿Hay algo que yo pueda hacer?
Qué curioso. Qhuinn siempre se había sentido mayor, como si hubiese salido del vientre de su madre siendo un adulto. Pero, claro, él nunca había disfrutado de ningún cariño, ninguna caricia, ningún abrazo cuando se hacía daño o estaba asustado. En consecuencia, ya fuera por su carácter o porque había sido educado así, nunca se sentía inclinado a portarse como un niño. No había nada para él en el reino de la infancia.
Sin embargo, fue una voz infantil la que dijo:
—¿Puedes hacer que esto se detenga?
Como si Blay tuviera el poder de hacer milagros.
Y, claro, así fue.
Blay abrió sus brazos de par en par y le ofreció el único refugio que Qhuinn había conocido en la vida.
‡ ‡ ‡
—¿Puedes hacer que esto se detenga?
Blay sintió que su cuerpo empezaba a temblar cuando Qhuinn pronunció esas palabras. Después de tantos años había visto a su amigo en muchos estados de ánimo distintos y en muchas circunstancias. Pero nunca así. Nunca tan total y enteramente vencido.
Nunca como un chiquillo perdido.
A pesar de su necesidad de mantenerse alejado de cualquier vínculo emocional, sus brazos se abrieron por voluntad propia.
Qhuinn parecía más pequeño y frágil de lo que era. Y los brazos que rodearon la cintura de Blay se quedaron allí, flácidos, como si no tuvieran fuerza en los músculos.
Blay lo abrazó con fuerza.
Aunque sabía que su amigo se apartaría enseguida. Por lo general no era capaz de mantener ninguna conexión intensa, aparte de la sexual, durante más de un segundo y medio.
Pero no fue así. Qhuinn parecía preparado para quedarse allí para siempre.
—Ven aquí —dijo Blay, mientras empujaba con suavidad al guerrero hacia el saloncito y cerraba la puerta—. Vamos al sofá.
Qhuinn lo siguió, arrastrando sus botas en lugar de caminar normalmente.
Cuando llegaron al sofá se sentaron uno frente al otro, tocándose las rodillas. Al mirar a su amigo, la tristeza que este proyectaba lo conmovió tan profundamente que Blay no pudo evitar alargar el brazo para acariciar aquel pelo negro…
La caricia se interrumpió cuando, de repente, Qhuinn se dejó caer sobre él; simplemente su cuerpo se dobló en dos hasta caer sobre el regazo de Blay.
Una parte de Blay reconoció que estaban entrando en un terreno peligroso. El sexo era una cosa… que ya era bastante difícil de manejar, gracias. Pero este tranquilo reposo era potencialmente devastador.
Y esa era la razón por la que había huido de aquella habitación el día anterior.
Sin embargo, esta noche era él quien tenía el control. Qhuinn era el que estaba buscando consuelo y Blay podía dárselo o negárselo, según como se sintiera. El hecho de sentir que Qhuinn lo necesitaba era muy distinto de recibir… o necesitar.
Blay era bueno para ofrecer consuelo. Había una especie de seguridad en eso, una certeza, control. No era lo mismo que caer por el abismo. Y, joder, si alguien lo sabía bien era él. Dios sabía que había pasado años en el fondo del abismo.
—Haría cualquier cosa para cambiar esto —dijo Blay mientras acariciaba la espalda de Qhuinn—. Detesto que tengas que pasar por…
Ay, las palabras eran tan condenadamente inútiles.
Los dos se quedaron allí por un buen rato, mientras que el silencio formaba una especie de capullo a su alrededor. Cada cierto tiempo, el reloj antiguo que reposaba sobre la chimenea anunciaba el paso de los minutos, y luego, después de otro rato, las persianas empezaron a cerrarse sobre las ventanas.
—Me gustaría poder hacer algo —dijo Blay, mientras los paneles de acero se cerraban por completo con un sonido metálico.
—Probablemente tienes que irte.
Blay dejó pasar ese comentario. No pensaba irse. Ni una estampida de caballos salvajes, ni un arma cargada, ni una barra de acero, ni una manguera de incendio, ni una manada de elefantes huyendo… ni siquiera una orden directa del rey en persona podrían haberlo alejado de allí.
Y había una parte de él que se enfurecía por eso. Pero no contra Qhuinn, sino contra su propio corazón. El problema es que uno no puede luchar con su propia naturaleza y eso era algo que estaba empezando a descubrir. Al romper con Saxton. Al contarle la verdad a su madre. En ese mismo instante.
Qhuinn gruñó y luego se restregó la cara. Cuando bajó las manos, tenía las mejillas rojas y también los ojos, pero no porque estuviera llorando.
Sin duda, su cuota de lágrimas de la década se había agotado la noche anterior, mientras lloraba de alivio por haber salvado la vida de un padre.
¿Sabría entonces que Layla no se sentía bien?
—¿Sabes qué es lo más duro? —preguntó Qhuinn con una voz más parecida a la de siempre.
—¿Qué? —Dios sabía que había mucho dónde elegir.
—Que yo vi a nuestra hija.
Blay sintió que se le erizaban los pelos de la nuca.
—¿De qué estás hablando?
—La noche en que la Guardia de Honor vino a buscarme y casi me muero, ¿recuerdas?
Blay tosió suavemente. El recuerdo de ese episodio era tan vívido como si hubiese ocurrido hacía solo una hora.
—Ah… sí, lo recuerdo.
«Te hice la respiración boca a boca al lado de la maldita carretera», pensó Blay.
—Subí al Ocaso… —dijo Qhuinn, pero frunció el ceño—. ¿Estás bien?
Ah, claro.
—Lo siento. ¿Qué decías? —dijo Blay.
—Llegué a las puertas del Ocaso. Me refiero a que todo era como dicen que es. Una luz blanca. —Qhuinn se volvió a restregar la cara—. Muy blanca. Por todas partes. Y había una puerta y yo me acerqué a ella. Yo sabía que si giraba el picaporte iba a entrar y nunca saldría de ahí. Cuando estiré la mano… ahí fue cuando la vi. En la puerta.
—A Layla —dijo Blay, sintiendo como si le clavaran un cuchillo en el pecho.
—A mi hija.
Blay contuvo la respiración.
—¿A tu hija?
Qhuinn lo miró.
—Ella era… rubia. Como Layla. Pero sus ojos… —dijo y se tocó sus propios ojos— eran como los míos. Tan pronto la vi dejé de buscar el picaporte y entonces, de repente, regresé al suelo al borde de aquella carretera. Al principio no entendí qué había sido todo eso. Pero luego, mucho después, Layla entró en su período de fertilidad y acudió a mí y todas las piezas del rompecabezas encajaron en su lugar. Yo pensé… que eso tenía que pasar. Sentí que era el destino, ya sabes. Nunca habría estado con Layla de no ser por eso. Solo lo hice porque sabía que íbamos a tener una hija.
—Por Dios.
—Pero estaba equivocado. —Qhuinn se restregó la cara por tercera vez—. Estaba totalmente equivocado… y en realidad no quisiera haber tomado ese camino. Es el peor remordimiento de mi vida. Bueno, el segundo peor, de hecho.
Blay no pudo evitar preguntarse qué demonios podría ser peor que la situación por la que estaba pasando su amigo.
«¿Qué puedo hacer?», se preguntó mentalmente.
Qhuinn lo miró a la cara.
—¿De verdad quieres que te responda eso?
Al parecer había hablado en voz alta.
—Sí, por favor.
La mano con que Qhuinn sostenía la daga se levantó y acarició la barbilla de Blay.
—¿Estás seguro?
La energía que corría entre ellos cambió. La tragedia seguía estando presente, pero aquella poderosa resaca sexual regresó con fuerza en ese instante.
Los ojos de Qhuinn empezaron a arder y bajó un poco los párpados.
—Necesito… en este momento necesito un ancla. No sé cómo explicarlo.
El cuerpo de Blay reaccionó de inmediato y su sangre alcanzó el punto de ebullición, mientras que su polla se engrosaba y crecía.
—Déjame besarte. —Qhuinn gruñó al acercarse—. Sé que no lo merezco, pero por favor… eso es lo que puedes hacer por mí. Déjame tocarte…
La boca de Qhuinn rozó los labios de Blay. Y volvió por más. Y se quedó allí.
—Te lo ruego —dijo y siguió acariciándolo con aquellos labios devastadores—. Si es necesario que te lo ruegue, no me importa, te lo suplico…
Eso no iba a ser necesario.
Blay dejó que Qhuinn le empujara la cabeza hacia un lado para maniobrar mejor y luego sintió la mano de su amigo en la cara, delicada y firme al mismo tiempo. Después más caricias en la boca, lentas, embriagadoras, inexorables.
—Déjame entrar de nuevo, Blay…