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Gracias a las constantes vibraciones que sentía en el bolsillo interior de su abrigo, Xcor supo que su presencia era requerida por sus soldados.

Pero no respondió.

Se encontraba fuera del edificio al cual habían conducido a su Elegida, esperando, incapaz de marcharse, contemplando el constante flujo de otros seres de su raza que llegaban andando, o se materializaban ante la puerta por la que ella había entrado. De hecho, a juzgar por la cantidad de vampiros que entraban y salían, no cabía duda de que debía tratarse de un centro de salud.

Nadie pareció fijarse en él, todos demasiado preocupados con su propia aflicción, a pesar de que Xcor estaba casi al descubierto.

El solo hecho de pensar en lo que podría haber traído a su Elegida allí le producía náuseas y lo obligaba a carraspear…

Por suerte, el aire helado que entraba a sus pulmones le ayudaba a luchar contra las náuseas.

¿Cuándo habría tenido su período de fertilidad? Tenía que haber sido algo relativamente reciente. La última vez que la había visto…

«¿Y quién sería el padre de la criatura?», pensó por centésima vez. «¿Quién se habría apoderado de lo que era suyo?».

—No, no es tuyo —se dijo a sí mismo—. No es tuyo.

Solo que eso lo decía su cabeza, no sus instintos. En el fondo de su alma, en la parte más masculina de su médula, ella era su hembra.

E irónicamente eso era lo que impedía que Xcor atacara la clínica, con todos sus soldados si era necesario. Su Elegida estaba siendo atendida allí y lo último que quería era perjudicarla.

El tiempo pasaba y todo seguía igual. La falta de información lo torturaba hasta la locura. ¿Eran tan lentos en todas las clínicas o solo en esa? Entonces se dio cuenta de que ni siquiera conocía la existencia de esa clínica. ¿Qué habría pasado si ella fuera su hembra? Él no habría sabido dónde llevarla en busca de ayuda; ciertamente habría enviado a Throe a que encontrara algún lugar, de alguna manera, para garantizarle atención, pero ¿qué habría sucedido en el caso de una emergencia médica? Perder una hora o dos buscando a un sanador podría significar la diferencia entre la vida y la muerte.

La Hermandad, por otra parte, sabía exactamente adónde llevarla. Y cuando le dieran el alta, ellos sin duda la conducirían de nuevo a un hogar tibio y seguro, donde habría comida en abundancia, una cama suave y una poderosa armada de al menos seis guerreros pura sangre para protegerla mientras dormía.

Era irónico que Xcor encontrara alivio en esa idea. Pero, claro, la Sociedad Restrictiva era un adversario de cuidado y uno podía decir lo que quisiera sobre la Hermandad, pero ellos habían demostrado a través de los siglos que eran buenos para defenderse.

De pronto, sus pensamientos se concentraron en la bodega donde se alojaba con sus soldados. Aquel ambiente frío, húmedo y hostil estaba, de hecho, un escalón más arriba que algunos de los lugares donde habían acampado. Pero si ella estuviera con él, ¿dónde podría mantenerla? Ningún macho podría verla jamás si él estaba presente, en especial si se iba a cambiar de ropa o a bañarse…

Un gruñido reverberó en su garganta.

No. Ningún macho podría posar los ojos en ella o él sería capaz de desollarlo vivo…

Ay, Dios, ella se había apareado con otro macho. Se había abierto a otro y había aceptado a otro macho dentro de su cuerpo sagrado.

Xcor se tapó la cara con las manos, pues el dolor que sentía en el pecho hacía que le temblaran las piernas.

Seguramente había sido el Gran Padre. Sí, con toda seguridad se había apareado con Phury, hijo de Ahgony. Si los recuerdos y los rumores no lo engañaban, así era como las Elegidas tenían descendencia.

Al instante, su mente fue invadida por la imagen de aquel rostro perfecto y su esbelta figura. Pensar que otro macho la había desvestido y la había cubierto con su cuerpo…

No, para, se dijo Xcor. Para.

Tenía que alejarse de esos descabellados pensamientos. ¿Dónde la llevaría si viviera con ella? ¿Qué refugio decente podría ofrecerle él?

Lo único que se le ocurrió fue matar a la hembra de la que se habían alimentado sus soldados. Esa cabaña era pintoresca y acogedora…

Pero ¿qué iba a hacer su Elegida encerrada en aquella cabaña día y noche?

Y, además, él nunca la avergonzaría permitiéndole caminar sobre aquella alfombra donde había tenido lugar todo ese sexo.

—Permiso.

Xcor se llevó la mano al arma que llevaba bajo el abrigo, al tiempo que daba media vuelta. Solo que no había necesidad de usar la fuerza; se trataba simplemente de una hembra diminuta con su hijo. Al parecer se acababan de bajar de una furgoneta que estaba aparcada a unos tres metros de donde él se encontraba.

El chiquillo se escondió detrás de su madre. Los ojos de la hembra brillaron con temor cuando se toparon con los suyos.

Claro, nunca es agradable encontrarse con un monstruo.

Xcor hizo una venia profunda, en gran parte debido a que sabía que la visión de su cara no contribuía a endulzar la situación.

—Con mucho gusto.

Y con esas palabras se alejó de la hembra y su hijo; luego, cuando ellos desaparecieron en el interior de la clínica, dio media vuelta y regresó al lugar que había ocupado al principio. De hecho, solo entonces se dio cuenta de lo mucho que se había expuesto.

Y él no quería pelear en ese momento. No con la Hermandad. No con su Elegida en el estado en que se encontraba. No… allí.

Xcor cerró los ojos y deseó poder regresar a aquella noche en que Zypher lo llevó a la pradera y Throe, con la intención de salvarlo, lo condenó a una especie de muerte en vida.

Porque un macho enamorado que no estaba con su compañera…

… estaba muerto, aunque todavía pudiera moverse.

Sin previo aviso, la puerta de la clínica se abrió y apareció su Elegida. Al instante los instintos de Xcor clamaron para que entrara en acción, a pesar de todas las razones que tenía para dejarla en paz.

«¡Llévatela! ¡Ahora!».

Pero no lo hizo: la lúgubre expresión de quienes la acompañaban tratándola con tanto cuidado lo inmovilizó justo donde estaba: seguramente habían recibido malas noticias durante su permanencia allí adentro.

Y, al igual que antes, la Elegida fue llevada al vehículo casi en andas.

E incluso quieta, se sentía en el aire el olor de su sangre.

Su Elegida se acomodó en la parte trasera del sedán, con la otra hembra a su lado. Luego Phury, hijo de Ahgony, y el guerrero de los ojos disparejos se subieron en la parte de delante. El vehículo arrancó lentamente, como si le preocupara la preciosa carga que llevaba en el compartimento de atrás.

Xcor siguió su rastro, materializándose, al ritmo del vehículo, primero en la carretera rural, al final del sendero, y luego en la autopista. Cuando el coche se acercaba al puente, Xcor lo siguió de nuevo desde la viga más alta y cuando su hembra hubo pasado por debajo de él, fue saltando de tejado en tejado mientras el sedán rodeaba el centro de la ciudad.

Xcor siguió al vehículo hacia el norte hasta que salió de la autopista y entró al área rural.

Se quedó con ella todo el tiempo.

Y así fue como descubrió la ubicación de la Hermandad.