32

Ah, fabuloso poder ilimitado, pensó Xcor al observar a sus soldados, cada uno armado y listo para la guerra nocturna. Tras veinticuatro horas de recuperación posteriores a la sesión de alimentación en grupo, todos estaban ansiosos por salir y encontrarse con sus enemigos. Y él estaba más que dispuesto a dejarlos salir del sótano de aquella bodega.

Solo había un problema: había alguien caminando por el piso de arriba.

En ese preciso momento se oyeron pisadas que atravesaban la trampilla de madera que yacía sobre su cabeza.

Llevaban media hora oyendo esas pisadas y siguiendo, gracias a ellas, el progreso de sus inesperados visitantes. Uno era pesado, una figura masculina. La otra era ligera, de la variedad femenina. Sin embargo, no percibían ningún olor; el nivel subterráneo estaba herméticamente sellado.

Lo más probable era que se tratase de un par de humanos que pasaban por allí; aunque Xcor no se podía imaginar por qué razón dos personas que no fueran indigentes querrían meterse en una casa en ruinas, y tan siniestra, en una noche tan fría. Sin embargo, sin importar quiénes fueran y cuáles fueran sus razones, él no tendría problema en defender sus derechos de primer ocupa, por decirlo de algún modo.

Pero tampoco les haría ningún daño esperar. Si podían evitarse la molestia de matar unos humanos, él y sus soldados podrían seguir usando ese espacio sin que nadie los molestara.

Nadie dijo nada mientras las pisadas continuaron.

Se oían voces. Altas y bajas. Luego se oyó el ruido de un móvil.

Xcor prestó atención al sonido del teléfono y a la conversación que siguió, atisbando en silencio desde la trampilla sobre la que se encontraba situado el que hablaba. Completamente inmóvil, aguzó el oído y captó la mitad de una conversación intrascendente, que no reveló nada sobre la identidad de las partes interesadas.

Poco después se oyeron los inconfundibles ruidos de dos personas follando.

Cuando Zypher se rio, Xcor lo fulminó con la mirada para que se callara. Aunque cada una de las trampillas había sido bloqueada desde abajo, uno nunca podía saber qué clase de problemas podían causar en cualquier situación esas ratas sin cola que eran los humanos.

Xcor miró su reloj y esperó a que los gemidos se detuvieran. Luego les hizo una seña a sus soldados para que se quedaran quietos.

Moviéndose con sigilo, procedió a acercarse a la trampilla que estaba en el extremo del depósito, la que salía a lo que debía haber sido la oficina del supervisor. Después de quitarle el seguro sacó una de sus armas y se desmaterializó.

No se trataba de un humano.

Bueno, había habido uno allí, pero el otro era algo más.

En el otro extremo, la puerta exterior se cerró y se oyó cómo alguien echaba la llave desde fuera.

Xcor se recostó contra la burda pared de ladrillo y miró hacia fuera por una de las sucias ventanas de cristal.

Un par de faros se encendieron en el pequeño estacionamiento.

Xcor se desmaterializó de nuevo y volvió a tomar forma en el techo de una bodega que había al otro lado de la calle.

Entonces vio algo muy interesante.

Allí abajo había un macho Sombra, sentado tras el volante de un BMW, y una hembra humana recostada a su lado.

Era la segunda vez que se cruzaba con una Sombra en Caldwell.

Las Sombras eran peligrosas.

Xcor sacó su móvil y marcó el número de Throe. Le ordenó que llevara a los soldados fuera, que fuesen a pelear como siempre. Él los seguiría cuando se hubiera encargado de ese asunto. Quería llegar hasta el fondo. Luego colgó, sin dejar de mirar en ningún momento el espectáculo que se desarrollaba frente a sus ojos.

Vio cómo el macho Sombra estiraba un brazo, agarraba a la mujer del cuello y la acercaba a él para besarla. Luego puso en marcha el vehículo y arrancó.

Xcor decidió ver adónde iba y se desmaterializó para poder seguirlo saltando sobre los tejados de las casas. El macho se dirigía al distrito de los clubes nocturnos por una carretera que corría paralela al río.

Experimentó una extraña sensación que atribuyó a un cambio de dirección del viento, pues las ráfagas heladas parecían llegarle ahora por detrás, en lugar de golpearlo de frente. Pero luego lo pensó mejor… No. Se trataba de un cambio enteramente interno. Las oleadas de viento frío que sentía estaban bajo su piel…

Su Elegida estaba cerca.

Su Elegida.

De inmediato abandonó el rastro de la Sombra y se dirigió hacia el río Hudson. ¿Qué estaría haciendo ella allí abajo?

En un coche. Ella iba en un coche.

A juzgar por lo que le decían sus instintos, la Elegida viajaba a una gran velocidad, pero era posible seguirla. Así que la única explicación que se le ocurrió fue que estuviese en la Carretera del Norte, viajando a cien o ciento veinte kilómetros por hora.

Dio media vuelta para encaminarse en la dirección que le marcaba su instinto, muy concentrado en la señal que recibía. Teniendo en cuenta que ya habían pasado varios meses desde que se había alimentado de ella, Xcor sintió pánico al notar que la conexión creada por la sangre de la Elegida en sus venas empezaba a desvanecerse… hasta el punto de que le resultaba difícil identificar el vehículo.

Pero la sensación volvió con fuerza y Xcor se concentró en un lujoso sedán que en ese momento estaba saliendo de la autopista por una desviación que distribuía el tráfico hacia los puentes. Se desmaterializó en la viga de un puente, plantando sus botas de combate sobre una estructura de acero, y esperó a que ella pasara por debajo de él.

Poco después el vehículo pasó por allí en dirección a la parte de la ciudad que se extendía en la otra orilla del río.

Xcor siguió acompañándola, pero manteniéndose a prudente distancia, aunque se preguntaba a quién quería engañar. Si él podía sentir a la hembra…

Lo mismo le debía suceder a ella.

Pero no estaba dispuesto a abandonar su rastro.

‡ ‡ ‡

Cuando Qhuinn se sentó en el asiento del pasajero del Mercedes, se acomodó discretamente junto a la pierna su Heckler & Koch del cuarenta y cinco, al tiempo que vigilaba sin cesar los alrededores, moviendo constantemente la mirada entre el espejo retrovisor, la ventanilla lateral y el parabrisas. Junto a él, Phury iba conduciendo y sus manos sostenían el volante a las diez y diez, pero con tanta fuerza que parecía como si estuviera estrangulando a alguien.

Joder, estaban pasando tantas cosas al mismo tiempo.

Layla y el bebé. El incidente del Cessna. Lo que Qhuinn le había hecho a su primo la noche anterior. Y luego… bueno, estaba el asunto de Blay.

Ay, Dios… el asunto de Blay.

Cuando Phury tomó la salida que los llevaría a los puentes, el cerebro de Qhuinn dejó de preocuparse durante un momento por Layla para revisar toda clase de imágenes y sonidos y… sabores que recordaba del día anterior.

A nivel intelectual sabía que lo que había ocurrido entre ellos no había sido un sueño. Y su cuerpo lo recordaba todo con absoluta claridad, como si el sexo hubiese cambiado su aspecto trazando una marca sobre su piel. Y, sin embargo, y a pesar de que todo estaba fresco y nítido en su mente, su episodio sexual con Blay le parecía algo muy lejano, como si hubiera ocurrido en la prehistoria y no el día anterior.

Qhuinn tenía miedo de que no volviera a repetirse.

«Nunca vuelvas a tocarme así».

Dejó escapar un gruñido y se restregó la cabeza.

—No tiene nada que ver con tus ojos —dijo Phury.

—¿Perdón?

Phury miró de reojo hacia el asiento trasero del coche.

—Hola, ¿cómo estáis? —les preguntó a las hembras. Cuando Layla y la doctora Jane respondieron que muy bien, Phury asintió con la cabeza—. Escuchad, voy a cerrar el cristal que separa la parte trasera durante un segundo, ¿vale? Aquí todo está bien.

El hermano no les dio tiempo para responder de ninguna manera y Qhuinn se puso rígido mientras la división de cristal opaco se levantaba lentamente, cortando el sedán en dos mitades. No iba a salir corriendo para evitar la confrontación, pero eso no significaba que tuviera ganas de aguantar una segunda ronda de recriminaciones. Y el hecho de que Phury hubiera aislado a las dos hembras que iban detrás no presagiaba nada bueno.

—El problema no son tus ojos —repitió el hermano.

—¿Perdón?

Phury lo miró de reojo.

—Mi enfado no tiene nada que ver con ningún defecto físico. Layla está enamorada de ti…

—No, no lo está.

—¿Ves? Estoy empezando a cabrearme…

—Pregúntaselo —lo interrumpió.

—¿En estas circunstancias? ¡Está sufriendo un aborto! —le espetó el hermano—. Sí, eso es lo que voy a hacer, ahora mismo voy y se lo pregunto.

Al ver que Qhuinn hacía una mueca, Phury continuó:

—¿Ves? Contigo no se puede razonar. Te gusta vivir al borde del abismo y comportarte como un salvaje. Francamente, creo que eso te ayuda a compensar toda la mierda que te hizo pasar tu familia. Si uno se rebela contra todo y se burla de todo, nada puede hacerle daño. Y lo creas o no, yo no tengo ningún problema con eso. Tú eres como eres y eres tú quien tiene que sobrevivir cada día y cada noche como puede. Pero si le rompes el corazón a una inocente, en especial si ella está bajo mi responsabilidad, entonces, tío, tú y yo tenemos un problema.

Qhuinn miró por la ventanilla. En primer lugar, tenía que felicitar al macho que iba a su lado. El hecho de alguien lo juzgara por su carácter, en lugar de hacerlo por una mutación genética que él no había elegido, constituía un cambio muy refrescante. Y, además, hasta cierto punto él estaba de acuerdo con el hermano; había sido como Phury decía, durante mucho tiempo había vivido fuera de control en muchos sentidos. Pero las cosas habían cambiado. Él había cambiado.

Por supuesto, el hecho de que Blay se hubiese vuelto inalcanzable había sido como una patada en el culo, justo lo que necesitaba para terminar por fin de madurar.

—Ya no soy así —dijo Qhuinn.

—Entonces ¿estás preparado para aparearte formalmente con ella? —Como Qhuinn no respondía, Phury se encogió de hombros—. Ahí lo tienes. ¿Conclusión? Ella es mi responsabilidad, tanto a nivel legal como moral. Es posible que no me porte como el Gran Padre en algunos aspectos, pero me tomo muy en serio mi trabajo. Y la idea de que tú la hayas metido en este lío me pone enfermo y me cuesta mucho trabajo creer que ella no lo hizo para complacerte. ¿Dijiste que los dos queríais un hijo? ¿Estás seguro de que no eras solo tú, y que ella lo hizo porque deseaba que fueras feliz? Eso creo que es algo que ella haría, ha sido educada para complacer a los demás.

Todo ese discurso no era más que retórica. Tenía su lógica, reconoció Qhuinn para sus adentros, pero no era del todo cierto. Sin embargo, prefirió reservarse la precisión de que había sido Layla quien había recurrido a él y no al revés. Si Phury quería pensar que todo era culpa suya, perfecto, estaba dispuesto a afrontar las consecuencias. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que disminuyera la presión sobre Layla.

Phury lo miró desde el asiento del conductor.

—Has obrado muy mal, Qhuinn. Un macho de verdad jamás habría hecho lo que has hecho tú. Y ahora mira la situación en que se encuentra Layla. Tú le has hecho esto. Tú la has puesto en el asiento trasero de este coche. Y eso está mal.

Qhuinn apretó los ojos. Bueno, estaba seguro de que esas palabras resonarían en su cabeza durante los próximos cien años.

Subieron el puente y dejaron atrás las luces del centro en completo silencio. Qhuinn había decidido mantener la boca cerrada y parecía que Phury no tenía nada más que decir.

Pero, claro, el hermano ya lo había dicho todo.