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Esto es justo lo que estoy buscando.

Trez se paseaba por el vasto espacio vacío de una bodega y las pisadas de sus botas producían eco contra los muros. Detrás de él percibía con facilidad la sensación de alivio que proyectaba la agente inmobiliaria que esperaba junto a la puerta.

¿Negociar con humanos? Era como robarle un caramelo a un niño.

—Usted podría transformar esta parte de la ciudad —dijo la mujer—. Es una verdadera oportunidad.

—Por supuesto. —Aunque lo cierto era que la clase de establecimientos y restaurantes que más casaban con él no eran muy elegantes: más bien salones de tatuaje y piercing, despachos de abogaduchos de mala muerte, cines XXX.

Pero a él eso no le causaba ningún problema. Hasta los chulos podían sentirse orgullosos de su trabajo y, francamente, Trez tendía a confiar más en los artistas del tatuaje que en muchos de los supuestos «ciudadanos destacados».

Giró sobre sus talones. El espacio era inmenso, casi tan alto como los metros que tenía de ancho, con filas y filas de ventanas cuadradas, muchas de la cuales estaban rotas y tapadas con tablas de madera contrachapada. El techo parecía en buen estado, o al menos la mayor parte, y las tejas de latón corrugado mantenían alejada la nieve, aunque no el frío. El suelo era de cemento, y resultaba evidente que había un nivel inferior, pues en varios lugares se veían trampillas que estaban por debajo del nivel del resto del piso, aunque ninguna de ellas se podía abrir con facilidad. Las instalaciones eléctricas parecían estar bien, no había ningún sistema de calefacción ni aire acondicionado, y las instalaciones sanitarias eran un chiste.

Sin embargo, Trez no veía el lugar mentalmente tal como estaba ahora. No, se lo podía imaginar transformado, un club de las mismas proporciones que el legendario Limelight. Naturalmente, el proyecto requeriría una gran inversión de capital y varios meses de trabajo. Sin embargo, al final Caldwell contaría con un nuevo atractivo… y él tendría otro lugar para hacer dinero.

Todo el mundo ganaba.

—Entonces, ¿le gustaría hacer una oferta?

Trez miró a la mujer. Parecía toda una profesional, con su abrigo de lana negro y su traje oscuro con falda por debajo de la rodilla. Tenía cubierto el noventa y nueve por ciento de su piel y no solo porque fuera diciembre. Sin embargo, aun con la blusa abotonada hasta arriba y el pelo recogido, era una mujer hermosa en el sentido en que todas las mujeres le parecían hermosas: tenía un par de senos, piel suave y un lugar entre sus piernas donde él podía jugar.

Y parecía que Trez le agradaba.

A juzgar por la manera en que bajaba los ojos cuando lo miraba y por el hecho de que no parecía saber qué hacer con las manos: primero las tenía en los bolsillos del abrigo, luego jugueteando con su pelo, después arreglándose la blusa…

Trez podía pensar en algunas cosas que mantendrían ocupadas esas manos.

Así que sonrió mientras caminaba hacia ella y solo se detuvo cuando entró dentro de su espacio personal.

—Sí. Voy a tomarla.

El doble sentido de su frase no pasó inadvertido a la mujer, pues sus mejillas se ruborizaron, pero no debido al frío, sino a la excitación.

—Ah, excelente.

—¿Dónde quiere que lo hagamos? —preguntó Trez arrastrando las palabras.

—¿Se refiere a hacer la oferta? —La mujer carraspeó—. Lo único que tiene que hacer es decirme qué… es lo que desea y yo… lo haré realidad.

Ay, parecía que no estaba acostumbrada al sexo casual. ¡Qué ternura!

—Aquí.

—¿Perdón? —dijo ella y por fin levantó los ojos para mirarlo.

Trez esbozó una leve sonrisa, pero sin abrir la boca para no mostrar los colmillos.

—La oferta. ¿Lo hacemos aquí?

La mujer abrió los ojos mucho.

—¿En serio?

—Sí, en serio. —Trez se acercó un paso más, pero con cuidado de no tocarla. Le parecía divertido seducirla, pero tenía que estar completamente seguro de que ella estaba dispuesta a jugar—. ¿Lista?

—Para… hacer… la oferta.

—Sí.

—Es, ah… hace frío aquí —dijo ella—. ¿Le parece bien que vayamos a mi oficina? Allí es donde se formalizan… la mayoría de las… ofertas.

De repente, la imagen de su hermano sentado en el sofá de su casa, mirándolo como si fuera un problema, cruzó por la mente de Trez y lo sacudió. Y cuando ya no pudo olvidarla, Trez se dio cuenta de que había tenido relaciones sexuales con casi todas las mujeres con las que se había cruzado en los últimos… Mierda, ¿hacía cuánto?

Bueno, obviamente, si no estaban en edad de merecer, no se acercaba a ellas.

O si no eran fértiles.

Lo cual reducía el número en, digamos, ¿una o dos docenas? Genial. ¡Vaya héroe!

¿Qué diablos estaba haciendo? No quería regresar a la oficina de esa mujer. En primer lugar, porque no tenía suficiente tiempo, si quería estar en el Iron Mask para la hora de apertura. Así que la única opción era hacerlo ahí, de pie, con la falda de la mujer enrollada a la altura de la cintura y las piernas enroscadas en sus caderas. Rápido, al grano y luego cada uno tomaría su camino.

Después de decirle cuánto dinero estaba dispuesto a pagar por la bodega, claro.

Pero ¿luego qué? No tenía intenciones de follarla otra vez cuando cerraran el negocio. Rara vez repetía con la misma mujer y solo si se sentía realmente atraído o estaba muy ansioso, lo cual no era el caso.

Por Dios santo, ¿qué era exactamente lo que obtenía con todos esos jueguecitos? Si lo hacían allí ni siquiera tendría la oportunidad de verla desnuda. Tampoco habría mucho contacto. En esas circunstancias todo sería rápido, y sórdido…

Claro que, en el fondo, eso era lo que siempre buscaba.

¿Cuándo fue la última vez que estuvo de verdad con una hembra? ¿De manera apropiada? ¿Con una cena deliciosa, un poco de música, una sesión de caricias que llevara a la alcoba… y luego un sexo largo y paciente en el que pudiera tener un par de orgasmos?

¿Y no esa asfixiante sensación de pánico cuando todo terminaba?

—¿Ibas a decir algo? —preguntó la mujer.

iAm tenía razón. Él no necesitaba hacer eso. Demonios, ni siquiera se sentía atraído por la agente inmobiliaria. La mujer estaba frente a él; estaba disponible y tenía una argolla en el dedo, lo cual significaba que probablemente no pondría muchos problemas cuando todo terminara, porque tenía algo que perder.

Trez dio un paso atrás.

—Escucha, yo… —Al oír que su móvil empezaba a vibrar, Trez pensó: ¡perfecto! Luego lo sacó y vio que era iAm—. Disculpa. Tengo que contestar esta llamada. Hola, ¿qué haces, hermanito?

iAm respondió con voz suave, como si estuviera tratando de hablar en voz baja.

—Tenemos compañía.

Trez se puso muy serio.

—¿De qué clase y dónde?

—Estoy en casa.

Ay, mierda.

—¿Quién es?

—No es tu prometida, relájate. Es AnsLai.

El sumo sacerdote. Fantástico.

—Pues estoy ocupado.

—Pero él no ha venido a verme a mí.

—Entonces será mejor que se largue porque estoy ocupado en otra cosa. —Silencio al otro lado de la línea, Trez pensó que lo único que podía hacer era someterse a una reprimenda y, sin poder quedarse quieto, empezó a caminar—. Mira, ¿qué es lo que quieres que haga?

—Dejar de huir y enfrentarte a esto.

—Pero no hay nada a lo que enfrentarse. Te veo más tarde, ¿vale?

Trez se quedó esperando una respuesta, pero la llamada solo se cortó. Aunque, claro, cuando esperas que tu hermano limpie tus desastres es lógico que el tío no esté de humor para una larga despedida.

Trez colgó y miró de reojo a la agente inmobiliaria. Con una sonrisa amplia, caminó hasta ella y la miró desde su estatura. La mujer llevaba un lápiz de labios un poco demasiado rojo para su color de piel, pero a él no le importó.

Ese color no permanecería mucho más tiempo en sus labios.

—Déjame demostrarte lo caliente que puede ser este lugar —dijo Trez con una sonrisa.

‡ ‡ ‡

Mientras tanto, en la mansión de la Hermandad, en la habitación de Layla, se había establecido una especie de tregua entre las distintas partes interesadas.

Phury ya no estaba tratando de convertir a Qhuinn en un cuadro que colgara de la pared. Layla estaba siendo examinada. Y la puerta permanecía cerrada, de modo que cualquier cosa que sucediera ya no tendría más que a cuatro testigos de primera mano.

Qhuinn esperaba que la doctora Jane hablara.

Cuando finalmente se quitó el estetoscopio del cuello, la doctora Jane se echó hacia atrás. Y la expresión de su cara no era muy esperanzadora.

Qhuinn no lo entendía. Había visto a su hija en la entrada al Ocaso: después de que la Guardia de Honor lo golpeara casi hasta matarlo y lo dejara abandonado al borde de la carretera, él se había elevado hasta Dios sabía dónde y se había acercado a una puerta blanca… y había visto en los paneles de la entrada a una joven cuyos ojos eran primero de un color, pero luego se volvieron azules y verdes, como los suyos.

Si él no hubiese visto eso, probablemente no se hubiese apareado con Layla, en primer lugar. Pero estaba tan seguro de que el destino ya estaba trazado que nunca se le ocurrió que…

Mierda, quizás esa joven era el resultado de otro apareamiento… en otro momento de su vida.

Pero la verdad era que Qhuinn no pensaba volver a estar con nadie más. Nunca.

Ya no era posible. No después de haber estado una vez con Blay.

No.

Aunque él y su antiguo mejor amigo nunca volvieran a compartir las sábanas, Qhuinn nunca volvería a estar con nadie más. ¿Quién podría compararse con Blay? Y el celibato era mejor que conformarse con una segunda opción, lo cual, claro, era lo único que podía ofrecerle el resto del planeta.

La doctora Jane carraspeó y tomó la mano de Layla.

—Tu tensión arterial está un poco baja y tu pulso es un poco lento. Creo que las dos cosas podrían mejorar si te alimentas…

Qhuinn saltó enseguida sobre la cama con la muñeca extendida.

—Listo, toma. Tengo…

La doctora Jane le puso la mano sobre el brazo y sonrió.

—Pero eso no es lo que me preocupa.

Qhuinn se quedó rígido y, por el rabillo del ojo, vio que a Phury le pasaba lo mismo.

—El problema es este. —La doctora se volvió a concentrar en Layla y habló con delicadeza y claridad—: No sé mucho sobre el embarazo en los vampiros, así que a pesar de lo mucho que detesto decir esto, tendrás que volver a la clínica de Havers. —Levantó una mano, como si esperara muchas protestas—. Esto tiene que ver con Layla y su hijo. Tenemos que llevarlos a un hospital donde puedan atenderla de forma adecuada, aunque, bajo otras circunstancias, ninguno de nosotros quisiera pisar esa clínica. Qhuinn tendrá que ir con ella, y, Phury —agregó, dirigiéndose ahora al hermano—, tendrás que acompañarlos. El hecho de que estés allí facilitará las cosas para todos.

Después de eso se vieron muchas muecas de disgusto.

—Ella tiene razón —dijo finalmente Qhuinn. Luego se volvió hacia el Gran Padre—. Y tú tienes que decir que eres el padre. Así la respetarán más. Si está conmigo es posible que Havers se niegue a tratarla… Si ella es una pobre muchacha en desgracia, que además se dejó follar por un tío defectuoso, lo más probable es que nos echen de allí con cajas destempladas.

Phury abrió la boca. Y la volvió a cerrar.

No parecía que hubiera mucho más que decir.

Phury sacó el móvil de su bolsillo y llamó a la clínica para informarles de que iban en camino. El tono de voz que utilizó sugería que estaba dispuesto a incendiar todo el lugar si Havers y su equipo cometían algún error.

Cuando el hermano colgó, Qhuinn se acercó a Layla.

En voz baja dijo:

—Esta vez será diferente. Él va a hacer que te atiendan. No te preocupes, te van a tratar como a una reina.

Layla abrió mucho los ojos, pero logró controlarse.

—Sí, está bien.

¿Conclusión? El hermano no era el único que estaba preparado para echar abajo la clínica. Si Havers se atrevía a mirar a Layla con una pizca del desdén propio de la glymera, Qhuinn lo golpearía hasta acabar con ese maldito ego de aristócrata. Layla no se merecía eso, ni siquiera por elegir a un paria.

Mierda. Quizás era mejor que ella perdiera a ese bebé. ¿De veras quería condenar a un chiquillo a llevar su ADN?

—¿Tú también vendrás? —le preguntó Layla, como si estuviera confundida.

—Sí. Ahí estaré.

Phury los miró a uno y otro y entrecerró esos ojos amarillos.

—Está bien, nos atenderán en cuanto lleguemos. Le pediré a Fritz que prepare el Mercedes, pero yo conduciré.

—Lo siento —dijo Layla, mientras miraba al Gran Padre—. Ya sé que te he decepcionado, a ti y a las Elegidas, pero tú nos dijiste que viniéramos a este lado y… viviéramos nuestra vida.

Phury se puso las manos en las caderas y soltó una exhalación. Era evidente para todos que jamás había imaginado que pudiera suceder algo así.

—Sí, eso fue lo que dije. Es cierto.