30

Justo en el instante en que las persianas se levantaban al anochecer, Layla oyó un golpecito en su puerta. Y antes incluso de que le llegara el olor de su visitante a través de los paneles, supo de quién se trataba.

Inconscientemente se llevó la mano a la cabeza. Tenía el pelo hecho un desastre, todo enredado por haber estado dando vueltas en la cama todo el día. Peor aún ni siquiera se había tomado el trabajo de quitarse la ropa de calle que se había puesto para ir a la clínica.

Sin embargo, no podía negarle la entrada a su visitante.

—Entra —dijo, al tiempo que se enderezaba un poco y arreglaba las mantas con las que se había cubierto hasta el cuello.

Qhuinn estaba vestido con su ropa de combate, lo cual Layla interpretó como señal de que tendría que salir a pelear esa noche, pero quizás no. La verdad era que no conocía el horario de Qhuinn.

Cuando sus ojos se cruzaron, Layla frunció el ceño.

—No tienes buen aspecto.

Él se llevó una mano a la venda que llevaba pegada con esparadrapo sobre la ceja.

—Ah, ¿te refieres a esto? Solo es un rasguño.

Solo que lo que había llamado la atención de Layla no era la herida en la ceja. Era aquella mirada vacía y los huecos que se veían bajo sus pómulos.

Qhuinn se detuvo en seco y olisqueó el aire. Luego palideció.

De inmediato, Layla se miró las manos, otra vez crispadas.

—Por favor cierra la puerta —dijo ella.

—¿Qué pasa?

Después de que Qhuinn cerrara la puerta, Layla respiró profundo.

—Anoche fui a la clínica de Havers…

—¿Qué?

—He estado sangrando…

—¡Sangrando! —Qhuinn se abalanzó sobre la cama—. ¿Por qué diablos no me lo dijiste?

Querida Virgen Escribana, era imposible para Layla no sentirse intimidada frente a la furia de Qhuinn. Aunque, en realidad, en este momento carecía por completo de energía y se sentía incapaz de defenderse.

De inmediato Qhuinn controló su rabia y se alejó, describiendo un círculo alrededor de la cama. Cuando volvió a quedar frente a ella, dijo con voz ronca:

—Lo siento. No quería gritar… Yo solo… me preocupo por ti.

—Lo siento. Y yo debería habértelo dicho… pero estabas en la calle combatiendo y no quería molestarte. No lo sé… sinceramente, quizás no estaba pensando con claridad. Estaba frenética.

Qhuinn se sentó junto a ella y sus inmensos hombros se encogieron cuando entrelazó los dedos y apoyó los codos sobre las rodillas.

—Entonces ¿qué ha pasado?

Lo único que Layla pudo hacer fue encogerse de hombros.

—Pues… estoy sangrando.

—¿Mucho?

Layla pensó en lo que había dicho la enfermera.

—Lo suficiente.

—¿Cuánto llevas así?

—Empecé a sangrar hace unas veinticuatro horas. No quería consultar a la doctora Jane, porque, bueno, no quería que se enterase… Ya sabes. Además, ella no tiene mucha experiencia con los embarazos de nuestra especie.

—¿Qué dijo Havers?

Ahora fue Layla la que frunció el ceño.

—Se negó a decírmelo.

Qhuinn la miró con incredulidad.

—¿Perdón?

—Debido a mi condición de Elegida. Dijo que solo hablará con el Gran Padre.

—¿Estás bromeando?

Ella negó con la cabeza.

—No. Yo tampoco podía creerlo… y me temo que salí de allí en condiciones poco favorables. Él me redujo a un objeto, como si yo no importara en absoluto… dijo que no era más que un recipiente…

—Tú sabes que eso no es cierto. —Qhuinn la agarró de la mano; sus ojos disparejos ardían de rabia—. No para mí. Nunca.

Layla estiró el brazo y le tocó el hombro.

—Lo sé, pero gracias por decirlo —dijo y luego se estremeció—. Eso es lo que necesito oír ahora. Y en cuanto a lo que está ocurriendo con… migo… la enfermera dijo que no hay nada que nadie pueda hacer para detener esto.

Qhuinn clavó la mirada en la alfombra y se quedó así por un largo rato.

—No lo entiendo. Se suponía que todo iba a salir bien.

Bajó la cabeza, tratando de tragarse esa horrible sensación de fracaso. Layla se sentó derecha y acarició la espalda de Qhuinn.

—Yo sé que tú querías esto tanto como yo.

—Pero no puedes estar perdiendo al bebé. Eso sencillamente no es posible.

—Según entiendo, las estadísticas no son buenas. Ni al comienzo… ni al final.

—No, esto no está bien. Yo… la vi.

Layla se aclaró la garganta.

—Los sueños no siempre se hacen realidad, Qhuinn.

Parecía una noción demasiado simple. Y evidente. Pero dolía hasta el alma.

—No fue un sueño —dijo Qhuinn con convicción. Pero luego se sacudió y volvió a mirar a Layla—. ¿Cómo te encuentras? ¿Te duele?

Al ver que ella no respondía de inmediato, porque no quería mentirle con respecto a los dolores, Qhuinn se puso de pie.

—Voy a buscar a la doctora Jane.

Layla lo agarró de la mano para detenerlo.

—Espera. Piensa en lo que vas a hacer. Si estoy perdiendo… al bebé… —Layla hizo una pausa para recuperar fuerzas, después de haber pronunciado esas palabras—. No hay razón para decirle nada a nadie. Nadie tiene que saberlo. Simplemente podemos dejar que la naturaleza… —Su voz se quebró en ese momento, pero ella se obligó a continuar—:… Siga su curso.

—Al diablo con eso. No voy a poner en peligro tu vida para evitar una confrontación.

—Pero eso no detendrá el aborto, Qhuinn.

—El aborto no es lo único que me preocupa. —Qhuinn le apretó la mano—. Tú me importas. Así que voy a traer a la doctora Jane ahora mismo.

‡ ‡ ‡

Sí, a la mierda con eso de mantener las cosas en silencio, pensó Qhuinn mientras se dirigía a la puerta.

Había oído historias sobre hembras que se desangraban durante los abortos espontáneos y aunque no iba a contarle nada de eso a la Elegida, sí iba a hacer todo lo que estuviera en sus manos para evitar que le sucediera a Layla.

—Qhuinn. Espera —gritó ella—. Piensa en lo que vas a hacer.

—Ya lo he pensado. Con toda claridad. —Qhuinn no tenía intenciones de quedarse a discutirlo más—. Tú quédate aquí.

—Qhuinn…

Todavía podía oír la voz de Layla cuando cerró la puerta. Salió corriendo por el pasillo y bajó las escaleras a toda prisa. Con suerte, la doctora Jane todavía estaría por ahí con su hellren, después de la Última Comida. Cuando Qhuinn se levantó de la mesa para ir a ver a Layla, ellos dos aún estaban en el comedor.

Sus zapatillas Nike chirriaron en el suelo de mosaico del vestíbulo cuando giró hacia el arco que llevaba al comedor.

Ver a la médica justo donde la había dejado era un golpe de suerte y su primer impulso fue llamarla por su nombre. Solo que después se dio cuenta de que había varios hermanos en la mesa, que todavía estaban tomándose el postre.

Mierda. Era fácil para él decir que lidiaría con las consecuencias si se sabía lo que habían hecho. Pero ¿qué pasaría con Layla? En su condición de Elegida sagrada, ella tenía mucho más que perder que él. Phury era un tío bastante justo, así que había muchas posibilidades de que lo entendiera. Pero ¿el resto de la Sociedad?

Qhuinn sabía bien lo que significa ser un paria y no quería eso para ella.

Qhuinn corrió hacia donde estaban V y Jane, el hermano fumando uno de sus cigarrillos y la médica fantasma sonriéndole a su cónyuge mientras este hacía una broma.

Tan pronto como la buena doctora lo vio, se sentó derecha.

Qhuinn se agachó y le susurró algo al oído.

Un segundo después, ella se puso de pie.

—Tengo que irme, Vishous.

El hermano levantó sus ojos de diamante. Al parecer lo único que necesitó fue echarle una mirada a la cara de Qhuinn, porque no hizo ninguna pregunta y solo asintió con la cabeza.

Qhuinn y la doctora se apresuraron a salir juntos.

La doctora Jane no perdió ni un segundo haciendo preguntas sobre cómo se había producido ese embarazo.

—¿Cuánto hace que está sangrando? —le preguntó a Qhuinn mientras se dirigían a la habitación de Layla.

—Veinticuatro horas.

—¿Mucho?

—No sé…

—¿Algún otro síntoma? ¿Fiebre? ¿Náuseas? ¿Dolor de cabeza?

—No lo sé.

Ella lo detuvo al llegar a la gran escalera.

—Ve a la Guarida. Mi maletín está sobre la encimera, junto al frutero.

—Entendido.

Qhuinn nunca había corrido tan rápido en su vida. Salió por el vestíbulo. Atravesó el jardín cubierto de nieve. Tecleó el código de seguridad de la Guarida y entró corriendo a la casa de V y Butch.

Por lo general nunca se habría atrevido a entrar sin llamar… joder, sin tener una cita previamente acordada. Pero esa noche nada importaba…

¡Perfecto!, el maletín negro estaba, en efecto, junto a las manzanas.

Lo cogió y salió corriendo. Pasó a toda velocidad junto a los coches estacionados y casi perdió la paciencia mientras esperaba a que Fritz abriera la puerta de la mansión.

Y cuando entró, a punto estuvo de llevarse al doggen por delante.

Al llegar al segundo piso pasó como una ráfaga frente a las puertas abiertas del estudio de Wrath y entró al cuarto de huéspedes donde residía Layla. Cerró la puerta y llegó jadeando hasta la cama, donde la buena doctora estaba sentada.

Dios, Layla estaba blanca como un papel. Pero, claro, el miedo y la pérdida de sangre podían hacerle eso a una hembra.

La doctora Jane estaba en medio de una frase cuando recibió el maletín.

—Creo que debería empezar por tomarte la tensión…

¡Bum!

Lo primero en lo que pensó Qhuinn al oír el estruendo que sacudió la habitación fue en arrojarse sobre las dos hembras para protegerlas.

Pero no era una bomba. Era Phury que abrió la puerta de par en par.

Los ojos amarillos del hermano brillaban, pero no de bondad, mientras observaba primero a Layla, luego a la doctora Jane y después a Qhuinn… y volvía a empezar.

—¿Qué diablos está pasando aquí? —preguntó, al tiempo que sus fosas nasales se ensanchaban al percibir con claridad el mismo olor que había captado Qhuinn—. Primero veo a la doctora subiendo las escaleras a toda velocidad. Luego veo a Qhuinn con su maletín. Y ahora… será mejor que alguien empiece a hablar. En este mismo instante.

Pero él lo sabía. Porque estaba mirando fijamente a Qhuinn.

Qhuinn se enfrentó al hermano.

—Yo la dejé embarazada… —dijo.

Pero no tuvo tiempo de terminar la frase. De hecho, apenas logró terminar la palabra «embarazada».

Porque el hermano lo agarró como a un muñeco y lo lanzó contra la pared. El golpe de la espalda fue menos doloroso que el que sintió en la mandíbula, lo cual sugería que el hermano también le había dado un buen derechazo. Luego sus enormes manos lo mantuvieron allí, con los pies colgando a unos quince centímetros de la bonita alfombra oriental, al tiempo que la gente empezaba a arremolinarse en la puerta.

Genial. Ahora tenían público.

Phury puso su cara frente a la de Qhuinn y enseñó sus colmillos.

—¿Tú le hiciste qué?

Qhuinn se tragó un buen sorbo de sangre.

—Ella tuvo su período de fertilidad. Y yo la monté.

—Tú no la mereces…

—Lo sé.

Phury volvió a estrellarlo contra la pared.

—Ella es mejor que…

—Estoy de acuerdo…

¡Bang! Otra vez contra la pared.

—Entonces ¿por qué diablos…?

El gruñido que resonó en la habitación fue lo bastante fuerte como para sacudir el espejo que colgaba de la pared, junto a la cabeza de Qhuinn, así como el cepillo de plata que reposaba sobre la cómoda y los cristales de los candelabros que había junto a la puerta. Al principio Qhuinn pensó que se trataba de Phury… solo que en ese momento las cejas del hermano se fruncieron y el macho miró por encima del hombro.

Layla se había levantado de la cama e iba caminando hacia ellos y, puta mierda, la mirada que tenía en los ojos era suficiente para derretir la pintura de un coche: a pesar del hecho de que no se sentía bien, tenía los colmillos por fuera y los dedos crispados como garras… Y la brisa helada que la precedía le produjo a Qhuinn escalofríos en la nuca, en señal de alarma.

Ese gruñido no se parecía a nada que hubiese podido salir de un macho… mucho menos de una delicada hembra que poseía el estatus de Elegida.

Además, el tono de su voz era aún peor:

—Suéltalo. Ya.

Layla miraba fijamente a Phury, como si estuviera preparada para arrancarle los brazos de las articulaciones y golpearlo con los muñones si no hacía lo que ella decía. Y rápido.

Y de repente Qhuinn pudo volver a respirar y sus zapatillas tocaron de nuevo el suelo. Como por arte de magia.

Phury levantó las manos frente a él.

—Layla, yo…

—No lo toques. ¿Está claro? —Layla se había puesto de puntillas, como si estuviera dispuesta a lanzarse a la garganta de Phury en cualquier momento—. Él era el padre de mi bebé y le serán concedidos todos los derechos y privilegios de su posición.

—Layla…

—¿Nos estamos entendiendo?

Phury asintió con la cabeza.

—Sí. Pero…

En Lengua Antigua, Layla siseó:

—Si él sufre algún daño, te perseguiré y te hallaré donde vivas. No me importa dónde duermas ni con quién, mi venganza caerá sobre ti hasta ahogarte.

Layla alargó un poco esa última palabra, hasta que sus sílabas se confundieron con más gruñidos.

Silencio absoluto.

Hasta que la doctora Jane dijo con ironía:

—Yyyyy esta es la razón por la cual dicen que la hembra de la especie es más peligrosa que el macho.

—Sin duda —dijo alguien desde el pasillo.

Phury levantó las manos en señal de frustración.

—Solo quiero lo mejor para ti y no solo como un amigo que te quiere… ¡este es mi maldito trabajo! Pasas el período de fertilidad sin decírselo a nadie, te apareas con él —dijo como si Qhuinn fuese poco menos que una caca de perro— y luego no le cuentas a nadie que tienes problemas de salud. Y ¿se supone que encima no puedo decir nada? ¡Maldición!

En ese momento hubo un cruce de palabras entre los dos, pero Qhuinn no oyó lo que decían: su conciencia se había refugiado en el fondo de su cerebro. Joder, el pequeño comentario de Phury no debería haberle dolido tanto, no es que nunca antes lo hubiese oído, ni que, demonios, no lo hubiese pensado él mismo. Pero por alguna razón, esas palabras activaron en su cerebro una especie de alarma que lo sacudió hasta el alma.

El hecho de que alguien señalara lo obvio no era ninguna tragedia, se dijo Qhuinn, nada convencido y tan avergonzado que le costaba trabajo mirar a su alrededor. Pero lo hizo… Sip, todo el mundo estaba asomado a la puerta abierta… Y una vez más, sus trapos sucios, que él habría preferido mantener en privado, estaban aireándose frente a miles de personas.

Al menos a Layla no le importaba. Demonios, ni siquiera parecía notarlo.

Y fue casi gracioso ver a todos esos guerreros profesionales tratando de alejarse a más de un kilómetro de aquella hembra. Pero, claro, si querías sobrevivir haciendo el trabajo que ellos hacían, tenías que desarrollar tempranamente una buena capacidad para evaluar los riesgos y por eso ni siquiera Qhuinn, que era el objeto del instinto protector que desplegaba ahora la Elegida, se habría atrevido a tocarla.

—Renuncio aquí mismo a mi estatus de Elegida y a todos los derechos y privilegios que este conlleva. Soy Layla y desde este minuto seré una hembra caída en desgracia…

Phury trató de interrumpirla.

—Escucha, no tienes que hacer esto…

—… hasta la eternidad. Soy un fracaso a los ojos tanto de la tradición como de la vida práctica, habiendo perdido la virginidad y concebido un hijo, aunque lo esté perdiendo.

Qhuinn se golpeó la cabeza contra la pared. Maldición.

Phury se pasó una mano por su espesa melena.

—Mierda.

Cuando Layla se tambaleó, todo el mundo se abalanzó a sostenerla, pero ella apartó todas las manos y caminó por sus propios medios de regreso a la cama. Luego se agachó lentamente, como si le doliera todo, y apoyó la cabeza en la almohada.

—Mi suerte está echada y estoy preparada para vivir con las consecuencias, sean las que sean. Eso es todo.

Muchas cejas se levantaron al oír su desprecio del mundo, pero nadie dijo ni una palabra: después de un momento, los espectadores se alejaron sigilosamente, aunque Phury se quedó allí. Al igual que Qhuinn y la doctora.

Cerraron la puerta.

—Muy bien, ahora sí necesito examinarte a fondo, en especial después de este numerito —dijo la doctora Jane, mientras acomodaba a Layla contra las almohadas y la ayudaba a organizar las mantas que se había quitado de encima.

Qhuinn no se movió mientras la doctora deslizaba el brazalete del tensiómetro por aquel delgado brazo y se oían una serie de puff-puff-puffs.

Phury, por su parte, se paseaba de un lado a otro, al menos hasta que frunció el ceño y sacó su móvil.

—¿Esa es la razón por la cual Havers me llamó anoche?

Layla asintió.

—Fui a su clínica en busca de ayuda.

—¿Y por qué no acudiste a mí? —murmuró el hermano casi para sus adentros.

—¿Qué te ha dicho Havers?

—No lo sé porque no oí el mensaje. Pensé que no había razón para hacerlo.

—Él afirmó que hablaría solo contigo.

Al oír eso, Phury miró a Qhuinn y sus ojos amarillos se entrecerraron.

—¿Vas a aparearte con ella?

—No.

La expresión de Phury volvió a ensombrecerse.

—¿Qué maldita clase de macho eres tú…?

—¡Él no está enamorado de mí! —lo interrumpió Layla—. Ni yo de él.

Al ver que el Gran Padre volvía la cabeza con brusquedad, Layla continuó diciendo:

—Queríamos un hijo —declaró y se echó hacia delante, mientras la doctora Jane escuchaba su corazón—. Lo nuestro empezó y terminó ahí.

Ahora fue el hermano el que lanzó una maldición.

—No lo entiendo.

—Los dos somos huérfanos en muchos sentidos —dijo la Elegida—. Estamos… estábamos… buscando una familia propia.

Phury soltó el aire, caminó hasta el escritorio que estaba en la esquina y se sentó en la delicada silla.

—Bien. Ah… Supongo que esto cambia un poco las cosas. Yo pensé que…

—Eso no importa —lo interrumpió Layla—. Las cosas son como son. O, como eran… según parece.

Qhuinn se sorprendió restregándose los ojos sin tener ninguna razón aparente. No los tenía húmedos de lágrimas ni nada por el estilo. No.

Pero todo era tan… condenadamente triste. Todo el maldito asunto. Desde el estado de Layla hasta la cansada impotencia de Phury, pasando por el dolor que él sentía en el pecho… todo era un asunto absolutamente triste.