29

Al día siguiente, al final de la tarde, el misterioso visitante de Assail regresó.

Mientras el sol se ponía y los últimos rayos de luz color rosa atravesaban el bosque, Assail vio en su monitor cómo una figura solitaria se alzaba entre los árboles. Llevaba esquís de travesía, un par de bastones que tenía apoyados contra las caderas y un par de prismáticos a través de los cuales estudiaba el paisaje.

Era esa mujer.

La buena noticia era que sus cámaras de seguridad no solo tenían un fantástico poder de acercamiento, sino que se podía manipular fácilmente dónde poner el foco.

Así que Assail pudo acercarse mucho más.

Al ver que la mujer soltaba los prismáticos, Assail contempló cada una de las pestañas que rodeaban aquellos ojos negros y calculadores y el rubor rojizo de aquellas mejillas.

Benloise había recibido la advertencia. Sin embargo, ahí estaba otra vez esa mujer.

Era evidente que estaba conectada con el narcotraficante de alguna manera y que la noche anterior debía de haber discutido con Benloise por alguna razón, al menos eso fue lo que dedujo al recordar la escena de su encuentro; ella parecía enfadada, como si alguien la hubiese insultado.

Sin embargo, Assail nunca la había visto antes, y eso era extraño. En el último año se había familiarizado con todos los detalles de la operación de Benloise, desde sus innumerables guardaespaldas, hasta el irrelevante personal de la galería, pasando por los astutos importadores y el propio hermano del personaje, encargado de controlar las finanzas.

Así que lo único que podía suponer era que se trataba de una contratista independiente, a quien llamaban solo para propósitos específicos.

Solo que ¿por qué seguía esta mujer en su propiedad?

Assail revisó el reloj digital que parpadeaba en el borde inferior derecho de la pantalla. Cuatro y treinta y siete. Por lo general todavía era muy temprano para salir, pero como ya había entrado en vigor el horario de invierno y esa invención humana para manipular el sol trabajaba en su favor durante seis meses al año, Assail se alegró.

Seguramente haría demasiado calor fuera, pero podría soportarlo.

Assail se vistió rápido y eligió un traje Gucci junto con una corbata de seda blanca. Luego cogió su abrigo de pelo de camello de doble botonadura y, por supuesto, su par de Smith & Wesson del calibre cuarenta, que constituían el accesorio perfecto.

Las armas siempre serían el nuevo color negro.

Después tomó su iPhone y frunció el ceño al tocar la pantalla. Había recibido una llamada de Rehvenge y tenía un mensaje.

Salió de su habitación y buscó el mensaje de voz del leahdyre del Consejo. Lo escuchó al tiempo que bajaba las escaleras.

El macho iba directo al grano, cosa que Assail apreció: «Assail, ya sabes quién habla. Estoy convocando una reunión del Consejo y no solo quiero tener quórum, sino que deseo que la asistencia sea perfecta. El rey estará presente, al igual que la Hermandad. Tú estás en la lista del Consejo en calidad del macho de más edad que aún sobrevive de tu linaje, pero apareces inactivo debido a que te quedaste en el Viejo Continente. Ahora que has vuelto tendrás que empezar a asistir a estas divertidas reuniones. Llámame para avisarme de tu disponibilidad de tiempo. Tengo que establecer una hora y un lugar que le convenga a todo el mundo».

Assail se detuvo frente a la puerta de acero que bloqueaba el final de las escaleras. Se guardó el móvil en el bolsillo, quitó el seguro del arma y deslizó la puerta para abrirla.

El primer piso estaba a oscuras debido a las persianas que bloqueaban toda la luz y el enorme espacio del salón parecía más una cueva dentro de la tierra, que una jaula de cristal asentada sobre las orillas de un río.

Desde la cocina llegaba un chisporroteo y el olor a tocino.

Assail tomó la dirección opuesta; entró al despacho que les había proporcionado a sus primos para que hicieran sus negocios y, desde allí, pasó al pequeño cuarto humidificador. Dentro, el aire cálido, que se mantenía a una temperatura exacta de veintiún grados centígrados y una humedad del sesenta y nueve por ciento, olía a tabaco gracias a las docenas y docenas de cajas de cigarros que contenía. Tras estudiar por un momento la estantería, Assail cogió tres cigarros cubanos.

Después de todo, esos eran los mejores.

Y eran otra cosa que Benloise le suministraba, por una cierta suma, desde luego.

Después de cerrar su preciosa colección, Assail volvió a salir al salón. El chisporroteo que venía de la cocina había sido reemplazado por el ruido de platos y cubiertos.

Sus dos primos estaban sentados en la cocina en sendos taburetes, frente a la encimera de granito. Los dos estaban comiendo al mismo ritmo, como si estuvieran escuchando un golpe de tambor que los demás no podían oír, pero que regulaba sus movimientos.

Los dos levantaron la vista para mirarlo y colocaron la cabeza en el mismo ángulo.

—Voy a salir. Ya sabéis cómo encontrarme —dijo.

Ehric se limpió la boca.

—He localizado a tres de los distribuidores que no se presentaron. Ya están trabajando otra vez y listos para entrar en acción. Haré una entrega a media noche.

—Bien, bien. —Assail revisó rápidamente sus armas—. Trata de averiguar dónde estaban, ¿quieres?

—Como digas.

Los dos bajaron las cabezas al tiempo y volvieron a concentrarse en sus desayunos.

Assail no comió nada. Cogió un frasquito de color ámbar que había al lado de la cafetera y le quitó la tapa. Atada a la tapa había una pequeña cuchara de plata que produjo un sonido metálico al llenarse de cocaína. Un pase por fosa.

Hora de despertarse.

Se llevó el resto y lo puso en el mismo bolsillo que los cigarros. Había pasado algún tiempo desde la última vez que se había alimentado y empezaba a sentir los efectos: el cuerpo aletargado y una tendencia a alterarse que no era propia de su carácter.

Esa era la desventaja del Nuevo Mundo. Que resultaba mucho más difícil encontrar hembras.

Por fortuna, la cocaína era un buen sustituto, al menos por ahora.

Después de ponerse unas gafas de sol muy oscuras atravesó el garaje y se detuvo frente a la puerta trasera.

Al abrirla…

Assail se echó hacia atrás y gruñó al sentir el golpe de luz, pero sus mocasines soportaron el impulso. A pesar del hecho de que el noventa y nueve por ciento de su piel estaba cubierta por múltiples capas de ropa, e incluso con los lentes oscuros, la luz mortecina del ocaso era suficiente para hacerlo retroceder.

Pero no había tiempo que perder.

Después de obligarse a desmaterializarse hacia los bosques que estaban detrás de la casa, se propuso encontrar a la mujer en medio de la penumbra. Fue bastante fácil localizarla. Estaba regresando, moviéndose veloz sobre aquellos esquís de travesía, abriéndose camino a través de las ramas de pino y los esqueletos de robles y arces. Al analizar su trayectoria, y aplicando la misma lógica interna que ella había mostrado en las grabaciones de las cámaras de seguridad esa mañana, Assail pudo ganarle rápidamente la delantera y adivinar el lugar donde estaba su…

Ah, sí. El Audi negro que había visto en la galería. Estacionado a un lado de la carretera, a unos tres kilómetros de su propiedad.

Assail estaba recostado contra la puerta del conductor, fumando un cigarro cuando ella salió de entre los árboles.

La mujer se detuvo en seco sobre las marcas dobles que había dejado su rastro, con los bastones abiertos.

Assail abandonó su posición recostado en el coche y recorrió los escasos metros que lo separaban de la mujer. Cuando estuvo frente a ella le sonrió mientras expulsaba una nube de humo.

—Bonita noche para hacer ejercicio. ¿Estás disfrutando de la vista… de mi casa?

La mujer respiraba aceleradamente debido al ejercicio físico, pero no porque tuviera miedo, según pudo juzgar Assail al estudiar su olor… lo cual lo excitó.

—No sé de qué habla…

Él desechó rápidamente la mentira.

—Bueno, yo te puedo decir que, por el momento, estoy disfrutando de lo que veo.

Sus ojos recorrieron con deliberada lentitud las largas y atléticas piernas enfundadas en pantalones ceñidos. La mujer lo fulminó con la mirada.

—Me cuesta trabajo creer que pueda ver algo con esas gafas.

—Mis ojos son muy sensibles a la luz.

Ella frunció el ceño y miró a su alrededor.

—Si casi no hay luz.

—Pero hay suficiente luz para verte. —Assail le dio otra calada al cigarro—. ¿Te gustaría saber qué le dije a Benloise anoche?

—¿A quién?

Ahora Assail sí se sintió molesto y subió la voz.

—Te doy un consejo. No juegues conmigo. Porque eso puede causarte una muerte más rápida que una violación a la propiedad privada.

La mujer entrecerró los ojos con fría expresión calculadora.

—No sabía que las violaciones a la propiedad privada acarreaban pena de muerte.

—Conmigo hay toda una lista de cosas que tienen repercusiones mortales.

La mujer levantó la barbilla.

—Bueno. Parece que eres muy peligroso.

Como si ella fuera un gato que jugaba con un ovillo de lana mientras ronroneaba.

Assail se movió tan rápido que estaba seguro de que los ojos de la mujer no podrían seguirlo; en un momento estaba a varios metros de distancia y al siguiente estaba parado sobre los extremos de sus esquís, atrapándola en donde estaba.

La mujer gritó y trató de saltar hacia atrás, pero sus pies estaban unidos a los esquís, desde luego. Para evitar que se cayera, Assail la agarró del brazo con la mano que tenía libre.

Ahora la sangre de la mujer comenzó a correr por sus venas con pánico y, al sentir ese olor, él se sintió excitado. Entonces le dio un tirón hacia delante y se quedó mirándola fijamente, estudiando su cara.

—Ten cuidado —le dijo en voz baja—. Me ofendo con facilidad y mi temperamento no se apacigua demasiado deprisa.

Aunque estaba dispuesto a pensar al menos en una cosa que ella podía darle para apaciguarlo.

Al acercarse a la mujer, Assail hizo una inhalación profunda. Dios, le encantaba el olor de ella.

Pero no era momento para distraerse con eso.

—Le dije a Benloise que si enviaba gente a mi casa, lo haría bajo su propio riesgo… y el del enviado en cuestión. Me sorprende que no te haya informado de esos, digamos, límites bastante claros…

Assail percibió por el rabillo del ojo un pequeño abultamiento en el hombro de la mujer. Iba a sacar un arma con la mano derecha.

Entonces se puso el cigarro entre los dientes y atrapó aquella delicada muñeca con la mano. Luego le aplicó presión y solo se detuvo cuando notó que el dolor hacía que la respiración de la intrusa fuera más profunda. Enseguida dobló el cuerpo de su presa hacia atrás para que quedara muy claro el poder que ejercía sobre sí mismo y sobre ella. Sobre todo sobre ella.

Y fue entonces cuando la mujer se excitó.

‡ ‡ ‡

Había pasado mucho tiempo, quizás demasiado, desde la última vez que Sola había deseado a un hombre.

Desde luego, le gustaban mucho los hombres, y había recibido muchas ofertas de miembros del sexo masculino que incluían encuentros horizontales. Pero aún no había encontrado nada que valiera la pena. Y tras una relación que no había funcionado, decidió regresar a las estrictas normas de su educación brasileña; lo cual era una ironía, considerando a lo que se dedicaba.

Ese hombre, sin embargo, había captado su atención. De manera importante.

La manera como la tenía agarrada del brazo y la muñeca estaba lejos de ser cortés y, más que eso, no parecía importarle que se tratara de una mujer, pues sus manos apretaban hasta el punto de que el dolor le llegaba al corazón, haciéndolo latir con fuerza. De igual forma, el ángulo en que la había obligado a colocar la espalda parecía poner a prueba la capacidad de su columna vertebral para flexionarse y las piernas le ardían por el esfuerzo.

Sentirse excitada era… una terrible negligencia, algo que jamás debería permitirle su instinto de conservación. De hecho, mientras observaba con atención aquellos lentes oscuros, Sola era perfectamente consciente de que él podía matarla en ese mismo instante. Torcerle el cuello. Romperle los brazos solo para verla gritar, antes de ahogarla entre la nieve. O tal vez golpearla y lanzarla al río.

La voz de su abuela regresó a su mente con aquel marcado acento: «¿Por qué no puedes encontrar a un chico agradable? ¿Un chico católico de alguna familia que conozcamos? Marisol, me rompes el corazón».

—Solo puedo suponer —susurró aquella misteriosa voz con un acento y una entonación extrañas— que el mensaje no te llegó. ¿Es eso correcto? ¿Acaso Benloise se olvidó de transmitirte esa información… y esa es la razón por la cual has vuelto a presentarte en mi casa, después de que yo expresara abiertamente mis intenciones? Creo que eso es lo que sucedió, tal vez se trata de un mensaje de voz que todavía no has recibido. O un mensaje de texto, o un correo electrónico. Sí, creo que la comunicación de Benloise debió de perderse en el ciberespacio, ¿no es así?

La presión que ejercía sobre ella aumentó un poco más, lo cual sugería que todavía tenía fuerzas… y eso era una perspectiva aterradora, por decir lo menos amenazante.

—¿No es así? —gruñó Assail.

—Sí —dijo ella con dificultad—. Sí, así es.

—Entonces ya no te volveré a encontrar por aquí subida a tus esquís. ¿No es así?

El hombre la volvió a sacudir y el dolor la obligó a entornar los ojos.

—Sí —dijo sin aire.

El hombre aflojó la presión solo para que ella pudiera tomar aire y luego siguió hablando, con aquella voz extrañamente seductora.

—Ahora hay algo que necesito antes de dejarte ir. Me vas a decir lo que sabes sobre mí… todo lo que sabes.

Sola frunció el ceño, pensando que eso era estúpido. Sin duda un hombre como ese era muy consciente de cualquier información que pudiera obtener sobre él un tercero.

Así que dedujo que se trataba de una prueba.

Teniendo en cuenta que Sola deseaba con todas sus fuerzas volver a ver a su abuela, dijo:

—No conozco tu nombre, pero puedo suponer a qué te dedicas y también lo que has hecho.

—¿A qué te refieres?

—Creo que tú eres el que ha estado matando a todos esos pequeños vendedores de droga de la ciudad para apoderarte del territorio y tomar el control.

—¿No lees la prensa ni oyes las noticias? Todos dicen que esa gente se ha suicidado.

Ella no lo negó, solo siguió hablando; después de todo, no había razón para discutir.

—Vives solo, hasta donde sé, y tu casa está equipada con un extraño sistema en las ventanas. Un camuflaje diseñado para que cuando alguien mira crea que está viendo una casa normal, pero… hay algo. No sé qué es, pero hay algo raro.

Aquella cara que la observaba desde arriba permanecía impasible. Tranquila. En paz. Como si ese hombre no la tuviera agarrada con todas sus fuerzas, ni la estuviera amenazando con matarla. Y ese control era… erótico.

—¿Y? —insistió él.

—Eso es todo.

Assail le dio una calada al cigarro que tenía en la boca y el círculo color naranja del extremo brilló con más luz.

—Solo voy a dejarte escapar una vez. ¿Lo entiendes?

—Sí.

El hombre se movió con tanta rapidez que ella tuvo que agitar los brazos para recuperar el equilibrio por sus propios medios, mientras los bastones se clavaban en la nieve. Un momento, ¿dónde estaba…?

De pronto apareció detrás de ella, con los pies plantados en cada una de las huellas que habían dejado sus esquís, como una barrera física que le impedía regresar por el camino que ella había tomado desde su casa.

Sola también experimentó una sacudida, una extraña sensación de alarma en la nuca.

«Vete de aquí, Sola», se dijo mentalmente. «Ahora mismo. No permitas que este hombre te haga daño».

Sin darse tiempo para pensarlo, salió corriendo por la carretera. Aunque no podía ir muy deprisa porque los esquís se empeñaban en quedarse pegados a la nieve congelada.

Ella avanzaba y él la seguía, caminando despacio e inexorablemente, como un gran felino que persiguiera a una presa con la que solo quería jugar… por el momento.

Las manos le temblaban cuando utilizó la punta de los bastones para soltar las correas de los esquís y forcejeó un poco para meterlos en el maletero del coche. Todo el tiempo, el hombre permaneció en medio de la carretera, observándola, con el humo del cigarro dispersándose por encima del hombro, a merced de las ráfagas de viento helado que soplaban hacia el río.

Después de subirse al coche, cerró las puertas, arrancó el motor y miró por el espejo retrovisor. Iluminado por el resplandor de sus luces de freno, el hombre parecía absolutamente maligno: un hombre alto y de pelo negro, con una cara tan atractiva como la de un príncipe y tan cruel como un demonio.

Sola salió del arcén y se alejó, acelerando al máximo. Había avanzado un buen trecho y a toda velocidad, pero cuando miró de nuevo por el espejo retrovisor él seguía en la carretera.

Pero… De repente la mujer frenó en seco, aterrorizada.

El hombre ya no estaba.

Como si hubiese desaparecido por arte de magia. En un momento lo estaba viendo… y al siguiente era invisible.

Sola se estremeció, volvió a acelerar y se hizo la señal de la cruz sobre el corazón.

Muerta de pánico, se preguntó quién diablos sería ese hombre.